Entre amnesia y
utopía/Juan Van-Halen, escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.
ABC
|10 de agosto de 2014
No
pocas páginas de nuestra Historia se han escrito entre la amnesia y la utopía.
La amnesia nos ha hecho caer en las mismas trampas una y otra vez y, como
coartada de parte, falsificar la Historia. La utopía nos ha llevado a perseguir
sueños que con machacona reiteración concluyen en frustraciones, y en ciertas
épocas se presenta como el espejismo de un oasis en desiertos cuyas
dificultades hay quienes se resisten a afrontar. Somos una realidad compleja no
siempre bendecida por la sensatez y en no pocas ocasiones ciega. Nos lo enseña
la Historia.
La
mal llamada «memoria histórica», concepto que encierra en sí mismo una
contradicción, es una amnesia inducida, aupada en una forma de falsificación del
pasado: el maniqueísmo. Una Historia de buenos sin mácula y de malos sin
remisión.
El
nacionalismo, con referencia a Cataluña y al País Vasco, también ha alzado
desde la interesada amnesia una adulteración histórica que rebasa ampliamente
un ridículo denunciado desde hace años por la historiografía rigurosa. Anoto
«España contra Cataluña. Historia de un fraude», de Jesús Laínz, y «España y
Cataluña. Historia de una pasión», el último gran libro de Henry Kamen. Sobre
el caso vasco el más original e irónico de los alegatos es «Momentum
Catastrophicum», de Pío Baroja, que en su última edición incluye «Divagaciones
acerca de Barcelona»; dos jugosos textos sobre nuestros nacionalismos rampantes
donde se denuncian, con la maestría barojiana, sus falsedades y complejos
respecto al resto de España.
Sobre
la falsificación de la Historia catalana, por su apariencia científica merece
una cita el tan sesgado Congreso «España contra Cataluña: una mirada histórica
(1714-2014)», organizado por el Centro de Historia Contemporánea de Cataluña,
un organismo dependiente de la Generalidad, que se celebró en diciembre del año
pasado. El Congreso se dedicó a analizar la «opresión nacional que ha sufrido
el pueblo catalán a lo largo de estos siglos». Es curioso que una de las ponencias
se titulase «La falsificación de la Historia», y otra «La apoteosis del
expolio: siglo XXI». Aún no se sabía que el expoliador, y autóctono, era desde
hace decenios Jordi Pujol.
Hay
amnesias más recientes. En el pasado mayo, el presidente del Gobierno de
Italia, Matteo Renzi, alabó los resultados de la reforma laboral española, a la
que puso como ejemplo de buen hacer para fomentar el crecimiento económico,
hasta el punto de tomar nuestra reforma como referencia para la italiana.
Entonces anunció Renzi, además, un recorte a la mitad de los permisos
sindicales, así como del número de liberados sindicales que son retribuidos por
la Administración, mientras exigía a los sindicatos «transparencia poniendo
online todos sus gastos», una reducción de sus sedes y más claridad sobre los
afiliados que pagan por tener carné del sindicato. Al presidente del Gobierno
de Italia le colgaron inmediatamente el remoquete de «rottamatore»: el que
desguaza.
El
secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, había declarado el pasado 13 de
julio que su referencia europea era Matteo Renzi, pero no mucho después volvió
a pedir la retirada de la reforma laboral promovida por el presidente del
Gobierno español Mariano Rajoy, alabada por el propio Renzi, y lo exigía
haciéndose eco de nuestros sindicatos, cuyas cuentas nadie conoce, y sin
denunciar públicamente el iceberg de corrupciones sindicales en Andalucía.
Cosas de la amnesia del joven líder socialista.
No
es menos amnésico el silencio del socialismo español sobre el acelerón en las
políticas de austeridad del Gobierno de Hollande, tras quitarse el lastre de
tres ministros disidentes afectos al purismo socialista. Ya hemos olvidado que
el socialismo español recibió el triunfo de Hollande como la contestación desde
la izquierda a las reformas del Gobierno de Rajoy. Al cabo, Hollande no ha
asumido sino las políticas posibles para reactivar la economía, crear empleo y,
en suma, superar la crisis.
En
medio del desasosiego de un túnel todavía sin luces apreciables para la
economía familiar, y haciendo bueno el proverbio de pescar en río revuelto, se
ha abierto paso el espejismo de un grupo antisistema, una izquierda radical
marxistaleninista con ráfagas del trotskismo de la revolución permanente. Desde
la feroz crítica a la casta se ha convertido en casta, con carencias
democráticas evidentes y amistades peligrosas; se confunde la compleja
gobernación de una Nación con una manipulada asamblea de facultad. Es la
evidencia de cierto deslumbramiento por la utopía como hipotético salvavidas en
un naufragio del que se está saliendo, pero que ha abierto muchas costuras.
Apuntarse
a la utopía consiste, en este caso, en otorgar credibilidad a quienes aseguran
contar con medidas salvadoras, pero que han fracasado allá donde se han puesto
en práctica, condenando a la pobreza en nuestros días a sociedades cultas y
desarrolladas, incluso a alguna potencia petrolífera. El proyecto es irreal y
excéntrico en el contexto europeo, y globalmente lo arrasó hace mucho el viento
de la Historia. Cosa distinta son la palabrería, la demagogia y la adhesión que
muestren los más o menos bienintencionados. Y no en poca medida la confianza
atolondrada de un sector que parece apuntarse a la fórmula del cuanto peor,
mejor, no asumible en ningún caso y que se hace añicos contra el realismo.
En
Italia supuso un unitario paso adelante la creación del Partido Democrático,
liderado hoy por Renzi, desde grupos procedentes de los tres grandes partidos
con peso desde la fundación de la República: la Democracia Cristiana, el Partido
Comunista y el Partido Socialista, desaparecidos hoy en sus formulaciones
históricas, mientras que en Francia la crisis y la confusión de valores
favorecieron a la extrema derecha del Frente Nacional, que en sus postulados
antieuropeístas curiosamente coincide con el experimento emergente de la
extrema izquierda española.
En
España no se ha apostado por el entendimiento entre los diferentes, sino que,
muy al contrario, la izquierda se encierra en sí misma y formula una vuelta al
frentismo. Un Frente Popular en el que sus integrantes estarían de acuerdo en
qué destruir (todo lo anterior), pero no coincidirían en qué construir. Cada
vez que, por el miedo a ser arrinconada, desde cierta izquierda se resucita el
frentepopulismo se cae en las dos lacras que dan título a estas líneas: la
amnesia, que consiste en el olvido de lo que supuso aquella fórmula de los años
treinta del pasado siglo, y la utopía, ese sueño absurdo de creer que la
confrontación es mejor y lleva más lejos a la sociedad en su conjunto que el
entendimiento centrado y sensato. La apuesta por las utopías extremistas es
pasajera además de frustrante, aunque sus repercusiones puedan ser letales.
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