Revista
Proceso
# 2032, a 10 de octubre de 2015..’
El Ejército en
la noche de Iguala/HOMERO CAMPA
Sobre
el fondo negro de la pantalla se despliega el letrero “el Pentágono de la
Amapola”, seguido por imágenes de pueblos abandonados y casas destruidas.
Una
voz en off explica: “El Pentágono de la Amapola es una zona del tamaño de la
República de Haití a la que el Estado mexicano parece haber renunciado y que
los grupos del crimen organizado se disputan a balazos. Los habitantes han
quedado a su merced”.
Una
animación muestra el mapa del estado de Guerrero. Líneas rojas señalan las
carreteras por las que transita la droga y que marcan los límites del Pentágono
de la Amapola. Todas confluyen en un punto: la ciudad de Iguala.
“Aproximadamente
60% de la producción nacional de opiáceos proviene del estado de Guerrero. Las
dos terceras partes de esta cantidad –42% del total–, se origina en el
Pentágono de la Amapola”, expone la voz en off.
Precisa:
“La ciudad de Iguala es el principal punto de concentración de estos
narcóticos. Su posición geográfica es la adecuada para recibir el producto y
embarcarlo hacia el norte del país y la frontera con Estados Unidos.
“En
Iguala abundan las joyerías de oro, las casas de cambio y de empeño, que son
adecuadas para disimular las transacciones ilegales y el lavado de dinero. Ahí
está uno de los puntos de origen de muchas fortunas, y de la pesadilla
igualteca que alcanzó un clímax terrorífico después de que llegó a la alcaldía
José Luis Abarca, en 2012.”
En
la pantalla, sobre los límites del Pentágono de la Amapola aparecen
sucesivamente símbolos verdes que representan bases militares instaladas en
Iguala, Teloloapan, Chilpancingo, Acapulco, Ciudad Altamirano, Pie de la
Cuesta, Atoyac y Petatlán.
La
voz en off ofrece un dato desconcertante: “Aunque el Estado mexicano apenas se
hace sentir dentro del Pentágono de la Amapola, el Ejército controla quién
entra y quién sale de él, con batallones ubicados estratégicamente en sus
límites y puntos de acceso”.
La
explicación sobre ese perímetro aparece en el documental Mirar morir, el
Ejército en la noche de Iguala, y sirve para apuntalar una de las tesis del
filme: que tropas de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) controlan la
zona y nada sucede sin que lo sepa o tolere, incluidas los movimientos de los
cárteles del narcotráfico.
Dirigido
por Coizta Grecko y producido por el colectivo Ojos de Perro vs. La Impunidad,
con la colaboración de Cuadernos de Doble Raya, el documental –que será
estrenado el martes 20 de octubre durante el Festival Internacional de Cine
Documental de la Ciudad de México (10DOCSDF)– enumera casos de la estrecha
relación entre los mandos militares asignados en la zona y autoridades
municipales.
Por
ejemplo, el presidente municipal de Cocula, César Miguel Peñaloza, declaró ante
la Procuraduría General de la República (PGR) que Alejandro Saavedra,
comandante de la 35 Zona Militar, le recomendó a sus dos últimos directores de
Seguridad Pública. El último de ellos, Salvador Bravo Bárcenas –quien alcanzó
el rango de mayor– denunció ante la PGR que su subalterno, César Nava, quien
presuntamente trabaja para el cártel Guerreros Unidos (GU), le quitó mediante
amenazas el mando de la corporación. Bárcenas aseguró que denunció a Nava ante
el comandante del 27 Batallón, pero que sólo logró que lo detuvieran
“brevemente, sin consecuencias”.
El
propio jefe de la Policía en Iguala, Felipe Flores –quien, de acuerdo con la
versión oficial, entregó a los normalistas a los sicarios de GU para que éstos
los desaparecieran—fue durante una década soldado y cabo en el 27 Batallón de
Infantería.
Más
aún, el documental muestra imágenes de José Luis Abarca, cuando era alcalde de
Iguala, en actos públicos y reuniones al lado de los mandos de la Sedena
destacamentados en la zona.
“La
simpatía de la Secretaría de la Defensa Nacional por Abarca había quedado de
manifiesto desde 2005, cuando le obsequió 52 mil metros cuadrados de terreno
para que Abarca construyera la plaza comercial más moderna del norte de
Guerrero: Galerías Tamarindos. Con una inversión declarada de 300 millones de
pesos, se trata de un centro que no le pide nada a sus similares de las grandes
ciudades, con multicinemas y un gran supermercado”, señala la voz en off, al
tiempo que la cámara hace un paneo de las instalaciones del entorno comercial.
“La
Sedena cedió un terreno público a un particular a pesar de que no tenía
facultades para ello –sentencia la voz en off–. Pero nadie se dio cuenta
mientras Abarca tuvo amigos poderosos. Sólo en marzo de 2015, cinco meses
después de que Abarca dejó la Presidencia Municipal para salir prófugo, la
Secretaría de la Función Pública recuperó la posesión del predio; o eso fue lo
que anunció, porque la plaza comercial de José Luis Abarca sigue funcionando
con normalidad.”
Encubrimiento
Con
base en decenas de testimonios de habitantes de la región, representantes de
comunidades, familiares de desaparecidos, activistas y especialistas, así como
en informes de organismos internacionales y de expedientes judiciales, Mirar
morir expone las deficiencias de la investigación gubernamental sobre los
ataques a los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa el 26 de septiembre de
2014 y la posterior desaparición de 43 de ellos.
“El
documental muestra cómo detrás de la investigación oficial existe una operación
de Estado para encubrir la participación de autoridades a nivel superior del
municipal. Particularmente se ha querido proteger a los militares, a pesar de
que existen numerosos indicios de que varias de sus unidades –en especial el 27
Batallón de Infantería– están involucrados en actos de represión política, en
la desaparición de ciudadanos, así como con estructuras de protección al crimen
organizado”, dice en entrevista el periodista Témoris Grecko, investigador,
guionista y productor del documental.
Y
señala que las declaraciones que el titular de la Sedena, Salvador Cienfuegos
Zepeda, hizo la semana antepasada en dos entrevistas con Televisa –en las que
deslindó al Ejército de cualquier responsabilidad en los sucesos de Iguala–,
son “el capítulo más reciente de esa operación”.
De
hecho, el documental incorpora dichas aseveraciones del general y las contrasta
con otros testimonios y documentos.
Así,
Cienfuegos dijo el lunes 5 en El Noticiero –que conduce Joaquín López Dóriga en
Canal 2 de Televisa– que “el comandante del 27 Batallón habló con el comandante
de Seguridad Pública municipal, le preguntó qué había. Y él le dijo que no hay
nada, no hay ningún enfrentamiento con los estudiantes. No tenemos ningún
detenido, no ha habido disparos. Eso le dijo el director de la policía que anda
huyendo”.
El
martes 6, en el noticiario matutino Primero Noticias, de Carlos Loret de Mola,
el general Cienfuegos insistió: “Yo no entiendo ahí que si supimos, que si no
participamos, que si no evitamos la masacre… ¿Cómo podemos saber que va a haber
una masacre? ¿Cómo podemos saber que esos jóvenes que iban ahí eran los
estudiantes?”.
Con
base en declaraciones ministeriales y otros documentos oficiales, el documental
muestra que el argumento de que el Ejército “fue engañado por un policía
municipal” es una falacia, pues a través del sistema del C-4 siempre supo en
tiempo real lo que estaba sucediendo y tuvo en el terreno a efectivos de
inteligencia militar vestidos de civil que atestiguaron los hechos e informaron
de inmediato a sus superiores.
“Los
militares sabían muy bien que eran estudiantes, de dónde venían, qué estaban
haciendo y qué les estaban haciendo, según demuestran documentos oficiales
contenidos en el expediente de la PGR”, enfatiza la voz en off del documental.
Refuta
otro argumento que el general Cienfuegos expuso ante la primera comisión
Iguala-Ayotzinapa de la Cámara de Diputados: Que el Ejército se apega a los
protocolos y que éstos establecen que sólo puede actuar a petición de una
autoridad y que en el caso de Iguala no la hubo.
“Pero
el general también dijo que los soldados habían acudido al hospital Cristina
–donde había normalistas heridos– a resulta de una llamada anónima que recibió
el 27 Batallón de Infantería”, dice la voz en off. Y pregunta: “¿Entonces, en
este caso no siguieron el protocolo?; o sea, los militares dicen que por
protocolo no podían intervenir sin petición de la autoridad, pero fue una
llamada anónima la que los motivó a ir al hospital”.
En
la pantalla vuelve a aparecer el general Cienfuegos durante su intervención en
El Noticiero, de López Dóriga: “A lo largo de mi administración hemos
documentado al menos 100 eventos en los que los normalistas tomaron autobuses,
camiones con mercancía y colocaron puestos para pedir dinero. En todas esas
ocasiones supimos que salieron, y qué están haciendo, y en ninguna
intervenimos, ¿por qué aquí deberíamos haber intervenido?”.
La
voz en off cuestiona: “Decidido a no ceder, el general Cienfuegos estableció
que a la hora de hacer algo, no hay diferencia entre un boteo o una toma de
autobuses y una operación masiva de asesinatos y desapariciones forzadas, que
se prolongó por cuatro o cinco horas”.
Y
aparece en la pantalla Carlos Beristáin, integrante del Grupo Interdisciplinario
de Expertos Independientes (GIEI) –enviado por la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos–, quien durante la presentación del informe sobre el caso
Ayotzinapa refutó, sin proponérselo, al general.
Dijo:
“Hubo presencia de diferentes agentes del Estado y no encontramos que hubiera
acciones de protección. Uno puede discutir si puede hacer cosas frente a las
acciones de la Policía Municipal. Pero lo que estaba pasando eran evidentemente
agresiones que superaban cualquier neutralización de unas personas y que tenían
que ver con disparos de armas de fuego y ataques a la vida”. l
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