30 may 2010

La historia

¿Se puede entender la Historia?/Gabriel Tortella, profesor emérito en la Universidad de Alcalá. Sus últimos libros son Los orígenes del siglo XXI y Para comprender la crisis, con Clara E. Núñez
EL MUNDO, 27/05/10;
En Alicia en el País de las Maravillas, libro que ha tenido un resurgir con motivo de la reciente película, hay un pasaje que revela la aversión de su autor por la Historia. Lewis Carroll era matemático y consideraba la Historia como una narración de hechos sin ilación lógica; así, para secar a Alicia tras un baño, la mejor receta que se le ocurre a su amigo el ratón es contar la historia de Guillermo el Conquistador y su relación con el Papado, porque es lo más seco y aburrido que se puede imaginar.
Ésta es una visión muy general: historia es para muchos sinónimo de crónica, una simple narración enumerativa de los hechos de reyes y príncipes. Casi podríamos llegar así a aplicar a la Historia la definición de la vida que Shakespeare nos da en MacBeth: un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada. ¿Es esto la Historia? ¿Un cuento que no significa nada, que, todo lo más, resulta divertido como una gran revista del corazón, un gran culebrón lleno de batallas, traiciones y heroísmos, que nos ilustra sobre las vidas de ricos y famosos, sin mucho trasfondo? Ésta es (quizá expresada con menos crudeza) la opinión de muchos, incluidos historiadores ilustres, alguno de los cuales ha escrito recientemente en estas páginas.
No es, ciertamente, la mía. Yo creo que la Historia es inteligible, interpretable, que nos enseña mucho no sólo como magistra vitae, es decir, como una serie de fábulas ejemplificantes, sino como ciencia social que estudia el comportamiento de las sociedades humanas. El hombre es un ser mucho menos racional de lo que se dice; pero sí es un animal pensante, y su comportamiento social opera con arreglo a una cierta lógica: por ejemplo, está muy afectado por las variables económicas y también por los condicionante históricos: la Historia explica la Historia, lo cual nos indica que ésta, al menos hasta cierto punto (en la medida en que el ser humano puede entenderse a sí mismo), es inteligible.
Otro obstáculo para la comprensión de la Historia es el del enfoque. Ocurre con la Historia como con la fotografía: si no enfocamos la lente a la distancia adecuada, el cuadro queda borroso. La Historia no nos permite comprender todo lo que pasa, porque el azar tiene un papel importante. Por ejemplo: si Hitler hubiera muerto en la Gran Guerra, ¿hubiera existido el III Reich y todos los horrores anejos? O, si las carabelas de Colón se hubieran hundido en mitad del Atlántico en 1492, ¿hubiera sido diferente la Historia de América? Un historiador británico afincado en Estados Unidos intentó hace unos años, con éxito dudoso, popularizar la Historia contrafactual. En mi opinión, fue un proyecto fallido. Pero la Historia contrafactual, que es lo más parecido a un experimento de ciencia física que puede hacerse en Historia, es lícita, aunque raramente deba salir del gabinete del especialista (el primer contrafactual lo hizo ya Heródoto en su Historia).
Yo argüiría, por ejemplo, que ni la muerte temprana de Hitler ni el naufragio de Colón hubieran cambiado mucho las cosas. Las técnicas de navegación en el siglo XV hacían inevitable la travesía del Atlántico: en 1500, Cabral descubrió Brasil accidentalmente. Lo mismo ocurre con el nazismo: en la Alemania de 1930 abundaban los partidos de extrema derecha, y el fascismo estaba inventado ya por Mussolini. Los detalles pueden haber variado, pero el descubrimiento de América y el triunfo de la extrema derecha en Europa central durante la Gran Depresión eran ineluctables.
Evidentemente, hay mucho de impredecible en la Historia. Pero hoy podemos explicar una parte considerable de sus grandes contornos y podemos también señalar cuáles son los principales elementos de imprevisibilidad. En una novela de la serie Foundation, Isaac Asimov nos pinta un sabio que predice el futuro con arreglo a un sistema de ecuaciones, y lega sus predicciones para ilustración de futuros gobernantes. Esto es ciencia ficción de la buena, pero es inconcebible que pueda ocurrir, porque existe un gran elemento de imprevisibilidad histórica: la propia ciencia. No podemos saber qué derroteros va a tomar la ciencia y, como ésta determina en gran parte la evolución económica, que a su vez es el gran sustrato de la Historia, no podemos predecir el futuro ni siquiera a medio plazo. Pero sí podemos explicar el pasado racionalmente.
Dicho de otro modo, las cosas que ocurren no son totalmente previsibles o explicables, pero sí pueden establecerse gradaciones de probabilidad. La Guerra Civil española, por ejemplo, no era inevitable, digamos, a finales de 1935, pero era muy probable, y de eso eran conscientes muchos contemporáneos. Tenía España una serie de condiciones en aquellos momentos que la hacían proclive al conflicto fratricida. En primer lugar, la guerra civil (carlista y otras) había sido endémica en el siglo XIX. En segundo lugar, estaba en plena transición económica, periodo muy propenso a revoluciones y guerras civiles. En tercer lugar, la Gran Depresión agudizó las tensiones sociales interiores. En cuarto lugar, la Depresión causó el triunfo del nazismo y un resurgir del fascismo, lo que también ejerció un fuerte impacto social sobre la derecha y la izquierda: la convicción de que no había solución democrática se extendió a capas cada vez mayores de la población. En quinto lugar, acababa de tener lugar una insurrección revolucionaria en Asturias y en Cataluña. Y en sexto lugar, España tenía un ejército con una tradición golpista, tradición que se había acentuado por las tensiones de la guerra en Marruecos y la insurrección de 1934. Hubo muchas responsabilidades personales en el estallido de la conflagración; sin embargo, muy posiblemente, de no haber existido todos esos elementos explosivos, los conspiradores no hubieran triunfado.
La Historia probabilística puede parecer menos excitante que la que adopta un enfoque puramente narrativo (aunque no lo creyera Lewis Carroll). Ahora bien, si lo que queremos es comprender, más que juzgar (y condenar), el método probabilístico y el contrafactual serán de más ayuda que las historias de buenos y malos. La verdad científica acostumbra a ser más aburrida que los culebrones; pero más cierta.

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