La victoria electoral del FSLN -Frente Sandinista de Liberación Nacional- el pasado 5 de noviembre es, sin lugar a dudas, un hecho histórico para Nicaragua y para toda Iberoamérica. Por vez primera, un movimiento de izquierda y revolucionario, que tomó el poder por las armas y lo perdió en las urnas, lo recupera 16 años después por medio de esas mismas urnas.
Una victoria trabajada y difícil, que otorga al FSLN el poder Ejecutivo, pero no el Legislativo. La Asamblea Nacional ha quedado dividida en cuatro grupos: dos liberales y dos sandinistas, sin que ninguno de ellos posea la mayoría absoluta. La negociación será obligatoria y alcanzar acuerdos políticos, una necesidad insoslayable. El juego parlamentario se anuncia complejo, pero de él puede resultar enormemente beneficiado el pueblo nicaragüense si, como debería ser, los partidos políticos dan lo mejor de sí mismos para sacar al país de la postración.
Con todo, y siendo cierta la necesidad de acuerdos de gobernabilidad en la Asamblea Nacional, la mayor responsabilidad recae en el FSLN. El reelecto presidente José Daniel Ortega Saavedra recibe un país sumido en una grave crisis económica y social, con el desempleo y la desesperanza como principales enemigos a batir. Según declaró a EL MUNDO su derrotado oponente, Eduardo Montealegre, el nuevo Gobierno «va a heredar una situación macroeconómica estable», que permitirá destinar inversiones importantes en materia social. Habría, pues, condiciones propicias para que el nuevo gobierno sandinista se aplique a fondo a resolver los más acuciantes problemas que afligen a la población, como salud, educación, vivienda, energía y, sobre todo, empleo. Con el 70% de la población sumido en la pobreza, el analfabetismo alcanzando el 40% y la emigración masiva privando al país de su gente más dinámica, la inversión social adquiere características de sala de urgencias, para evitar que el país termine de hundirse.
También será prioritario invertir en infraestructuras, un sector estratégico y vital, dejado a la mano de Dios por los gobiernos neoliberales desde 1990. La recuperación y viabilidad económica de Nicaragua pasa por la construcción y reconstrucción de carreteras, caminos, puertos y aeropuertos, sin los cuales no podría prosperar ningún plan económico. El país está reducido a dos carreteras principales, la única línea férrea fue desmantelada en 1990, y los caminos a las zonas productivas del interior son, prácticamente, inexistentes. La producción de granos se pudre y la población campesina terminaba pasando hambre, ante la indiferencia de las instituciones gubernamentales.
Una visión integral del subdesarrollo de Nicaragua obligaría también a promover la elaboración de un Plan Nacional de Desarrollo que aborde, de manera integral, el agudo atraso del país. Este plan fijaría las líneas primordiales de inversión a corto, mediano y largo plazo, para dotar a Nicaragua, entre una extensa lista de necesidades, de industrias y empresas dedicadas a optimizar los recursos nacionales, en vez de entregarlos estúpidamente a empresas extranjeras. El reto es enorme, pero no puede ser obviado, pues ello comprometería gravemente el futuro de Nicaragua. Vivimos una época dominada por un fuerte nacionalismo económico, con el Estado renacido como gran protagonista, de manera que reconstruir las instituciones estatales y usarlas como instrumento para promover el desarrollo será otra tarea urgente a emprender.
La corrupción es una lacra que lastra profundamente a Nicaragua y que tendría que ser combatida a muerte, en todas sus formas. Se debe empezar revisando las concesiones otorgadas a empresas extranjeras, que invierten poco y chupan cuanto pueden del famélico país. También deben ser revisados los salarios de los funcionarios, para ajustarlos a la realidad económica nacional. No es admisible que un ministro gane 8.000 dólares, en tanto un maestro percibe 100. Otra forma encubierta de corrupción es que los más ricos no paguen impuestos en Nicaragua. Por tal motivo, emprender una reforma tributaria será tarea urgente e insoslayable, y dará medida del compromiso del nuevo Gobierno con la búsqueda de una sociedad menos desigual y menos injusta.
Debe, así mismo, haber conciencia de que Nicaragua, en los 16 años pasados, ha sufrido un desmantelamiento casi total. El país no tiene línea aérea, flota pesquera ni marina mercante. Volar a Managua se ha convertido en una odisea, dependiendo de los planes de las compañías extranjeras que usufructúan el espacio aéreo nacional. El abandono de los intereses nacionales ha llegado a tales niveles que, siendo Nicaragua un país bioceánico, debe usar puertos de Honduras y Costa Rica, porque los nacionales han quedado obsoletos, por falta de inversión. Esto ha hecho de Nicaragua un país más virtual que real, pues carece de la mayor parte de las estructuras básicas que hacen real a un Estado, como infraestructuras, medios de transporte propios y una industria mínima.
El sandinismo puede asumir esas tareas, con decisión y valentía. Recordemos, para hacer memoria histórica, todo lo que fue capaz de hacer a partir del 19 de julio de 1979. Lleno de un entusiasmo sin límites, sumergió a la pequeña Nicaragua en una vorágine de cambios, que produjeron resultados asombrosos, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de un país muy atrasado, sin petróleo ni recursos equivalentes. La campaña de alfabetización de 1980 redujo el analfabetismo del 50% al 12%. Los programas populares de salud erradicaron, en pocos meses, enfermedades crónicas que por siglos habían castigado a la población más pobre. La Editorial Nueva Nicaragua editó en dos años más libros que todos los que jamás se habían impreso en la historia nacional, a precios subsidiados. Se llegó a escolarizar a tres millones de personas, sobre una población de 3,8 millones. Se crearon líneas aéreas, empresas pesqueras, escuelas de arte, institutos de cine y cultura… Miles de nicaragüenses y una pléyade de extranjeros de múltiples procedencias se mudaron a Nicaragua, para sumarse a aquel prodigioso proceso de cambios sociales, económicos, políticos y culturales.
Recordemos también que la guerra impuesta por EE UU destruyó aquel esfuerzo inmenso. Entre 1981 y 1989, el presidente Ronald Reagan dedicó 15.000 millones de dólares a destruir a los movimientos revolucionarios en Centroamérica y, con especial encono, a la Nicaragua sandinista. Invocó la seguridad de EE UU para aplicar un embargo económico atroz, que cerró su mercado a los productos nicaragüenses. Con fondos secretos y del Congreso, creó a la Contra, en territorio de Costa Rica y, sobre todo, en Honduras, desde donde lanzaron una guerra de aniquilamiento contra Nicaragua. Comandos especiales de la CIA minaron los puertos de Nicaragua en el Caribe y el Pacífico, atacaron el aeropuerto internacional de Managua, la terminal petrolera de Puerto Sandino y los depósitos de combustible de Puerto Corinto.
La Contra se dedicó, dentro del país, a arrasar cuanto pudo de la infraestructura productiva y social. Centros de salud, escuelas, cooperativas agrícolas, autobuses de pasajeros, vehículos de carga, centrales eléctricas… La estructura productiva y social quedó devastada. El boicot y el embargo económico hicieron el resto. Para 1989, la economía de Nicaragua estaba en ruinas. Sus soldados habían ganado la guerra, pero EE UU había logrado destruir el país.
Hoy, uno de aquellos contras será vicepresidente de Nicaragua por la mano tendida del FSLN. La vasta mayoría de campesinos que nutrieron a la organización están abandonados y en situación deplorable. EE UU ha aceptado los resultados electorales y se podrá gobernar sin una guerra que se trague todos los recursos internos y externos del país. Tampoco habrá embargos ni boicot al acceso a mercados y recursos internacionales. Es decir, se podrá gobernar en paz, dedicando todos los recursos del Estado y la energía del pueblo al reto de vencer la pobreza y sentar las bases de un desarrollo sostenible, equitativo y sólido, que cambie para siempre el rostro y el ser de Nicaragua. No habrá pretextos que sirvan para justificar un mal gobierno, ni enemigo exterior que utilizar para disculpar el mal uso del poder o los errores al administrar los intereses públicos.
La coyuntura internacional es también propicia. Con la mayor parte de América Latina en manos de gobiernos de izquierda y centroizquierda, será posible sumarse a los procesos de integración regional en marcha. La emergencia como grandes potencias económicas de China y la India ponen al alcance ingentes mercados que Nicaragua podría aprovechar ampliamente. La Unión Europea mantendrá su importante ayuda y EE UU no tiene motivos para alterar la suya.
Además, la contundente derrota del Partido Republicano en las elecciones legislativas estadounidenses del martes pasado, tendrá como efecto colateral reducir el extremismo de la política exterior del presidente Bush. En otras palabras, con una política exterior amplia e inversiones adecuadamente dirigidas, podría Nicaragua dar un salto cualitativo que permita reducir, en los próximos años, la dependencia de las remesas de los emigrantes y de las donaciones de terceros países.
A partir de enero de 2007, el FSLN y Daniel Ortega tendrán la oportunidad de gobernar de manera ejemplar, demostrando a todo el pueblo, sobre todo a ese 50% de nicaragüenses que no les votó y que les tiene una gran desconfianza, que el sandinismo es la mayor esperanza para Nicaragua. Que ningún otro partido lo hará mejor y que sabrá estar a la altura de los sueños y necesidades de la gente. Ése es el mayor reto, la responsabilidad histórica que asumirá en escasos tres meses el sandinismo. Una mayoría de nicaragüenses ha querido darle una segunda oportunidad pero, si falla, puede que no haya una tercera. Lo sabe el FSLN, lo sabe la población. La consigna para los próximos cinco años, por tanto, sólo puede ser una: no fallarle a Nicaragua.
Una medida inmediata se impone: derogar la inmoral criminalización del aborto terapéutico, medida que condena a la muerte a centenares de mujeres, la inmensa mayoría pobres. No hay excusas ni razón alguna que lleven a prolongar más de lo imprescindible una norma jurídica misógina que jamás, jamás debió aprobarse.
* Augusto Zamora es profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid. Es miembro de número y directivo de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua y autor de El futuro de Nicaragua. Su correo a_zamora_r@terra.es
Tomado de EL MUNDO, 10/11/2006
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