Vatican Insider, 06/15/2015
En
el documento de Aparecida ya están muchos temas de la próxima encíclica
El
texto de los episcopados latinoamericanos de 2007, escrito con el aporte de
Bergoglio, contiene ya una fuerte sensibilidad ecológica y ambiental. La
crítica a un modelo de desarrollo predatorio, el ambiente como «casa común», la
defensa de la biodiversidad, la atención por los campesinos, la alarma ante el
cambio climático
FRANCESCO
PELOSO
En
América Latina y en el Caribe se está cobrando consciencia de que la naturaleza
es un bien gratuito recibido en herencia que debe ser protegida en cuanto
espacio precioso para la convivencia humana. «Esta herencia se manifiesta
muchas veces frágil e indefensa ante los poderes económicos y tecnológicos. Por
eso, como profetas de la vida, queremos insistir que en las intervenciones
sobre los recursos naturales no predominen los intereses de grupos económicos
que arrasan irracionalmente las fuentes de vida, en perjuicio de naciones
enteras y de la misma humanidad». Este es uno de los pasajes dedicados a la
cuestión ambiental del documento conclusivo de Aparecida de 2007.
El
texto es el fruto de los trabajos de la V Conferencia de los Episcopados
latinoamericanos que se llevó a cabo en ocasión del viaje de Benedicto XVI a
Brasil. Y tuvo un papel determinante en la redacción del documento justamente
el cardenal Jorge Mario Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, que
logró a intermediar entre las diferentes sensibilidades eclesiales de la región
y al mismo tiempo dio un fuerte aporte personal a un texto que a menudo es
citado para desentrañar las prioridades pastorales y el pensamiento del actual
Pontífice. Entre los diferentes aspectos afrontados está el del medio ambiente,
una cuestión que asume particular significado en estos días, pues está por ser
publicada la encíclica “Laudatio si’” de Papa Francisco. En la primera parte
del documento se subraya que la preservación de la naturaleza a menudo es
subordinada al desarrollo económico, una decisión que provoca daños a la
biodiversidad, facilita la extinción de las reservas de agua y de otros
recursos naturales, además de auemntar la contaminación y el cambio climático.
Una
serie de párragos del capítulo 9 del documento de Aparecida está dedicada al
«respeto del ambiente»; en sus páginas, pues, se pueden encontrar diferentes
temas, preocupaciones y directrices pastorales relacionadas con las cuestiones
ecológicas, incluida la «ecología humana» de la que se ha hablado en estas
últimas semanas y que es uno de los puntos fundamentales del magisterio de
Bergoglio. «Las generaciones que nos sucedan tienen derecho a recibir un mundo
habitable y no un planeta con aire contaminado. Felizmente, en algunas escuelas
católicas, se ha comenzado a introducir entre las disciplinas una educación a
la responsabilidad ecológica». «La Iglesia –se lee más abajo–agradece a todos
los que se ocupan de la defensa de la vida y del ambiente. Hay que darle
particular importancia a la más grave destrucción en curso de la ecología
humana. Está cercana a los campesinos que con amor generoso trabajan duramente
la tierra para sacar, a veces en condiciones sumamente difíciles, el sustento
para sus familias y aportar a todos los frutos de la tierra».
«En
el designio maravilloso de Dios –se explica en relación con la tradición
cristiana–, el hombre y la mujer están llamados a vivir en comunión con Él, en
comunión entre ellos y con toda la creación». El documento también afronta
algunos temas fuertes de la cuestión medio-ambiental, a partir de la realidad
de América Latina y del Caribe, en donde las mutaciones de los fenómenos
climáticos y la explotación indiscriminada de los recursos representan un
problema central para el desarrollo y el futuro de la región. En este sentido,
del documento surge de manera significativa el peso que ha tenido la
experiencia latinoamericana del Papa y de muchos obispos en relación con el
desarrollo de una reflexión sobre la defensa de la Creación, como, por ejemplo,
en la difícil batalla para la preservación de la selva tropical amazónica. El
texto después describe un recorrido en el que se puede observar cuál es el
origen de una sensibilidad específica en la que la naturaleza, el ambiente
humano, las decisiones políticas y el anuncio evangélico se entrelazan.
«La
riqueza natural de América Latina y El Caribe –se lee en el documento de
Aparecida– experimentan hoy una explotación irracional que va dejando una
estela de dilapidación, e incluso de muerte, por toda nuestra región. En todo
ese proceso, tiene una enorme responsabilidad el actual modelo económico que
privilegia el desmedido afán por la riqueza, por encima de la vida de las
personas y los pueblos y del respeto racional de la naturaleza». «La
devastación –continúa el texto– de nuestros bosques y de la biodiversidad
mediante una actitud depredatoria y egoísta, involucra la responsabilidad moral
de quienes la promueven, porque pone en peligro la vida de millones de personas
y en especial el hábitat de los campesinos e indígenas, quienes son expulsados
hacia las tierras de ladera y a las grandes ciudades para vivir hacinados en
los cinturones de miserias».
Por
ello es necesario un desarrollo agro-industrial para dar valor a las riquezas
de la tierra ofreciendo las propias capacidades humanas al servicio del bien
común. Sin embargo, escribieron los obispos latinoamericanos, «no podemos dejar
de mencionar los problemas que causa una industrialización salvaje y
descontrolada de nuestras ciudades y del campo, que va contaminando el ambiente
con toda clase de desechos orgánicos y químicos». El documento también advierte
sobre los daños provocados por la industria de extracción que a menudo tiene
efectos dañinos para el medio ambiente y constituye la causa de la desaparición
de bosques y de la contaminación del agua, mientras transforma las zonas
explotadas en inmensos desiertos.
Frente
a este marco dramático de la explotación ambiental, el documento trata de
ofrecer algunas respuestas a partir de la evangelización de «nuestros pueblos
para descubrir el don de la creación, sabiéndola contemplar y cuidar como casa
de todos los seres vivos y matriz de la vida del planeta, a fin de ejercitar
responsablemente el señorío humano sobre la tierra y los recursos, para que
pueda rendir todos sus frutos en su destinación universal, educando para un
estilo de vida de sobriedad y austeridad solidarias». Se subraya además que una
presencia pastoral incisiva entre las poblaciones más frágiles y amenazadas por
«un desarrollo depredatorio» las apoya en el objetivo de una distribución justa
de la tierra, del agua y de los espacios urbanos. Por ello es necesario «un
modelo de desarrollo alternativo, integral y solidario, basado en una ética que
incluya la responsabilidad por una auténtica ecología natural y humana, que se
fundamenta en el evangelio de la justicia, la solidaridad y el destino
universal de los bienes, y que supere la lógica utilitarista e individualista,
que no somete a criterios éticos los poderes económicos y tecnológicos. Por tanto,
alentar a nuestros campesinos a que se organicen de tal manera que puedan
lograr su justo reclamo».
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