El
nuevo éxodo judío
Más
de 7.000 franceses se trasladaron al Estado hebreo en 2014. El doble que el año
anterior. Encabezan por primera vez la inmigración a tierra israelí
JUAN
CARLOS SANZ
El País Semanal, 24 MAY 2015
"Bijouterie”,
“Synagogue Francophone”, “Bureau Immobilier”, “Change”. Rodeado de carteles,
bajo la cristalera de la oficina de cambio de moneda, Claude, nacido en París
en 1953, también vende revistas locales en francés. La campaña electoral
israelí toca a su fin entre la indiferencia de los paseantes. A primera vista
parece un balneario de la costa provenzal, pero esto es Netanya, una pequeña
Francia enclavada al norte de Tel Aviv. “Moi o lui”, reza la portada del
semanario Aujourd’hui, con las fotografías enfrentadas del primer ministro
conservador, Benjamín Netanyahu, y del líder laborista, Isaac Herzog.
Después
de las últimas oleadas de fugitivos del antiguo espacio soviético, así como del
éxodo anterior de judíos orientales o sefardíes y de europeos del Este o
askenazíes, la comunidad israelí francesa empieza a situarse como una minoría
emergente en Israel. En 2014 encabezó, por primera vez, la inmigración al
Estado hebreo.
Las
revistas están jalonadas de propaganda de partidos religiosos y nacionalistas
que concentran su interés en un colectivo aparentemente conservador, pero
también de publicidad de salones de belleza y tiendas de vinos, y sobre todo,
de bancos, abogados y promotores inmobiliarios que ofrecen sus servicios a los
franceses afincados en Netanya y Ashdod. Esos son los principales puntos de concentración
de esta comunidad judía al sur de la costa mediterránea.
Desde
la sala de control de todo este movimiento demográfico, el diplomático Yigal
Palmor, director de relaciones externas de la Agencia Judía, intenta
anticiparse a los cambios. Es responsable del organismo que asiste a los
inmigrantes judíos que se instalan en Israel. “Han llegado casi 7.000 franceses
en 2014, el doble que en 2013, y este año esperamos unos 10.000. Han superado
incluso a los cerca de 6.000 que huyen del conflicto de Ucrania”, constata
Palmor.
“En
mi barrio, en Marsella, había que quitarse la kipá a la salida del colegio para
atravesar vecindarios musulmanes”, explica un joven francés en Jerusalén
En
el centro de absorción de inmigrantes jóvenes de Ramat Aviv, al norte de la
aglomeración urbana de Tel Aviv, hace cinco meses que Marc se somete a un
ulpan, un programa intensivo de inmersión en el hebreo. De 25 años, dejó atrás
su casa de la periferia de París y su trabajo como agente comercial en el
sector textil. Inequívocamente mediterráneo y sefardí, Marc viste de negro,
pero no lleva la kipá como otros alumnos del centro, procedentes de 27 países
distintos, y aún mantiene una educada cortesía europea frente a la chutzpah
(pronúnciese “jutspá”), la habitual insolencia o audacia israelí. “Decidí
mudarme a finales de 2014. He pasado toda la vida viendo policías a las puertas
del colegio o de la sinagoga. Me considero una persona liberal, pero respeto
mis tradiciones”. No es un judío del histórico Marais parisiense, miembro de
una familia de joyeros o galeristas. Viene desde Vincennes, al otro lado de los
bulevares de circunvalación de la capital francesa. Tampoco se considera un
exilado, sino un ser humano que quiere empezar de nuevo en Israel. “A mi edad,
confío en quedar eximido de cumplir el servicio militar”, asegura. Vino con su
mejor amigo. Ambos se sintieron impresionados por la magnitud de las
manifestaciones de musulmanes en París contra la guerra de Gaza el pasado
verano.
Marc
ya se encontraba en Israel cuando, como cada viernes, su padre hizo las compras
para el sabbat al mediodía del pasado 9 de enero en el Hyper Cacher de la
Puerta de Vincennes. Una hora después, Amedy Coulibaly, nacido en Francia en el
seno de una familia de inmigrantes de Malí, irrumpió en el supermercado judío
en nombre del Estado Islámico y mató a tres clientes y a un empleado, antes de
ser abatido por la policía. Marc prefiere no hablar del asunto.
La
mayoría de los judíos franceses que llegan a Israel son familias, parejas con
hijos pequeños y jóvenes estudiantes. Todos necesitan ayuda para iniciar una
nueva vida, y tropiezan con problemas como la homologación de sus títulos
universitarios y diplomas profesionales. El primer gran escollo es el idioma,
la adquisición de una mínima destreza con el moderno hebreo hablado –alejado de
la antigua lengua que estudiaron en las sinagogas francesas– para poder abrirse
camino en la sociedad israelí. “El perfil del francés que emigra a Israel es el
de una persona menor de 35 años, de clase media y profesional liberal”,
puntualiza Yigal Palmor.
“Pronto
chocan con la contradicción entre el sistema de protección social que dejan
atrás en el Estado de bienestar en Francia, con múltiples ayudas públicas, y el
modelo liberal de Israel, que no cuenta con un sistema de subvenciones
establecidas. Nuestra tarea consiste en apoyarles para que encuentren pronto un
empleo y puedan llegar a ser autosuficientes”.
“Muchos
judíos franceses se plantean establecerse en Norteamérica para buscar un futuro
mejor, pero la mayoría prefieren venir a Israel, seguramente para seguir
estando más cerca de Francia”, sostiene el responsable de la Agencia Judía.
Cree que los más jóvenes valoran la proximidad, en lo que la prensa israelí ha
bautizado ya como “Sionismo de EasyJet”. “Pero la identidad judía sigue siendo
el factor clave frente a otros países de destino”, advierte Palmor.
No
todo es economía y religión. También el clima de tensión en el que vive la
comunidad israelí en Francia –cerca de 600.000 judíos en un país con seis
millones de musulmanes– desde la Segunda Intifada, al comienzo de la pasada
década, está detrás de la inmigración. Una inquietud que se acrecentó con los
atentados antisemitas cometidos por Mohamed Merah en la región de Toulouse en
2012 –siete asesinados, entre ellos tres niños de corta edad–, y que se ha
agudizado tras los ataques contra el semanario Charlie Hebdo y el supermercado
judío Hyper Cacher de París a comienzos de este año. “Muchos han llegado a
pensar en una pérdida de los valores de la República Francesa”, reflexiona el
diplomático israelí. “Hay una sensación de que el Estado no sabe proteger a
parte de sus ciudadanos”.
De
los 132 estudiantes del centro para inmigrantes jóvenes de Ramat Aviv, 26 son
franceses. “Para el próximo ciclo esperamos 40, hemos tenido que establecer un
cupo y abrir una lista de espera”, reconoce Dina Turebsky, la directora de
origen ucranio que hace 20 años siguió un curso de inmersión para recién
llegados en un establecimiento similar. La clave es la educación, el
aprendizaje rápido del hebreo y la llamada “cesta de integración”: alojamiento
y comida, y el equivalente a 500 euros mensuales. “Muchos de los que vienen
están marcados también por el temor a la amenaza del antisemitismo”, afirma.
“Por eso añadimos apoyo psicológico para algunos de ellos”.
A
los 18 años recién cumplidos, Ethan e Isabelle alegan que ese no es su caso. Él
lleva la kipá, aunque viste unas alegres bermudas –“Haré la mili después de
acabar la carrera de Ingeniería”, se plantea con una sonrisa–, mientras ella
confía en poder participar en el llamado Servicio Nacional (prestación social)
como psicóloga titulada. Los jóvenes judíos franceses se topan con la dura
realidad de un servicio militar obligatorio de hasta tres años de duración, en
un país con enemigos declarados en varias de sus fronteras y marcado por el
conflicto palestino. A la salida de clase, Ethan reconoce que sigue los pasos
de su hermano mayor, que hace seis años emigró a Israel, donde vive ahora con
su mujer y sus dos hijos. “No hemos venido por miedo, hacía tiempo que
pensábamos en ello. Yo también tengo vínculos familiares en Israel”, apunta
Isabelle. “La sociedad es diferente de la francesa, pero siento que esta es mi
casa”.
“Muchos
franceses prefieren venir a Israel antes que ir a Norteamérica, seguramente
para estar más cerca de su país”, afirma un alto cargo de la Agencia Judía
En
el Teatro de Jerusalén, en el elegante barrio de Rechavya, más de un millar de
estudiantes franceses se han dado cita en un acto organizado por la Agencia
Judía. Una bulliciosa feria juvenil con diferentes puestos distribuidos a lo
largo de los vestíbulos del centro cultural, a cuyo cargo se encuentra Ariel
Kandel, un parisiense de 40 años tocado con la kipá. “Después del éxodo que
siguió al desmantelamiento de la antigua Unión Soviética en 1991, los franceses
representan ahora un flujo esencial de inmigración. Los miles de judíos que
viajan hoy a Israel desde Francia cierran un ciclo que se inició en los años
cincuenta y sesenta en los países del norte de África recién descolonizados,
cuyos sefardíes se trasladaron a la metrópoli tras los procesos de
independencia, y ahora lo culminan con la aliyah (inmigración a Israel)”,
explica. “El 80% de los que acuden a estas reuniones informativas acaban
quedándose con nosotros”.
El
puesto de la Universidad Hebrea parece ser el más concurrido en la feria para
estudiantes judíos franceses en el Teatro de Jerusalén, solo por detrás del de
las Fuerzas de Defensa de Israel. Portavoces militares uniformados intentan
resolver las dudas sobre el servicio militar que expresan los jóvenes, todos
con el bachillerato terminado o a punto de acabar, como el marsellés Galith
Azoulay. “Tengo miedo, estoy preocupado por mi futuro”, admite este aspirante a
ingeniero informático. “En mi barrio había que quitarse la kipá a la salida del
colegio o de la sinagoga para atravesar zonas con vecindario musulmán”. Su familia
tiene raíces en Oujda y Fez (Marruecos) y en Orán (Argelia), donde se asentaron
hace más de cinco siglos judíos expulsados de España.
El
futuro de los Ben Aimar está ahora en las manos de Jerôme, de 38 años, que
amasa y hornea brioches, baguetes y merengues en la pastelería JB de Netanya.
Tras una vidriera recorrida por la imagen de la Torre Eiffel, el 80% de su
clientela está integrada por inmigrantes asentados en esa pequeña Francia
israelí. Originario de Lorient, en Bretaña, apenas ha sentido el peso del
antisemitismo. “Hay muy pocos judíos en esa región”, reconoce Jerôme. “Parte de
mi familia se estableció aquí hace más de 40 años, y ahora me he reunido con
ellos, junto con mi madre y mi hermano, para sacar adelante este negocio”,
explica mientras muestra con orgullo su acreditación de artesano tradicional
expedida en Francia.
Meir
Meyer y Vivian Krief podrían estar ahora contemplando el final de su existencia
en las playas de Cannes, pero han elegido Netanya para vivir una alegre
jubilación rodeados de camaradas de su generación. Bigote recortado, pelo
atusado y ojos brillantes bajo una gorra de marino, él sonríe confiado. “Es
como Clark Gable”, se ufana Vivian, de 74 años, tras sus gafas de sol, mientras
Meir lo celebra a sus 80 años con una de sus mejores poses. Como otros judíos
franceses, él combatió en la llamada guerra del Canal de Suez de 1956, pero
luego regresó a Francia. “Nos conocimos en el hotel Ritz de París, donde ambos
trabajábamos”, se jactan Meir y Vivian en un último derroche de glamur,
instalados en una soleada terraza del bulevar que lleva a las playas de
Netanya.
Cerca
de la pareja de jubilados judíos franceses, Max, de 74 años, sonríe mientras
fuma a las puertas de su restaurante. Recomienda las “gambas con licencia
rabínica”, un remedo de marisco elaborado con pescado para sortear la
prohibición religiosa. Salió de Casablanca (Marruecos) en 1956 y combatió como
paracaidista en la guerra de los Seis Días (1967). Luego abrió un restaurante
en París que hoy regentan sus hijos. “Aquí todo es casher porque nos lo exige
nuestra clientela, pero también tenemos vino francés y hasta pastis debidamente
aprobados”, desvela.
A
la cabeza de un cortejo de líderes internacionales, el primer ministro israelí
se permitió el pasado enero en París hacer un llamamiento a los judíos
franceses para que emigraran en masa a Israel, su verdadero “hogar”. El gesto
de Netanyahu suscitó el inmediato rechazo del presidente de la República,
François Hollande, y de su primer ministro, Manuel Valls. En un acto celebrado
poco después en Toulouse en recuerdo de las víctimas de los ataques de Mohamed
Merah, el expresidente conservador Nicolas Sarkozy le replicaba: “Francia no
sería la misma sin la presencia del judaísmo, que pertenece a su historia”.
"La
vida no es fácil en Israel”, advierte un veterano inmigrante
La
Revolución tras la toma de la Bastilla reconoció derechos ciudadanos a los
judíos a finales del siglo XVIII, pero Francia también ha marcado hitos en el
antisemitismo, como el caso de Alfred Dreyfus, un oficial judío acusado
falsamente de traición, y cuyo honor fue restituido a comienzos del siglo XX
tras la intervención del escritor Émile Zola con el célebre alegato Yo acuso.
Las páginas más negras en Francia se vivieron bajo el régimen colaboracionista
de Vichy durante la II Guerra Mundial, con episodios trágicos como la redada
del Velódromo de Invierno de París, en 1942, que supuso la deportación de más
de 12.000 judíos hacia los campos de exterminio.
En
2014, el Consejo Representativo de Instituciones Judías recopiló 851 actos
antisemitas en Francia, frente a los 423 contabilizados en 2013. Pese a todo,
solo un 1% de los judíos franceses emigraron a Israel el año pasado.
“Aparentemente, la posibilidad de morir víctima de la violencia en el Estado de
Israel aún sigue siendo más alta que de ser asesinado en un ataque terrorista
yihadista en Europa”, sostiene el periodista de Haaretz Anshel Pfeffer en la
conclusión de una serie de reportajes sobre el antisemitismo en el Viejo
Continente.
Richard,
el tío del maestro pastelero Jerôme ben Aimar, es hoy un sesentón reflexivo.
Pero confiesa que antes fue un enardecido sionista que se embarcó para luchar
en la guerra del Yom Kipur, en 1973, junto a 700 judíos franceses. “Tenía 21
años. Vine porque creo en el derecho de los judíos a vivir en esta tierra”.
Cubierto
por la kipá, la barba cana y larga, vestido a la manera tradicional, pero sin
alardes ultraortodoxos, este traductor profesional del francés al hebreo
recuerda haber visto ya otras oleadas de judíos franceses. “No sé cuánto durará
esta vez, pero de lo que no cabe duda es que los últimos acontecimientos han
acelerado la decisión de aquellos que estaban planteándose emigrar a Israel”,
argumenta. “Ahora vienen jubilados que se sienten inseguros en Francia y
jóvenes preocupados por el desempleo. La amenaza del yihadismo en Europa puede
que haya empujado a algunos a venir, pero la vida no es fácil en Israel”,
advierte este veterano inmigrante. “Veremos qué ocurre dentro de dos o tres
años”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario