23 ene 2011

El Uruguay de Gardel: "El Zorzal criollo"

El Uruguay del “mago del tango”César Bianchi
Revista proceso # 1786, 23 de enero de 2011;
En este recorrido por la ciudad donde aseguran que nació Carlos Gardel (él mismo lo dijo), el reportero de Proceso obtiene elementos para ver cómo se vive en vísperas de un aniversario de su nacimiento. Hay una Semana de Gardel, hay un museo, un hotel, una tienda, parientes posibles… pero el ambiente no parece muy entusiasmado por El Zorzal Criollo. Sin embargo, su figura está presente en la polémica sobre su verdadera nacionalidad.

TACUAREMBÓ, URUGUAY.- La Semana de Gardel, establecida por ley en Uruguay, se festeja en este norteño departamento y no en la capital.
Hay premios a talentosos artistas, periodistas y escritores que vienen de Montevideo, concursos de belleza y de canto, visitas guiadas al Museo Carlos Gardel y clases de tango. Todo organizado por la Fundación Gardel junto con la Intendencia Municipal del departamento y con la promoción de la prensa local.
La celebración tiene como referencia la fecha de nacimiento del cantante, o por lo menos la que él mismo declaró cuando tramitó su nacionalidad argentina (y aclaró que había nacido en Tacuarembó, Uruguay): el 11 de diciembre de 1887. Aunque, afirman algunos estudiosos, el envaselinado era tan coqueto que solía quitarse tres años (Proceso 1390).
La ciudad parece ni enterarse de la fecha del aniversario: María González, una vendedora de discos truchos (piratas) en la vereda, ofrece desde El Cuarteto de Nos hasta lo nuevo de Ricardo Montaner o antologías de merengue; pero ante la consulta por un disco de Gardel, cualquiera de ellos, dice que no tiene nada.
Tacuarembó parece una ciudad silenciosa, sin alardes más allá de la tienda de ropa El Mago (como también llamaban al cantante), la silueta de un sombrero que identifica a la intendencia o los retratos de Gardel, obra y gracia de la fundación.
 Parientes “orientales” 
César Cerito Escayola confirma la histórica discreción. 
Es un maestro jubilado de 63 años que pasa sus tardes charlando con amigos y cuidando a su anciana madre, pero cada vez que se acerca la fecha de nacimiento o de muerte de Gardel es requerido por la prensa mundial. Lo han venido a buscar de la CNN, History Channel y decenas de canales porteños.
Escayola es descendiente de Carlos Escayola, más conocido como “el coronel Escayola”, el padre –dice la leyenda tacuaremboense– de Carlos Gardel. El tío abuelo de César era Carlos Segundo Escayola Oliva, El Pato, último hijo legítimo del coronel; éste, jefe político del departamento, comisario, bohemio y amante (además) del teatro, era amo y señor de estas tierras a finales del siglo XIX.
Por aquellos años, las minas de oro hacían que europeos venidos a “hacer la América” recalaran en Tacuarembó. Así, dicen, llegó Bertha Gardes, una francesa procedente de Toulouse, Francia, que fue empleada de aseo en la mansión de Escayola.
El general tuvo 15 hijos legítimos, pero se le adjudican unos 50 vástagos. Desposó a las tres hermanas Oliva Sghirla conforme iba enviudando; se casó con Clara, quien murió en 1871, luego con su hermana Blanca y, fallecida ésta, con María Lelia. Fue ella quien dio a luz a Carlitos, dice la tesis.
Pero la oveja negra de la familia fue producto de un amorío impuro, pues María Lelia era ahijada de Escayola, quien tuvo relaciones con ella cuando tenía apenas 13 años. Había que deshacerse de ese hijo porque las malas lenguas señalaban al general y cuchicheaban por lo bajo. El descarriado se fue en brazos de la fámula francesa y décadas después se convirtió en el artista rioplatense más importante de todos los tiempos.
De todo eso Cerito Escayola se enteró por los libros, porque en su casa Gardel era tema tabú. Confiesa:
“Mi viejo se ponía un gacho y decía ‘¡igualito al tío!’. Pero su madre, o sea mi abuela, se enojaba. Se escuchaba tango en casa, pero no se podía hablar de Gardel. Mi abuela, Blanca Luz Farías, falleció en 1974 a los 84 años. Un día le pregunté por Gardel y me contestó: ‘Esas no son cosas de niños’. También le pregunté a otra señora más mayor, vecina nuestra, Beba Calcagno de Ortiz, que murió hace una década con 103 años. Y también me cortó en seco.”
La presencia de Gardel en la vivienda de César es tan discreta como el orgullo de los tacuaremboenses por él: apenas un llavero con su rostro y en una pared un cuadro con la fachada del teatro Escayola que inauguró el coronel en 1891, luego fue cine y hoy es el local de “una secta”, como llama el dueño de casa a la Iglesia Universal del Reino de Dios. 
César Escayola tuvo una oportunidad más para sacarse la duda sobre el parentesco con El Mago. Cuando estudiaba magisterio en Montevideo compartió cuarto con su tío abuelo, Carlos Segundo Escayola, El Pato, hermano de su padre y último hijo legítimo del coronel. Una noche, bebiendo vino tinto y cuando el tío abuelo estaba algo alegre, le preguntó a bocajarro: “Abuelo, ¿qué hay de cierto de lo de Gardel?”. El Pato suspiró, hizo una pausa y le contestó: “Se va a contar esta historia cuando yo me muera, antes no”. 
Todos los gardelianos cuentan la anécdota que sigue vigente de generación en generación: El día que falleció Gardel en el accidente de avión en Medellín, el 24 de junio de 1935, su hermano Carlos Segundo entornó la puerta de la farmacia en señal de duelo. El Pato murió el 11 de noviembre de 1979, y a partir de 1980 comenzaron a acosar a Cerito Escayola con preguntas.
El jubilado cuenta en su casa de clase media, repleta de retratos familiares en las paredes, que le gusta el tango, sobre todo Jorge Valdés y Julio Sosa, un uruguayo indiscutido que también triunfó en Argentina. 
“Tacuarembó es muy especial –dice el último Escayola–. No es que sea apática, pero cómo decirlo… es callada, discreta. Sólo cuando se ponen a hablar con gente de afuera sale el tema de Gardel.”
–¿Usted siente algún orgullo por ser sobrino nieto de Gardel?
–Eso es personal. Prefiero guardármelo. 
En pos del mito
Carlos Arezo, exedil local y actual director de Cultura de la Intendencia Municipal de Tacuarembó, es un político del Partido Nacional que fue fan temprano de los Beatles hasta que en 1967 leyó Carlos Gardel, el gran desconocido, la primera investigación de Erasmo Silva Cabrera (quien firmaba Avlis, ver Proceso 1420 y 1494). Desde entonces abrazó la causa gardeliana como quien se aferra a un rencor.
Dice que, en su opinión, con los estudios siguientes de Nelson Bayardo y Eduardo Paysée González ya no quedaron dudas de su gen tacuaremboense; que el pasaporte hallado tras el accidente mortal en Colombia “lo decía bien clarito”, que él lideró una comisión pro-monumento al cantor y, por eso, desde 1995 hay en la entrada un busto en bronce de Gardel; que de puro localista decidió crear la Fundación Carlos Gardel y la Semana Gardeliana; que en cuestión de meses saldrá a la venta el libro Gardel: dignificando la verdad histórica, 50 años de investigación.
Y que decidió abrir el Museo Carlos Gardel en Valle Edén, a 22 kilómetros de Tacuarembó, a dos cuadras de la estancia Santa Blanca del general Escayola. (Ver recuadro).
Afirma que existe una calle Carlos Gardel, pero “la vamos a cambiar” porque está en un barrio de la periferia donde viven obreros en situación precaria.
Arezo, quien también conduce un programa de radio por las mañanas, lanzó la idea de rebautizar a la plaza Colón como Carlos Gardel, pero incluso con el apoyo del intendente Wilson Ezquerra no tuvo eco en la audiencia. Los oyentes comenzaron a llamar para rechazar la propuesta.
“Acá, como en el resto del país, hay 70% que cree en la tesis tacuaremboense y 30% que discrepa o tiene dudas”, estima Arezo.
En el barrio Ferrocarril, y como una ironía pergeñada por algún porteño, la calle comienza frente a la escuela República Argentina. En Gardel 51, Juan Ramírez está tomando un mate ya lavado una tarde de calor que se presta más para una cerveza helada. Ramírez tiene 75 años de vida y 57 de mozo en restaurantes y confiterías. En su trabajo muchas veces le tocó servir a gardelianos de saco y corbata que polemizaban por cómo promocionar mejor la marca Gardel en el departamento. Así nació, por ejemplo, el rostro de El Mago en la camiseta del equipo Tacuarembó Futbol Club.
“Hay un programa de tangos acá, pero no pasan a Gardel. A mí me gustan Goyeneche y Edmundo Rivero –dice–. Tengo la impresión de que a la gente no le va ni le viene el tema de Gardel.”
Como el escritor Horacio Quiroga en su Misiones, Gardel se volvió anécdota, algo muy parecido al olvido y, en los últimos años, conmemoración escolar. Lo homenajean los notables que quieren posicionar a este pueblo en el mapa mundial, alguna vez sitio escogido por los primeros charrúas nómadas, hoy recordados por cerros indígenas y por construir sus propios cementerios, patrimonios históricos de la humanidad. Como la voz de Gardel.
Para Richard García, el que se haya abierto el museo, darle la bienvenida a un visitante con el busto de Gardel e inventar una Semana Gardeliana tiene un único motivo: rivalizar con Argentina, que se apropió de la estrella (luego de formarla).
Tenía razón Moreira con el resentimiento a flor de piel de los lugareños con el “tacuaremboense inmortal” –como lo bautizó Arezo– para un sello oficial del Correo Nacional, que enojó mucho a los argentinos.
El hotel que lleva el nombre de El Mago es propiedad del doctor Álvaro Caruso. Lo inauguró el 11 de diciembre de 2003, día del aniversario del artista, e invirtió 1 millón de dólares en su apertura. Una mucama, Luisa, hace de guía por algunas de las 28 habitaciones y dos suites para exquisitos. Cada cuarto lleva el nombre de un tango de Gardel y está la letra de ese tango y una caricatura de El morocho del Abasto, como le conocen también. El bar se llama Gardel y ahí están las reproducciones de su partida de nacimiento y su pasaporte, entre otras fotos con aquella sonrisa inmaculada.  
En el restaurante del hotel los platos se cobran en pesos o en dólares. Está pensado, dice la chica a cargo, para extranjeros que van de paso a Brasil o Argentina y paran en Tacuarembó.
Y frente a la terminal de ómnibus Carlos Gardel de esta ciudad, Andrea Monzón, una morocha de ojos vivaces y 18 años, repite en entrevista lo que escribió en el formulario para ser candidata a “Pebeta de Gardel”: que le gusta el tango por sus letras, y que Gardel es la figura del departamento
***
El Museo GardelCésar Bianchi
VALLE EDÉN, URUGUAY.- Este poblado queda a 22 kilómetros de Tacuarembó. Para llegar hay que desviarse y seguir un camino sinuoso, escoltado por cerros y montañas. No hay cómo perderse: el museo está bien indicado con un cartel de madera tallada. Cuenta con cuatro piezas, y en todas se escucha la voz de El Mago.
La entrada cuesta apenas 20 pesos, un dólar. Adentro los grandes éxitos de El Zorzal Criollo terminan y vuelven a empezar, así todo el día. Se escuchan Por una cabeza, Volver… Por suerte la chica que vende los tickets es gardeliana, o se hizo a la fuerza para soportarlo.
En una sala hay una carreta de la época, un piano, una guitarra que le perteneció y un par de bustos de bronce y yeso. Dos salas tienen copias de documentos de su nacionalidad, su pasaporte chamuscado, el pedido de nacionalidad argentina, un montón de fotografías y un sinfín de portadas de diarios uruguayos, argentinos y colombianos.
Hay documentos de todo tipo: guitarras, pianos, fotografías de Gardel cuando niño, cuando novel cantante, cuando famoso. En una está con Chaplin en Europa, en otra con el célebre jockey uruguayo Irineo Leguisamo y su caballo Lunático, cuando bebé con Bertha Gardes. Hay decenas de diarios uruguayos, argentinos y colombianos. 
En otra pieza hay un minicine donde se proyectan alternadamente las películas en las que Gardel fue protagonista, y una última tiene una precaria oferta de llaveros, reproducciones de portadas de diarios informando la muerte del cantante, y mates como recuerdo del lugar. También hay mermeladas y dulces, que eran la perdición del cantante.
Una silueta recortada del propio Gardel –traje oscuro, camisa blanca, pañuelo haciendo tono– da la bienvenida al visitante, y detrás suyo hay una frase: “Nací aquí, en Tacuarembó, lo que por otra parte, es ocioso aclarar”, una suerte de confesión que se le atribuye publicada el 1 de octubre de 1933 en el diario local La Tribuna Popular.
Tres retratos de las hermanas Clara, Blanca y María Lelia Oliva Sghirla abren, como si fuera un relato cronológico, el museo. Luego le sigue uno con descripción del hombre que a todas las amó, en el sentido más carnal, a medida que fueron falleciendo: el coronel Carlos Escayola. 
Las fotos testimoniales y documentos que (se pretende) avalan la uruguayez del homenajeado, se suceden como vagones de un tren: Está la copia del certificado que sustituye a la partida de nacimiento, donde Gardel dice ser nacido en Tacuarembó el 11 de diciembre de 1887, “hijo de Carlos y María”; la carta de ciudadanía argentina tramitada el 7 de marzo de 1923, y el pasaporte hallado entre las cenizas de Medellín, aportado por el venezolano Juan Moreno Gómez, exembajador de su país en Uruguay. 
Hay otros documentos como la escritura de los terrenos de Gardel en Montevideo, donde el cantor –dicen– quería pasar sus últimos días. Fue en octubre de 1933 que el artista compró, según el certificado, tres lotes de terreno  en playa La Mulata, unos mil 800 metros cuadrados. Hoy, la llamada Casa de Gardel es un centro de rehabilitación integral para niños con problemas de desarrollo.
Abundan las portadas de diarios, sobre todo las que informaron de su fallecimiento. El matutino El Diario de Montevideo tituló el 25 de junio de 1935: “Una congoja embarga todos los corazones”. “No está más el intérprete auténtico de la musa popular. El espíritu rechaza la trágica realidad. Recordando a Gardel el pueblo vive horas dolorosas”, dice otro titular, acompañado de un dibujo que recrea el accidente fatal en la capital antioqueña.
Un pedacito de una entrevista del diario El Telégrafo de Paysandú, Uruguay, del 25 de octubre de 1933, reproduce el diálogo entre el cronista y el entrevistado, recién llegado:
“Anoche hablamos con Gardel. Recién llegaba y lo abordamos al subir por la escalera para subir a su pieza del hotel Nuevo. 
“–Muy buena muchachos, ¿Qué tal? ¿Cómo les va? ¿Un reportaje? Pero che, ya he dicho todo por ahí… Pongan cualquier cosa, lo que les parezca. De todos modos, les voy a cantar la misma milonga que a todos los demás.
“–No, aquí hay que decir otra cosa Carlitos (porque ya somos amigazos y nos tratamos así nomás).
“–Bueno, me someto. Pregunte la carilla esa.
“–¿Nacionalidad?
“–Un artista o un hombre de ciencias no tiene nacionalidad. Un cantor tampoco, es de todos, y sobre todo su patria es donde oye aplausos. Pero ya que insiste, uruguayo, nacido en Tacuarembó. ¡Y a ver si dejan de preguntar eso!”
Gardel lo retó y se fue. Aquel periodista de los treinta habrá pensado que con esa respuesta se terminaba la polémica. Pero no. 
Antes de la salida se escucha la canción Rencor, que remite al sentimiento del pueblo tacuaremboense hacia su supuesto hijo más consagrado. Y ya para terminar el recorrido, se escucha desde los parlantes colgados de las paredes de piedra: “Mi Buenos Aires queriiiiidooooo…”  l

1 comentario:

Jack Lupic dijo...

NO EXISTE la partida de nacimiento de Carlos Gardel en Tacuarembó. JAMÁS EXISTIERON los ficticios parientes, María y Carlos Gardel que el Zorzal había inventado en la falsa "Fe de Nacimiento Nº 10052 del 8 de octubre de 1920". TAMPOCO EXISTE constancia algúna del parentesco con Escayola, el invento del impresentable fabulador AVLIS con la increíble tardanza de 77 años después del nacimiento de Gardel. Lo mismo sucede con el invento de la INEXISTENTE escolaridad montevideana 118 años después del nacimiento del Mago.

Conclusión: UN INVENTO MONTADO SOBRE OTRO NO LE HACE URUGUAYO A CARLOS GARDEL. El resultado es el contrario: CON TODAS LAS PRUEBAS "DE LEY" A MANO, GARDEL ERA TAN FRANCÉS COMO LA MARSELLESA.

En una entrevista del diario El Telégrafo de Paysandú, Uruguay, del 25 de octubre de 1933 se reproduce el diálogo entre el cronista y Gardel, obviamente enojado por las preguntas sobre su nacionalidad, simplemente le respondió que les iba contar la misma historia de siempre que al resto del mundo:

“Anoche hablamos con Gardel. Recién llegaba y lo abordamos al subir por la escalera para subir a su pieza del Hotel Nuevo. "-Muy buena muchachos, ¿Cómo les va? ¿Un reportaje? Pero che, ya he dicho todo por ahí… Pongan cualquier cosa, lo que les parezca. De todos modos, les voy a cantar la misma milonga que a todos los demás".

http://www.gardelweb.com/la-misma-milonga.htm

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