El privilegio de decir no a la violencia/Nathalia Guerrero Duque es periodista y editora. Trabaja para medios impresos y digitales en Colombia.
The Washington Post, Domingo, 01/Sep/2019;
Soldados Colombianos en guardia frente al Claustro de San Agustín, en Bogotá, el 29 de agosto de 2019. (Fernando Vergara/AP Photo)
Las noticias de cada día dictaminan nuestras mañanas. Desde hace meses en Colombia nos cuentan cómo, paulatinamente, se está revirtiendo la narrativa de la paz en varios territorios nacionales, en lo que llamamos periferia, allá donde no llega la visión del citadino.
Una de estas noticias llegó el pasado 29 de agosto: “El número dos de las FARC, ‘Iván Márquez’, Jesús Santrich, ‘El Paisa’ y ‘Romaña’ vuelven a la guerra”, “Las FARC anuncian su rearme”, “Líderes de las FARC vuelven a la insurgencia” . La noticia en todos los medios estaba acompañada de un video de 32 minutos, grabado en un lugar desconocido, que montaron en diferentes canales como evidencia de que, al menos un sector de este grupo insurgente, renunciaba definitivamente al Acuerdo de Paz que se firmó en 2016 .
La noticia recorrió el país y es justo asumir que debió ser un golpe más duro para las zonas rurales: departamentos como Antioquia, Santander y Norte de Santander, que según el Observatorio de Memoria han registrado históricamente los números más altos de masacres en el país durante el conflicto armado que lleva más de medio siglo.
En los años posteriores a la firma del Acuerdo de Paz, sin embargo, la situación para muchos colombianos no ha mejorado. Este año, el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz indicó que “se ha agravado la violencia en contra de personas líderes sociales, defensoras de derechos humanos y excombatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en proceso de reincorporación”. Esta aqueja sobre todo a departamentos colombianos como el Cauca, el Valle del Cauca y Nariño, donde se registra la mayor cantidad de este tipo de asesinatos en el último año.
Hace poco más de un mes, el asesinato frente a su hijo de María del Pilar Hurtado, una líder social del Cauca que huyó a Córdoba, removió al país una vez más. La gente salió a ocupar las calles de varias ciudades importantes para exigir el cese de los asesinatos de los líderes.
En los siguientes cuatro días de esas manifestaciones, asesinaron a tres líderes sociales en el Cauca y uno en el Valle del Cauca. Las marchas en la calle, la respuesta de los habitantes de la ciudad por las atrocidades cometidas en las regiones, volvían a mostrarse inefectivas.
Sin embargo, para algunos sectores el rearme de un sector de las FARC representa un triunfo, al menos ideológico. El primer gran triunfo que se reclamó luego de la noticia fue el del expresidente colombiano Álvaro Uribe y sus seguidores. En redes, y con su ánimo guerrerista siempre intacto, aleccionaron con cómo su partido Centro Democrático había previsto esto desde años atrás, y que la única salida era, como habían declarado varias veces, la guerra y el final del acuerdo.
El segundo gran reclamo triunfal que se sintió en redes fue el de la otra orilla ideológica del país, que culpaba a los votantes del actual presidente Iván Duque —ligado al expresidente Uribe—, e incluso a los que votaron en blanco, por haber truncado el proceso de paz y sellar el destino del país a través de su elección.
Varios líderes políticos, incluidos algunos que formaron parte del desarrollo del acuerdo, como Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo, rechazaron el pronunciamiento de rearme de la guerrilla, e invitaron a la población colombiana a rodear y proteger la implementación del acuerdo, ahora más que nunca.
Por ahora el clima es de desesperanza, tristeza y rechazo generalizado. Son sensaciones que, desde las ciudades, alejados del conflicto real, sus habitantes tenemos el privilegio de escoger sentir o no, con mayor o menor intensidad.
Lo hemos visto con el asesinato sistemático de líderes sociales y lo vemos ahora. Mientras la ciudad escoge manifestarse y escoge qué declarar y qué sentir, a gran parte de la periferia colombiana, en cambio, le tocan las certezas. El Catatumbo, el Caqueta, Tumaco, el Urabá Antioqueño, el Cauca y demás territorios golpeados por el conflicto no tienen la opción de escoger. A estos territorios, a sus gentes, a sus recursos, les quedan los hechos que vienen, sin derecho a elegir.
La primera certeza ya se hizo palpable el día de ayer, cuando, en el departamento de Caquetá, las fuerzas militares bombardearon a las disidencias, dejando nueve muertos en combate. Nueve personas que tuvieron un chance de reincorporación, y que pudieron hacer parte de un proyecto al que le hemos apostado desde hace años y que, parece, no nos va a tocar por ahora.
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La frágil paz de Colombia está en peligro/Alexander L. Fattal es antropólogo, profesor asistente de la Universidad de California y autor de Guerrilla Marketing: Counterinsurgency and Capitalism in Colombia.
The New York Times, Sábado, 31/Ago/2019;
New York Times
En un video publicado el miércoles 29 de agosto, un antiguo líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) emitió un nuevo llamado a las armas. Luciano Marín —conocido como Iván Márquez—, quien fue el negociador principal del grupo armado durante los diálogos de paz, apareció frente a una veintena de exguerrilleros de las Farc ataviados en sus uniformes y explicó por qué él y su grupo de insurgentes regresaban a la selva. Habló de una “oligarquía corrupta” y de la traición de un gobierno que no cumplió con el acuerdo de paz firmado en 2016.
Estas son malas noticias para los colombianos.
El retorno a la violencia sería la culminación de muchos factores, pero principalmente por el poco apoyo político que ha tenido el acuerdo, tanto en Colombia como en Estados Unidos, desde que Iván Duque y Donald Trump llegaron al poder en 2018 y 2017, respectivamente. Ambos presidentes, con actos y omisiones, han socavado las posibilidades de éxito del pacto.
El mandatario de Colombia, Iván Duque —heredero político del influyente expresidente de derecha Álvaro Uribe—, ha hecho poco para frenar una ola de asesinatos de líderes sociales y guerrilleros desmovilizados y ha permitido que muchas de las reformas establecidas en el acuerdo de paz carezcan de fondos o tengan recursos insuficientes.
Por su parte pareciera que al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no le importa el futuro del pacto. Una de sus primeras decisiones en relación a la paz colombiana fue retirar del país al experimentado diplomático Bernard Aronson, quien apoyó las negociaciones y la implementación del acuerdo.
Con el liderazgo de las Farc oficialmente fragmentado, el futuro de Colombia luce sombrío. La facción armada liderada por Iván Márquez anunció que buscará unir a los grupos disidentes de las Farc que han surgido desde la firma del acuerdo y forjar una alianza con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), un grupo rebelde de tendencia marxista que se ha fortalecido desde la desmovilización de la guerrilla.
Informes recientes han revelado que el ELN, que está especialmente activo a lo largo de la frontera con Venezuela, ha aumentado considerablemente sus filas con venezolanos en condición desesperada que huyen, en un éxodo masivo, de la crisis económica y el caos político de su país. Las fronteras porosas de Colombia con Venezuela y Brasil ya son vulnerables al tráfico ilícito de drogas, gasolina y coltán, un mineral que se usa en casi todos los dispositivos electrónicos. Si a los incendios en Bolivia y Brasil sumamos otros factores como el aislacionismo de Estados Unidos y la carencia de una política articulada desde Washington sobre América Latina (más allá de su deseo de destituir a Nicolás Maduro del poder en Venezuela), las condiciones son propicias para la inestabilidad regional.
En pocas palabras, la vuelta a las armas de un sector de las Farc ocurre mientras se desarrollan diversos desafíos políticos, económicos y ambientales que cruzan con facilidad las fronteras. La geografía de Colombia siempre ha significado una ventaja para los grupos guerrilleros que surgen de las cenizas de los esfuerzos fallidos de paz. La historia del país está plagada de acuerdos idealistas que no han podido contener la violencia; esas negociaciones prometieron amnistías para los guerrilleros que no se cumplieron y planes de desarrollo ambiciosos para las zonas rurales que se desmoronaron ante la endeble infraestructura que caracteriza al Estado colombiano fuera de las grandes ciudades.
La firma del acuerdo de paz el 30 de noviembre de 2016 le dio al mundo la esperanza de que los conflictos políticos complejos aún podían resolverse a través del diálogo. Sería imprudente que el gobierno de Trump permitiera que esa idea naufrague, especialmente cuando Suramérica experimenta una gran agitación en tantos otros frentes.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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