Ficción a tiempo completoELISA SILIÓ
Babelia, El País, 29/05/2010;
El escritor y académico José María Merino (A Coruña, 1941) compara su vida matutina con la de un funcionario. "A las ocho y media me siento, consulto el correo electrónico y, si estoy con algo, empiezo a tomar notas. La escritura es un continuo ensayo. Tienes que ponerte a trabajar como la bailarina, que vuela porque entrena ocho horas", sostiene. Las tardes, cuando tiene entre manos relatos cortos, las dedica al ocio. Pero si anda absorto con una ficción larga no existen los horarios. "Me levanto de la cama a apuntar algo". La liberación la consigue alternando los dos géneros: "El cuento es chas, la iluminación. Tengo que verlo entero aunque cambie el final. Y en la novela entras con el machete en un territorio muy frondoso y suceden cosas. Se van creando lógicas sin saber muy bien adónde vas". Estas semanas el funcionariado es escaso. Viaja para promocionar Historias del otro lugar (Alfaguara), una recopilación de los cuentos que fue publicando en diferentes títulos entre 1982 y 2004.
La supervisión de esta nueva edición ha sido muy leve: "De sustancia no he cambiado nada. Algunas erratas, algunos leísmos que me chirrían con los años...". Y, desde luego, sin ningún afán de revisar los textos para ajustarlos a lo políticamente correcto. "Ahora existe la idea de que hay que renovar los cuentos populares. Mis hijas se criaron escuchándolos y son unas ciudadanas hechas y derechas. A usted nunca le han contado un cuento en su infancia y por eso ahora encuentra cosas raras. ¡Qué me está contando!", se indigna. Reconoce una evolución narrativa en estos veintidós años de minificciones. "A veces me sorprenden los primeros: ¡qué frescura! Seguramente he perdido júbilo, pero me sigue encantando escribir cuentos. Cada vez tiendo a hacerlos más realistas, pero en un contexto en el que se pueden leer de forma fantástica".
"Ahora estoy leyendo cuentos para el concurso La Hucha de Oro y hay un nivel estupendo", se felicita Merino, quien ya no ejerce de profesor en talleres de cuentos. "Terminaba exhausto", se justifica rodeado de unos libros que engullen el cuarto, pese a regalar muchos y trasladar otros a su casa de León. Los apila por temática, pero encontrar el que interesa es una odisea. Así que oír la palabra "obra" o "mudanza" le produce urticaria. Tiene hasta un plan trazado ante la trágica idea de tener que cambiar un día el suelo algo desgastado. "Cuando vaya a los países árabes voy a ir comprando alfombras y algún día lo tapizaré todo", desvela satisfecho.
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