El
peligroso ascenso del chovinismo budista/Yuriko Koike, Japan’s former defense minister and national security adviser, was Chairwoman of Japan’s Liberal Democratic Party’s General Council and currently is a member of the National Diet.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.
Project
Syndicate |29 de julio de 2015
El
Buda, Siddhartha Gautama, no compuso ningún sutra para azuzar el odio religioso
ni la animadversión racial. Sin embargo, el chovinismo budista amenaza los
procesos democráticos de Myanmar (Birmania) y Sri Lanka. Algunos de los mismos
monjes budistas que desafiaron a la junta militar birmana en la “Revolución de
Azafrán” de 2007 hoy incitan a la violencia contra la minoría musulmana
rohinyá. En Sri Lanka, el chovinismo étnico de los budistas cingaleses, avivado
por un ex presidente que está resuelto a volver al poder, pone el ridículo la
supuesta meta de reconciliación con los derrotados tamiles hinduistas.
En
Birmania, el racismo budista es uno de los grandes factores de la virtual
guerra civil en el estado de Rajiine y ha generado una crisis humanitaria en
que cientos de miles de rohinyá musulmanes han tenido que huir del país por mar
y tierra. Lo más aciago para el futuro de Birmania es que el antagonismo racial
y religioso de los genocidas no tiene nada de espontáneo, ya que están ligados
a acciones de tipo oficial. Los rohinyá ya han perdido la nacionalidad birmana
y es seguro que habrá más violencia si se aprueba una serie de propuestas de
ley que marginarían más aún a quienes profesan el islam.
Por
ejemplo, una nueva ley matrimonial exige que las parejas de diferentes
confesiones religiosas manifiesten su intención de casarse ante las autoridades
locales, que a su vez deberán hacer un aviso público del compromiso; sólo si
ningún ciudadano se opone a la unión (algo muy improbable en el actual clima de
tensión) se les permitiría contraer matrimonio. Otra propuesta de ley
prohibiría a todos los menos de 18 años convertirse a otra religión e incluso
exigiría que, antes de dar su permiso, las autoridades locales sometan a
interrogatorios a los adultos que intenten impulsar las conversiones.
Quizás
lo más preocupantes es que un tercer y reciente proyecto de ley permitiría
imponer un control de la natalidad al estilo chino sobre cualquier grupo cuya
tasa de crecimiento demográfico supere el promedio nacional. Por ejemplo, se
podría ordenar a las mujeres que esperen tres años tras dar nacimiento a un
hijo antes de tener otro. En este caso también los gobiernos locales, más
susceptibles a los prejuicios populares, tendrán la facultad de aplicar leyes
que parecen estar dirigidas específicamente a los rohinyá, que se caracterizan
por sus familias numerosas.
Estos
proyectos de ley todavía no equivalen a una nueva versión de los edictos de
Nuremberg (las leyes antisemitas promulgadas por los nazis en 1935), pero sí
reflejan los planes de quienes buscan avivar el resentimiento de los budistas
con el fin de hacer fracasar la transición democrática birmana. Es una oscura
ambición que ha cobrado más urgencia a medida que se acercan las primeras
elecciones presidenciales democráticas desde que comenzara la transición en
2011.
Por
supuesto, los rohinyá son el principal blanco de esta estrategia, pero hay
también otro: Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz y líder de la oposición.
Por
ahora no puede ser candidata presidencial debido a una cínica cláusula
constitucional que excluye a toda persona cuyo cónyuge o hijos posean pasaporte
extranjero (los dos hijos que tuvo con su fallecido marido inglés poseen
pasaportes británicos). Aun así, el régimen, temeroso de su popularidad, está
jugando las bazas de la religión y el origen étnico para desacreditarla a ella
y a su partido, la Liga Nacional por la Democracia, que ganó casi la totalidad
de los escaños parlamentarios en juego en las últimas elecciones generales (y
que arrasó en las elecciones de 1990, que fueron anuladas).
Al
instigar la violencia budista contra los rohinyá, el régimen busca perjudicar
de dos maneras las posibilidades de victoria de Suu Kyi y la LND. Si ella se
manifiesta a favor de esta minoría, su atractivo entre los budistas, que
constituyen la gran mayoría de los ciudadanos birmanos, puede debilitarse lo
suficiente como para que el ejército se mantenga en el poder. Si no los
defiende, su aura de liderazgo moral podría desdibujarse entre sus propios
partidarios, tanto en el país como en el extranjero.
Hasta
el momento, Suu Kyi ha esquivado esta trampa con las evasiones verbales que uno
esperaría más de un político común y corriente que de una figura de su valentía
y prestigio. En todo caso, no cabe duda de que su margen de maniobra será cada
vez más estrecho a medida que se acerquen las elecciones. En lugar de poner
énfasis en las reales necesidades del país (una reforma agraria seria, una
campaña contra la corrupción y la liberación de la economía del control de la
oligarquía), puede que se vea arrastrada a defender a una minoría impopular.
Un
imperativo político parecido late en el centro del chovinismo cingalés, que ha
vuelto de súbito a la vida pública de Sri Lanka. En el sangriento impulso final
que puso fin al cuarto de siglo de guerra civil con los Tigres Tamiles en 2009
se azuzaron las pasiones religiosas y étnicas de los cingaleses. Pero en lugar
de buscar la reconciliación con los tamiles tras su derrota, el entonces
Presidente Mahinda Rajapaksa siguió utilizando el odio étnico para subvertir la
democracia del país.
La
inesperada derrota de Rajapaksa por una coalición de demócratas de Sri Lanka y
partidos políticos tamiles en las elecciones presidenciales de enero pasado
(resultado que intentó anular) tendría que haber acabado con su carrera y la
política de los ataques raciales. Pero hoy el ex presidente está intentando
ferozmente volver al poder, y bien podría ocurrir que triunfe en las elecciones
parlamentarias que se celebrarán el 17 de agosto.
Una
razón de su potencial victoria es la cantidad de fondos con los que cuenta;
otra es que probablemente tenga el apoyo de China tras haber permitido la
construcción de puertos y otras instalaciones para el Ejército Popular de
Liberación durante su presidencia. Pero la clave de su fortuna ha sido el aprovechamiento
de los temores de la mayoría cingalesa.
De
esta manera, Rajapaksa está poniendo al Primer Ministro Ranil Wickremesinghe en
el mismo tipo de dilema al que se enfrenta Suu Kyi en Birmania. Hasta ahora
Wickremesinghe ha podido evitarlo al sugerir que los cingaleses tienen más que
temer de un retorno de Rajapaksa que de las minorías étnicas del país. Sin
embargo, nunca se debe subestimar el poder del odio para socavar una democracia
desde dentro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario