El impacto de la crisis fronteriza en la región/Javier Ciurlizza, director para América Latina International Crisis Group.
Crisis Group |8 de septiembre de 2015..
Las dificultades crecientes para resolver la crisis surgida en la
frontera entre Colombia y Venezuela muestran un fracaso preocupante de los
mecanismos regionales para resolver pacíficamente las controversias
internacionales. En los próximos días, todos los países de la región deberán
hacer un esfuerzo por encarrilar esta discusión, obligar a todos a guardar
calma, y proporcionar soluciones prácticas a la frontera entre Colombia y
Venezuela.
La votación en el Consejo Permanente de la Organización de Estados
Americanos (OEA), por la que se niega la posibilidad de una reunión de
cancilleres, dice mucho de la incapacidad del organismo regional para ser
relevante en los temas cruciales del hemisferio. Esta limitación no es casual,
y a ella han contribuido con entusiasmo muchos países de la región. El problema
es que no hay alternativa que tenga un mayor consenso. Tal es el caso de
Unasur. Si Brasil, Argentina y otros países pensaron que negando el debate en
la OEA se fortalecía la discusión en el ámbito estrictamente sudamericano, se
equivocaron. Colombia ha anunciado que no llevará el tema a Unasur.
Si se observa con detenimiento la distribución del voto en Washington,
surgen algunos elementos nuevos en la correlación de fuerzas en la región.
Hasta hace pocos años, el gobierno de Venezuela podía contar con un sólido
bloque de al menos 15 votos seguros en sus debates políticos. Hoy, esa
alineación se ha reducido a cinco. Los países del Caribe están por primera vez
divididos y la mayor parte decidió abstenerse. Antiguos simpatizantes del
régimen bolivariano, como Uruguay y El Salvador, ahora están en la otra orilla.
Otros países, como México, Chile y Perú expresan en su voto su disgusto por un
gobierno que antes exportaba ideología y hoy exporta su crisis económica y
social.
Las opciones para resolver el problema son limitadas, por las heridas
abiertas como consecuencia de la deportación de más de 1,000 colombianos y la
salida del país de otros 14,000. Pero además, el problema es que el ruido
ensordecedor que se oye desde Caracas (o desde Beijing) refleja más un interés
político interno que una sincera preocupación por la seguridad en la frontera,
un tema que por cierto es real y requiere medidas desde hace varios años.
Esto limita por el momento la primera de las opciones para resolver
controversias internacionales: la negociación directa. Es improbable que el
Presidente Santos acepte una reunión con el Presidente Maduro, como es
improbable que Venezuela tenga en mente proponer soluciones concretas,
incluyendo abrir la frontera, en el corto plazo.
Quedan entonces otras tres opciones: la conciliación, mediación o el
sometimiento de la controversia a un tercero –sea éste un árbitro o un tribunal
internacional–. Descartadas por ahora las intervenciones formales de la OEA o
Unasur, la opción podría ser pedirle a las Naciones Unidas que adelante
gestiones para acercar las posiciones y formular propuestas, que empiecen por
detener de inmediato las deportaciones sin procedimiento legal y garantizar los
derechos humanos de todos en la frontera. También las partes podrían considerar
pedirle a un tercero que facilite el acercamiento, llegando incluso a pedirle
que presente una propuesta, lo que lo convertiría en un mediador.
El Presidente de Panamá ha adelantado su interés por albergar una reunión
bilateral y facilitar ese acercamiento. El cálculo del Presidente Varela para
forzar una abstención del voto panameño en la OEA –cuando todos esperaban un
alineamiento con Bogotá– podría residir en su interés por resolver los dos
problemas internacionales más preocupantes que tiene entre manos: las
relaciones diplomáticas interrumpidas con Venezuela y la decisión de Colombia
de declarar al país del istmo como un paraíso fiscal, lo que afecta severamente
las inversiones en ese país. Es difícil anticipar si a Maduro y a Santos les
interesará un tercero con tantos intereses en juego.
Cualquiera sea el mecanismo que se escoja éste no podrá circunscribirse a
mejorar las relaciones diplomáticas entre dos estados. Las alegaciones versan
sobre violaciones de derechos fundamentales –incluyendo el anuncio hecho en
Bogotá de una denuncia contra el gobierno venezolano ante la Corte Penal
Internacional-. Los conciliadores o mediadores deberán hilar fino para
establecer en primer lugar una versión de los hechos que sea mínimamente
compartida y las víctimas de esta disputa deberán ser compensadas y sus
derechos restituidos.
Se acaba el tiempo para que el vecindario tome nota de que este es un
problema muy serio, que puede destruir la ilusión de que la región puede
resolver sus disputas sin usar otros medios que no sean la diplomacia.
Desafortunadamente, nos ha tocado un tiempo de liderazgos escasos en América
Latina.
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