Encuestas,
medios y tendencias políticas/ Joseba
Arregi fue consejero del Gobierno vasco y es ensayista y presidente de
Aldaketa.
Publicado en El Mundo | 10
de septiembre de 2014
Hay
algo en lo que los políticos y los medios se parecen como dos gotas de agua:
tanto uno como otros creen que es posible lanzar palabras, ideas, eslóganes,
propuestas sobre la ciudadanía, y sorprenderse cuando la ciudadanía les
devuelve lo que les han predicado. Es una constatación que vivimos en
sociedades mediáticas. Además, vivimos en unas sociedades mediáticas en las que
el filtro de transmisión no son los medios clásicos, sino nuevos medios, los
denominados social media, y los viejos se tienen que posicionar, es decir,
adaptar, ante los nuevos medios de comunicación social.
En
ese contexto se va formando un círculo de mucho interés: los nuevos medios
sociales simplifican, distorsionan, envilecen y agrandan el mensaje que los
viejos medios elaboran ya sometidos a la competencia de los nuevos, el alcance
del mensaje es mucho mayor que antaño, y, en un segundo paso, se llevan a cabo
encuestas para saber lo que piensan los receptores de ese mensaje. Y hete aquí
que los receptores del mensaje devuelven el mensaje recibido en su versión más
simplificada.
Durante
meses y meses los medios de comunicación, viejos y nuevos, se dedican a
extender el mensaje de que España es un caso de corrupción exagerado en un
entorno de países civilizados en los que la corrupción es casi inexistente.
Luego preguntan a la ciudadanía lo que piensa, y ésta responde que su mayor
preocupación es la corrupción en España, y que la corrupción en España es
superior a la de Marruecos y a la de China. Y esta respuesta vale de nuevo
titulares en los medios de comunicación, viejos y nuevos, titulares
simplificados, envilecidos y distorsionados en los medios de comunicación
sociales, con lo cual se refuerza el punto de partida, y todos los medios,
nuevos y viejos, tienen que aumentar los decibelios para decir lo mal que están
las cosas y la necesidad de romper con todo lo que existe.
Durante
meses los medios de comunicación españoles han predicado que la política
española consiste fundamentalmente en corrupción, que los partidos políticos
son grandes supermercados de autoservicio, que la política se ha convertido en
algo radicalmente alejado de las preocupaciones de los ciudadanos, que la
crisis es culpa de la Merkel, de los especuladores de Wall Street, de los
banqueros internacionales, de la globalización y del capitalismo financiero, y
de sus lacayos locales.
Se
ha conseguido que se olvide la burbuja de la construcción, se ha dejado de lado
el comportamiento de nuevos ricos en el que había caído una buena parte de la
ciudadanía española, se ha acallado el hecho de que en este país la primera
pregunta, siempre que se de la posibilidad de ella, es «con IVA o sin IVA», no
se ha querido recordar a los ciudadanos que el Estado de bienestar que
gozábamos estaba financiado con ingresos derivados de la burbuja de la
construcción, es decir, con ingresos de burbuja, nadie ha querido recordar a
los ciudadanos que éramos bastante más pobres de lo que nos creíamos. Y luego
nos rasgamos las vestiduras por la irrupción de movimientos populistas sin
programa político ni económico que merezca ese nombre, nos entra un miedo
sacrosanto en el cuerpo porque vemos que lo que tanto costó conseguir -y nunca
se debe olvidar que el bien público de la convivencia entre diferentes basada
en la libertad limitada es un bien muy frágil y que debe ser cuidado y
protegido- puede estar en peligro. Pero a nadie parecía importarle hasta hace
bien poco repetir una y otra vez que la Constitución se puede cambiar todas las
veces que se quiera, que cada generación tiene derecho a su propia
constitución, que si no la han votado no pueden reconocerse en ella.
Durante
meses y años se ha proclamado a todos los vientos que sin primarias internas en
los partidos no hay democracia. Se ha podido escuchar a alguna dirigente del
PSOE decir que el actual secretario general es el primero elegido por los
militantes: como si hasta ahora los secretarios generales se hubieran elegido a
sí mismos, y no hubiera funcionado la democracia interna representativa, en la
que los militantes elegían delegados y éstos al secretario general. ¿O es que
la elección de delegados estaba manipulada por los aparatos regionales y
locales? ¿Y quién asegura que la elección directa por la militancia está libre
de manipulaciones y que el elegido no es el querido o previsto por los
aparatos?
Es
normal que muchos ciudadanos hayan entendido que no hay democracia si es
representativa, no sólo dentro de los partidos, sino también en las
instituciones de gobierno ¿Por qué en unos ámbitos sí y en otros no? Hemos
lanzado un torpedo contra la línea de flotación de la democracia representativa
y nos encontramos con populismos y demagogias. Y encima viene el partido en el
poder, el PP -y lo que menos me importa es que sea o no por razones
electorales- y dice que lo que hicieron en el municipio de Amberes cuando los
xenófobos nacionalistas flamencos fueron el partido con mayor número de votos,
juntarse todos los demás para gobernar democráticamente Amberes, no es
democrático, ¡que se hurta la voluntad de los electores!
La
democracia representativa vale en España para los ayuntamientos, para los
gobiernos autonómicos y para el gobierno nacional. Y la estabilidad en el
gobierno, en todos los niveles, es importante. Y un partido que no tenga
mayoría absoluta, ni consiga una coalición que le garantice un apoyo
parlamentario o de la asamblea municipal correspondiente, será un gobierno
débil, o un gobierno que haga de su capa un sayo, como lo hace Bildu en San
Sebastián y en Guipúzcoa, sin preocuparse en cumplir acuerdos de mayoría
absoluta en el pleno municipal o en las Juntas Generales.
Pero
los que critican la propuesta del PP, en el caso concreto del PNV cuya
parlamentaria en Bruselas dijo que iba a llevar el tema al Parlamento Europeo,
ha actuado según el espíritu de la propuesta del PP dejando que Bildu gobernara
en los municipios de Guipúzcoa en los que fue el partido más votado, aunque no
tuviera mayoría absoluta, al igual que en la Diputación Foral de ese
territorio, cuando la decencia democrática hubiera exigido una coalición del
resto de partidos para impedir que quienes aún no han condenado la violencia y
el terror de ETA pudieran gobernar instituciones democráticas.
Los
políticos viven de las encuestas, o al menos eso es lo que se les ha criticado
siempre: que no son capaces de mirar a largo plazo, que dependen del humor de
los votantes, que no saben objetivar las necesidades y las soluciones a los
problemas. En una sociedad mediática que se mueve en el círculo cerrado de
vender eslóganes y luego encuestar sobre lo que piensa la ciudadanía en los
temas en torno a los cuales se han creado los eslóganes, es difícil que los
políticos sean los únicos que no queden sometidos a la fuerza de la opinión
pública. Aunque luego se les acuse de no saber lo que piensa la gente de la
calle, de no pisar la calle, cuando todos sabemos que la calle no existe, que
lo que existe es la opinión pública estrechamente condicionada por la opinión
publicada.
La
multicausalidad es algo que debiera ser muy tenido en cuenta. La desafección
hacia la política -en las últimas elecciones de Sajonia el partido más votado,
según algunos comentaristas, fue el partido de los no-electores- puede ser
reforzado por la corrupción de los políticos, pero no es su única causa. La
crisis que ha sufrido España y el mundo occidental va más allá de la crisis
financiera y tiene que ver con la transformación de la producción económica y
con la globalización. La estructura de las sociedades que han pasado de una
economía de producción a una economía de consumo ha cambiado radicalmente, y es
mucho más difícil que cuando existían dos grupos sociales claramente identificados,
burguesía y proletariado, acercarse a la definición del bien común. Y el Estado
de bienestar es algo por lo que merece luchar, pero no se puede luchar sin
preguntarse cuánto cuesta y quién lo paga, y sin renunciar a respuestas
simplistas.
Hay
muchas cosas mal en España, y hay muchas responsabilidades. Sólo cuando cada
actor asuma las suyas encontraremos el camino para forjar un futuro algo mejor.
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