El
Mundo |13 de octubre de 2014
Hemos
gritado mucho, y muy alto, para repetir muchas veces que nos enfrentamos a un
brote de ébola sin precedentes. Es una epidemia líquida. Su rapidez en
transmisión y desarrollo hace que este brote deba abordarse con un enfoque
propio. No valen las respuestas a brotes anteriores ni en las formas ni en la
dimensión. Esta batalla se desarrolla y se gana en el origen del brote. Frenar
el número de personas infectadas por día en los países de origen es el primer y
más importante paso que hay que dar. O lo vemos y entendemos o estaremos en un
escenario tan imprevisible como letal. Frenar en origen es paso previo para
poder controlar el brote y su expansión. Reduciendo su expansión convertiremos
lo imprevisible en certezas gestionables.
Certezas
reales como Moses, de tan sólo 10 años, que fue encontrado, apenas con vida, en
una cuneta. Había estado viajando con su familia por la capital de Liberia,
cuando sus padres sucumbieron al ébola, dejándolo huérfano y solo. Por miedo al
ébola, Moses fue rechazado e ignorado siempre que pidió ayuda. Lejos de casa,
no sabía dónde estaba ni cuántos días había estado viviendo en las calles. No
habría vivido mucho más tiempo si no hubiera sido por un policía que lo
encontró y lo llevó a la Unidad de Tratamiento de ébola en el hospital JFK.
Allí conoció a Vivian, otra paciente que ha sobrevivido y que ahora se ocupa de
él mientras Save the Children busca a algún miembro de su familia a través de
nuestros programas de reunificación familiar. Moses representa la única forma
de impedir que este brote llegue a más seres humanos y a más países. Moses
consiguió sobrevivir pero, tristemente, sólo uno de cada cuatro niños
infectados durante el brote de ébola ha sobrevivido hasta la fecha.
En
los últimos seis meses hemos formado a 3.000 trabajadores sanitarios y hemos
llegado a más de 265.000 personas en Liberia, Sierra Leona, Guinea Conakry y
Mali con nuestra intervención en ébola pero no es suficiente, necesitamos
ampliar nuestros programas. En estos momentos todos los esfuerzos de Save the
Children van dirigidos a trabajar en un ambicioso plan de tres años, que supera
los 100 millones de dólares de inversión. Un plan que incluye la construcción y
la puesta en funcionamiento de dos unidades de tratamiento, en Liberia (ya
operativa) y Sierra Leona (en proceso de construcción), y un amplio plan de
sensibilización sobre la enfermedad tanto a la población como a los
trabajadores sanitarios.
Sin
embargo, o cambian de forma radical la forma y las actitudes de los
responsables políticos, tanto de los países afectados como del resto de la
comunidad internacional, o nuestra intervención se verá seriamente comprometida
ante la magnitud de la crisis que se cierne. Es urgente la movilización de
recursos de todo tipo para hacer frente a la epidemia que se está extendiendo
por África Occidental a un ritmo y escala que supera cualquiera de las
capacidades de los países afectados, las Agencias de Naciones Unidas y de las
organizaciones humanitarias que estamos trabajando allí.
El
ébola mata personas, pero también vacía escuelas y fuerza la desatención de
otras enfermedades. Al concentrar los escasos recursos sanitarios de los países
afectados en combatir el ébola, niños y adultos con enfermedades curables como
la neumonía, la diarrea o la malaria no tienen dónde acudir a recibir
tratamiento. No se trata sólo de una amenaza humanitaria, también se corre el
riesgo de tirar por la borda el trabajo hecho para reconstruir los frágiles
sistemas de salud de Sierra Leona y Liberia después de las guerras de los
últimos años.
Decimos
ébola pero estamos diciendo pobreza. La única receta válida contra la epidemia
es abordar esta crisis como una consecuencia de la pobreza. Nunca antes la
pobreza de África la vamos a ver y tener tan cerca.
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