Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931), uno de los poetas más prestigiosos de las letras españolas, fue galardonado con el Premio Cervantes, el máximo reconocimiento de las letras hispanas, que concede el Ministerio de Cultura ESPAÑOL. Al enterarse de la noticia, Gamoneda reconoció estar "abrumado" y añadió divertido que al conseguirlo "me han despojado de la condición de finalista, que era casi una profesión". Además dijo que no se sentía a la altura de otros galardonados como Octavio Paz, Juan Carlos Onetti, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa y Miguel Delibes. "No es cuestión de humildad sino de realismo", reconoció. Gamoneda diece sentirse "sólo el mejor poeta" de su barrio. "Mi poesía en su consistencia verdadera no es mejor hoy que ayer".
Nacido el 30 de mayo de hace 75 años en la capital asturiana, tras morir su padre y con sólo dos años, Gamoneda se trasladó con su madre a León, donde ha vivido desde entonces y donde dirige la Fundación Sierra-Pambley (creada en 1887 por Francisco Giner de los Ríos). Con cinco años aprendió a leer solo, con el único libro que su madre había trasladado a su nueva casa: se titulaba Otra más alta vida y lo había escrito su padre, Antonio Gamoneda, que era un poeta modernista. En 1960 publicó sus primeros poemas, escritos muchos años antes, y también se convirtió en víctima de la censura de la dictadura de Franco, que prohibió que su Blues castellano (1982) saliera a la luz. Incluido en la Generación de los 50 pese a sentirse alejado de esa línea poética, Gamoneda destiló una poesía con conciencia moral muy implicada en la resistencia antifranquista.
Tras la muerte de Franco y después de algunos años de silencio poético y de "frustración ideológica", volvió a la literatura con libros como Arden las pérdidas, donde reflexiona sobre la pérdida, el olvido, el paso del tiempo y la muerte. Su primer libro de poemas fue Sublevación inmóvil (1966) y con él trata de escapar a cualquier restricción realista. Siguieron Descripción de la mentira (1977), León en la mirada (1979) y Blues castellano (1982), que incluye poemas redactados casi veinte años antes. Lápidas (1987) le supuso un gran reconocimiento por parte de la crítica, y con Edad (1987), una recopilación de su poesía hasta el momento con algunos inéditos, obtuvo el Premio Nacional de Poesía. Libro del frío (1992) volvió a confirmarle como uno de los poetas más importantes del siglo. En 2000 publicó la antología Sólo luz y en 2003 salió a la luz una reedición del Libro del frío, con la incorporación de veinte poemas nuevos.
Gamoneda reside en León desde 1934. Es doctor honoris causa por la Universidad de León. Actualmente tiene asumidas tareas de dirección en la Fundación Sierra-Pambley, creada en 1887 como prolongación de la Institución Libre de Enseñanza.
Recibirá tembién el premio el 23 de abril de manos del rey Juan Carlos en una ceremonia en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, localidad donde nació Cervantes.
¡Felicidades!
- El mundo de un gran poeta/Miguel Casado*
Quizá la poesía de Gamoneda tenga como núcleo central la tensión entre autonomía del texto y referencia autobiográfica. Se trata de una tensión tan manifiesta como difícil de nombrar: una construcción lingüística rigurosa y autosuficiente que, a la vez, no conoce otros materiales, otras temperaturas que los de la propia vida. Así, indagar en la memoria del poeta se hace indistinto de releer su obra; no hay en ella propiamente relato, pero sí diseminación y fragmentación de cápsulas narrativas, de figuras y personajes que reaparecen una y otra vez. Las imágenes y los núcleos emocionales del poema proceden del lugar del relato y en ellos se manifiesta la vida; sin llegar a declararse, se muestra.
De este modo, por debajo de las palabras fluye una corriente de memoria, para cuyas emergencias Gamoneda encuentra una imagen presente también en autores como Walter Benjamin o Cesare Pavese: la del relámpago. El sustrato de memoria aparece, estalla en súbitos relámpagos que tiñen, cambian el color, las proporciones y perspectivas de la luz, hacen que el sentido exceda siempre su circunstancia concreta. De este excedente de sentido proceden las formas invisibles que habitan cada frase, del mismo modo que las personas que estaban próximas, cercanas, y han desaparecido, siguen habitando la vida, son las pérdidas que en ella no cesan de arder.
Esta permanencia de la memoria, y la actividad de sus «formas invisibles», componen la materia del mundo cristalizado en Descripción de la mentira (1977) y que se prolonga, aun con muy fuertes transformaciones, hasta los recientes Arden las pérdidas (2003) y Cecilia (2004). Las palabras van sumergiéndose en el mundo creado entonces, moviéndose dentro de sus coordenadas, y eso provoca -cada vez que se pronuncian de nuevo-, que se enciendan con luz retrospectiva: cada poema hace nuevos los anteriores, alterando, removiendo sus condiciones de lectura; cada libro queda abierto y sigue transformándose al compás de cada libro posterior que aparece. El mundo de un gran poeta crece así.
Hay en ello un espesor o una consistencia existencial y, a la vez, un pálpito de límite, de inminencia destructiva, una intensa intuición de negatividad. Lo que se ha calificado como poética de la muerte de Antonio Gamoneda es, realmente, una poética de la vida conducida a su límite. El mundo de Gamoneda -cuando se decanta en la mitad de los años setenta- era el de un superviviente, y daba cuenta, a la vez, de la precaria identidad del yo y del estado de un país oprimido y esquilmado: hacerse fuerte de manera beckettiana en los residuos -lo que queda-, hallar en la necesidad virtud, producir en ese lugar pobre y precario una concentración de energía existencial han sido el poder de los poemas.
En la constancia de las formas invisibles se asienta la capacidad mítica del lenguaje de Gamoneda: para fundir la intimidad y el ser de la vida, para prolongar hasta la obsesión ciertas sensaciones tenidas en la infancia, para hacer persistente a lo largo de décadas el olor de unas hortensias, el tacto de unos guantes, la luz de una habitación donde alguien lloraba, unas manos lavando la ropa en una tabla de lavar -la taja-, la serpiente prodigiosa de una melodía deslizándose sobre el corazón.
Trabajo mítico, pero también -en una síntesis admirable de niveles- de auto-análisis, ya que el mundo creado no se distingue de la propia vida: el deseo de un conocimiento de sí impulsa toda la obra de Gamoneda. Por eso hubo de escribir en ocasiones que lo que estaba diciendo le resultaba a él mismo incomprensible, indescifrable, que le inducía a perplejidad. Escribir para entender, para entenderse. El poetase sitúa ante una sustancia de memoria y palabras que se le impone, que se ofrece desbordante de emociones oscuras, que no muestra otra claridad que la del retorno obsesivo. El poeta persigue ese núcleo, nos permite a los lectores acompañarle en esa lenta erosión, en ese conocimiento aplazado, intenso y efímero, como el de los relámpagos de la memoria infantil.
- El poeta del frío/José Luis Pardo, filósofo
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