Fundación Alternativas, 24 de marzo de 2015
El 17 de diciembre el presidente Obama dio el primer paso para poner fin a una de las anomalías que caracterizan a la política exterior norteamericana. Pero esta decisión va mucho más allá. El uso por parte del presidente Obama de las órdenes ejecutivas para impulsar las relaciones diplomáticas con Cuba y apostar por la liberalización de las relaciones económicas, es un claro intento de redefinir y revitalizar su política exterior hacía la región latinoamericana en su conjunto a comienzos del siglo XXI.
El presidente Barack Obama con ésta decisión -en gran medida unilateral- ha puesto de manifiesto su liderazgo transformador, constituyéndose como un agente o actor de cambio en un periodo especialmente convulso, en términos económicos y políticos, con minoría política en ambas cámaras y caracterizado por la falta de una estrategia clara hacia América Latina y el Caribe. Un liderazgo que a través de la práctica ha sabido recoger y “explotar” las demandas y necesidades latentes entre los potenciales seguidores favorables tanto a nivel estatal como de la comunidad internacional, a un cambio no sometido a condicionalidad en la relación bilateral. Obama pretende abrir un nuevo capítulo de cooperación y asociación con sus vecinos por medio de la diplomacia directa, basada en el uso del tradicionalmente denostado y minusvalorado por la Administración norteamericana smart poweri -una combinación del poder duro basado en la coerción, y el poder blando fundamentado en la atracción-.
Desde la llegada al poder de Barack Obama en enero de 2009, la normalización de las relaciones con Cuba formaba parte de su programa de política exterior. No obstante, hasta el 17 de diciembre pasado, sólo se dieron tímidos avances en esa dirección. Por parte del gobierno cubano, el principal paso dado ha sido en relación al sistema económico. Permisos para abrir pequeños negocios, para comprar y vender propiedades, introducción de las nuevas tecnologías – la posibilidad de poseer teléfonos móviles-, o la posibilidad de formar cooperativas privadas, la diversificación de su relaciones económicas, la apertura a la Inversión Extranjera Directa (IED) y el apoyo financiero de líderes regionales como Brasil, son claves para entender el deshielo de las relaciones entre los EEUU y Cuba. De la propuesta de actuación anunciada a finales del pasado año por el presidente Obama en un intento de renovar el liderazgo en el continente americano, las medidas más destacadas son:
•Establecimiento
de relaciones diplomáticas y reapertura de la embajada norteamericana en La
Habana. Con esta medida se busca avanzar intereses compartidos en asuntos de
migración, guerra contra el terrorismo, salud, deporte, cultura, tráfico de
personas, etc.
•Reforma
del marco normativo para darle poder efectivo a la población cubana, basada en
cambios en la política de remesas y migratoria.
•Autorización
para el incremento de ventas y exportaciones comerciales de ciertos bienes y
servicios desde los EEUU. Un incremento que tiene como objetivo respaldar el
florecimiento de un fértil sector privado cubano aún por explotar, y dotar a la
ciudadanía de una mayor independencia económica respecto del Estado.
•Inicio
del proceso de revisión de la catalogación de Cuba como Estado patrocinador del
terrorismo (States Sponsors of Terrorism) en la lista del Departamento de
Estado desde 1982. Una contradicción en los términos a la hora de llevar a cabo
un restablecimiento de relaciones a todos los niveles.
Esta
modificación, allanaría el camino para Cuba, al apartarla de una lista que
completan Siria, Irán y Sudán.
Estas
medidas -basadas fundamentalmente en aspectos de carácter económico-, conllevan
un cambio de política y propician el desarrollo de un espacio para que los EEUU
puedan participar de manera más proactiva en una agenda amplia con América
Latina y el Caribe, facilitando la adopción de medidas y acciones consensuadas,
abogando por la cooperación y la concertación.
Por
qué acabar con el embargo: razones para desmontar una política fallida
De
Eisenhower a Obama, los hermanos Castro han visto pasar nada menos que a once
presidentes estadounidenses por la Casa Blanca. El embargo ha sido un fracaso
con altos costes para ambas partes. Nos hallamos ante una política a todas
luces ineficaz y contraproducente que no sólo no ha logrado su objetivo último
de expulsar a Fidel Castro del poder, sino que ha se convertido en una fuente
de legitimidad del régimen cubano y que ha coadyuvado a su perpetuación. En
efecto, la política de aislamiento y bloqueo sostenida durante más de cinco
décadas ha cohesionado internamente al castrismo, proporcionándole un enemigo
de enorme valor simbólico en América Latina.
Ha
quedado demostrado que el bloqueo y el aislamiento han sido incapaces de llevar
la democracia a Cuba. La apertura económica y social y la cooperación son los
únicos instrumentos que permitirán avances en este sentido y, en todo caso,
permitirán aliviar la situación del pueblo cubano. La lógica de los partidarios
del embargo, según la cual éste sólo podría levantarse una vez que Castro
abandonara el poder, implica un condicionalidad maximalista que sólo conduce a
la parálisis. Asimismo, la justificación ideológico-securitaria de la política
de hostilidad hacia Cuba ha desaparecido: ni el comunismo ni el régimen cubano
representan, desde hace más de veinte años, ningún género de amenaza para la
seguridad nacional estadounidense. EEUU mantiene relaciones fluidas con
antiguos enemigos como Vietnam y con numerosos regímenes autocráticos de
Oriente Medio. Por ende, el hecho de que Cuba sea una dictadura no es base
suficiente para seguir manteniendo una política punitiva surgida en el marco de
un sistema internacional totalmente superado.
El
embargo no sólo incide en las relaciones bilaterales cubano-americanas sino que
constituye, asimismo, un anacronismo perturbador de las relaciones entre EEUU y
América Latina. Para los países latinoamericanos es el símbolo más tangible del
intervencionismo norteamericano en la región, y, en este sentido, se ha
convertido en un factor incentivador del antiamericanismo, un sentimiento
fuertemente arraigado en la cultura política latinoamericana que condiciona
negativamente las relaciones hemisféricas. Tampoco podemos obviar que el
embargo es contrario al Derecho internacional, tal y como ha declarado en
diversas ocasiones la Asamblea General de las Naciones Unidasii. La visión del
orden mundial liberal asentado sobre instituciones multilaterales sostenida por
Obama es incompatible con esta persistente violación de la legalidad
internacionaliii. La oposición internacional a la política de bloqueo hacia
Cuba es abrumadoramente mayoritaria y ha quedado de relieve de nuevo en el
amplio apoyo demostrado al giro de Barack Obama.
En
suma, el embargo es contrario tanto a los intereses como a los valores de EEUU
y no hay razones ya que permitan sustentarlo. Esta rémora del pasado ha de ser
eliminada y se hace necesaria, por lo tanto, una nueva política hacia Cuba que
supere la periclitada lógica de la Guerra Fría, ponga fin al embargo y
normalice plenamente las relaciones con la isla. La misma tendría una indudable
serie de efectos positivos tanto para los EEUU como para Cuba y, más
ampliamente, para las Américas en su conjunto.
A
EEUU el fin del embargo le permitiría revitalizar las relaciones hemisféricas y
desactivar una de las principales fuentes del antiamericanismo en América
Latina. Una nueva era en las relaciones interamericanas sólo puede ser
inaugurada una vez que se extinga este rescoldo de la Guerra Fría. Además, el
fin del embargo sería de gran importancia para recuperar el poder blando
perdido por EEUU en la región. En efecto, el mandato de George W. Bush provocó
una hemorragia del prestigio y de la capacidad de atracción de la superpotencia
en todo el mundo que tuvo una seria repercusión también en los países
latinoamericanos. Desde su llegada al poder, Obama, pese al inicial impacto
positivo de su elección en la imagen de EEUU en Latinoamérica, ha defraudado
las expectativas de cambio y ha desarrollado una política exterior hacia la
región guiada por las inercias del pasado. Por otro lado, es indudable que unas
relaciones normalizadas con Cuba permitirían a los EEUU alejar al país caribeño
de la influencia de Venezuela, ya por sí en declive en los últimos tiempos. No
hay que olvidar que, a la luz de la debilidad económica de Venezuela, la propia
Cuba parece desmarcarse de Caracas. Igualmente, una vez levantado el embargo,
EEUU podría competir en términos económicos con la penetración de China y Rusia
en la isla. El mantenimiento del embargo, por el contrario, dejaría a
Washington fuera de juego y ahondaría en la pérdida de poder estadounidense en
América Latina experimentada en los últimos diez años.
¿Qué
beneficios obtendría Cuba con el restablecimiento de relaciones en todos los
ámbitos con su vecino del norte? Los beneficios los encontramos en gran media
en la dimensión económica y financiera -mejorando la calidad crediticia- del
país, un efecto positivo en la actividad económica en los próximos años que
debería incidir en el conjunto de la sociedad. En términos económicos, la
llegada de capital extranjero -en forma de inversión- así como de nuevas
tecnologías, favoreciendo por parte del Estado la libertad de movimiento de los
factores de producción -cierto grado de liberalización económica, reduciendo
los obstáculos al intercambio- debe conllevar una creación de empleo -de un
sector servicios en auge-, el desarrollo de un tejido industrial y la difusión
tecnológica en el destino, dinamizando y modernizando el país. Un nuevo
escenario que permitirá exportar a Cuba todo tipo de mercancías o la
utilización de tarjetas de crédito emitidas por bancos estadounidenses para
hacer frente a sus gastos diarios. No obstante, es lógico que existan
reticencias a la llegada de IED pues puede generar una colisión entre el
capital extranjero y el autóctono, provocando la desaparición de parte del
tejido productivo. En términos sociales, la posible afloración del sector
informal del país gracias al aumento de la actividad económica que se prevé, y
que cubre todos los servicios, desde el transporte hasta la distribución de
alimentos, por la incapacidad del Estado de cubrir todas las necesidades de
consumo de la población, es otro elemento positivo vinculado al
restablecimiento de relaciones con EEUU.
Obstáculos
y desafíos internos
En
EEUU
El
principal obstáculo para acabar con el embargo proviene del Poder Legislativo
estadounidense, en cuyas manos está derogar el entramado legal que lo sustenta.
La actual conformación del Congreso de EEUU, con amplia mayoría republicana en
ambas cámaras, hace harto improbable que se logre consumar el levantamiento del
embargo antes de que expire el segundo mandato de Obama. Las relaciones
bilaterales con Cuba son, para EEUU, un claro ejemplo de lo que se ha dado en
llamar política ‘interméstica’ (intermestic policy), esto es, un asunto de
política exterior fundamentalmente condicionado por cuestiones de política
interna o doméstica. En este sentido, es imposible deslindar el mantenimiento
del embargo durante más de cincuenta años del papel jugado por el exilio
cubano-americano residente en Florida. El peso político del lobby pro-embargo
se ha dejado sentir en ambos partidos. De hecho, aunque sus posiciones más
radicales encuentran mejor acogida en el Partido Republicano, con Marco Rubio a
la cabeza, también las hallamos dentro del Partido Demócrata, con Robert
Menéndez como máximo exponente.
En
todo caso, es importante destacar que el Partido Republicano no mantiene una
posición monolítica a favor del embargo. De hecho, han surgido iniciativas
legislativas bipartidistas que permiten albergar esperanzas de avance en el
Congreso estadounidense. Es el caso de dos recientes propuestas de ley. La
propuesta Flake-Leahy, lanzada a finales de enero por el senador republicano de
Arizona Jeff Flake y por el senador demócrata de Vermont Patrick Lahey, para
eliminar por completo la restricción de viajar a Cuba desde EEUU. Y la
propuesta Klobuchar, presentada a mediados de febrero por la senadora demócrata
de Minnesota Amy Klobuchar, para acabar con el embargo comercial y lograr la
libertad de exportación a Cuba.
Actualmente,
el discurso pro-embargo encuentra dos importantes factores que debilitan su
hasta ahora enorme capacidad de influencia en la política exterior
estadounidense y que juegan a favor del giro dado por Obama el pasado 17 de
diciembre. En primer lugar, hay que tener en cuenta la emergencia de intereses
económico-comerciales a favor de levantar el embargo dentro de EEUU. Así, los
estados agrícolas se han mostrado partidarios de levantar el embargo para
exportar sus productos a Cuba y ejercerán presión para minorizar la influencia
de los sectores pro-embargo ayudando así a levantar las sanciones comerciales
que pesan sobre Cuba. En segundo término, un factor fundamental atañe a la
opinión pública estadounidense. Se trata de una cuestión crucial, toda vez que
es evidente que poco ha importado a los dirigentes norteamericanos el rechazo
internacional a su política hacia Cuba a lo largo de décadas: la clave de la
misma radica en el grado de apoyo o rechazo interno. Pues bien, el cambio
generacional de los cubanos en el exilio ha hecho variar significativamente el
sentir de este colectivo; para las nuevas generaciones normalizar las
relaciones con Cuba no es ya un anatema. A este respecto, hay que destacar que
la opinión pública se ha movido en los últimos años a posiciones claramente
favorables al levantamiento del embargo, constituyéndose como un factor
positivo en relación con el cambio de estrategia de la Casa Blanca. En
concreto, la opinión pública norteamericana, según una encuesta del think tank
Pew Research Center del 16 de enero, aprueba en un 63% la decisión de la
Administración Obama de restablecer relaciones diplomáticas con La Habana tras
más de 50 años de ruptura.
En
relación a este proceso de negociación, un 66% de los estadounidenses muestra
su apoyo para ir más allá y poner fin al embargo comercial sobre Cuba.
En
Cuba
Los
obstáculos y desafío internos se centrarán en varios frentes. A grandes rasgos
podemos identificar dos: los sectores contrarios a la normalización de las
relaciones diplomáticas radicados a pocos kilómetros de La Habana -Miami- y los
que se sitúan en el interior del país; y por otro lado, los desafíos vinculados
a las relaciones exteriores de Cuba con terceros Estados, regionales como
Venezuela, o extrarregionales como China y Rusia.
En
el discurso de clausura de la VIII legislatura el pasado 20 de diciembre, Raúl
Castro afirmó que “están dispuestos al diálogo, sobre la base de la igualdad y
sin renunciar a nuestros principios”. A pesar de que estas palabras avanzan una
postura amparada en los principios del Derecho Internacional y la Carta de las
Naciones Unidasiv, parece que la nomenclatura, la “línea dura” del PCC, por los
pasos dados hasta día de hoy, no va a suponer un verdadero obstáculo en el
camino de las reformas económicas -necesarias para modernizar Cuba-, que puedan
permitir el aprovechamiento del enorme mercado estadounidenses de los pequeños
empresarios cubanos, favoreciendo y propiciando el desarrollo de las libertades
individuales y un mayor pluralismo a medio plazo.
Fuera
de la esfera nacional -al menos territorial-, otro de los elementos que van a
condicionar la adopción de medidas, son las demandas de una parte de la
comunidad cubana exiliada en EEUU, con un fuerte poder en la actividad
parlamentaria y que no pararan de hacer lobby en los diferentes centros de
poder de Washington. Los disidentes opositores cubanos exiliados tienen dos
opciones en este nuevo contexto: utilizar el proceso de negociación para
influenciarlo, o dejar de participar en él y mantenerse como mero espectador.
Parece que esta segunda vía no ha sido escogida por las organizaciones que
agrupan a la disidencia cubana, no sería lo más idóneo, pero no deben adoptar
posiciones anquilosadas e inmovilistas, sino más bien de dialogo inclusivo, sin
tratar de entorpecer el desenvolvimiento de unas negociaciones ya de por sí
difíciles. En materia de relaciones exteriores, el Gobierno de Raúl Castro ha
acentuado su pragmatismo en la política exterior -en detrimento del componente
ideológico y dogmático-. Con la adopción de esta vía de actuación, ha tratado
de diversificar sus posibles socios en todos los ámbitos, especialmente en el
económico, para de esta forma asegurar su supervivencia. Este argumento se
constata si observamos el incremento de las relaciones con diversos actores
internacionales como China, Rusia o la Unión Europea.
En
lo referente a los vínculos externos del país caribeño, un factor
desequilibrante es la relación de interdependencia entre Cuba y Venezuelav, y
la posibilidad de sufrir un shock como consecuencia del reajuste comercial y
político entre ambos en el nuevo tablero de juego, algo parecido a lo sucedido
después de la desaparición de la URSS. Este escenario se complejiza aún más si
tenemos en cuenta la nueva Orden Ejecutiva de “emergencia nacional” emitida por
el presidente Obama el pasado 9 de Marzo. Una nueva autoridad a la luz de las valoraciones
establecidas por el Departamento de Hacienda en consulta con el Departamento de
Estado que persiguen “la protección de las instituciones democráticas y del
sistema financiero de EEUU”. A este respecto, y si bien es cierto que en el
proceso de restablecimiento de relaciones económicas, comerciales y
diplomáticas entre Cuba y EEUU abierto el pasado mes de Diciembre, Venezuela ha
sido un actor que ha quedado fuera de los elementos en negociación por ambos
países, puede ser un elemento distorsionador y desestabilizador de las mismas.
Por ello, la gestión triangular de las interdependencias y asimetrías en la
nueva correlación de fuerzas entre EEUU, Cuba y Venezuela, es una cuestión que
va a marcar el rumbo de las negociaciones.
Conclusiones:
una hoja de ruta hacia el fin del embargo y la plena normalización de las
relaciones bilaterales entre EEUU y Cuba
En
el tiempo que le resta a su mandato, Obama ha de avanzar al máximo en su nueva
política hacia Cuba para hacer inviable un retroceso, explotando las divisiones
existentes en el Partido Republicano y tratando de aislar a los hardlinersde
ambos partidos. El presidente de EEUU ha de agotar todas las medidas que le
permite adoptar su autoridad ejecutiva y trasladar, así, toda la presión al
Congreso. Ha de dejar claro ante la opinión pública que hay un sector de línea
dura, fundamentalmente dentro del Partido Republicano, que impide que se
produzca un cambio histórico que beneficiaría tanto a EEUU como a Cuba. Es de
esperar que la propia opinión pública estadounidense acabe arrinconando y
castigando las posiciones pro-embargo y que las mismas tengan un coste electoral
para quien las mantenga. Entre las medidas ejecutivas próximas, junto a las ya
adoptadas hasta la fecha, la Administración Obama debería llevar a cabo las
siguientes a lo largo del año en curso:
1.EEUU
debe dar el paso de excluir a Cuba de la lista de Estados patrocinadores del
terrorismo. Sería ideal que adoptara esta medida antes de la próxima Cumbre de
las Américas, para presentarla ante el resto de países americanos como una
muestra de su voluntad decidida de cambiar en profundidad su política hacia la
isla. La permanencia cubana en dicha lista obedece únicamente a razones
ideológicas y carece de justificación técnica algunavi.
2.EEUU
debe proceder a levantar a Cuba las sanciones aplicadas en virtud de la Trading
with the Enemy Act (TWEA) de 1917. Tras el levantamiento de estas medidas a
Corea del Norte, Cuba es el único país del mundo al que EEUU continúa aplicando
esta legislación.
3.El
diálogo político-diplomático ha de incrementarse y consolidarse para afianzar
la confianza mutua y evitar la interferencia de los actores partidarios del
embargo tanto en EEUU como en Cuba.
Asimismo,
EEUU ha de evitar incurrir en los maximalismos propios del idealismo
democrático. En este sentido, no puede exigir el cambio de régimen en Cuba como
requisito sine qua non para levantar el embargo, ni someterlo a
condicionalidades relacionadas con modificaciones en el corto plazo del sistema
político cubano. El fin del embargo sería el punto de partida del cambio
político en la isla, un cambio que será largo, lento y no exento de
estancamientos y posibles regresiones. En todo caso, la renuncia al cambio de
régimen no implica dejar de ser exigente en materia de derechos humanos y
libertades individuales, conforme a los valores e intereses estadounidenses.
El
avance o regresión del giro propuesto por Obama estará supeditado también a
quién sea su sucesor tras las elecciones del 8 de noviembre de 2016. Por parte
republicana, la hipotética candidatura del actual gobernador de Florida, ‘Jeb’
Bush, la más firme hasta la fecha, se presenta como un claro escollo al fin del
embargo. Bush ha afirmado que el levantamiento del mismo sería una victoria
para la dictadura cubana y se muestra partidario de mantenerlo. Es indudable
que la perspectiva más beneficiosa para la normalización de las relaciones
entre Washington y La Habana se corresponde con una nueva presidencia
demócrata, probablemente la de Hillary Clinton. En todo caso, no hay que
descartar que el propio Bush atempere su postura sobre esta cuestión si percibe
que la misma puede ser decisiva para decantar el cada vez más importante voto
latino de cara a las elecciones presidenciales.
También
hay que referirse a la polémica cuestión de Guantánamo. La plena normalización
de las relaciones cubano-americanas exigirá su devolución a la jurisdicción de
las autoridades de Cuba. La reclamación cubana de esta base militar
estadounidense sita en el sureste de la isla es legítima y conforme al Derecho
internacional. Nos hallamos, seguramente, ante el que sería el último escollo
para la plena normalización bilateral. En cualquier caso, la reivindicación
cubana no ha de plantearse en términos que trunquen el avance del resto de
temas de la agenda. En lo que respecta al conjunto de actores que integran la
comunidad internacional, y en particular a aquellos que tienen un vínculo
histórico, geográfico y/o político tanto con EEUU como con Cuba, merecen
especial atención los pronunciamientos realizados por sus socios
interamericanos, con especial atención a las actuaciones de dos líderes regionales
como México -estrechamente ligado a EEUU a través del comercio, la inversión y
las migraciones- y Brasil -aspirante a potencia global-.
El
impacto para México de este nuevo tablero de juego se relaciona en primer lugar
con los límites fronterizos en el Golfo de México, con claras implicaciones
para el aprovechamiento y explotación de gas y petróleo en aguas profundas para
los tres países. La implicación de México como interlocutor en un dialogo
fluido y efectivo entre EEUU y Cuba es fundamental, ya que el país azteca es ya
la principal vía de entrada de cubanos a Norteamérica. Acciones como condonar
parte de la deuda a Cuba, abrir una nueva línea de crédito a su gobierno o
establecer una nueva oficina de ProMexico -fideicomiso que promueve el comercio
y la inversión internacional-en La Habana, han contribuido a crear un escenario
proclive al restablecimiento de relaciones.
Por
otro lado, Brasil y más concretamente los diplomáticos de Itamaraty, han
servido de enlace desde hace varios años entre Washington y La Habana. Estas
mediaciones entre otros aspectos han facilitado la apertura de cuentas
bancarias de los diplomáticos cubanos instalados en la capital norteamericana.
El país presidido por Dilma Rousseff también tiene mucho que decir en la
triangulación Cuba-Venezuela-EEUU, al ser Brasil socio de la Venezuela de
Nicolás Maduro en MERCOSUR. A esto ahí que añadirle los beneficios de una
normalización económica y comercial -y un lejano fin del embargo- al dar
libertad a la construcción de un puerto y una zona especial de comercio en
Mariel, la llamada Zona Especial de Desarrollo Mariel, una gigantesca inversión
de 957 millones de dólares -a través del BNDES-, lo que convertiría a Brasil en
el principal socio comercial de la isla caribeña.
Por
último, los foros y organizaciones multilaterales interamericanos, son
instituciones que deben crear un clima favorable para el restablecimiento y
reincorporación de Cuba tanto en la Organización de Estados Americanos (OEA)
como fundamentalmente en la Cumbre de las Américas, con vistas a su inminente
celebración en Panamá. La VII Cumbre de las Américas se centrará en el nuevo
contexto geoeconómico que está experimentando la región en su conjunto,
ocasionado por la desaceleración del crecimiento global, enunciado por instituciones
internacionales como el FMI o el Banco Mundial. El tema central “Prosperidad
con
Equidad:
El desafío de Cooperación en las Américas” puede ser un acicate para una
reflexión amplia en relación al nuevo contexto en el hemisferio, una cumbre en la
que se puede escenificar y “sellar” a nivel institucional el deshielo entre
EEUU y Cuba, y establecer una concertación en determinados programas ligados a
la seguridad, migración y por que no, participación ciudadana en la vida social
y política. Una pretensión que puede quedar empañada por un clima cuasi
pre-bélico -salvando las distancias- entre EEUU y Venezuela.
A
grandes rasgos, y en la línea de facilitación del diálogo abierto a partir del
17 de diciembre, los pronunciamientos de las organizaciones internacionales, en
este caso panamericanas, no han tardado en hacerse efectivos, constituyéndose
como un elemento dinamizador. A estos efectos, el Consejo Permanente de la OEA
realizó una declaración en la que evidencia “su profunda satisfacción por la decisión
anunciada, reitera el compromiso de las Américas con el diálogo entre Estados
soberanos y expresa su apoyo a la implementación de las medidas en favor de la
completa normalización de las relaciones bilaterales”. Una Organización hay que
recordar, de la que Cuba fue expulsada en 1962, y no volvió a reincorporarse
hasta 2009. De esta forma se cierra el círculo de actores que tienen en su mano
-aunque en mayor medida la “pelota” está en el tejado estadounidense- acabar
con una anomalía que rompe las reglas del juego del sistema internacional a
comienzos del siglo XXI.
Jorge
José Hernández Moreno (Graduado en Relaciones Internacionales (UCM). Máster en
Gobierno, Administración y Políticas Públicas (IUOG). Colaborador de la
Fundación Alternativas) y Manuel Iglesias Cavicchioli (Investigador de la
Universidad Complutense de Madrid).
i Nye, J. S. (2006): Soft Power, Hard Power and
Leadership, Harvard University, John F. Kennedy School of Government, A. Alfred
Taubman Center for State and Local Government, Program on Networking
Governance. [En
Línea] Disponible en: http://www.ksg.harvard.edu/
ii
Son hasta 23 las resoluciones adoptadas por la AG contra el bloqueo a Cuba, la
última de ellas, con el voto favorable de 188 países, a finales de octubre del
pasado año: Resolución 69/5 “Necesidad de poner fin al bloqueo económico,
comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba”,
Asamblea General de las Naciones Unidas, 28 de octubre de 2014. [En línea]
Disponible en: http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/69/5
iii
En este sentido, véase: López-Levy, A. (2015): “Después del 17 de diciembre:
¿hacia una relación asimétrica Cuba-EEUU más estable?“, Real Instituto Elcano,
ARI 8/2015, 10 de febrero.
iv
También hace referencia a la Proclama de América Latina y el Caribe como Región
de Paz, firmada en Enero de 2014 en La Habana durante la Cumbre de la CELAC,
por la que todo Estado tiene el derecho inalienable a elegir su sistema
político, económico, social y cultural sin la injerencia de otro Estado.
v
A partir de la década de 2000, Venezuela ha suministrado petróleo en
condiciones muy generosas -subsidiado a precio de saldo- a cambio de apoyo
técnico, médico y político por parte de Cuba. Ésta materia prima es
posteriormente revendida, por lo que se convierte en una fuente de ingresos
imprescindible para la sostenibilidad del “socialismo real”, proporcionando,
según el propio ministro de Economía Marino Murillo, 765 millones de dólares.
vi
López-Levy, A. (2015): op. cit.
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