A Katherine R. Whitmore (1897-1982), la musa inspiradora de su trilogía poética: La Voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento.
La primera vez que se vieron fue en 1932, el erá su profesor, ella su alumna; la última en la primavera de 1951, en Northampton.
Había llegado el poeta a dar una conferencia. Katherine le aguardaba impaciente, albergando la esperanza de poder darle explicaciones. Su voz brotaba con dificultad y creía que sus palabras quedarían ahogadas en su garganta. Finalmente, lo consiguió y le preguntó:
-"¿No entiendes por qué tuvo que ser así?".
Pedro Salinas le miró con tristeza y contestó tajantemente:
-"No, la verdad es que no. Otra mujer, en tu lugar, se habría considerado muy afortunada".
¿El amor había muerto?
Poco tiempo después el poeta murió a la edad de 60 años.
Comparto una de las 353 cartas de amor de Pedro Salinas,
Pedro Salinas, Carta a Katherine Whitmore Madrid, 1 de agosto de 1932
(Manuscrita)
Desgarramiento. Una mujer, una Katherine, se queda allí, metida en aquel cajón de madera, entre seres desconocidos, frente a una noche triste e incógnita. Allí hay que dejarla. Fatalmente. Y la otra mujer, la otra Katherine, permanece invisible y presente a mi lado, se viene conmigo, alegremente colgada de mi brazo, mirándome en la mirada noble, pura y honda de siempre.
No, en la estación, en la despedida no hay una separación simple de ser con ser, no, cada uno de nosotros nos separamos no de la otra criatura querida sino también de aquella parte nuestra que ella quiere y que se va con ella.
¿Verdad que anoche tú no te has separado de mí, ni yo de ti? Más bien yo me he separado de mí mismo, eso siento, y tú de ti misma. Y tengo, anoche, hoy, la sensación de andar entre fantasmas y sombras, con alguien al lado, a quien no puedo estrechar, pero que vive en torno mío, y se me escapa cada vez que quiero cogerlo.
Sensación angustiosa y dulce a la vez, caricia desgarradora.
Además, qué pena anoche, aquellos momentos últimos, atropellados por la estupidez y el desorden.
¡Qué ira sentí contra toda aquella gentuza innoble, qué ganas de látigo, de echarlos a todos, de hacerte sitio, un gran sitio, un tren sólo para ti!
Al salir todos mis sentidos se complacían, ¿sabes en qué? En sentir en el bolsillo, junto al pecho, el bulto de tu carta.
¡Qué mentira eso de que el papel no pesa! Anoche el papel de tu carta me pesaba como la más hermosa y grave de las realidades.
Lo sentía allí, en el bolsillo, como una prueba material de que eras, de que habías existido. Porque, ¿sabes?, empecé a dudar. A dudar de todo, de tu realidad, de la mía, del mundo, de los días recientes…
Sólo el peso de tu carta en el bolsillo me servía de prenda, de prueba. Vivía yo en ese rectángulo de papel. Era el lugar más cierto del mundo. Y antes de poder abrirla, así, cerrada y en el bolsillo, tu carta era el puente con la vida, el sí que me daba la vida a la pregunta atormentada: «¿Soy? ¿Es? ¿Somos?». Sí, sí, sí. Todo, sí. Todo, sí, oye, todo sí.
Y luego en mi cuarto la leí. La he leído. La leeré. ¡Cuántas delicias! Primero la delicia de ir aprendiendo tu escritura, tu letra, de tropezar en una palabra y descifrarla, por fin. ¡Tu escritura, un modo más de ti, una manera más de vivir tú!
Primera carta tuya, en inglés. Júbilo, júbilo, alegría. ¡Sensación festival, inaugural, de promesa, de fiesta! No importa que toda tu carta esté teñida de una sombra de melancolía, tierna y suave.
Así debía ser, así. Pero por encima de esa melancolía, hay algo que me da un gozo sin límite. Esto. «You have taken away the cynicism which was growing upon me.» ¿Es posible? ¿Tendré yo la suerte de ser elegido para en un momento difícil de tu vida salvarte de algo?
¡Qué gran justificación, ya, de mi papel a tu lado, de mi compañía! Ya no es por egoísmo, por lo que debo seguirte a lo lejos en la vida, es por bien tuyo.
Soy capaz de serte espiritualmente útil. Y me preparo, ¿sabes?, ante esta espléndida tarea: ayudarte a vivir, arrancarte de las fuerzas negras, de los poderes sombríos que te amenazaban.
Y eso por ti, no por mí, ¿sabes?
¡Oh, si tú me hicieras ese favor, dejarme que te sirva!
Qué cosa más justa, que tú, que no imaginas tal entusiasmo por la vida, recojas, devuelto a través de mí, ese entusiasmo que es tuyo.
No, no, tú no has nacido ni para el escepticismo cínico, ni para la frivolidad desengañada, no. No te rindas nunca a eso. No te puedo imaginar paseando tu spleen, por terrazas de grandes hoteles, con cualquier ser insignificante. Nunca.
Cree en ti, cree en tu valor único, en tu distinción suprema, en la nobleza de tu alma. Y vive de ella.
Yo de lejos, de cerca, te ayudaré. Hasta que no me necesites más.
Y mira, no tengas temor, oye, de quitar a nadie nada, queriéndome, no. ¡Me lo dices tan delicadamente en tu carta!
No, yo no soy ni seré peor para nadie por ti, no. Lo que tú me pides, lo que yo te doy en nada atenta a lo que debo a los demás.
Tú en mí no serás nunca nada malo, nada que robe algo a alguien, no.
No tengas miedo. Seré cada día mejor.
Tú me has alumbrado una nueva riqueza y por eso lo que a ti te doy a nadie se lo quito. ¿Comprendes?
Nunca sufras por eso.
Eres pura, leal, clara. De ti sólo puede venir luz alta, luz de paraíso.
(Sin firma)
En los márgenes: Adiós. Perdona esta carta tan larga y esta letra tan mala. ¿Sabrás leerla? Pero aún me parece que te he escrito muy poco. Quiero más, más, más. Gracias, gracias, siempre. Viviré dándote gracias. Hasta mañana, ¿sabes?, hasta ahora, te escribiré.
¡Y le escribió 353 cartas, sin duda, todas fueron de amor!
***
Juan Malpartida publicó la siguiente reseña del libro: Cartas a Katherine Whitmore, de Pedro Salinas en la revista Letras Libres, edición de julio de 2002.
Cartas a Katherine Whitmore (1932-1947), edición y prólogo de Enric Bou, Tusquets, Barcelona, 2002, 406 pp.
EPISTOLARIO
EPISTOLARIO
La cara oculta de Pedro Salinas
No es fácil escribir sobre la correspondencia de Pedro Salinas con Katherine Whitmore. Aunque esta relación amorosa era conocida por algunos, entre ellos, y sobre todo, por Jorge Guillén, que fue amigo de ambos, nadie hasta ahora había leído estas cartas de Salinas dirigidas a quien fue el gran amor de su vida. Es casi inexistente cualquier tipo de mención a Whitmore en la correspondencia de los escritores españoles relacionados con Salinas. Y sin embargo, tras leer estas cuatrocientas páginas, a pesar de la dificultad para encajarlas en la biografía de Salinas con comprensión, hay algo que suscita pocas dudas: estuvo apasionadamente enamorado de esa mujer. Antes de cualquier intento de elucidación es necesario condensar algunos de los datos que nos aporta Enric Bou en su prólogo.
No es fácil escribir sobre la correspondencia de Pedro Salinas con Katherine Whitmore. Aunque esta relación amorosa era conocida por algunos, entre ellos, y sobre todo, por Jorge Guillén, que fue amigo de ambos, nadie hasta ahora había leído estas cartas de Salinas dirigidas a quien fue el gran amor de su vida. Es casi inexistente cualquier tipo de mención a Whitmore en la correspondencia de los escritores españoles relacionados con Salinas. Y sin embargo, tras leer estas cuatrocientas páginas, a pesar de la dificultad para encajarlas en la biografía de Salinas con comprensión, hay algo que suscita pocas dudas: estuvo apasionadamente enamorado de esa mujer. Antes de cualquier intento de elucidación es necesario condensar algunos de los datos que nos aporta Enric Bou en su prólogo.
Katherine Reding Whitmore nació en Kansas en 1897 (Salinas, en 1891) y murió en 1982. Hispanista, viajó a Madrid en el verano de 1932, momento en el que conoce al poeta, a cuyas clases sobre literatura en la Residencia de Estudiantes asistió. Posteriormente, tras una breve estancia en Santander en el verano del 33, pasó el curso 1934-1935 en Madrid. Fue en este periodo cuando la esposa de Salinas, Margarita Bonmatí (nacida en 1884), descubre la relación e intenta suicidarse. Salinas se establece en Estados Unidos en 1936. Tres años más tarde, Katherine se casa con Brewer Whitmore, un colega del Smith College (Massachussets), donde ella profesaba. El matrimonio no duró mucho, ya que Brewer falleció en un accidente de tráfico en 1943. Se han conservado 354 cartas, de las cuales 151 componen este volumen. En un apéndice se da a la luz un texto de Katherine R. Whitmore, fechado en Pasadena en junio de 1979, indispensable para penetrar en esta relación, aunque, a su vez, introduce nuevas complejidades.
Varios son los aspectos que pueden destacarse de estas cartas: el literario, el biográfico y el documento humano. En cuanto al primero, pueden extraerse párrafos y líneas de gran importancia, tanto por la agudeza como por su capacidad expresiva, en ocasiones superiores a las que encontramos en sus poemas amorosos de la época. Salinas, y en esto disiento tanto de Enric Bou como de la opinión más asentada entre críticos españoles, fue un poeta de hallazgos puntuales pero con poca capacidad para dar forma a un poema; además, los logros —esos versos que tantas veces se han citado— no tardan en caer en amplificaciones y fórmulas, cuando no en un prosaísmo desvitalizado y carente de ironía: poesía aguada. Sin embargo, Salinas fue un crítico valioso y, sobre todo, a mi juicio, un prosista inteligente, espléndido por momentos, de una curiosidad y gracia poco comunes. Muchas de las páginas de la Correspondencia con Jorge Guillén (1923-1951) y las Cartas de viaje (1912-1951), así como los escritos de El defensor, forman parte de lo más vivo e inteligente de su obra. Cuando ciertos críticos proclaman que el ciclo amoroso de Salinas que va de La voz a ti debida a Largo lamento contiene la poesía amorosa más importante de la lengua española del siglo XX, están diciendo que es tan importante como la mayor poesía amorosa occidental de ese mismo tiempo, lo que es, lamentablemente, mucho decir. Además, ¿qué importancia otorgan a la poesía amorosa de Pablo Neruda, Luis Cernuda y Octavio Paz? Dejemos este asunto para otro momento.
A partir de estas cartas, la biografía de Salinas se transforma copernicanamente. No es su mujer sino una "diosa blanca", en el sentido que Graves da a esta expresión, la que se convierte en el centro de su mundo. Sin duda se trató de una mujer real con la que, ocasionalmente, mantuvo relación íntima, pero fue algo más: una mediadora (aunque no un medio) que le abrió a Pedro Salinas las puertas de lo absoluto. Por otro lado, en el aspecto biográfico, el hecho de que Salinas, ese gran padre de familia y, por lo que conocíamos de su correspondencia, marido atento y comprensivo, hubiera estado, como confiesa en estas cartas —de una periodicidad diaria en largos trechos— obsesionado por la presencia de esta mujer casi siempre ausente, convierte su en apariencia idílica vida en otra cosa. Hay que recordar que su mujer, Margarita, siete años mayor que Salinas, intentó suicidarse, es decir: había llegado a una situación extrema de desesperación. Ignoramos cómo se restableció y en qué términos se mantuvo la relación del matrimonio, salvo que continuó hasta el final. Salinas no menciona, en la larga correspondencia con su gran amigo Guillén, este estado de ánimo, su desvelamiento amoroso; en definitiva, su gran secreto. ¿Desde cuándo lo sabía Guillén?
Finalmente, es un documento valioso porque se trata de una verdadera pasión amorosa expresada por un poeta. Enric Bou señala un cuarto aspecto: la información que ofrece sobre el proceso creativo de los libros que escribe en esa época: La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento. Desde el conocimiento de esta correspondencia, la relectura de los prólogos de la hispanista Solita Salinas, hija del poeta, son reveladores: es obvio que sabe muy bien que esos poemas estaban dirigidos a una persona que no era su madre, y sabía bien cuándo y hasta dónde se extendió dicha experiencia amorosa. Tal vez no debamos reprochárselo, pero hay que señalar al menos que no tuvo el valor de decirlo.
Quizás sea la carta del 7 de agosto de 1932 donde mejor se describe el enamoramiento: como las cosas en el crepúsculo, dubitativas y oscilantes, desprendiéndose de la dura realidad diurna, la pareja, al reconocerse, adentrada en el espacio de la noche, abandona la rigidez de los horarios y las normas, y se adentra en una realidad otra: "Los deberes del día, los nombres, los quehaceres, todo quedaba atrás, borrado, perdido como las líneas de la montaña, en la gran vaguedad nocturna ya no tenían esos dos seres nombres ni oficio, ni deberes, ni historia. Ya no estaban encerrados en sus límites infranqueables". Unos días después (30 de agosto) vuelve a esta misma veta: "La vida es entonces forma del deseo. Suspensión de la ley del día, de las normas de la luz y las medidas". Sin embargo, Katherine es para Salinas "La esencialmente relacionable. Tú me relacionas con todo". En la tensión que expresan las líneas citadas creo que se comprende la naturaleza del enamoramiento: es el eje de la analogía, o la hace posible de manera extrema, y al mismo tiempo pone fuego a las premisas y construcciones sociales, toda esa maquinaria que arrastra la luz del día. Katherine es para Pedro Salinas una luz nocturna, un ser único que se le ha revelado a él y que lo transforma, pero sólo en ese lado de la realidad. Katherine es un ser excepcional sólo visible por Salinas, y es la musa que hace posible su poesía, y así lo reitera cuando se refiere a poemas de esa época como de un producto de ambos ("me los manda, me los ordena una fuerza superior e irresistible, porque vienen de mi Katherine, son de ella y para ella"). Sin embargo, debido a su matrimonio (con hijos), Salinas no pone en juego su situación familiar y, a pesar de que Katherine, en un primer momento, desearía casarse con él, Salinas apuesta por vivir su amor como una realidad nocturna, mientras que su vida como marido, padre y catedrático formará parte del orden de la luz diurna, de lo que todos ven ("¡Si supieran mis compañeros de excursión que el Prof. Salinas está ahora escribiendo una carta como ésta!"). Que no se entienda que juzgo la elección de Salinas, sólo trato, en el espacio de esta nota, de comprenderla. Pero esta división, en la que el profesor, marido y padre de familia Pedro Salinas mantiene separado el orden de la realidad cotidiana y de los afectos controlables, del mundo de la pasión única, cuya realidad está más allá de lo deficitario y relativo, supone para el poeta una vivencia compleja que la define el verso de P. B. Shelley, perteneciente a su obra Epipsychidion, y que puso como epígrafe a La voz a ti debida: "Thou Wonder, and thou Beauty, and thou Terror!" Un mismo rostro se revela asombroso, bello y terrible. De la lectura de las cartas creo que se puede deducir que Salinas trató de mantener al terror dentro de la belleza y del asombro, es decir, en el cielo platónico de lo inmóvil. No está de más señalar, siquiera sea de pasada, que la rebeldía (tan presente en Cernuda y la exaltación del amor entre los surrealistas) no aparece en esta experiencia amorosa. Se trata de una transformación que opera en la intimidad, pero que no quiere tocar la estructura social de su vida.
Que Salinas estuvo plenamente enamorado de Whitmore es indudable. Una frase expresa, admirablemente, esta pasión: "Tú eres lo que me está pasando siempre" (28 de febrero de 1933). También pone en duda la sinceridad de Salinas para con su familia, rastreable comparando las cartas a su amante y las que escribe a su mujer en las mismas fechas. En la misma carta citada queda claro, al menos para ese momento: "Me sirve muy bien para disimular, sobre todo con la familia y los íntimos, mi trabajo, mis muchos quehaceres". La pasión de Salinas opera haciendo desaparecer toda actividad: intelectual, política, cotidiana, en beneficio de la relación amorosa, que se produce sobre todo, como señala acertadamente Bou, en la correspondencia epistolar misma. Esa ausencia de noticia temporal —por emplear una expresión cara a Antonio Machado— es claustrofóbica. De alguna carta se deduce que Katherine le pide que le hable de lo que hace, de su familia, de lo que lee, en definitiva, de lo de afuera, como al parecer ella misma hace en sus cartas; pero Salinas ha separado su enamoramiento del mundo de los otros, tanto que apenas es un guiño, una señal suscitada por esto o lo otro pero sólo para abstraerse inmediatamente y pasar a vivir en ese tiempo sin tiempo, en esa realidad sostenida "en vilo", como dice el propio Salinas. Es curioso que una persona tan observadora, con una curiosidad tan minuciosa, como pone de manifiesto el resto de su correspondencia, disipe todo ese mundo de cosas y relaciones en una realidad unitiva.
Pero es necesario que nos remitamos a esas pocas páginas que Katherine Whitmore dejó a la Houghton Library de la Universidad de Harvard. Se trata de un texto algo confuso pero revelador, escrito en el año 1979 (a los ochenta de la autora). En él, para lo que interesa a la línea de este artículo, Katherine confiesa su enamoramiento inicial, pero, sin darle del todo la razón a Leo Spitzer y a Ángel del Río, no se reconoce en los momentos "sumamente pasionales" de La voz a ti debida porque "implican una experiencia que no conocimos". No aclara si no la conocieron nunca o en ese periodo (unas líneas más adelante confiesa, sin embargo, que en el verano de 1933 "todavía estábamos enamoradísimos"), aunque si aceptamos que sabía bien lo que escribía y que está bien traducido, el verbo es claro: no dice no conocíamos (entonces), sino "no conocimos" (nunca). Pero es evidente que el amor no tuvo la misma dimensión para ambos y que la hispanista norteamericana se vio arrastrada, sobre todo a partir de 1934, por la pasión del poeta. "Mi querido Pedro, con su amor y su nostalgia, inventó verdaderamente su infinito", afirma. Con el intento de suicidio de su mujer, Katherine comprende que la relación ha llegado a su fin, pero "Él no veía en ello ningún motivo para separarnos [...]. Parecía no ver conflicto alguno entre su relación conmigo y con su familia". Aunque no creo que sea una explicación, sí es un punto de vista: es posible interpretar la relación con Margarita, su mujer, como una relación filio-materna, mientras que Katherine es verdaderamente la amante, y por lo tanto no debe haber conflicto entre ambas. Continuando con el relato de la amante, para ella la "ruptura fue definitiva cuando, en junio [1937] me marché de Nueva Inglaterra". En 1939 se casa con Brewer Whitmore ("lo que hice rebosante de felicidad"), del que toma el apellido (de nacimiento se llamaba Reding). Don Pedro sigue escribiéndole hasta que en 1943, a la muerte de Brewer, deja de hacerlo. Salinas vive en Puerto Rico y, al parecer, adujo que la censura de la época abría las cartas. "Las pocas veces que vi a Pedro desde su regreso de Puerto Rico, me pareció un extraño", recuerda Whitmore. En 1951 fue el último encuentro, en Northampton, adonde había ido Salinas a dar una conferencia. Pudieron hablar "unos minutos". Salinas no había aceptado ni entendido nunca que ella rompiera su relación. "'¿No entiendes por qué tuvo que ser así?' Me miró con tristeza y contestó: 'No, la verdad es que no. Otra mujer, en tu lugar, se habría considerado muy afortunada'". Creo que no es difícil aceptar que Salinas era ahora el profesor, con conciencia de su propia obra como poeta, y que había dejado de ser esa figura entusiasmada y fulgurante creada por el deseo que testimonia esta correspondencia. En 1951 ambos vieron a dos personas que se podían confundir en la muchedumbre: devastadas por la realidad.
***
Pedro Salinas
(Madrid, 1891 - Boston, 1951)
Poeta español, miembro de la Generación del 27, en la que destacó como poeta del amor. Profundo intelectual y humanista, Salinas estudió las carreras de derecho y de filosofía y letras. Fue lector de español en la Universidad de París entre 1914 y 1917, año en que se doctoró en letras.
En la década de 1920 comenzó una asidua colaboración con la Revista de Occidente y fue catedrático de lengua y literatura españolas en las universidades de Sevilla y Murcia. Trabajó como lector de español en Cambridge. Junto a Guillermo de Torre dirigió la revista Índice literario (1932-1936). En este último año emigró a Estados Unidos, donde se desempeñó como profesor en distintas universidades, y allí vivió hasta su muerte, salvo algunos períodos en que dictó clases en la Universidad de San Juan de Puerto Rico.
Poeta subjetivo, heredero de la tradición amorosa de Garcilaso de la Vega y de Gustavo Adolfo Bécquer, el gran tema de su poesía fue el amor, a través del cual matizó y recreó la realidad y los objetos.
En su producción se pueden distinguir tres etapas.
La primera, de poesía pura, influida por Juan Ramón Jiménez, abarca desde los inicios hasta 1931 (Presagios, 1924; Seguro azar, 1929 y Fábula y signo, 1931).
La segunda alcanza hasta 1939 y fue la de la poesía genuinamente amorosa, fruto de su apasionada relación con la profesora norteamericana Katherine Whitmore. En ella celebra el amor que da sentido al mundo; la amada es una criatura concreta, en un espacio cotidiano, con la que el poeta mantiene un coloquio continuo. El amor de su lírica no es atormentado y sufrido; es una fuerza prodigiosa que da sentido a la vida (La voz a ti debida, 1933; Razón de amor, 1936 y Largo lamento, 1939).
Las obras de esta etapa se nutren de una lírica en segunda persona, vocativa, dirigida a la imagen de la amada, envuelta en las circunstancias externas de la vida actual: relojes, teléfonos, playas, calles, publicidad, automóviles y calendarios aparecen en tal poesía cambiados y transfigurados. La mujer es vista en una perspectiva de proximidad, como una amiga que se convierte en amada al contemplarse reflejada en el "espejo ardiente" que el amor le ofrece. Tal actividad poética, en la que se utilizan elementos métricos muy tenues y leves (metros cortos, con asonancias de una gran flexibilidad, que subrayan el ritmo interno de las metáforas, las ideas y la fluida elocución), halla su mejor representación en La voz a ti debida, obra que ha influido profundamente en la poesía española.
La tercera etapa va de 1939 hasta su muerte. La poesía de estos años reflejó sus inquietudes filosóficas, y una preocupación por la función del poeta y del arte, ya que su espíritu humanista se rebeló ante el mundo moderno; pero no fue la suya una poesía meramente intelectualista, sino que se apoyó también en lo sensual, en una visión cósmica pero fuertemente emotiva. Tres libros componen la producción de este período: El contemplado (1946), Todo más claro y otros poemas (1949) y Confianza 1942-1944, 1955, recopilación de poemas sueltos publicada póstumamente.
Salinas escribió también numerosos ensayos críticos, entre los que destacan Jorge Manrique o tradición y originalidad (1947), La poesía de Rubén Darío (1947), El defensor (1948) y Ensayos de literatura hispánica (1958), relatos (El desnudo impecable y otras narraciones, 1951) y varias obras de teatro, la mayor parte todavía inéditas. En 2002 aparecieron finalmente las Cartas a Katherine Whitmore, un resumen de la copiosa correspondencia que intercambió con su amada, sobre todo entre 1932 y 1939.
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