El
voto estratégico de los ingleses/Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige en la actualidad el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular de la Hoover Institution en la Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: escritos políticos de una década sin nombre.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Publicado en El
País | 5 de mayo de 2015
Las
decisivas elecciones generales de esta semana son las más europeas que han
celebrado jamás los británicos. Con el papel fundamental que tienen los
partidos pequeños y las diferentes situaciones políticas que hay en las
diversas regiones o naciones del Estado, el resultado será probablemente un
Gobierno de coalición o en minoría: algo terriblemente antibritánico y
típicamente continental. Sin embargo, la consecuencia de estas elecciones tan europeas
puede ser que Gran Bretaña se vaya de la UE y Escocia se vaya de Reino Unido.
También puede suponer recortes drásticos en varias áreas del gasto público, más
desigualdades, sobre todo en Inglaterra, y un deterioro aún mayor de nuestras
libertades civiles.
Como
votante inglés, me gustaría impedir esas cosas. Quiero que Escocia siga unida a
Inglaterra, que Reino Unido permanezca en la UE, quiero una sociedad británica
que trate de combinar la eficacia de una economía de mercado con la justicia
social y la sostenibilidad medioambiental, y quiero que todos tengamos la mayor
libertad individual posible siempre que sea compatible con la libertad de los
demás. ¿Cómo se consigue todo eso? La mayoría de los editoriales preelectorales
en la prensa británica han acabado por animarnos a votar a los laboristas o los
conservadores, como en los viejos tiempos. Es evidente que los dos únicos que
tienen posibilidades de llegar a primer ministro son David Cameron y Ed
Miliband, pero para mí, elector inglés, la decisión de a quién votar es más
complicada.
Para
empezar, debo tener en cuenta las consecuencias que tendrá para el Gobierno que
salga el voto de los escoceses, irlandeses del norte y, en menor medida,
galeses, que tienen perfecto derecho a votar por sus propios motivos nacionales
o (si así lo quieren) subnacionales. Con el triunfo casi seguro del Partido
Nacional Escocés (SNP) en Escocia, las consecuencias serán inmensas. Si
tuviéramos el sistema continental de representación proporcional, yo podría
votar por el partido al que me sienta en general más próximo sabiendo que así
ayudaría a incrementar su presencia en el Parlamento y las posibilidades de
influir en el nuevo Gobierno. Eso es imposible con nuestro sistema, en el que
el ganador se lo queda todo y que encaja mal con el tipo de política europea en
el que ha caído Gran Bretaña últimamente.
En
muchas circunscripciones inglesas, el votante no tendrá verdadera opción,
porque son “escaños seguros” para el candidato laborista o conservador
correspondiente. El otro día oí decir a alguien en la radio que le daba la
impresión de que su voto nunca había contado para nada en 40 años. En las
circunscripciones marginales que suelen decidir las elecciones, y que en esta
ocasión serán probablemente lo que decidirá una serie de posibles
permutaciones, suele haber la alternativa entre dos partidos, y quizá a uno no
le gusta ninguno de los dos. Los votantes británicos estamos tan acostumbrados
que se nos olvida lo poco aceptable que es este sistema. Pero la propuesta de
reforma electoral que se presentó a referéndum en 2011 sufrió una derrota
contundente, así que tendremos que arreglárnoslas con lo que hay.
Eso,
a veces, significa votar con la cabeza y no con el corazón. Es lo que en Gran
Bretaña se llama el “voto táctico”, en un tono ligeramente peyorativo. No
obstante, el politólogo de Oxford Stephen Fisher calcula que casi uno de cada
10 electores británicos ha votado así alguna vez, un factor que influye en los
resultados de alrededor de 45 escaños. Esta vez debemos ser más quienes lo
hagamos, y debemos pensar que no es un voto táctico sino estratégico.
Algunas
partes de ese voto estratégico son complicadas. Está claro que, por el bien de
Inglaterra, si uno quiere que Escocia se quede en Reino Unido, debe querer que
Reino Unido se quede en la UE. Porque, si los ingleses deciden marcharse de la
Unión Europea, pero los escoceses deciden quedarse, la líder del SNP, Nicola
Sturgeon, llamará a los escoceses a acudir a otro referéndum sobre la
independencia. Brexit es el camino más directo hacia Scoxit. ¿Ahora bien, cuál
es la mejor forma de evitar que Gran Bretaña se vaya? Los laboristas tienen una
política europea más racional y constructiva que los conservadores. Pero no
estoy nada convencido de que cinco años de un Gobierno laborista en minoría,
débil, con una influencia palpable del SNP que alimentaría el resentimiento
inglés, mientras los conservadores mantienen su unidad interna a base de
criticar a Europa con la ayuda inestimable del nada escocés Sun, vayan a
dejarnos en mejor posición para ganar el referéndum que sin duda acabará
celebrándose tarde o temprano.
Otros
aspectos son más sencillos. Según Paul Johnson, del Instituto de Estudios
Fiscales, si los planes presupuestarios actuales de los conservadores se llevan
a la práctica y siguen protegiendo el gasto en el Servicio Nacional de Salud,
las escuelas y las pensiones, es posible que en los departamentos no protegidos
haya recortes de “un extraordinario 41%” en los próximos años. Por supuesto que
debe preocuparnos el nivel de deuda pública y privada de Gran Bretaña, pero esa
situación sería una locura. Querría decir restringir partes de nuestro gasto
público —basándose en un cálculo electoral innegable y por tanto buscando el
voto de las mujeres y las personas mayores— y cargarse otras como los servicios
sociales, la política exterior, defensa (excepto el Programa Trident), la
cultura y las universidades. Si se hace realidad, el resultado no será un
Estado neoliberal de mínimos (“como en los años treinta”), sino algo más
parecido al logotipo de los Juegos Olímpicos de Londres: un espanto.
Puede
que todas estas decisiones resulten difíciles, pero el mensaje general está
claro: hay que votar con la cabeza. Es decir, si está usted en una
circunscripción inglesa en la que el escaño está indeciso entre laboristas y
conservadores, tenga presente que el Partido Laborista va a quedar diezmado en
Escocia, de modo que, si le preocupa el equilibrio global en el Parlamento de
Westminster, ese es un buen motivo para votar a su candidato.
Por
el contrario, si reside en un distrito marginal que se juega entre
conservadores y demócratas liberales, no desperdicie el voto dándoselo a los
laboristas. Es importante que siga habiendo un núcleo duro de unos 35
parlamentarios centristas, capaces de entrar en coalición con el laborismo o
los conservadores, o de influir en un Gobierno de minoría tanto de derechas
como de izquierdas. Además, así tendrían aún la fuerza suficiente para izar la
bandera parlamentaria en defensa de nuestras deterioradas libertades civiles,
una cuestión ante la que los dos grandes partidos se han mostrado siempre
indiferentes. Y los votantes del distrito de Pavilion en Brighton harían bien
en votar por Caroline Lucas, a pesar de que su corazón sea laborista o
demócrata liberal, para garantizar la presencia de al menos una parlamentaria
verde en el Parlamento.
En
resumen, los ingleses deben emitir un voto estratégico para asegurar la
supervivencia del centro. Que esta vez no quiere decir solo el centro liberal
de la política británica, sino de la propia Gran Bretaña.
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