Cuba-Estados
Unidos: jugada estratégica/Emilio Sáenz-Francés, profesor de Historia y Relaciones Internacionales (Facultad CCHHSS) en la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE.
Publicado en ABC
| 29 de julio de 2015
La
apertura de embajadas entre Estados Unidos y Cuba es otro hito en la
normalización de relaciones anunciada en diciembre de 2014. Junto con el pacto
nuclear con Irán, Cuba es el otro gran legado que Obama ofrece a la posteridad.
Quizás uno menos polémico, aunque sin duda no por ello carente de
trascendencia. En efecto, la decisión supone revertir una de las líneas de la
política exterior estadounidense de más largo recorrido. Y una a la que los
sucesivos presidentes –desde Eisenhower– han mostrado mayor apego.
Decía
Hemingway que un hombre puede ser destruido, pero no derrotado. Algo de eso hay
en la paradoja del comunismo cubano. Su futilidad ideológica, su fracaso
político, su colapso moral… no han resultado sin embargo en una erosión
significativa del conjunto del edificio. Nada anuncia su caída y el inicio de
una transición a la democracia. Los Castro, en efecto, parecen querer comprar
años a la muerte y retrasar lo inevitable; y convertir a Cuba en un producto de
anticuario, en una reliquia de un tiempo pasado y añejo. Un vago recuerdo de
aquella Guerra Fría que por Cuba estuvo a punto de convertirse en caliente y
consumirnos a todos.
Cuba,
en definitiva, parece querer transitar por una senda demorada del fin de
historia de Fukuyama. Pero es que en ese camino la evolución de los
acontecimientos y el ritmo de las Relaciones Internacionales han seguido cursos
difícilmente predecibles hace apenas veinte años. Y en 2014 distintos factores
permitían pensar en un régimen cubano con capacidad para perdurar, y ser de
nuevo un factor acuciante de la política exterior de los Estados Unidos.
En
primer lugar cabe citar la nueva hostilidad entre la Rusia de Vladimir Putin y
Estados Unidos. En 2008 el gobierno ruso destacó al caribe una flotilla
encabezada por el poderoso crucero nuclear Pyotr Velikiy, que precedía una
visita del presidente Medvedev a la Venezuela de Chávez y la propia Cuba. Una
unidad menor, el destructor Almirante Chabanenko, visitó el puerto de La
Habana. Era el fin de diecisiete años sin presencia de la armada rusa en las
costas cubanas, y todo un mensaje a la administración estadounidense, justo el
año en que Rusia había provocado una guerra en Georgia para prevenir su entrada
en la OTAN: Moscú actuaría para prevenir la expansión de la Alianza en su
esfera de influencia y contestaría en especie en el Caribe. En 2014, en pleno
auge de la crisis ucraniana, Vladimir Putin realizó una nueva visita a La
Habana, en la que anunció la decisión histórica de condonar el 90% de la deuda
que Cuba debía a Rusia. No cabe duda de que en la jugada de Obama hay mucho de
interés por frenar la pretensión de Moscú de renovar su influencia en el espacio
antillano.
Y
es que Venezuela es, sin duda, otro de los factores detrás de la normalización.
Desde la subida de Hugo Chávez al poder, Cuba ha podido obtener suministros
petrolíferos a un precio más que generoso que ha permitido al castrismo aliviar
las dificultades derivadas de las sanciones estadounidenses, mientras que la
isla se erigía en la perfecta plataforma de entrada de la influencia rusa en
Caracas. Chávez deseaba disociar su ejercito lo antes posible de la influencia
estadounidense, y Rusia –con Cuba como eslabón necesario– era el aliado
perfecto en ese objetivo. En marzo de 2015, Washington señalaba a Venezuela
como una amenaza a su seguridad. Pocas semanas después, la propia Cuba dejaba
de formar parte de la lista de países que, según el Departamento de Estado,
esponsorizan el terrorismo. De nuevo la jugada no puede ser más clara: sustraer
a La Habana, aunque sea lentamente, de la influencia del mayor quebradero de
cabeza hoy en día de los Estados Unidos en Latinoamérica.
Rusia
y Venezuela son dos factores principales. Cabe citar otros como el auge
generalizado del populismo en América, que encuentra un argumento perenne en el
embargo; la progresión de China en la región, y la realidad de que, más de
cincuenta años después, quizás había llegado la hora de buscar nuevas
soluciones a viejos problemas.
Los
republicanos han acusado a Obama de ser un apaciguador, y pactar con unos
tiranos execrables. No cabe duda de que las relaciones con Cuba serán un tema
recurrente en una campaña que se avecina, en el que la lucha por el voto
hispano será clave. Y Florida ya ha dado en el pasado el poder a un Bush. La
isla será un caladero de votos para ambos partidos, pero es más dudoso que una
administración republicana revierta el proceso abierto por Obama, al menos en
lo fundamental. Se trata del inicio de un largo camino, y a pocos se le
escapan, uno en el que en Estados Unidos tiene mucho más que ganar.
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