La responsabilidad y la
popularidad/Fernando Henrique
Cardoso*
De tiempo en tiempo, los políticos y los medios se ocupan del tema del pacto nacional. El fantasma del pacto de la Moncloa ronda la imaginación, vacía de contenido. En la España posfranquista (en 1977), así como en Brasil después de la impugnación del presidente Collor, había condiciones e incluso la necesidad de un gran diálogo y un acuerdo entre las fuerzas sociales y políticas del país. En la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente, después de la frustración de la campaña por las elecciones directas, también hubo mucha discusión en torno del apoyo al Gobierno de Sarney, que heredó el cargo en condiciones difíciles. Baste decir que fue ese presidente el que, por primera vez, llamó a las corrientes comunistas, hasta entonces estigmatizadas, al diálogo en los palacios.
No es ése el caso de ahora. No hay crisis social, económica o institucional en el país. Hubo una elección en dos vueltas, y la mayoría absoluta reforzó la legitimidad presidencial; el Gobierno aparentemente dispone de amplia mayoría, por lo menos en la Cámara. La oposición no está pidiendo impugnación, pero tampoco nada la impulsa, en esas condiciones, a un entendimiento sin una pauta definida con el Gobierno. No se trata de idiosincrasias, ni de egos heridos o susceptibilidades personales, sino de integridad política y de convicciones.
Venimos, hace muy poco tiempo, de una campaña electoral en la que hubo intercambio de acusaciones, algunas graves, además de ironías, agudezas, etcétera. Hasta cierto punto, esto es la rutina de las disputas democráticas. Pero no hubo sólo eso. Hubo denuncias (y no acusaciones vagas) de compra de dossiers contra candidatos tucanos - del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB)- por parte de miembros de la campaña presidencial y de la campaña petista (del Partido de los Trabajadores) al Gobierno de São Paulo. Hubo distorsión sistemática y continua de la información, con objeto de perjudicar la imagen del PSDB y de alcanzar personalmente a un ex presidente. En fin, todo tipo de juegos bajos.
Durante la campaña, yo procuré limitar mis intervenciones a lo mínimo posible, a pesar de las continuas e innecesarias estocadas lulistas. Esto, en el plano personal, pasa. Y pasa rápido en virtud de las necesidades mayores del país.
Pero hay cosas que no pueden pasar: las denuncias de corrupción, nunca indagadas hasta el final (y no sólo las relativas al expediente), las distorsiones del inmenso esfuerzo colectivo hecho en los años noventa por el país para alcanzar la estabilidad y para volver a poner el Estado en condiciones de funcionamiento (inclusive con las privatizaciones que, de otro modo y por suerte, fueron mantenidas y nunca fueron reabiertas en el Gobierno de Lula). La campaña petista insistió en poner una cortina de humo en la conciencia del pueblo, lo que dificultó al país tomar rumbos consistentes y de largo plazo. También ocurrió que el PT puso a su disposición la maquinaria pública, siendo la denuncia más reciente el uso de los recursos de Petrobrás para fines partidistas. No obstante, además de las cuestiones morales, hay divergencias en el modo de encarar el país y su futuro. Son estas cuestiones, y no los circunloquios personales, las que impiden la aproximación de la oposición con el Gobierno. Aproximación que, en la forma en que surgió, más parece una propuesta de adhesión mediática que una invitación seria a discutir propuestas concretas para el bien del país. Me pregunto, a propósito, por qué este llamado al entendimiento no surgió en el 2003, después de la transición civilizada del Gobierno del PSDB para el de Lula.
Me causa malestar ver este rechazo a un llamado presidencial, juzgado por la atribución de intenciones menores: FH no acepta el consejo de ex presidentes por no querer sentarse con Collor o no querer conversar con Lula, por sufrir de un tipo agudo de dolor de codo provocado por la victoria del PT. Y por ahí peora. Esas evaluaciones extravían la cuestión principal, que es política: no hay función alguna para esta extraña práctica de un consejo de ex presidentes, surgidos de situaciones políticas divergentes, salvo la de dar la impresión de que todos estamos de acuerdo. Pero, ¿de acuerdo con qué si no se ha propuesto nada?
La responsabilidad del presidente Lula, después de la victoria, es otra, muy distinta de esa retórica de negociaciones sin sustancia. Comienza con la reorganización de su ministerio, para lo cual no necesita ni debe oír a la oposición. Y, en seguida, el trabajo con menos discursos para cumplir lo que prometió. ¿Este le impide al presidente, con una pauta definida, llamar a alguien, ex presidente o no, de oposición o independiente, para discutir con él alguna cuestión y probablemente obtener apoyo para sus puntos de vista?
Claro que no le impide. Suponiendo que efectivamente tenga y presente puntos de vista sobre temas concretos, a los cuales las oposiciones responderían con sus convicciones. A eso me refiero cuando digo que no es necesario ir a tomar un cafecito,pues lo necesario es saber cuáles son los rumbos, cuáles los senderos que seguir y si estamos o no de acuerdo con ellos. Pero hay una condición preliminar. Ya lo he dicho algunas veces y lo repito: el presidente Lula no perdió popularidad, pero sí perdió respeto. Necesita recuperar ese respeto para poder convocar a las oposiciones y entablar una conversación que no sea una ilusión. Eso pasa por el esclarecimiento de los desvíos de conducta ocurridos en su partido y en su Gobierno. A nadie de buena fe convence la actitud asumida hasta ahora, del no sabía nada, los chicos estaban locos, los errores del PT y así sucesivamente. No es verdad. Hubo delitos que deben ser aclarados y no encubiertos por las palabras presidenciales. Es una cuestión de decencia pero, más que eso, de transparencia democrática, que nada tiene que ver con la intransigencia oposicionista, los melindres personales o cosas similares.
El PSDB nunca faltó con el voto en las materias de interés nacional, como la reforma de la asistencia, las asociaciones público-privadas y otras. No faltará en el segundo mandato, ya que están en cuestión asuntos importantes para el pueblo y para el país. Pero no puede hacer de cuenta que todo va bien en la república. No puede fingir que lo que se dijo en la campaña era para engañar al electorado. En ese caso, traicionaría a sus electores y se desmoralizaría. El diálogo con el Gobierno o con el PT requiere que éstos vuelvan a proponer algo positivo para el país y que, al extender las manos, tengan no sólo el corazón, sino también el espíritu, con la disposición efectiva de convergencia, sin hechos tergiversados con fines publicitarios. Que propongan una conversación afilada y no buenas palabras.
*Fernando Henrique Cardoso es sociólogo y escritor; expresidente de Brasil (del 1 de enero de 1999 al 1 de enero de 2003).
Traducción: Jorge L. Gutiérrez
Tomado del periódico LA VANGUARDIA, 09/12/2006
No hay comentarios.:
Publicar un comentario