11 ene 2015

Honestidad avasallante/JESUSA CERVANTES

Honestidad avasallante/JESUSA CERVANTES
Proceso No. 1993, 1o de enero de 2015
Dicen que en el cielo hay fiesta y en la tierra orfandad.
Eran las tres de la mañana del jueves 8. Sin saber por qué, me mantenía en vigilia, repasando el silencio del panteón francés. Recordé un féretro, impersonal, sin distintivo alguno y frente a él, formando una media luna, una familia que despedía a su padre. En ese momento entendí el desvelo: yo también atravesaba la orfandad.

Un lunes, jueves o viernes se presentaba en Fresas 13. Se acercaba a los reporteros y con cada uno sellaba una breve complicidad; conmigo lo hacía mediante la mirada, los recados que dejaba junto a la computadora cuando no estaba, la rosa “anónima” que enviaba al escritorio para llenar algún vacío que él detectaba y también en sus anécdotas, para disipar mis dudas.

 No conocí al torbellino que dirigió, reclamó o premió a sus reporteros como director de Proceso. Me tocó el hombre pausado, sereno; ese que detrás de una mirada triste y vidriosa al punto de conmover, saltaba para recobrar su furia frente a la revelación de nuevos documentos o nuevos datos que prometían una apasionada investigación en torno a los excesos de la clase política o la corrupción.
 Desaparecía entonces el hombre apacible y surgía el apasionado del dato duro, el del rigor que no permite salpicaduras de poesía; el hombre del texto sobrio y lleno de coraje e indignación que preguntaba: ¿qué más tiene?
 Don Julio me arropó con su integridad, me avasalló con su honestidad. Supo enseñarme que si no tenía nada bueno, ingenioso o interesante que decir, era mejor quedarse callado ante él. A veces me hacía pensar que cuando los aduladores lo sorprendían, él discretamente bajaba el volumen a sus oídos y así fingía estar atrapado entre palabras necias. Ver un poco de su corazón provocó la idea del porqué su proclividad a escudriñar al hombre de poder: tenían en su ser lo que él no concebía para sí.
 Adentrarse en esos claroscuros, en esa pérdida de respeto para sí y el ansia de poder a cualquier precio puso en relieve que la tentación no tuvo poder sobre él. Ese fue el gozo que me permitió tocar. Él, quien reporteó y llevó verdad en esta oscuridad de canallas.
 Don Julio me enseñó lo esencial: que en un corazón malo, egoísta y soberbio no hay un periodista; hay un vividor y arribista que reportea para sí y no para intentar llevar verdad a los demás.

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