4 ago 2013

1913-2013: ¿qué habría pasado si…?


1913-2013: ¿qué habría pasado si…? / Walter Laqueur, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa.
Publicado en La Vanguardia | 2 y 4 de agosto de 2013
1913-2013 (1)
El verano de 1913 fue el último verano en paz en la mayor parte de Europa durante años; algunos dirían que hasta 1919, otros mencionarían 1945 o incluso 1989. Fue el último verano en el que no hubo guerra ni amenaza de guerra en Europa. El centenario se celebra y se publican libros sobre 1913; muchos más están en camino. No fue un año totalmente pacífico. Hubo las dos guerras de los Balcanes en las que Bulgaria, que tomó la iniciativa, perdió al fin. Los historiadores militares debaten si 1913 fue testigo del comienzo de la guerra aérea cuando los búlgaros lanzaron unas cuantas bombas sobre Adrianópolis o si esto sucedió un año antes, cuando un teniente italiano lanzó cuatro granadas de mano desde un avión sobre los turcos en Libia. En ninguno de ambos casos hubo grandes daños. El mismo año hubo también terrorismo, de nuevo principalmente en los Balcanes; el rey de Grecia fue asesinado como también algunos ministros y dirigentes políticos. Pero, en general, fue un año tranquilo y, si bien diversos poetas y pintores abrigaban terribles presentimientos, tal percepción se limitaba básicamente a artistas y escritores. Ni los estadistas ni el hombre de la calle compartían temores; como siempre, con notables excepciones.

No había habido ninguna guerra importante en Europa desde hacía más de cuarenta años. Sin embargo, se celebraron dos conferencias en La Haya para proscribir la guerra. Norman Angell, conocido comentarista inglés, escribió un libro muy leído ( La gran ilusión) en el que argumentó de modo persuasivo que la guerra se había vuelto imposible en Europa debido al elevado grado de integración de las economías europeas. Debe admitirse que hubo voces disidentes. Ivan Bloch, financiero y hombre de negocios de Varsovia, (parte entonces del imperio ruso) publicó un libro en el que sostenía igualmente de modo persuasivo que la guerra había cambiado mucho debido al progreso tecnológico aunque no era, en absoluto, imposible. Bloch fue leído por los expertos, pero el mensaje de Norman Angell tuvo un público mucho más amplio porque la gente quería creer que él estaba en lo cierto. Los numerosos libros publicados alrededor de 1913 tratan principalmente de Europa; China, India, incluso Estados Unidos apenas figuran. Tal vez con razón, porque Europa en 1913 era el centro político, cultural y económico del mundo. Londres, París y Berlín eran las mayores ciudades del mundo.
Todos los descubrimientos importantes se hacían en Europa, las universidades fuera de Europa no contaban. El premio Nobel 1913 de literatura fue para el bengalí Rabindranath Tagore, pero fue una rara excepción. Y, 1913 fue un año récord en lo que respecta al turismo; Berlín tuvo un millón de visitantes más que París. Los visitantes europeos comenzaron a presentarse en número importante en Estados Unidos a pesar de que era más caro… Según las guías de viaje había que gastar cada día hasta diez dólares por la comida, el alojamiento, el transporte. Una habitación en un hotel de primera clase de Nueva York era cara, entre dos y tres dólares.
¿Qué hacían las principales figuras de 1943 en 1913? Winston Churchill y Franklin Roosevelt ya habían avanzado notablemente en sus respectivas carreras políticas. Churchill era primer lord del almirantazgo (ministro de Marina) y Roosevelt subsecretario (ministro) de la Marina estadounidense. La Marina de EE.UU. era pequeña, la del Reino Unido mayor y en proceso de expansión, en competición con los alemanes, implicados en un programa naval a gran escala…
Los historiadores han comprobado que Hitler y Stalin estaban en Viena en septiembre de 1913, paseaban (pero no juntos) en el pequeño bosque frente al palacio imperial de Schönbrunn. Pero Stalin no era todavía un líder, sino sólo uno de los muchos revolucionarios profesionales de segundo orden. Mussolini era también un revolucionario profesional que dirigía un semanario llamado Lotta di Classe. Hitler no estaba todavía en política, sino que pintaba escenas callejeras. Como no tuvo mucho éxito en Viena estaba a punto de trasladarse a Munich. De Gaulle era un joven teniente del ejército en 1913 que servía en la ciudad provincial de Arras. Por extraña coincidencia, el jefe de su regimiento se llamaba Philip Pétain, el futuro mariscal de Francia y colaborador con los alemanes.
En el plano cultural, 1913 fue más importante que en el político. Las primeras grandes exposiciones de arte moderno tuvieron lugar en París y Nueva York, Colonia y Dusseldorf. La Mona Lisa de Leonardo, robada dos años antes, se devolvió al Louvre (se había sospechado de Picasso, pero esto era totalmente falso). La Consagración de la Primavera de Stravinsky se interpretó por primera vez en París: causó un alboroto. Prada abrió su primera tienda de venta de artículos de moda en Milán y Charlie Chaplin obtuvo su primer contrato para una película. James Joyce y Kafka estuvieron en Trieste el mismo mes de 1913, como los historiadores determinan, bebiendo un capuchino, pero nunca se encontraron. 1913 fue el año antes del estallido de la guerra ¿Debería ser una advertencia? Apenas, porque las diferencias con el 2013 son abrumadoras. Europa ya no es el centro del mundo. En 1913 toda Europa libraba una carrera armamentista; en 2013, los presupuestos militares se han reducido una y otra vez en tanto que los ejércitos y las armadas son cada vez más pequeños. Pueden acaecer toda clase de desgracias, pero una guerra no figura entre ellas.
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¿Cómo sería el mundo, cómo sería Europa en la actualidad si la Primera Guerra Mundial no hubiera estallado? Los historiadores no han podido ponerse de acuerdo sobre el principal responsable de desencadenar el desastre. La mayoría considera que no fue, en absoluto, inevitable, y durante décadas se sostuvo que ambos bandos eran igualmente responsables. Posteriormente, en los años sesenta, tras las investigaciones del historiador alemán Fritz Fischer, una influyente escuela alemana de especialistas atribuyó la mayor parte de la responsabilidad a los líderes alemanes. No todo el mundo estuvo de acuerdo, ni mucho menos. En fecha reciente, un historiador británico, Sean McMeekin, ha atribuido la mayor responsabilidad a los diplomáticos y mandos militares rusos, así como a la debilidad del zar. De nuevo, no obstante, ha quedado como opinión minoritaria.
Hace unos años, en una visita al Museo Militar de Viena, vi la pistola que fue el arma homicida con la que Gavrilo Princip, de 19 años, mató al archiduque Francisco Fernando, episodio que desencadenó la Gran Guerra. Sucedió en la mañana del 28 de junio, un día soleado, ante el colmado de Moritz Schiller, frente al puente Latino. El archiduque, inspector general del ejército austriaco, se desplazaba en un grupo de seis vehículos. ¿Qué habría pasado si Princip hubiera saltado al coche equivocado y hubiera matado entonces al secretario del archiduque, un coronel del ejército? ¿Qué habría pasado si la pistola se hubiera encasquillado? Muchas cosas fueron mal en aquella mañana; Gavrilo Princip intentó luego suicidarse y falló en el intento. Habría tenido lugar una crisis, pero no una guerra mundial. Sin embargo, ¿no es cierto que había tanta tensión en Europa ese año, entre alemanes y eslavos, entre franceses y alemanes (por Alsacia y Lorena)? Los generales y los almirantes querían probar el nuevo armamento. Había un nacionalismo agresivo y radical. Pero existían conflictos aún más profundos entre Estados Unidos y Rusia, principalmente por causas de competencia económica; entre el Reino Unido y Francia (por reclamaciones coloniales rivales en África, como en el caso de la crisis de Fashoda). Aunque los militares saludan con aprobación el aumento de los presupuestos, se muestran más renuentes que los políticos a empezar una guerra. Saben que es fácil empezarla pero nadie sabe cómo acabará.
La guerra en 1914 no era algo predeterminado. Ahora bien, en su defecto no habría habido revolución rusa ni estalinismo, como tampoco fascismo ni Hitler. Es verdad que la Europa política no habría quedado congelada como quedó en 1913. Habría tenido lugar la descolonización, porque los movimientos hacia la independencia en las colonias no podrían haber sido detenidos. Conservar las colonias se había encarecido. Las colonias se habían obtenido, en un principio, porque significaban riqueza para las potencias coloniales, materias primas baratas y mercados. Pero hacia 1913 las colonias se habían convertido en activos no rentables desde un punto de vista empresarial y las potencias coloniales, en lugar de obtener beneficios, perdían. Seguía siendo prestigioso pertenecer al club de las potencias coloniales, pero la tarifa de socio estaba subiendo demasiado.
¿Qué cabe decir de las monarquías autocráticas como la Rusia zarista, Alemania y Austria-Hungría? Sus gobernantes no habrían abdicado de modo voluntario. Cierto, pero el movimiento hacia una mayor democracia, probablemente, habría continuado. Su progreso habría implicado tiempo y podría haber experimentado reveses, tal vez dictaduras temporales e incluso una guerra civil. Tal vez se habría precisado de algunos empujones para acelerar el proceso, pero no habría habido una guerra mundial. Es improbable que, cien años después de 1913, los principales países europeos y otros centros de poder fueran a ser monarquías parecidas a las de Suecia u Holanda en la actualidad. Pero habría habido progreso en esta dirección general, político y económico.
La economía estadounidense, probablemente, habría superado a la de Europa y habrían surgido otros centros de poder en otros lugares. Cuesta imaginar que todo esto hubiera tenido lugar sin crisis importantes. Sin embargo, hay un mundo de diferencia entre una crisis grave y una guerra mundial con sus millones de víctimas, enormes daños materiales y, sobre todo, su tremendo daño psicológico y la pérdida de la confianza en sí mismo como sucedió en Europa. La Primera Guerra Mundial condujo a la Segunda que, a diferencia de la Primera, no podría haberse evitado, como tampoco el gran declive del poder e influencia europeos en el mundo.
¿Existiría una Europa unida en la actualidad? Probablemente, no. Estos procesos sólo tienen lugar como resultado de enormes conmociones, tales como la de la guerra civil estadounidense del siglo XIX. América Latina es un buen ejemplo; por más que Simón Bolívar y otros querían una unión, el continente siguió dividido aunque los países que lo componían tuvieran tanto en común. Horas antes de que estallara la guerra, sir Edward Grey, secretario británico de Asuntos Exteriores, pronunció estas palabras, citadas con frecuencia: “Las luces se apagan en toda Europa y no se encenderán de nuevo en el curso de nuestra vida”. Se equivocaba en un aspecto pero acertaba en otro: el vizconde Grey, que falleció en 1933, vivió para ver que las luces se encendían de nuevo, pero ya no era la misma Europa.
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