15 jun 2008

El Clarín de Lissorgues

El Clarín de Lissorgues/Gregorio Morán
Publicado en LA VANGUARDIA, 14/06/2008;
Hay escritores que están pegados a nosotros sin necesidad de leerlos. Es posible que cada ciudad española, por pequeña que sea, tenga un escritor que ejerce de símbolo; una referencia tan social como cultural, en la que se buscan rasgos locales, pretensiones, ambiciones, incluso personajes que por el hecho de haber sido narrados en un libro han cobrado vida real, de los que nadie duda que han existido. Y hasta se trasmite, generación tras generación, la historia de aquella bisabuela vecina de Fortunata y de Jacinta, o del pariente que viajó en coche de posta con el marqués de Bradomín, o que asistió a unos ejercicios espirituales con la Tía Tula o compartió palco del Liceo con algún Rius.
Sin embargo, el caso de Clarín y Oviedo es particular, porque aún hoy, pasados algo más de cien años de su muerte, la ciudad puede ser Vetusta, y nadie se irrita por ello, pero que el personaje principal sea La Regenta hace chirriar las bielas atoradas de muchas inteligencias. En mi infancia nunca conocí a nadie que citara a la Regenta, ni como viva ni como muerta ni como personaje literario. A Clarín sí, y mal, pero a la Regenta nunca, ni siquiera mal.
Es verdad que hay un gozo ciudadano, muy grandón,que dirían en Asturias, al considerar a Clarín como asturiano egregio y voluntario, lo cual tiene su mérito por más que hubiera nacido en Zamora - podrían haberlo hecho igualmente en Guadalajara o en otros lugares donde su padre ejerció de gobernador itinerante a las órdenes del talentoso muñidor electoral Posada Herrera-.
La ciudad nunca amó a Clarín y Clarín nunca amó a la ciudad. Es verdad que fue concejal desganado y visitante asiduo del Casino y catedrático de aquella universidad - entonces la más pequeña de España; sólo se hacía Derecho-y donde la suerte hizo caer a eminentes figuras de la cultura española fin de siglo. Pero lo cierto es que Clarín detestaba a Oviedo y Oviedo detestó a Clarín. Un puñado de amigos no significa el respeto de una ciudad.
Habrá que esperar a otra ocasión para contar las particularidades de Oviedo en su relación con los diversos escritores que la habitaron, mayores o menores, famosos ayer y olvidados hoy, desde Pérez de Ayala a Dolores Medio, sin olvidar a Martín Vigil, precursor de los best sellers, en aquel Oviedo oscuro de los primeros años sesenta. Hoy toca Clarín, un personaje al que llevo años dándole vueltas y que aún no logro aprehender en su complejidad humana. Preciso lo de humano y no lo de intelectual, porque intelectualmente Clarín está diseccionado ya. De él se puede hacer una rigurosa autopsia intelectual gracias al libro recién publicado por el hispanista Yvan Lissorgues, de la Universidad de Toulouse. De sus pasiones radicales a su conservadurismo templado de la edad madura, conservando siempre dos ejes centrales de su pensamiento: el cristianismo y el republicanismo. Siempre fue un cristiano sin iglesia, heredero de la Institución Libre de Enseñanza, y un republicano sin partido, por más que siguiera sin demasiada fortuna y en ocasiones de manera patética a su héroe, don Emilio Castelar, en sus rigodones políticos.
Hay que atarse los machos para elogiar e incluso animar a leer un libro como el que ha construido, digo bien, construido, Yvan Lissorgues, un hispanista de izquierdas. Sería bonito que alguien hiciera un trabajo explicando, si es posible explicarlo, por qué la mayoría de los hispanistas franceses son de izquierdas y la mayoría de los hispanistas ingleses de derechas, y por favor, olvídense de esa estupidez de que en los estudiosos no hay derechas ni izquierdas sino rigor; no se lo crean, si hay oportunidad en otra ocasión se lo cuento con ejemplos prácticos para su uso. Lissorgues ha publicado su peculiar biografía de Clarín en una editorial local - Nobel- en un volumen de 1.100 páginas. ¿Quién en un suplemento cultural al uso podría hacer una reseña del libro de Lissorgues, con tantas páginas y sin la imprescindible ayuda de unas solapas exuberantes, esos salvavidas de la cultura mediática?
La peculiaridad del tenaz y soberbio trabajo de Lissorgues exige una explicación previa. Leopoldo Alas Clarín es en muchos aspectos un enigma. Murió en junio de 1901 y ni siquiera está muy claro si falleció de un cáncer de colon o de una tuberculosis intestinal que pudo contagiarle su esposa, la cojita Onofre - vaya personaje esta señora, intuyo, porque de ella no sabemos nada de nada, fuera de que padecía tuberculosis ósea, que tocaba el piano y que era de familia terrateniente, a la que debió corresponderle muy poco porque Clarín trabajó toda la vida como un penado, obsesionado por los garbanzos de sus tres hijos-. Pero hay algo en Clarín que le distingue de todos, digo bien, de todos los escritores españoles de su época. La sensibilidad femenina. Nadie escribió sobre el erotismo femenino con la seguridad de Clarín, del que no consta que conociera mujer salvo a su Onofrina.Pardo Bazán, por ejemplo, escritora voraz y pechugona insaciable, no acertó nunca a abordar con profundidad éste, que era su mundo; hoy sabemos que en sus cartas pasionales, muchas de las cuales se han perdido ¡cómo no, por la familia Franco en su pazo de Meirás!, que llamaba a su amante Galdós cosas tiernas y algo cursis, como pocholito y pichón,y algunas otras de más grueso calibre. Pero era en la intimidad. La Regenta es un caso único en la literatura española, por el retrato íntimo de una mujer. Y está escrito en 1885 y en estado de gracia. Con razón y sin ápice de soberbia pudo escribir a su amigo Pepe Quevedo, “¡si vieras qué emoción tan extraña la de terminar a los 33 años una obra de arte!”.
La única biografía de Clarín con aspiración de tal la hizo un hombre que había conocido a la familia y que escribía bien, un notable periodista, Juan Antonio Cabezas. Pero tuvo la mala fortuna de publicar su libro en los primeros días de julio de 1936 y estalló la guerra y el volumen corrió por tan tortuosos caminos que acabó siendo una rareza bibliográfica de la que el autor hubo poco menos que abjurar para sobrevivir.
Clarín desde su muerte en 1901 hasta fecha muy reciente fue un escritor oculto. La primera edición asequible de La Regenta,tras la muerte del autor, se hace en los años sesenta. Fue un éxito. Es cierto que hombres como Sergio Besser, desde Barcelona, deben ser reconocidos como auténticos pioneros en el redescubrimiento de Clarín, porque curiosamente habría de ser Barcelona el lugar donde más éxito llegó a tener tanto el escritor Clarín como el efímero autor teatral, vitoreado por cierto en La Vanguardia,cuando estrenó aquí su Teresa.La monumental obra de Lissorgues no es una biografía convencional, sino algo que prepara el terreno para que algún alma inquieta pueda al fin ponerse a la tarea de desentrañar el arcano de Clarín. Lissorgues reconstruye la trayectoria de Leopoldo Alas como persona, como periodista, como escritor, utilizando sus propias palabras.
Una reconstrucción minuciosa de Clarín a partir de Clarín mismo, de ahí el título de la obra, Clarín, en sus palabras (1852-1901),un auténtico acontecimiento cultural. El acercamiento más completo que hasta el día de hoy se ha hecho sobre la obra del más importante escritor español del siglo XIX, opinión que estaría dispuesto a discutir con quien, después de leer La Regenta,haya abordado esa otra novelita excepcional y poco frecuentada que es Su único hijo.Y sus cuentos, y su espasmódica producción periodística, imprescindible para seguir el pálpito de aquella monstruosa fantasmagoría que se llamó la Restauración.
Confieso que el personaje Clarín me desazona; no sólo por sus contradicciones, por su pusilanimidad mezclada con ese rasgo retador de los tímidos, por su cinismo en ocasiones, sino también por lo que no aparece, por lo que apunta Lissorgues con extraordinaria clarividencia. Frente a tantos radicales de pacotilla, con sus actitudes de desdén hacia los jóvenes y ese defecto tan típico de todos los hombres de pluma, que sobrevaloramos a quienes nos elogian, con todo eso hay en Clarín una coherencia de persona digna, miedosa, apocada. Esa duplicidad que sólo consiente la literatura. Ser un temerario en la pluma y un calzonazos en la vida.

Los 37 lectores de Borges

Los 37 lectores de Borges/Juan Cruz
Publicado en EL PAÍS, 14/06/2008;
Hay un libro, Los nuestros, de Luis Harss, que la Editorial Sudamericana publicó en 1966, después de que apareciera en inglés, y que ahora se lee como una foto fija de lo que luego se llamó el boom de la literatura iberoamericana; y leyendo esa foto fija uno se da cuenta de hasta qué punto el aparente interés español por la literatura iberoamericana es una impostura. En España de la leche interesa la nata; el resto lo tiramos, así nos hemos pasado la vida tirando lo que hay debajo -o encima- del boom; si ya conocemos el boom, para qué seguir leyendo.
Sobre el boom hay un malentendido histórico; ha terminado presentándose como un lanzamiento comercial de unos tipos -básicamente, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar- ágilmente agitados por una agente literaria, Carmen Balcells, en un contexto propicio para su penetración imparable. Y el boom fue mucho más: ellos y muchos más. Sigue siendo: el boom sigue existiendo, tratamos de taparlo con un dedo. El dedo español.
Así, poniéndole el dedo o el circulito comercial del boom al momento literario que representaban esos escritores en aquel tiempo, el fenómeno se podía vender como eso, como un fenómeno, y, más aún, como un epifenómeno; y luego se podía parar. No se paró, pero tuvo sus contratiempos. Los tiene aún; los tienen sus herederos.
De hecho, casi treinta años más tarde, a principios de los noventa, la literatura iberoamericana era incapaz de arañar presencia en la estantería o en los medios españoles. Siguieron marcando su rumbo los escritores de aquel cuarteto, pero no tanto: unos años después de muerto el autor de Rayuela, escuché decir a un editor que para divulgar a Cortázar -de nuevo- había que traducirlo al castellano; y para vergüenza de aquel tiempo, y de esas opiniones, se podía traducir, sólo para verificar todo lo que inventó Cortázar para hacer más grande el castellano.
Siguió el cuarteto de los jóvenes del boom pero poco a poco España le fue poniendo su proa a la literatura hecha en Iberoamérica, y aquellos años 90 fueron testigos de la impostura. Con las excepciones que tiene cualquier regla, a los autores de la otra orilla, a pesar de ser miembros del territorio de La Mancha del que habla Carlos Fuentes, se les puso la proa española; eran demasiados, venían demasiado, no había sitio para tanta gente. Fue la época en que se instituyó el término sudaca, por cierto.
En aquel libro de Harss aparecían también, eran parte de la misma época, Borges, Asturias, Onetti, Guimarães Rosa, Carpentier, Rulfo, que ya iban camino de hacerse clásicos. Acaso porque ya iban siendo importantes, en seguida se les desprendió del fenómeno, a la espera acaso de que el boom fuera flor perecedera y un día aquel cuarteto de chiquillos -Vargas Llosa tenía 27 años cuando Harss le visitó para hablar de su naciente obra literaria, un adivino; Gabo y Fuentes no habían cumplido aún los cuarenta- se diluyera para dejar reluciente o solitaria la sagrada patena de la literatura de nuestro terruño.
Pero, claro, aquello fue imparable, como una presa desbocada. No era extraño, dijo Borges, precisamente en ese libro: la literatura iberoamericana que ellos representaban bebía de más tradiciones que cualquier otra literatura, española, europea, mundial, estaba en mejores condiciones para hacerse imparable, eso decía él. Claro, Borges se refería sobre todo a la tradición francesa, que equipó de diversidad y de una cultura diferente la imaginación de sus paisanos; orgulloso e indiferente, esto dijo, además, el sabio ciego y polémico: “Cuando hay una renovación literaria, esa renovación viene de América, y desde luego bajo el influjo de los franceses, más leídos y mejor leídos en América que en España”.
El río no cesaba. A aquella literatura diversa, pletórica, se iban adhiriendo, casi contemporáneamente a aquel 1966 que retrató Luis Harss, gente como Guillermo Cabrera Infante, José Donoso, Mario Benedetti, Roa Bastos, Alfredo Bryce Echenique, Manuel Puig, Manuel Mujica Lainez y tantos otros que convirtieron en una alineación de muchísimos jugadores aquel equipo consagrado en 1966, el momento más álgido del dichoso -que no desdichado- boom de la literatura iberoamericana.
Más de cuarenta años después, aquella incursión de la armada del boom y de los parientes del boom no ha logrado sino consolidar lo que ya hubo; sigue habiendo las mismas dificultades de siempre para que venga lo nuevo, que es numerosísimo e importantísimo, y los autores a los que no conoce ni Dios (esa frase con la que se cierra la puerta al conocimiento de lo nuevo, hasta que obtiene premio, o castigo) pasan por las ferias y los saraos sin otra gloria que su pena.
En su libro Historia de un encargo: ‘La catira’ de Camilo José Cela (Anagrama), el editor y escritor Gustavo Guerrero recoge una frase de su colega mexicano Ricardo Cayuela (editor de Letras Libres) que ilustra la rabia que sigue produciendo allá este desdén de acá: “Las autoridades españolas”, decía Cayuela en 2003, “festejan la lengua, la promueven, presumen de ella en todos los foros y ámbitos internacionales y, al mismo tiempo, no tienen ningún interés por conocer a los hablantes de esa lengua ni les interesa lo que escriben o lo que hacen”.
Suena fuerte, o sea que es verdadero. Ahora estamos cerca del bicentenario de las independencias, y en el prólogo de esa efeméride, la Feria del Libro de Madrid ha tenido la feliz ocurrencia de celebrar la literatura iberoamericana. Una feliz idea que pasa por Madrid como un homenaje y también como un espejismo. Los escritores han venido, a veces han dialogado entre ellos mismos, se han juntado en instituciones latinoamericanas, o casi, se han escuchado hablar de lo que les junta sin tener delante, muchas veces, a aquellos que se supone que son de su misma cultura y de su misma lengua (la lengua común que nos separa, que dijo Bernard Shaw, también citado por Guerrero); ni los medios ni el público han sabido demasiado de lo que quieren, de lo que hacen, de lo que escriben, de lo que añoran o de lo que rompen.
La gente espera a que el hielo se caliente para tocarlo; dentro de algún tiempo los que ahora han visto, indiferentes, como los autores iberoamericanos que ya no son sino los nietos del boom regresan coronados, y entonces querrán tocarlos, serán materia de fama y de tertulias.
Serán, acaso, como aquel Borges de sus inicios, y aún más allá, que le contaba a Harss su fascinación cuando supo que 37 personas -¡37!- habían comprado en un año su Historia de la eternidad. “Yo tenía ganas de buscar a esas 37 personas, agradecerles, pedirles disculpas por lo malo que era el libro”.
Ahora por España pasan y han pasado numerosos escritores iberoamericanos que a lo mejor han vendido 37 libros, o menos, se han encontrado con 37 lectores, o menos, y esos 37 testigos de lo que hacen algún día le podrán decir: “Fui yo uno de los 37″. Y alrededor, acaso, habrá multitudes de los que ahora les han visto pasar, indiferentes.

Hoy es el recorrido de "La novia de Culiacán"

Guadalupe Leyva, o mejor conocida como «Lupita, la novia de Culiacán» es una leyendas de de la capital del estado.  Este domingo 22 de dicie...