09/
2/2014
Hace
cien años Benedicto XV, el Papa contra la “inútil masacre”
Hace
un siglo, el 3 de septiembre de 1914, con la guerra mundial inciada desde hacía
un mes, la elección de Papa Dalla Chiesa: intentará en vano parar el conflicto
ANDREA
TORNIELLI
Para Vatican Insider, 2 de septiembre de 2014
Desde
su primer discurso público como Pontífice después del cónclave que el 3 de
septiembre le había elegido sucesor de Pío X, el nuevo Papa Benedicto XV dió
inicio a su acción por la paz, en un intento de parar las hostilidades
convenciendo a las grandes potencias para que resolvieran las cuestiones pendientes
a través del diálogo y las negociaciones. En este sentido se dirigieron sus
primeras cuatro intervenciones públicas en tiempo de guerra. El 8 de septiembre
de 1914 Papa Dalla Chiesa “repetía la petición de su predecesor de rezar para
que la guerra terminase”, e invitaba a las potencias a dejar las armas. Un
apelo que no fue escuchado. A éste le siguió otro intento de persuasión moral,
el 1 de noviembre de 1914, con la encíclica Ad Beatissimi, en la cual Benedicto
XV denunciaba la situación general de barbarie cultural de la época: “la falta
de amor mutuo entre los hombres”, el bien material “hecho único objetivo de la
actividad del hombre” y los odios nacionalistas “llevados al paroxismo”. El
Papa culpaba de todo a la cultura positivista que exaltaba el odio, el
instinto, la lucha por la supervivencia.
Frente
a todo esto era necesario volver a los “principios del cristianismo”, porque la
exaltación del odio se sustituye con “el amor fraternal”. De aquí, un apelo a
los católicos para que se activaran en acciones humanitarias. Y una nueva
petición a las potencias beligerantes para que pusieran fin a la guerra y
encontraran “otras formas donde los derechos lesionados puedan encontrar la
razón”. También este segundo apelo fue ignorado. Una tercera invitación a dejar
las armas fue llevada a cabo en Navidad: Benedicto XV pidió un “alto el fuego”
de 24 horas para que se recordase el nacimiento del 'Príncipe de la paz'. Pero
los rusos y los franceses dijeron que no. El 10 de enero de 1915, Papa Della
Chiesa publicó su Oración por la paz, pero los obispos y el clero de Bélgica y
de Francia tergiversaron el verdadero significado, adaptándolo a los intereses
políticos y patrióticos de sus países.
También
esta exhortación fue ignorada, y el conflicto se expandió. Benedicto XV
entendió que era inútil insistir, y se empeñó más intensamente en el campo de
las ayudas humanitarias, pero sobre todo para ayudar a las víctimas del suceso
más atroz de la Primera Guerra Mundial: el holocausto de los cristianos armenos.
Una
de las acciones constantemente practicadas por la Santa Sede en tiempo de
guerra tiene que ver con el apoyo humanitario a todas las víctimas. Con el
decreto publicado en el Osservatore Romano del 2 de diciembre de 1914, la Santa
Sede comenzó muchísimas iniciativas humanitarias, a partir de la asistencia
material y espiritual de los prisioneros de guerra. Las visitas de los obispos
y el clero local en los campos de prisión fueron muy importantes: al Vaticano
llegaban constantemente informaciones sobre las condiciones de los detenidos.
La acción de pacificación de Benedicto XV contempló también las negociaciones
para pedir la repatriación o, en alternativa, mejorar las condiciones, con la
propuesta, primero, de curar a los prisioneros enfermos y, más tarde, del
intercambio de prisioneros enfermos y heridos. El Papa obtiene, por ejemplo, la
cesión de las deportaciones de los belgas por parte de los alemanes, gracias
sobre todo a la acción del nuncio en Munich, monseñor Giuseppe Aversa.
La
Obra de los Prisioneros, organización instituida en el Vaticano en la primavera
de 1915, tenía clasificados al final de la guerra, 600.000 sobres de
correspondencia, incluídas las 170.000 búsquedas de personas desaparecidas,
40.000 peticiones de ayuda para la repatriación de prisioneros de guerra
enfermos y la transmisión de 50.000 cartas “de” y “para” los prisioneros y sus
familais. Importantes obras de asistencia fueron llevadas a cabo en favor de
las poblaciones que se encontraban en las zonas de guerra o próximas, como
Lituania, Montenegro, Polonia, Siria, Líbano.
Se
llega por tanto al términe de la acción de Benedicto durante el conflicto, la
'Nota de Pace'. Entre la primavera y el verano de 1917, algunos intentos de
contacto entre las partes beligerantes, y el desarrollo de varios congresos
internacionales por la paz, dejaron entrever cualquier atisbo de esperanza. A
Benedicto XV le pareció el momento más propicio para una decisiva acción diplomática.
El
documento se componía de tres partes: en la primera, una visión retrospectiva y
un llamamiento a las precedentes exhortaciones de paz del Papa; en la segunda,
una invitación a los gobiernos para ponerse de acuerdo sobre los principios y
los puntos especificados; en la tercera, un apelo a modo de conclusión para
poner fin, a través de una negociación, a la “inútil masacre”.
Los
temas avanzados por Benedicto XV y sobre los que debían basarse las discusiones
de paz estaban divididos en siete puntos: libertad de los mares; limitación de
las armas; arbitraje internacional; retiro de Alemania de Francia; restauración
de la plena independencia política, militar y económica de Bélgica; la
devolución de las colonias alemanas de Inglaterra; renuncia mutua de las
indemnizaciones de guerra, con un examen de los problemas económicos
pendientes; examen de cuestiones territoriales pendientes relativos a Armenia,
Polonia, Rumanía, Serbia y Montenegro. En el documento, el espíritu de
conciliación prevalecía sobre la clásica distinción entre vencedores y
vencidos. Además, era la primera vez desde el incio de la guerra, que se
formulaban propuestas concretas para una negociación de paz.
Al menos
tres temas de la 'Nota de Paz' de 1917 fueron después desarrollados por los
sucesores de Benedicto XV. La limitación de las armas: el magisterio papal del
siglo XXI está rico de apelos al desarme recíproco. El arbitraje internacional,
realizado con poco éxito en 1919 con la Sociedad Naciones, se une al constante
apoyo pontificio a la ONU. Y finalmente, la recíproca renuncia a las
indemnizaciones de guerra se une a la insistencia de los Pontífices sobre una
paz justa, no de venganza, no de humillación para los adversarios, sino
respetuosa con los derechos de los vencidos. Una paz injusta implicaba el
presupuesto de una nueva guerra, por la voluntad de venganza del pueblo
humillado.
Los
cambios en los equilibrios internos de Alemania y su convicción de poder ganar
la guerra, la extensión del conflicto con la entrada de Estados Unidos, la
radicalización del odio recíproco, fueron algunas de las causas del fracaso de
la inciativa papal. Todas las potencias involucradas en el conflicto tuvieron
algo que decir a algunos de los puntos de la 'Nota'. El único que respondió
positivamente fue el emperador austriaco Carlos I. La paz de Versalles, firmada
al final del conflicto, fue la paz de los vencedores. “No era esta, no, la paz
que los pueblos se esperaban –se lee en el Osservatore Romano a propósito del
tratado-- que les había sido prometida para llevarlos hasta la masacre”. Y la
culpa era, según el Vaticano, de las “voces imperialistas, de las ambiciones
hegemónicas, de los egoísmos comerciales, del nacionalismo abrumador de los
vencedores”, mientras “débil e ignorada fue la voz de la humanidad”.
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