El
matrimonio entre China y Rusia/Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party, became the Conservative Party’s spokesman for Treasury affairs in the House of Lords, and was eventually forced out of the Conservative Party for his opposition to NATO’s intervention in Kosovo in 1999.
Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
Project
Syndicate | 23 de junio de 2015
Los
chinos, entre todos los pueblos, son los que tienen la mentalidad más
histórica. En su conquista del poder, Mao Zedong usó tácticas militares
derivadas de aquellas de Sun Tzu, quien vivió alrededor del año 500 a. de C.;
El confucianismo, que data de alrededor de la misma época, se mantiene en el
corazón del pensamiento social de China, a pesar de que Mao llevó a cabo
implacables intentos por suprimirlo.
Así
que cuando el presidente Xi Jinping lanzó su iniciativa llamada la “Nueva Ruta
de la Seda” en el año 2013, nadie debería haberse sorprendido por la referencia
histórica. La Comisión Estatal de Desarrollo y Reforma de China explica la
iniciativa de esta manera: “Hace más de dos milenios, los diligentes y
valientes pobladores de Eurasia exploraron y abrieron varias vías de
intercambio comercial y cultural que vincularon a las principales
civilizaciones de Asia, Europa y África; las generaciones posteriores
denominaron colectivamente a dichas vías como la Ruta de la Seda”. En China, a
menudo se recurre a antecedentes históricos para que coadyuven a una nueva
doctrina.
La
nueva doctrina es la “multipolaridad” – la noción de que el mundo está (o
debería estar) compuesto por varios polos de atracción que tengan sus propias
características. Esta doctrina se contrasta con la de un mundo “unipolar” (es
decir, un mundo dominado ya sea por Estados Unidos o el Occidente).
La
multipolaridad es un concepto político, pero conceptualiza algo más que las
relaciones de poder. Rechaza la noción de que exista solamente un tipo de
civilización ideal al que todos los países deben ajustarse. Las diferentes
regiones del mundo tienen diferentes historias, que han dado sus pueblos
diferentes ideas acerca de cómo vivir, gobernarse a sí mismos y ganarse el
sustento para la vida. Todas las historias son dignas de respeto: no existe un
camino “correcto” hacia el futuro.
Se
dice que Eurasia es un concepto cuyo momento ha regresado nuevamente. Una
investigación histórica reciente ha rescatado a la noción de la antigua Ruta de
la Seda, salvándola del olvido histórico. La difunta socióloga estadounidense
Janet Abu-Lughod identificó ocho “circuitos de intercambio comercial” ubicados
entre el noroeste de Europa y China que se traslapan entre sí; entre los siglos
XIII y XIV, dichos circuitos florecieron bajo los auspicios de la paz mongola.
Según
Abu-Lughod, el imperialismo occidental se superpuso sobre estos antiguos
circuitos, sin llegar a clausurarlos. El Islam continuó extendiéndose a través
de fronteras geográficas y políticas. Las migraciones provenientes de la India
y China no se detuvieron.
Hoy
en día, gracias a una coyuntura singular de acontecimientos económicos y
políticos, se ha creado una oportunidad para que Eurasia emerja de sus
adormilamientos históricos. En los últimos años, la auto-confianza de Occidente
fue apocada por la crisis financiera del período 2008-2009 y por las
catástrofes políticas en el Medio Oriente. Simultáneamente, los intereses de
China y Rusia, que son los dos constructores potenciales de Eurasia, parecen
haber convergido – al menos superficialmente.
La
motivación de China para la reactivación de la paz mongola es clara. Su modelo
de crecimiento, basado principalmente en la exportación de productos
manufacturados baratos hacia países desarrollados, se está quedando sin vapor.
El estancamiento secular, junto con un creciente sentimiento proteccionista,
amenazan a Occidente. Y, a pesar de que los líderes chinos saben que deben
reequilibrar la economía – mediante su reorientación desde el ámbito de la
inversión y exportaciones hacia el ámbito del consumo – también saben que al
hacer lo antedicho corren el riesgo de causar graves problemas políticos
internos para el Partido Comunista que se encuentra en función de gobierno. La
reorientación de las inversiones y exportaciones hacia Eurasia ofrece una
alternativa.
A
medida que los costos de mano de obra de China suben, la producción se
relocaliza, desplazándose desde las regiones costeras hacia las provincias
occidentales. La salida natural para esta producción se ubica a lo largo de la
Nueva Ruta de la Seda. El desarrollo de la ruta (en realidad el desarrollo de
varios “cinturones”, incluyéndose una ruta marítima meridional) requerirá
enormes inversiones en transporte e infraestructura urbana. Al igual que en el
siglo XIX, la reducción de los costos de transporte abrirá nuevos mercados para
el comercio.
Rusia
también tiene una motivación económica para desarrollar a Eurasia. Este país ha
fallado en cuanto a modernizar y diversificar su economía. Como resultado de
ello, Rusia continúa siendo, de manera predominantemente, un país exportador de
productos derivados del petróleo e importador de productos manufacturados.
China ofrece un mercado seguro y en expansión para las exportaciones rusas de
energía. Los grandes proyectos de transporte y de construcción, que son
necesarios para desarrollar el potencial económico de Eurasia, pudiesen ayudar
a que Rusia recupere el poderío industrial y de ingeniería que perdió con la
caída del comunismo.
Este
año Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kazajstán y Kirguistán se han unido para
formar la Unión Económica Euroasiática (UEE), una unión aduanera con un
componente de defensa. La UEE es vista por sus partidarios como un paso hacia
el restablecimiento de las antiguas fronteras soviéticas en la forma de una
unión económica y política voluntaria, que sigue el modelo de la UE – un
proyecto para quitar algo del sabor amargo que dejó la “victoria” de Occidente
en la Guerra Fría.
La
opinión oficial de Rusia indica que este país anhela que “la interpenetración e
integración de la UEE y del Cinturón Económico de Ruta de la Seda” conduzcan
hacia una “Gran Eurasia”, que pueda sostener un “una vecindad común, segura y
en constante desarrollo entre Rusia y China”. El 8 de mayo, Putin y Xi firmaron
un acuerdo en Moscú que prevé el establecimiento de instituciones políticas de
coordinación, fondos de inversión, bancos de desarrollo, regímenes de monedas y
sistemas financieros – todo esto con el fin de prestar servicios a una amplia
zona de libre comercio que irá a unir a China con Europa, el Medio Oriente y el
África.
¿Cuán
realista es este sueño? Ambos países, Rusia y China, se sienten “cercados” por
Estados Unidos y sus aliados. El objetivo anti-hegemónico de China, expresado
en su prosa casi inescrutable, es garantizar “la tolerancia entre las
civilizaciones” y el respeto por los “modos de desarrollo elegidos por los
diferentes países”.
Por
su parte, Putin, ha subido el tono su retórica anti-estadounidense – misma que
es mucho más explícita – a partir del momento que ocurrió la crisis de Ucrania,
ya que él ve a dicha crisis como un excelente ejemplo de la injerencia
occidental en los asuntos internos de Rusia. El incremento de los flujos de
comercio entre Rusia y China, junto con el fortalecimiento de la coordinación
política y de seguridad, irán a reducir la vulnerabilidad de los dos países
frente a la interferencia externa y enviarán una señal sobre el surgimiento de
un nuevo centro de poder mundial.
Se
puede considerar como un singular éxito de la habilidad política occidental el
hecho de que se logró acercar a dos antiguos rivales que competían por el poder
y la influencia en el Asia Central, llevándolos hasta el punto de que ellos
busquen, de manera conjunta, la exclusión del Occidente del desarrollo futuro de
la región. Estados Unidos, sobre todo, perdió oportunidades para integrar a
ambos países dentro de un sistema mundial único, al rechazar reformas del Fondo
Monetario Internacional que hubieran fortalecido la influencia de China en la
toma de decisiones, y al bloquear las propuestas de Rusia para ingresar como
miembro de la OTAN. Esto llevó a ambos países a buscar un futuro alternativo,
en mutua compañía.
Queda
aún por ver si su matrimonio de conveniencia dará o no lugar a una unión
duradera – o, tal como predice George Soros, se constituirá en una amenaza para
la paz mundial. Hay un problema obvio relativo a la esfera de influencia en
Kazajstán, y los chinos han estado exprimiendo a los rusos para obtener todo lo
posible en los acuerdos bilaterales. Por el momento, sin embargo, las reyertas
sobre la Nueva Ruta de la Seda parecen ser menos dolorosas para las dos
potencias en comparación a soportar los sermones de Occidente.
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