15 jul 2008

La religión en la esfera pública

La religión en la esfera pública/Roberto Blancarte P.
Publicado en Milenio Diario, 15 Julio, 2008;
¿Qué papel debe tener lo religioso en nuestra vida pública? ¿Es la religión un asunto estrictamente privado, o tienen también una expresión social? ¿Pueden las iglesias participar en los debates que definen legislaciones y políticas públicas? ¿O les corresponde únicamente actuar a los ciudadanos y sus agrupaciones, independientemente de sus creencias? ¿En cualquiera de estos casos, bajo qué condiciones deben hacerlo unos y otros? Estas preguntas son recurrentes entre todos aquellos que de de alguna manera se cuestionan y preocupan acerca de lo religioso en la vida contemporánea. Un papel que no queda claro y que tiende a ponerse sobre el tapete cada vez que un dirigente religioso hace un llamado para que la sociedad sea conducida de acuerdo con ciertos criterios doctrinales o cuando un líder político apela a una convicción religiosa para reforzar un sentido de misión de las acciones a las que convoca.
En juego está finalmente el tipo de Estado que tenemos (es decir el conjunto de instituciones por las que nos regimos políticamente) y cómo debemos entenderlo. En buena parte del mundo occidental, particularmente aquel que surgió del mundo latino, es decir del imperio romano de Occidente, estas discusiones giran alrededor de la idea de laicidad. Porque de cómo se entiende este concepto depende en buena medida la respuesta a las interrogantes que antes nos hicimos.
El secretario de Estado vaticano, Tarsicio Bertone, afirmó hace algunos días que “es necesario distinguir el laicismo, como privatización de lo religioso y exclusión de la vida pública, de la laicidad, que supone la necesaria separación entre la Iglesia y el Estado asumiendo lo religioso como parte de la esfera social.” No podría estar yo más de acuerdo con el secretario de Estado y con el Papa Benito XVI a quien él ha retomado. Pero me parece importante abundar sobre el asunto, para explicar por qué surgió tanto el laicismo como la laicidad y en qué medida sigue siendo válida la razón de ser de la privatización religiosa, para también entender los límites de la participación de las iglesias en la vida pública en el Estado laico.
El cardenal Bertone no hizo más que repetir lo dicho por el Papa el 9 de diciembre de 2006, con motivo de 56 Congreso Nacional de la Unión Nacional de Juristas Católicos Italianos, en una reunión que se dedicó al tema: “La laicidad y las laicidades”. Allí Benito XVI dijo de entrada que “no existe una sola laicidad, sino diversas, o, mejor dicho, existen múltiples maneras de entender y vivir la laicidad, maneras a veces opuestas e incluso contradictorias entre sí” y que el significado de la laicidad “en los tiempos modernos ha asumido el de exclusión de la religión y de sus símbolos de la vida pública mediante su confinamiento al ámbito privado y a la conciencia individual. La laicidad se manifestaría en la total separación entre el Estado y la Iglesia, no teniendo esta última título alguno para intervenir sobre temas relativos a la vida y al comportamiento de los ciudadanos; la laicidad comportaría incluso la exclusión de los símbolos religiosos de los lugares públicos destinados al desempeño de las funciones propias de la comunidad política: oficinas, escuelas, tribunales, hospitales, cárceles, etcétera.” Para el Papa, eso “ciertamente no es expresión de laicidad, sino su degeneración en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión; en particular, contra la presencia de todo símbolo religioso en las instituciones públicas.” Desde esa perspectiva, una “sana laicidad” implicaría “que las realidades terrenas ciertamente gozan de una autonomía efectiva de la esfera eclesiástica, pero no del orden moral.”
El discurso del Papa amerita un análisis más completo, pero me gustaría de entrada hacer una aclaración: el Estado laico surgió precisamente para defender la libertad de conciencia. Se trata precisamente de defender ese fuero interno por medio del cual la persona decide en qué quiere creer y cómo decide hacerlo. Para defender ese derecho, a lo largo de los siglos pasados se fue entendiendo que la libertad religiosa (producto de esa libertad de conciencia) pertenecía al ámbito de lo privado, a donde nadie debería tener derecho de entrometerse. Como consecuencia, para evitar conflictos y guerras, lo religioso debía quedar fuera del espacio público, es decir de aquel lugar en el cual se dirime el interés de todos. Público entonces se define como algo que pertenece a todos. La libertad de conciencia y de religión quedaban en la esfera privada y la política en la pública. El problema es que durante mucho tiempo se entendió lo social como público y son dos cosas diferentes. La teoría liberal, que defendía la separación de lo privado y lo público tenía razón y sigue siendo válida. Pero se olvidó y se pensó equivocadamente que lo religioso no tenía una expresión social. Ahora nos damos cuenta que sí la tiene, aunque eso no significa que la expresión social de los creyentes tenga necesariamente que pertenecer al ámbito de la vida pública, es decir ese espacio donde se decide el interés de todos. Y ese interés de todos, es decir público, no puede ceñirse a lo que diga una específica visión moral religiosa.
blancart@colmex.mx

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