Leyes que cambian las Fuerzas Armadas/Luis Solana, presidente del Observatorio Europeo de Seguridad y Defensa
Publicado en EL PAÍS, 28/07/09;
Si quisiéramos buscar dos leyes que han cambiado radicalmente nuestras Fuerzas Armadas ésas serían la Ley de Supresión del Servicio Militar Obligatorio (1999) y la Ley de la Carrera Militar (2007). La primera tuvo un impacto muy grande entre la ciudadanía y grande entre los militares. La segunda ha tenido un impacto mínimo entre los ciudadanos y muy grande entre los militares.
Sería bueno que los ciudadanos que conocen que las Fuerzas Armadas son la máxima expresión de la seguridad tuvieran curiosidad por saber cómo se está regulando su carrera. Lo que pasa es que los asuntos militares tratados en los medios de comunicación civiles suelen tener algún defecto: por ejemplo, no suelen colocar a los militares en el mismo nivel que los civiles (sigue habiendo una retórica militar ya lejana a estos tiempos) y, además, se rellenan de siglas incomprensibles que alejan al ciudadano del debate. ¿A alguien le puede interesar un artículo donde se hable de DIGENPOL, JEMAD, MINISDEF o MRAP? Pues muchos no se dan cuenta de que ese lenguaje militar (eficaz para ahorrar palabras y tiempos de comunicación) es imposible de entender por un ciudadano no especializado.
La desaparición del servicio militar obligatorio fue un terremoto civil y militar. Para los civiles, una liberación; para los militares, un problema complicado donde aparecía -por primera vez- la idea de que la carrera militar, a todos los niveles, era (y es) una profesión como otra cualquiera. Por ejemplo, el heroísmo se premia y tiene consecuencias en la carrera, pero eso sólo no sirve para adelantar en el escalafón a quien tiene más titulaciones y capacidades para desempeñar el puesto. No se sorprendan, esto ocurre con heroicos bomberos y con médicos de urgencias. Pues con los militares igual. Por cierto, la idea de profesionalidad es totalmente compatible con la figura del reservista.
Un funcionario sabe que puede ascender por su antigüedad, por sus estudios y oposiciones y -a ciertos niveles- por la selección hecha por quien puede hacerla. La Ley de la Carrera Militar hace que los funcionarios militares se incorporen al sistema general de la Función Pública.
Lo primero que esta ley permite es que la titulación militar lleve pareja una titulación civil. Un militar egresado de la Academia General de Zaragoza será -además de teniente- graduado en una ingeniería. Y no porque lo diga la ley, sino porque el alumno habrá cursado con aprovechamiento los cursos que le permitirán un día, si quiere, trabajar en la vida civil como ingeniero.
La tradicional ineficiencia social que hace que un militar difícilmente pueda acceder a un puesto civil y que sea imposible que un civil alcance un rango militar se empieza a terminar. ¿El cauce? Los estudios, las titulaciones y la demostración de capacidad profesional.
Tengo por seguro que estos textos precisarán de tiempo para producir los cambios que las Fuerzas Armadas requieren, pero se ha dado el primer paso: el tiempo ya no juega en contra.
En la Universidad española la adaptación al Plan Bolonia ha traído consigo debates, divergencias y hasta violencia; nada tiene de particular que adaptar las enseñanzas militares a ese modelo europeo genere disciplinadas discrepancias. Pero ahí está. Y dentro de unos años, los militares españoles tendrán una titulación homologable a todo el sistema de enseñanza europeo.
Pero resulta que ahora existen escalas diversas entre los oficiales y múltiples esquemas profesionales entre los suboficiales. Hay que ordenar las cosas. Norma general: todo el mundo se iguala con estudios iguales. Los oficiales lo tienen claro, los suboficiales no tanto.
El suboficial es una figura militar mal encajada por culpa de todos. Un soldado no hay duda de lo que es; un oficial (con matices hasta ahora) es claro lo que es, pero un suboficial no está claro qué es. Un suboficial ¿es un soldado brillante?, ¿es un oficial frustrado?, ¿es un escalón previo a oficial?, ¿es la culminación de la carrera de un soldado? No está claro ni lo estuvo nunca. De ahí las múltiples escalas que se pueden encontrar en la historia de los suboficiales.
¿Resuelve la Ley de la Carrera Militar este problema humano y militar? No del todo. ¿Por qué? Porque la solución del encaje cómodo de los suboficiales en la carrera militar requiere de muchos matices. Y esos matices son imposibles de reglar sin diálogo.
Siempre he creído que la ministra de Defensa, Carme Chacón, algo tendría en su mente sobre estos temas cuando anunció en la cadena SER que la Ley de Derechos y Obligaciones de los militares entraría en el Congreso a final de año.
Ya sé que a los militares no les resultan cómodos los foros donde la disciplina de los grados no se valore, pero tienen que saber (y el Ministerio de Defensa el que más) que sin los foros de diálogo que debe abrir la Ley de Derechos y Deberes nunca tendrán garantías de que las disposiciones de la estupenda Ley de la Carrera Militar puedan ser eficientes.
Sería bueno que los ciudadanos que conocen que las Fuerzas Armadas son la máxima expresión de la seguridad tuvieran curiosidad por saber cómo se está regulando su carrera. Lo que pasa es que los asuntos militares tratados en los medios de comunicación civiles suelen tener algún defecto: por ejemplo, no suelen colocar a los militares en el mismo nivel que los civiles (sigue habiendo una retórica militar ya lejana a estos tiempos) y, además, se rellenan de siglas incomprensibles que alejan al ciudadano del debate. ¿A alguien le puede interesar un artículo donde se hable de DIGENPOL, JEMAD, MINISDEF o MRAP? Pues muchos no se dan cuenta de que ese lenguaje militar (eficaz para ahorrar palabras y tiempos de comunicación) es imposible de entender por un ciudadano no especializado.
La desaparición del servicio militar obligatorio fue un terremoto civil y militar. Para los civiles, una liberación; para los militares, un problema complicado donde aparecía -por primera vez- la idea de que la carrera militar, a todos los niveles, era (y es) una profesión como otra cualquiera. Por ejemplo, el heroísmo se premia y tiene consecuencias en la carrera, pero eso sólo no sirve para adelantar en el escalafón a quien tiene más titulaciones y capacidades para desempeñar el puesto. No se sorprendan, esto ocurre con heroicos bomberos y con médicos de urgencias. Pues con los militares igual. Por cierto, la idea de profesionalidad es totalmente compatible con la figura del reservista.
Un funcionario sabe que puede ascender por su antigüedad, por sus estudios y oposiciones y -a ciertos niveles- por la selección hecha por quien puede hacerla. La Ley de la Carrera Militar hace que los funcionarios militares se incorporen al sistema general de la Función Pública.
Lo primero que esta ley permite es que la titulación militar lleve pareja una titulación civil. Un militar egresado de la Academia General de Zaragoza será -además de teniente- graduado en una ingeniería. Y no porque lo diga la ley, sino porque el alumno habrá cursado con aprovechamiento los cursos que le permitirán un día, si quiere, trabajar en la vida civil como ingeniero.
La tradicional ineficiencia social que hace que un militar difícilmente pueda acceder a un puesto civil y que sea imposible que un civil alcance un rango militar se empieza a terminar. ¿El cauce? Los estudios, las titulaciones y la demostración de capacidad profesional.
Tengo por seguro que estos textos precisarán de tiempo para producir los cambios que las Fuerzas Armadas requieren, pero se ha dado el primer paso: el tiempo ya no juega en contra.
En la Universidad española la adaptación al Plan Bolonia ha traído consigo debates, divergencias y hasta violencia; nada tiene de particular que adaptar las enseñanzas militares a ese modelo europeo genere disciplinadas discrepancias. Pero ahí está. Y dentro de unos años, los militares españoles tendrán una titulación homologable a todo el sistema de enseñanza europeo.
Pero resulta que ahora existen escalas diversas entre los oficiales y múltiples esquemas profesionales entre los suboficiales. Hay que ordenar las cosas. Norma general: todo el mundo se iguala con estudios iguales. Los oficiales lo tienen claro, los suboficiales no tanto.
El suboficial es una figura militar mal encajada por culpa de todos. Un soldado no hay duda de lo que es; un oficial (con matices hasta ahora) es claro lo que es, pero un suboficial no está claro qué es. Un suboficial ¿es un soldado brillante?, ¿es un oficial frustrado?, ¿es un escalón previo a oficial?, ¿es la culminación de la carrera de un soldado? No está claro ni lo estuvo nunca. De ahí las múltiples escalas que se pueden encontrar en la historia de los suboficiales.
¿Resuelve la Ley de la Carrera Militar este problema humano y militar? No del todo. ¿Por qué? Porque la solución del encaje cómodo de los suboficiales en la carrera militar requiere de muchos matices. Y esos matices son imposibles de reglar sin diálogo.
Siempre he creído que la ministra de Defensa, Carme Chacón, algo tendría en su mente sobre estos temas cuando anunció en la cadena SER que la Ley de Derechos y Obligaciones de los militares entraría en el Congreso a final de año.
Ya sé que a los militares no les resultan cómodos los foros donde la disciplina de los grados no se valore, pero tienen que saber (y el Ministerio de Defensa el que más) que sin los foros de diálogo que debe abrir la Ley de Derechos y Deberes nunca tendrán garantías de que las disposiciones de la estupenda Ley de la Carrera Militar puedan ser eficientes.