19 may 2018

Chile; una Iglesia herida cobra conciencia

Chile; una Iglesia herida cobra conciencia
La clamorosa decisión de los 34 obispos de poner en las manos del Papa sus dimisiones abre una fase de renovación, que será larga y fatigosa
El Papa con los obispos chilenos
VATICAN INSIDER Pubblicato 19/05/2018
ANDREA TORNIELLI

Nunca en la historia de la Iglesia había pasado nada parecido: el episcopado de todo un país deja en manos del Papa su renuncia. Un gesto clamoroso e inédito, que representa la primera respuesta verdaderamente adecuada a la dramática situación. El escándalo de los abusos sexuales contra menores, de los abusos de conciencia, de poder, los encubrimientos, la incapacidad de darse cuenta de lo sucedido y de todo el descrédito que ha representado para la Iglesia. Todo ello llevó esta decisión necesaria. 

En el documento de diez cartillas escrito por el Papa, que los 34 obispos recibieron al llegar al Vaticano, Francisco no se comportó como un inquisidor, no salió a cazar culpables o chivos expiatorios. Fue a la raíz del problema, demostrando, con datos claros y gracias a la profunda investigación que condujo monseñor Scicluna, cuán arraigada está esta enfermedad estructural y sistémica. Por ello pudo afirmar que lo que se ha hecho hasta ahora para reparar el mal cometido «no ha servido mucho», tal vez «por querer dar vuelta la página demasiado rápido y no asumir las insondables ramificaciones de este mal; o porque no se tuvo el coraje para afrontar las responsabilidades, las omisiones, y especialmente las dinámicas que han permitido que las heridas se hicieran y se perpetuaran en el tiempo». 
  
Francisco recordó el pasado glorioso, profético, de la Iglesia chilena, que en los años setenta defendió al pueblo de la dictadura alzando valientemente la propia voz a favor de los más débiles. Pero después algo sucedió, cambió el centro alrededor del cual rotaba: «se volvió ella misma el centro de atención. Dejó de mirar y señalar al Señor para mirarse y ocuparse de sí misma». Entre líneas, se puede deducir el diagnóstico que ofrece el Papa en su documento: los pastores se alejaron del pueblo, se acercaron al poder, se convirtieron en una casta, con una «“psicología de elite”», con círculos cerrados, con espiritualidades narcisistas y autoritarias. En lugar de evangelizar, lo importante era sentirse especiales, diferentes de los demás: «Mesianismo, elitismos, clericalismos, son todos sinónimos de perversión en el ser eclesial; y también sinónimo de perversión es la pérdida de la sana conciencia de sabernos pertenecientes al santo Pueblo fiel de Dios que nos precede 
  
La enfermedad que le ha dado a la Iglesia chilena, fruto de décadas de nombramientos seleccionados según las pertenencias a determinados clubs, y grupúsculos eclesiales, y a sus referentes vaticanos, no desaparece en un abrir y cerrar de ojos, con una operación de maquillaje, con la renuncia de algún obispo. Requiere que se excave mucho más profundamente. Ha habido encubrimientos, los culpables de los abusos expulsados de una orden religiosa fueron acogidos en otras partes, en diócesis en donde fueron puestos nuevamente en contacto con niños y jóvenes. Las denuncias de las víctimas que valientemente derribaron el asfixiante muro de silencio que envolvía los crímenes del padre Fernando Karadima, fueron tildadas de «inverosímiles» por obispos, arzobispos y cardenales, porque Karadima era un «santo» y un gran formador de curas y obispos. Las víctimas fueron desacreditadas, alejadas, rechazadas, definidas «serpientes» en los intercambios epistolares de los cardenales. Y ha sido impresionante leer, poco antes del encuentro con el Papa, que todo esto llenaba las bocas de algunos de los protagonistas, incapaces de ver, incapaces de aceptar las propias culpas. Ese “mea culpa” que, por el contrario, ha hecho el Papa Francisco al pedir perdón por haberse equivocado en relación con el caso chileno. 

Con una Iglesia en la que se han verificado abusos de poder, en donde ha habido indebidas presiones contra los que estaban investigando para poder encubrir todo, en donde se han destruido documentos para impedir que las investigaciones prosiguieran y pudieran llegar a la verdad, el Papa Francisco no utilizó su «poder». No se presentó como un ángel exterminador, listo para fulminar a los culpables como “jefe” de la Iglesia universal. Propuso, por el contrario, a los 34 obispos chilenos un retiro espiritual, un camino de penitencia. Los puso frente a frente con sus responsabilidades, les abrió los ojos sobre el estado en el que se encuentra la Iglesia de Chile. En tres días, el episcopado chileno se dio cuenta de la situación finalmente y ha puesto al Papa en la condición llevar a cabo una renovación. 
  
«Hermanos –escribió Francisco–, no estamos aquí porque seamos mejores que nadie. Como les dije en Chile, estamos aquí con la conciencia de ser pecadores-perdonados o pecadores que quieren ser perdonados, pecadores con apertura penitencial». Nada de súper héroes. 
  
Una Iglesia que se preocupa solo por sí misma, por su buena reputación, que vive de sí misma, de su poder y de sus privilegios, y que no sabe estar cerca del pueblo. El caso de Chile se convierte en un caso emblemático para otras Iglesias, para otros episcopados, para otros países americanos y europeos. La actitud penitencial, de quien no se ponen en el pedestal y defiende lo indefendible, es un paso necesario en Chile y en cualquier otra parte del mundo. Las heridas solamente podrán cerrarse si la Iglesia chilena, además de poner en práctica las mejores acciones para tutelar a los menores y perseguir adecuadamente a los que se manchan con estos crímenes que destruyen el alma, vuelve a concentrarse nuevamente en lo que está fuera de sí misma y de su poder, volviendo a «mirar e indicar al Señor». 

  

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