Un
nuevo tiempo político/Sandra León es profesora en la Universidad de York y colaboradora de la Fundación Alternativas.
El
País | 25 de mayo de 2015
Ayer
asistimos al colofón electoral de un periodo trepidante en la competición
política en España. El sistema de partidos de los últimos treinta años ha
llegado a su fin y el nuevo panorama electoral se concreta en un aumento de la
fragmentación partidista. Visto en perspectiva, ésta ha sido la crónica de un
cambio anunciado. Nuestro sistema se ha sostenido durante los últimos cuatro
años sobre una crisis de representación que eclosionó en las calles y se
consolidó con las múltiples iniciativas de movilización social sectorial, para
finalmente penetrar en la arena política transformando el sistema de partidos.
Lo verdaderamente novedoso a partir de hoy será la gestión de una
representación política más diversa y fragmentada.
La
evolución del mapa político desde principios de año ha estado acompañada de una
mejora continuada de la valoración de la situación en las encuestas del CIS.
Que esta mejora se produzca justo en el momento en el que se produce una
profundización en la oferta electoral da una idea de las esperanzas que muchas
personas están depositando en los cambios. No obstante, todos los partidos,
especialmente los nuevos, deberán adaptarse en los próximos meses al nuevo mapa
de competición partidista en un proceso que seguramente no estará libre de
incoherencias o renuncias. Si las expectativas de los ciudadanos se establecen
sobre el corto plazo, existe el riesgo de que las esperanzas de hoy sean
proporcionales a la desilusión de mañana.
Puede
que muchos de quienes ayer votaron lo hicieran pensando en que otra forma de
hacer política es posible. Pero, de momento, con lo que hoy nos hemos levantado
es con un sistema político diferente que nos obliga a repensar nuestra manera
de gobernar para los próximos meses y, casi con seguridad, para los próximos
años.
Que
las nuevas formas de gobernar redunden en otra forma de hacer política depende
en gran medida de los partidos políticos y de los cambios institucionales que
éstos aprueben, pero también de la capacidad de la ciudadanía de adaptarse sin
frustración a las exigencias derivadas de un contexto político más plural. El
mejor antídoto contra el desengaño pasa por el reconocimiento libre de
prejuicios de las oportunidades y retos que se abren en este nuevo tiempo político.
Por
un lado, la traslación de la fragmentación partidista en la formación de
gobiernos obliga a los partidos a llegar a acuerdos y pactar, y quizás eso
favorezca que el consenso se convierta en un elemento esencial de nuestra
democracia. La dinámica del acuerdo puede contribuir a que la crispación
política sea algo del pasado y a que la competición interpartidista deje de
concebirse exclusivamente como un juego de ganadores y perdedores.
Los
partidos estarán obligados a entenderse para sumar mayorías, por lo que la
división entre lo viejo y lo nuevo que tanto se ha enfatizado durante la
campaña electoral puede acabar desactivándose en el proceso de formación de
gobiernos. Una mayor diversidad en la representación política también puede
ayudar, por ejemplo, a engrasar las relaciones entre comunidades autónomas y el
gobierno central, disminuyendo la alineación partidista de los poderes
regionales en los órganos de cooperación intergubernamental que dificulta la
consecución de acuerdos.
Por
otro lado, en las virtudes del nuevo sistema de partidos se encuentran sus
principales retos. Un sistema basado en pactos requiere de ciudadanos
dispuestos a aceptar que sus partidos hagan concesiones en aras del consenso.
Esto, que puede parecer obvio, encierra una paradoja. Los cambios que se han
producido en el sistema de partidos tienen su origen en la sensación por parte
de los votantes de que los partidos políticos tradicionales habían traicionado
su ideología o gobernado a espaldas de las preferencias de los ciudadanos.
Sin
embargo, la ampliación de la oferta política que se ha producido como
consecuencia de esa insatisfacción aumenta la probabilidad de que los partidos
acaben rebajando o renunciando a parte de sus compromisos electorales como
contrapartida para poder participar en un gobierno de coalición.
El
contexto político actual también representa un desafío mayor para los
ciudadanos a la hora de premiar o castigar la actuación de los gobiernos. Esto
se concreta fundamentalmente de dos maneras. La primera es que expulsar del
poder a los gobernantes será algo más difícil. Los pactos para formar gobiernos
pueden hacer que partidos que han perdido las elecciones acaben gobernando y
que quien ha ganado en escaños se quede en la oposición. Dicho de otra manera,
la traslación entre lo que prefiere la mayoría y quién gobierna no es tan
directa.
La
segunda, y más importante, tiene que ver con la necesidad de que los votantes
estén más y mejor informados sobre lo que ocurre en el gobierno. La
fragmentación del poder entre distintos actores dificulta la capacidad de los
ciudadanos de saber quién hace qué y, por lo tanto, de pedir cuentas a los
gobernantes por lo bien o mal que vayan las cosas en el país.
Aunque
en España el interés por la política y el consumo de información han crecido
durante los últimos años, otros indicadores como puede ser el del bajo nivel de
circulación de prensa escrita alertan sobre la debilidad de la crítica y, por
lo tanto, del control de la actuación de los políticos. Esa fiscalización es si
cabe más necesaria en un contexto donde el reparto de poder hace más difícil
para los votantes atribuir responsabilidades por los resultados de las
políticas.
En
definitiva, conocer los desafíos a los que nos aboca el nuevo escenario es el
mejor antídoto contra la frustración en el escenario político actual. Una mayor
diversidad y fragmentación en el sistema de partidos no se conjura con Grandes
Coaliciones, con una lectura catastrofista de la incertidumbre, sino mediante
un reconocimiento sin prejuicios de las oportunidades y retos asociados a estos
cambios.
Que
los próximos representantes gobiernen atendiendo al bien común y alejados de
las prácticas corruptas no dependerá de las bondades intrínsecas a una nueva
generación de políticos, sino de una reforma de las instituciones que obligue a
un mayor rendimiento de cuentas ante el electorado y, sobre todo, de una
ciudadanía que sepa adaptarse a los desafíos y exigencias del nuevo tiempo político.
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