Sin pena ni gloria/ Editorial
La reunión que congregó en Cartagena a 25 países de Centroamérica y el Caribe para discutir la cuestión de las drogas ilícitas terminó con un lánguido comunicado que poco contribuye a buscar soluciones serias a uno de los problemas más graves de la región.
Resultado previsible. La cumbre -en la que estuvieron los presidentes de México, Dominicana, Salvador, Guatemala, Panamá y Colombia- adoptó una declaración (y un plan de acción) que reitera lugares comunes: la necesidad de colaborar en la lucha contra el "Problema Mundial de las Drogas", la cooperación regional, la necesidad de observatorios nacionales de drogas, la responsabilidad compartida... La misma cantaleta de hace 10 años en el marco de una estrategia inspirada por Washington en la que el énfasis punitivo contra el productor y el consumidor de drogas sigue prevaleciendo sobre los aspectos de salud pública, prevención, educación, rehabilitación. Estrategia cuyo fracaso es evidente.
Lástima. Si hay una coyuntura para rediscutir cómo tratar el complejo problema de las drogas, es ahora. La cumbre de Cartagena se da en el marco de la evaluación de la política antinarcóticos que se está preparando para el año próximo, cuando se cumplen 10 años de la sesión extraordinaria de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre drogas de 1998. Entonces, se proclamó el objetivo de tener un mundo sin drogas para hoy. Luego de una década de fallida "guerra contra las drogas", los países que más padecen el fenómeno, como Colombia, México, Brasil, Venezuela y otros de los reunidos en Cartagena, harían bien en asumir que si desde esta región no se llama la atención sobre esta protuberante falla, nadie lo hará.
Además, la coyuntura electoral está mostrando que en Estados Unidos las drogas dejaron de ser preocupación central. El Congreso demócrata discute legalizar el porte de hasta 100 gramos de marihuana (mientras el Presidente de Colombia intenta por cuarta vez que aquí se penalice la "dosis mínima"). Hasta un entusiasta de la política punitiva, como Fernando Londoño, que hace un lustro proclamaba como Ministro del Interior que en el Putumayo no quedaba ni una hoja de coca, hoy reconoce, sorprendido, que los cultivos en Colombia aumentaron el 30 por ciento.
Por eso llama la atención que en Cartagena ni siquiera se haya aludido a la necesidad de revaluar una estrategia que ha costado decenas de miles de millones de dólares e infinidad de muertos y que no ha hecho mella significativa en el narcotráfico. Por el contrario, parece haber alimentado un negocio cuya rentabilidad se asocia a su ilegalidad.
En Estados Unidos se captura más gente por uso de marihuana que por todos los delitos violentos sumados (desde 1990 se han efectuado 11 millones de arrestos). Pese a los 6.000 millones de dólares del Plan Colombia y a más de un millón de hectáreas fumigadas, el país produce hoy 600 toneladas de coca y hay 99.000 hectáreas cultivadas.
La coca en E.U es más barata que en el 2000. El desarrollo alternativo es un fracaso. En Colombia o en Afganistán. El negocio sigue boyante y la violencia que conlleva está intacta, como lo muestra el rearme postparamilitar. México está siendo desangrado por el vórtice del narcotráfico. De Venezuela al África occidental, los narcos descubren nuevas rutas. En E.U. el consumo sigue intacto, y aumenta en Europa y en Suramérica.
¿Qué más hará falta para aceptar que es hora de replantear una estrategia fallida? Lo digno y racional sería que cumbres de los países afectados, como la de Cartagena, por lo menos lo insinuaran. Pero ni siquiera.
Resultado previsible. La cumbre -en la que estuvieron los presidentes de México, Dominicana, Salvador, Guatemala, Panamá y Colombia- adoptó una declaración (y un plan de acción) que reitera lugares comunes: la necesidad de colaborar en la lucha contra el "Problema Mundial de las Drogas", la cooperación regional, la necesidad de observatorios nacionales de drogas, la responsabilidad compartida... La misma cantaleta de hace 10 años en el marco de una estrategia inspirada por Washington en la que el énfasis punitivo contra el productor y el consumidor de drogas sigue prevaleciendo sobre los aspectos de salud pública, prevención, educación, rehabilitación. Estrategia cuyo fracaso es evidente.
Lástima. Si hay una coyuntura para rediscutir cómo tratar el complejo problema de las drogas, es ahora. La cumbre de Cartagena se da en el marco de la evaluación de la política antinarcóticos que se está preparando para el año próximo, cuando se cumplen 10 años de la sesión extraordinaria de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre drogas de 1998. Entonces, se proclamó el objetivo de tener un mundo sin drogas para hoy. Luego de una década de fallida "guerra contra las drogas", los países que más padecen el fenómeno, como Colombia, México, Brasil, Venezuela y otros de los reunidos en Cartagena, harían bien en asumir que si desde esta región no se llama la atención sobre esta protuberante falla, nadie lo hará.
Además, la coyuntura electoral está mostrando que en Estados Unidos las drogas dejaron de ser preocupación central. El Congreso demócrata discute legalizar el porte de hasta 100 gramos de marihuana (mientras el Presidente de Colombia intenta por cuarta vez que aquí se penalice la "dosis mínima"). Hasta un entusiasta de la política punitiva, como Fernando Londoño, que hace un lustro proclamaba como Ministro del Interior que en el Putumayo no quedaba ni una hoja de coca, hoy reconoce, sorprendido, que los cultivos en Colombia aumentaron el 30 por ciento.
Por eso llama la atención que en Cartagena ni siquiera se haya aludido a la necesidad de revaluar una estrategia que ha costado decenas de miles de millones de dólares e infinidad de muertos y que no ha hecho mella significativa en el narcotráfico. Por el contrario, parece haber alimentado un negocio cuya rentabilidad se asocia a su ilegalidad.
En Estados Unidos se captura más gente por uso de marihuana que por todos los delitos violentos sumados (desde 1990 se han efectuado 11 millones de arrestos). Pese a los 6.000 millones de dólares del Plan Colombia y a más de un millón de hectáreas fumigadas, el país produce hoy 600 toneladas de coca y hay 99.000 hectáreas cultivadas.
La coca en E.U es más barata que en el 2000. El desarrollo alternativo es un fracaso. En Colombia o en Afganistán. El negocio sigue boyante y la violencia que conlleva está intacta, como lo muestra el rearme postparamilitar. México está siendo desangrado por el vórtice del narcotráfico. De Venezuela al África occidental, los narcos descubren nuevas rutas. En E.U. el consumo sigue intacto, y aumenta en Europa y en Suramérica.
¿Qué más hará falta para aceptar que es hora de replantear una estrategia fallida? Lo digno y racional sería que cumbres de los países afectados, como la de Cartagena, por lo menos lo insinuaran. Pero ni siquiera.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario