La "nueva Íngrid"/POR PLINIO APULEYO MENDOZA, periodista y ex embajador en Francia.
Revista Cambio, EDICIÓN No. 784 10 al 16 de julio
Cómo, por qué y cuál es el alcance de su profundo cambio luego de su secuestro.
LOS COLOMBIANOS fueron los primeros en advertirlo. Luego los franceses cuando, minutos después de haber descendido del avión que la llevó a París, vieron cómo ella le tomaba una mano a Sarkozy y empezaba a hablar con una segura elegancia ante el micrófono. "Hubo una estupefacción general", escribió Le Monde.
Cómo, por qué y cuál es el alcance de su profundo cambio luego de su secuestro.
LOS COLOMBIANOS fueron los primeros en advertirlo. Luego los franceses cuando, minutos después de haber descendido del avión que la llevó a París, vieron cómo ella le tomaba una mano a Sarkozy y empezaba a hablar con una segura elegancia ante el micrófono. "Hubo una estupefacción general", escribió Le Monde.
En efecto, en vez de una Íngrid Betancourt quebrada irremediablemente por un calvario de seis años, como había sido vista en la última y agónica imagen suya difundida por las Farc, tanto los franceses como los colombianos la encontraron sin rastro del horror vivido por ella en las selvas. Al contrario, la vieron sonriente, lúcida, serena, con un extraordinario dominio de sí misma y con dos rasgos que rara vez van juntos: un fino sentido político y algo que parece tocar los extraños linderos del misticismo religioso. "La Mandela colombiana", escribió el analista venezolano Moisés Naim.
¿Qué cambió realmente en ella? Quienes la conocimos desde niña -o para ser más exactos, desde cuando era una adolescente de quince años-, recordamos ciertos rasgos suyos que han perdurado desde siempre: carácter, inteligencia, audacia y ambición. La herencia jugaba en ella el innegable papel de inducirla a buscar un destino trascendente. Tanto su padre como su madre se habían impuesto siempre empresas generosas. Gabriel, su padre, fue el fundador del Icetex. Cuando murió, arrasado por el secuestro de su hija, estaba empeñado en sacar adelante un ambicioso proyecto de unidad latinoamericana. Yolanda, su madre, rescató de la miseria, con sus albergues, a centenares de niños que hoy, convertidos en hombres maduros, la siguen llamando 'mamá'.
Su inteligencia, que habría podido florecer silvestre, enredada en frondas retóricas como ocurre con frecuencia en el mundo de nuestros personajes políticos, tuvo un valioso soporte de rigor gracias a su formación francesa. En "Sciences Po", como llaman en Francia al Instituto de Ciencia Política donde ella pasó varios años, el método para exponer tesis e ideas es tan importante, o más, que el conocimiento mismo. Un joven profesor y cercano amigo suyo en ese Instituto fue Dominique Villepin, futuro Primer Ministro de Francia.
Siempre me pareció que tanto Íngrid como Astrid, su hermana, eran como una réplica de mis propias hijas. Tan francesas, como colombianas, unas y otras se casaron en París, vivían en los mismos parajes, iban a las mismas discotecas y sus destinos parecían seguir un rumbo más bien apartado de su país de origen. Con Íngrid uno alcanzó a llamarse a engaño. Casada con Fabrice Delloye, por un tiempo creí que iba a llevar la vida fácil y relumbrante de la joven esposa de un diplomático francés en lugares tan paradisíacos como las islas Seychelles o en Los Ángeles, ciudad donde alguna vez los visité, de paso para Taiwán. Como lo escribí alguna vez, todavía la recuerdo en el volante de su automóvil mientras me enseñaba en Hollywood los palacetes de cuento de hadas donde vivían los actores y actrices más famosos. No imaginaba entonces que su vida iba a dar un viraje de 180 grados.
La de ayer y la de hoy
Lo dio, en efecto, al decidir su inesperado regreso a Colombia. Cuando me habló en Bogotá de su proyecto de iniciar una carrera política, la miré con lástima. "Nadie te conoce, le dije. Eso no es tan fácil. ¿Quién va a votar por ti?". Seis meses después obtuvo la votación más alta entre los candidatos a la Cámara en Bogotá. Hoy todos sabemos cómo lo consiguió: sus denuncias sobre el sida moral que padecía el país, la entrega de preservativos -como símbolo de esa lucha- a los automovilistas que circulaban por la carrera once de Bogotá, los nombres de personajes que debían ser investigados por cargos de corrupción dados valerosamente por ella en entrevistas de radio y televisión. Los medios no pudieron ignorarla. Tampoco los electores.
Ahí estaba presente su decisión y su audacia, la misma que la llevó más tarde a escribir un testimonio de lo vivido por ella en un libro rápidamente convertido en best seller en Francia: La rabia en el corazón. También esa audacia, que no se detenía ante riesgos, la puso en manos de las Farc cuando se dirigía a San Vicente del Caguán en febrero de 2002.
Si bien estos rasgos relevantes de su personalidad la acompañaron siempre, ¿por qué hablar hoy de una nueva Íngrid? Porque en ella el ímpetu beligerante y los efectos puramente escénicos se imponían a veces sobre la serenidad y la reflexión. Era "ayatólica", dicen hoy muchos de quienes fueron sus colegas en el Congreso; es decir, pendenciera, provocadora, terca. Hoy, al reaparecer tras seis años de horror, esos rasgos candentes de entonces parecen haber quedado sepultados para siempre en la selva. Íngrid es más aguda y profunda.
Dos elementos intervinieron, sin duda, en ese cambio suyo que hoy provoca asombro en todas partes: su calvario y el misticismo religioso al que acudió como única protección para afrontarlo.
Del calvario sufrido habla muy poco. "Todo eso quedará en la selva", se dijo a sí misma cuando vio desde la ventanilla del helicóptero por última vez el paisaje donde había transcurrido su cautiverio. Se ha limitado a decir que fue tratada peor que un animal, que tuvo siempre la muerte muy cerca y que sus carceleros, 'César' y 'Gafas', eran "malvados, sanguinarios, casi sádicos". Encerraban a los rehenes en cajones de madera. Sabemos también que estuvo a punto de morir por haberse negado a comer. De esa agonía suya nos quedó la imagen difundida por las Farc cuando Chávez les pidió pruebas de vida de los secuestrados, así como la carta remitida en esa misma fecha a su madre. La salvó de la muerte el cabo segundo William Pérez. "Se puede morir", les advirtió Pérez a sus captores. "¿Y qué?, le respondieron. Si se muere, la enterramos y se acabó".
Cuatro intentos suyos de fuga fueron salvajemente castigados por las Farc, encadenándola noche y día. Pero la rutina fue tan atroz como esas cadenas. Jamás tuvo agua caliente y cada mañana resultaba un humillante martirio hacer fila para 'chontear' (hacer sus necesidades en un hueco inmundo). Hormigas, escorpiones, fiebres, diarreas, cadenas y candados cada noche: no es extraño que muchas veces ella y sus compañeros de cautiverio pensaran en el suicidio. Si no lo hizo fue por los mensajes que recibía cada madrugada de su madre, sus hijos, su esposo y del propio Fabrice Delloye, y por la manera como se refugió en su fe religiosa. Durante mucho tiempo tuvo la Biblia al alcance de sus manos, hasta que le fue decomisada por sus captores junto con las fotografías de sus hijos.
La firmeza, única vía
Gracias a la fuerza de su carácter y a su fe en Dios pudo afrontar con extraordinaria dignidad las humillaciones y sevicias sufridas. De esa actitud suya debió tener noticias 'Raúl Reyes' cuando en uno de los correos descubiertos en su computador hablaba del "temperamento volcánico" de Íngrid y de que era "provocadora y grosera con los guerrilleros que la cuidan". La verdad, como lo recuerda el filósofo francés André Gluksmann, es que la libertad cobró para ella más importancia que la vida. "De ahí su opción inquebrantable (que se opone al pacifismo que profesaba antes de su descenso a los abismos) a favor de la liberación militar con sus riesgos y sus peligros", escribió Gluksmann.
Días y noches de reflexión fueron el sustento del admirable y sorprendente sentido político que ahora aflora en sus declaraciones. Tanto, que hasta le ha permitido entender y apoyar la política del presidente Uribe, cuya reelección -ha dicho- desalentó a las Farc; les impidió respirar un nuevo aire. Por la misma razón no condena un tercer mandato. Cariñosamente se aparta de la posición asumida por su propia familia frente al Gobierno. Yolanda, su madre, Astrid y el propio Fabrice vieron siempre a Uribe como un obstáculo para lograr el famoso acuerdo humanitario. Desde luego, era la reacción natural de una familia desesperada. Muchos compartimos su angustia, pero al mismo tiempo nos dábamos cuenta de que las Farc no buscaban realmente la liberación de Íngrid. Esperaban con el despeje y una lenta negociación, salpicada de condiciones, ventajas militares y políticas al servicio de su estrategia de guerra. Ahora sabemos que esa visión era compartida por la propia Íngrid. Conoce bien a las Farc, sus trampas y maniobras.
Muy lejos de cualquier Síndrome de Estocolmo, ella alberga la convicción de que la firmeza es la única vía frente a la guerrilla. Conociendo como nadie a las Farc, sabe que el apaciguamiento de nada sirve si sus comandantes no conocen y aceptan su derrota. No descarta la paz como objetivo último. Sabe mejor que nadie cómo puede llegarse a ella. "Es importante -ha declarado- mantener la presión militar". Piensa que el barniz ideológico de las Farc encubre un proceso de aguda descomposición interna. Los ostentosos privilegios que tienen sus comandantes, producto del dinero del narcotráfico, contrasta con el acoso y la penuria que viven sus militantes de base, en su mayoría 'raspachines'.
Dentro de esta realidad que lleva a las Farc por un camino sin salida militar, Íngrid nos ha sorprendido al señalar el nuevo papel que podrían jugar los presidentes Chávez y Correa. Si ellos llegaron al poder por una vía electoral no pueden alentar una lucha armada en Colombia. También, luego de lo sucedido, Íngrid llega a vislumbrar un cambio en la política de nuestros vecinos.
La misma sutileza le ha permitido reconocer no solo el papel decisivo jugado en su rescate por el presidente Uribe, sino también el de Francia y el presidente Sarkozy. "La operación extraordinaria, perfecta, insuperable del Ejército colombiano es también producto de vuestra lucha", le dijo al mandatario francés, con lo cual, de paso, esquivó las controversias internas que su rescate produjo en el mundo político de Francia.
"¿Carisma, gracia, inteligencia?", se pregunta Le Monde al comentar las palabras de Íngrid Betancourt. Y tanto en Francia como en Colombia se formulan preguntas sobre su destino político. Ella misma no lo sabe. Su objetivo inmediato es la vida con los suyos y la lucha por la liberación de los rehenes que quedaron en la selva. Pero es obvio que su aparición cambia las cartas del juego político colombiano. Su índice de popularidad es muy alto, apenas superado por el del presidente Uribe. Su posición rompe las divergencias conocidas entre amigos y opositores del Gobierno. Íngrid considera que el Polo Democrático puede verse en aprietos porque la posición de sus dirigentes con relación a las Farc tiene un tinte poco claro.
¿Candidata a la Presidencia? Puede que sea prematuro plantearlo. Pero decida lo que decida, es evidente para todos los colombianos que con ella, con la nueva Íngrid, habrá que contar en el futuro.
POR PLINIO APULEYO MENDOZA,periodista y ex embajador en Francia.
¿Qué cambió realmente en ella? Quienes la conocimos desde niña -o para ser más exactos, desde cuando era una adolescente de quince años-, recordamos ciertos rasgos suyos que han perdurado desde siempre: carácter, inteligencia, audacia y ambición. La herencia jugaba en ella el innegable papel de inducirla a buscar un destino trascendente. Tanto su padre como su madre se habían impuesto siempre empresas generosas. Gabriel, su padre, fue el fundador del Icetex. Cuando murió, arrasado por el secuestro de su hija, estaba empeñado en sacar adelante un ambicioso proyecto de unidad latinoamericana. Yolanda, su madre, rescató de la miseria, con sus albergues, a centenares de niños que hoy, convertidos en hombres maduros, la siguen llamando 'mamá'.
Su inteligencia, que habría podido florecer silvestre, enredada en frondas retóricas como ocurre con frecuencia en el mundo de nuestros personajes políticos, tuvo un valioso soporte de rigor gracias a su formación francesa. En "Sciences Po", como llaman en Francia al Instituto de Ciencia Política donde ella pasó varios años, el método para exponer tesis e ideas es tan importante, o más, que el conocimiento mismo. Un joven profesor y cercano amigo suyo en ese Instituto fue Dominique Villepin, futuro Primer Ministro de Francia.
Siempre me pareció que tanto Íngrid como Astrid, su hermana, eran como una réplica de mis propias hijas. Tan francesas, como colombianas, unas y otras se casaron en París, vivían en los mismos parajes, iban a las mismas discotecas y sus destinos parecían seguir un rumbo más bien apartado de su país de origen. Con Íngrid uno alcanzó a llamarse a engaño. Casada con Fabrice Delloye, por un tiempo creí que iba a llevar la vida fácil y relumbrante de la joven esposa de un diplomático francés en lugares tan paradisíacos como las islas Seychelles o en Los Ángeles, ciudad donde alguna vez los visité, de paso para Taiwán. Como lo escribí alguna vez, todavía la recuerdo en el volante de su automóvil mientras me enseñaba en Hollywood los palacetes de cuento de hadas donde vivían los actores y actrices más famosos. No imaginaba entonces que su vida iba a dar un viraje de 180 grados.
La de ayer y la de hoy
Lo dio, en efecto, al decidir su inesperado regreso a Colombia. Cuando me habló en Bogotá de su proyecto de iniciar una carrera política, la miré con lástima. "Nadie te conoce, le dije. Eso no es tan fácil. ¿Quién va a votar por ti?". Seis meses después obtuvo la votación más alta entre los candidatos a la Cámara en Bogotá. Hoy todos sabemos cómo lo consiguió: sus denuncias sobre el sida moral que padecía el país, la entrega de preservativos -como símbolo de esa lucha- a los automovilistas que circulaban por la carrera once de Bogotá, los nombres de personajes que debían ser investigados por cargos de corrupción dados valerosamente por ella en entrevistas de radio y televisión. Los medios no pudieron ignorarla. Tampoco los electores.
Ahí estaba presente su decisión y su audacia, la misma que la llevó más tarde a escribir un testimonio de lo vivido por ella en un libro rápidamente convertido en best seller en Francia: La rabia en el corazón. También esa audacia, que no se detenía ante riesgos, la puso en manos de las Farc cuando se dirigía a San Vicente del Caguán en febrero de 2002.
Si bien estos rasgos relevantes de su personalidad la acompañaron siempre, ¿por qué hablar hoy de una nueva Íngrid? Porque en ella el ímpetu beligerante y los efectos puramente escénicos se imponían a veces sobre la serenidad y la reflexión. Era "ayatólica", dicen hoy muchos de quienes fueron sus colegas en el Congreso; es decir, pendenciera, provocadora, terca. Hoy, al reaparecer tras seis años de horror, esos rasgos candentes de entonces parecen haber quedado sepultados para siempre en la selva. Íngrid es más aguda y profunda.
Dos elementos intervinieron, sin duda, en ese cambio suyo que hoy provoca asombro en todas partes: su calvario y el misticismo religioso al que acudió como única protección para afrontarlo.
Del calvario sufrido habla muy poco. "Todo eso quedará en la selva", se dijo a sí misma cuando vio desde la ventanilla del helicóptero por última vez el paisaje donde había transcurrido su cautiverio. Se ha limitado a decir que fue tratada peor que un animal, que tuvo siempre la muerte muy cerca y que sus carceleros, 'César' y 'Gafas', eran "malvados, sanguinarios, casi sádicos". Encerraban a los rehenes en cajones de madera. Sabemos también que estuvo a punto de morir por haberse negado a comer. De esa agonía suya nos quedó la imagen difundida por las Farc cuando Chávez les pidió pruebas de vida de los secuestrados, así como la carta remitida en esa misma fecha a su madre. La salvó de la muerte el cabo segundo William Pérez. "Se puede morir", les advirtió Pérez a sus captores. "¿Y qué?, le respondieron. Si se muere, la enterramos y se acabó".
Cuatro intentos suyos de fuga fueron salvajemente castigados por las Farc, encadenándola noche y día. Pero la rutina fue tan atroz como esas cadenas. Jamás tuvo agua caliente y cada mañana resultaba un humillante martirio hacer fila para 'chontear' (hacer sus necesidades en un hueco inmundo). Hormigas, escorpiones, fiebres, diarreas, cadenas y candados cada noche: no es extraño que muchas veces ella y sus compañeros de cautiverio pensaran en el suicidio. Si no lo hizo fue por los mensajes que recibía cada madrugada de su madre, sus hijos, su esposo y del propio Fabrice Delloye, y por la manera como se refugió en su fe religiosa. Durante mucho tiempo tuvo la Biblia al alcance de sus manos, hasta que le fue decomisada por sus captores junto con las fotografías de sus hijos.
La firmeza, única vía
Gracias a la fuerza de su carácter y a su fe en Dios pudo afrontar con extraordinaria dignidad las humillaciones y sevicias sufridas. De esa actitud suya debió tener noticias 'Raúl Reyes' cuando en uno de los correos descubiertos en su computador hablaba del "temperamento volcánico" de Íngrid y de que era "provocadora y grosera con los guerrilleros que la cuidan". La verdad, como lo recuerda el filósofo francés André Gluksmann, es que la libertad cobró para ella más importancia que la vida. "De ahí su opción inquebrantable (que se opone al pacifismo que profesaba antes de su descenso a los abismos) a favor de la liberación militar con sus riesgos y sus peligros", escribió Gluksmann.
Días y noches de reflexión fueron el sustento del admirable y sorprendente sentido político que ahora aflora en sus declaraciones. Tanto, que hasta le ha permitido entender y apoyar la política del presidente Uribe, cuya reelección -ha dicho- desalentó a las Farc; les impidió respirar un nuevo aire. Por la misma razón no condena un tercer mandato. Cariñosamente se aparta de la posición asumida por su propia familia frente al Gobierno. Yolanda, su madre, Astrid y el propio Fabrice vieron siempre a Uribe como un obstáculo para lograr el famoso acuerdo humanitario. Desde luego, era la reacción natural de una familia desesperada. Muchos compartimos su angustia, pero al mismo tiempo nos dábamos cuenta de que las Farc no buscaban realmente la liberación de Íngrid. Esperaban con el despeje y una lenta negociación, salpicada de condiciones, ventajas militares y políticas al servicio de su estrategia de guerra. Ahora sabemos que esa visión era compartida por la propia Íngrid. Conoce bien a las Farc, sus trampas y maniobras.
Muy lejos de cualquier Síndrome de Estocolmo, ella alberga la convicción de que la firmeza es la única vía frente a la guerrilla. Conociendo como nadie a las Farc, sabe que el apaciguamiento de nada sirve si sus comandantes no conocen y aceptan su derrota. No descarta la paz como objetivo último. Sabe mejor que nadie cómo puede llegarse a ella. "Es importante -ha declarado- mantener la presión militar". Piensa que el barniz ideológico de las Farc encubre un proceso de aguda descomposición interna. Los ostentosos privilegios que tienen sus comandantes, producto del dinero del narcotráfico, contrasta con el acoso y la penuria que viven sus militantes de base, en su mayoría 'raspachines'.
Dentro de esta realidad que lleva a las Farc por un camino sin salida militar, Íngrid nos ha sorprendido al señalar el nuevo papel que podrían jugar los presidentes Chávez y Correa. Si ellos llegaron al poder por una vía electoral no pueden alentar una lucha armada en Colombia. También, luego de lo sucedido, Íngrid llega a vislumbrar un cambio en la política de nuestros vecinos.
La misma sutileza le ha permitido reconocer no solo el papel decisivo jugado en su rescate por el presidente Uribe, sino también el de Francia y el presidente Sarkozy. "La operación extraordinaria, perfecta, insuperable del Ejército colombiano es también producto de vuestra lucha", le dijo al mandatario francés, con lo cual, de paso, esquivó las controversias internas que su rescate produjo en el mundo político de Francia.
"¿Carisma, gracia, inteligencia?", se pregunta Le Monde al comentar las palabras de Íngrid Betancourt. Y tanto en Francia como en Colombia se formulan preguntas sobre su destino político. Ella misma no lo sabe. Su objetivo inmediato es la vida con los suyos y la lucha por la liberación de los rehenes que quedaron en la selva. Pero es obvio que su aparición cambia las cartas del juego político colombiano. Su índice de popularidad es muy alto, apenas superado por el del presidente Uribe. Su posición rompe las divergencias conocidas entre amigos y opositores del Gobierno. Íngrid considera que el Polo Democrático puede verse en aprietos porque la posición de sus dirigentes con relación a las Farc tiene un tinte poco claro.
¿Candidata a la Presidencia? Puede que sea prematuro plantearlo. Pero decida lo que decida, es evidente para todos los colombianos que con ella, con la nueva Íngrid, habrá que contar en el futuro.
POR PLINIO APULEYO MENDOZA,periodista y ex embajador en Francia.
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