14 oct 2014

Excepciones en una era turbulenta/Ian Bremmer


Excepciones en una era turbulenta/Ian Bremmer es presidente del Eurasia Group y profesor de investigaciones globales en la New York University. 
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
El País |13 de octubre de 2014
Con la crisis candente en Ucrania, los yihadistas construyendo ejércitos en Irak y Siria y la propagación incesante del ébola, es evidente que hemos entrado en una era excepcionalmente turbulenta de la política mundial. Los Gobiernos de Occidente se desviven por apagar incendios. Sin embargo, lejos de estas crisis y de las desiguales respuestas que están teniendo, existe una región con un futuro más prometedor de lo que cabía pensar.
El enérgico liderazgo ejercido en China, Japón e India —los tres mercados más importantes en la región más importante para el futuro de la economía mundial— ofrece uno de los pocos motivos internacionales para el optimismo.
Xi Jinping en China, Shinzo Abe en Japón y Narendra Modi en India han arriesgado sus carreras políticas al atreverse a implantar unas reformas trascendentales y necesarias desde hacía mucho tiempo. Y lo extraordinario es que ninguno de ellos se ha visto empujado a actuar debido a una crisis. Lo hacen para evitar futuros problemas.

En diciembre de 2012, Shinzo Abe fue elegido primer ministro con el mandato más amplio de cualquier dirigente japonés desde hace al menos 10 años, y ha aprovechado su capital político para implantar su Abenomics, el audaz plan de reformas económicas —monetarias, fiscales y estructurales— que le está permitiendo impulsar la economía de su país después de dos decenios de estancamiento. En 2013, Xi Jinping asumió el poder en China y puso en marcha unas reformas económicas concebidas para transformar su economía, basada en las exportaciones, en un modelo más sostenible, basado en el consumo. En mayo de este año, la victoria arrolladora de Narendra Modi dejó claro el firme apoyo popular a la campaña nacional para recuperar el crecimiento económico en India.
En los tres países hay grandes expectativas, y es mucho lo que está en juego. Los tres líderes se enfrentan a la resistencia de los grupos de poder que pierden influencia con estos cambios y a unas economías complejas que no se pliegan fácilmente a diversas formas de liberalización. Los norteamericanos y los europeos no pueden esperar que estos gobernantes ofrezcan gran ayuda en Oriente Próximo, África Occidental o Europa del Este, pero sus esfuerzos para recuperar el crecimiento en sus respectivos países y proporcionar más estabilidad al este y el sur de Asia son todavía más valiosos.
Todavía veremos algunos titulares alarmantes sobre la región. China y sus vecinos seguirán lanzándose alguna que otra llamarada retórica. Las tensiones entre el gigante y Vietnam y Filipinas en el Mar del Sur de China dispararán las alertas.
Pero los líderes de China, Japón e India parecen ser conscientes de que a todos les interesa la estabilidad y el éxito de los demás. En septiembre, Narendra Modi regresó de Japón con el compromiso de inversiones en infraestructuras indias por valor de unos 35.000 millones de dólares. Poco después, mientras eran noticia las últimas disputas fronterizas entre China e India en el Himalaya, Modi recibió a Xi Jinping, con el anuncio de unas inversiones chinas de 20.000 millones de dólares en infraestructuras y zonas industriales que establecen un nuevo vínculo comercial entre los tradicionales rivales.
La animosidad histórica entre China y Japón hace que no se pueda descartar algún aumento ocasional de las tensiones. En un sondeo realizado por Pew Research en la primavera de 2014, solo el 7% de los japoneses tenía una opinión favorable de China y solo el 8% de los chinos tenía buena opinión de Japón. En noviembre de 2013, las tensiones entre los dos países estallaron cuando Pekín declaró una Zona de Identificación de Defensa Aérea (ZIDA) que exige que todos los aparatos que sobrevuelen territorios en disputa sigan las instrucciones dictadas por las autoridades chinas. Al mes siguiente, Shinzo Abe visitó el santuario de Yasukuni, un lugar vinculado al militarismo japonés.
No obstante, ambas partes trataron de evitar una peligrosa escalada. Japón cuenta con 23.000 empresas que trabajan en China y tienen a 10 millones de trabajadores chinos en sus nóminas. Ese es un buen motivo para que los dos Gobiernos controlen las tensiones. En julio, Japón recibió la cifra más alta de turistas de su historia, y muchos de ellos eran visitantes chinos, el doble que en el mismo mes del año anterior. Las reuniones entre los dos Gobiernos incluyen a cargos cada vez más altos, y el discurso de Shinzo Abe en Naciones Unidas fue muy conciliador.
El alivio de las tensiones ha coincidido con unas fases más complicadas para sus respectivos procesos de reforma. Ahora que ha emprendido la más difícil de sus “tres flechas” —crear una estrategia integral de crecimiento—, Shinzo Abe no puede permitirse el lujo de distraer a sus bases ni causarles frustración económica con tensiones geopolíticas. Por su parte, Xi Jinping ha avanzado tanto en sus medidas anticorrupción y sus propuestas de cambio económico que los chinos más influyentes y más interesados en que se mantenga el sistema actual están empezando a cuestionarse sus objetivos. Es lógico que, cuanto más éxito tenga, más reacciones provoque entre unos individuos que ven cómo pierden poder.
Xi, Abe y Modi están logrando ciertos éxitos y su atención se centra en superar los obstáculos que impiden sus reformas internas, por lo que tendrán mucho menor interés en crear inestabilidad geopolítica. Ese peligro solo asomará si las reformas fracasan por completo.
La probabilidad de que las reformas se tambaleen o topen con seria oposición es mucho mayor en China. La crisis de Hong Kong muestra los numerosos riesgos que entraña la agenda de Xi. Si Pekín reacciona con demasiada fuerza, podría granjearse el oprobio internacional y acabar con este periodo de serenidad. Y, si Pekín hace la menor concesión a los manifestantes —incluso la dimisión del gobernador de Hong Kong—, sentaría un peligroso precedente que podría reproducirse en otras ciudades chinas. Pekín prefiere reprimir cualquier voz política alternativa antes que aceptarla, y, a medida que Xi lleve adelante sus reformas, van a surgir muchas voces de ese tipo.
Sin embargo, por ahora, tres de las principales economías del mundo quieren mantener la paz geopolítica en su región. En un mundo de enorme agitación, las potencias occidentales deberían agradecer ese respiro mientras dure.

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