Washington
contra Rusia/Walter Laqueur, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.Traducción: José María Puig de la Bellacasa.
Publicado en La
Vanguardia | 8 de marzo de 2015
Es
sabido que las relaciones entre Estados Unidos y Rusia se han deteriorado
notablemente. Se debate actualmente en Washington cuál debería ser la política
estadounidense hacia Rusia. Cuando resultó elegido el presidente Obama, declaró
que un “reajuste” (una mejora de las relaciones) figuraba entre las principales
prioridades de su agenda. Indudablemente lo intento, pero la suerte le fue
esquiva. ¿Por qué? Según la versión oficial rusa, porque Washington intentó
constantemente causar perjuicios a Rusia de todas las formas posibles. La élite
política gobernante rusa (muchos de sus integrantes proceden del KGB)
constituye una clase formada en la creencia de que EE.UU. es el eterno enemigo
de Rusia y de que los líderes estadounidenses, casi sin excepción, se han visto
implicados día y noche en intrigas tendentes a la destrucción de Rusia. EE.UU.
fue responsable de la caída de la URSS y ahora quiere acabar la tarea de modo
que Rusia deje de ser un factor de cierta importancia en los asuntos mundiales.
Una
teoría interesante. Sin embargo, ¿es verdadera? La actitud de Washington hacia
Rusia mientras llegaba a su fin la guerra fría no fue de hostilidad implacable;
fue de una gran falta de interés, perceptible a todos los niveles. Así sucede,
por ejemplo, en el terreno de la economía: Rusia aparece sólo en el lugar
número veinte de la lista como socio comercial de EE.UU.. En el terreno del
mundo académico, hasta 1990 se había observado un gran interés en Rusia y sus
universidades y centros de investigación, y gran número de estudiantes
aprendían la lengua rusa y los temas soviéticos. Tras 1990, a los jóvenes
dotados y con ambiciones se les aconsejó no entrar en la escena rusa con el
argumento de que no sería positivo para el desarrollo de sus carreras. Entre
los expertos en política exterior de Washington se abrió paso la convicción de
que Rusia ya no revestía importancia. En resumen, Rusia, en lo concerniente a
Estados Unidos, no era la víctima de intrigas diabólicas sino de falta de
interés y de descuido e indiferencia que, en última instancia, desembocaban en
falsas ilusiones y errores de apreciación por parte del presidente y de
numerosos políticos. Incluso hace tan sólo un año, las falsas ilusiones sobre
Rusia estaban ampliamente extendidas. No se entendió que, aunque Rusia había
perdido su imperio, era lo más natural del mundo que intentara recuperarse en
la mayor medida posible. Mientras que las ideas estadounidenses sobre Rusia
demostraron ser equivocadas, tras la reconquista de Crimea y los combates en
Ucrania el estado de ánimo imperante se inclinó hacia la decepción e, incluso,
a la convicción (según los recientes sondeos de opinión) de que Rusia era el
principal enemigo de EE.UU., cosa que no había sido así en los últimos treinta
años.
De
ahí el debate actual: ¿cómo actuar con respecto a Rusia? Según una escuela de
pensamiento, hay que oponer resistencia a Rusia. Crimea ha podido perderse,
pero es menester ayudar a Ucrania para mantener su independencia. No obstante,
otra escuela de pensamiento argumenta que sería un error básico, tal vez fatal,
que EE.UU., después de Afganistán e Iraq se viera implicado en una guerra más
que no sería ganada y en la que ningún interés importante de EE.UU. está en
juego. Tales puntos de vista proceden de la extrema izquierda y la extrema
derecha, de la llamada escuela política realista y de algunos considerados
elementos de influencia o gente con intereses concretos en servir a los fines
del Kremlin.
Sus
argumentos son muy poderosos; el precio que podría tenerse que pagar por una
intervención estadounidense, aunque fuera sólo indirecta, podría ser muy
elevado y lo cierto es que resta escaso entusiasmo en EE.UU. para implicarse en
otra guerra en principio de pequeñas proporciones pero que podría convertirse
en una guerra de amplias proporciones.
Pero
estos argumentos adolecen de una fatal debilidad: no abordan la cuestión de
cuál sería el precio de la inacción estadounidense. ¿Es Ucrania (o el Este de
Ucrania) todo lo que quiere el Kremlin? ¿O sería el principio de la reconquista
del antiguo imperio, de Asia Central a los países bálticos, Moldavia y en
última instancia la imposición de gobiernos aliados con el Kremlin en toda
Europa Oriental? ¿No acarrearía el final de la UE y la OTAN y el surgimiento de
Rusia como poder dominante en Europa?
Tonterías,
argumentan los realistas, siembra de temores… Las ambiciones de Rusia son muy
limitadas e históricamente, tal vez, incluso justificadas. Hoy, Rusia es muy
débil económica y también militarmente. Ha invertido mucho dinero en rearme en
los últimos años, pero los resultados sólo se apreciarán dentro de cinco o diez
años. Con la mala situación económica (las sanciones, el declive del rublo y el
precio del petróleo) podría suceder perfectamente que fuera imposible mantener
tal política de rearme. ¿Cabe concebir que se comprometa en una peligrosa
aventura desde una posición de debilidad? Que alguien sea fuerte o débil es
siempre una afirmación relativa. Depende de las fuerzas y la determinación de
la otra parte. En caso de observarse que los riesgos implicados en la expansión
son pequeños, podría constituir una gran tentación seguir apostando. Como dice
la Biblia: “No nos dejes caer en la tentación”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario