El Islam, ese desconocido/ Guy Sorman
ABC |16 de febrero de 2015
Enfrentados a la presencia cada vez mayor de musulmanes en sus fronteras
o en el interior, a los occidentales «les duele el islam». Las posturas
adoptadas, que van desde la más absoluta hostilidad hasta las tentativas de
conciliación, solo conducen a malentendidos. Consideremos, por ejemplo, una
declaración hecha por Barack Obama el 5 de febrero, con ocasión de un
«desayuno» (una tradición estadounidense) para la oración común, con
representantes de las «grandes» religiones reunidos en Washington. En un nuevo
intento de hacer una distinción entre los terroristas y el islam «auténtico»,
el presidente estadounidense creyó que era buena idea recordar que todas las
religiones se ven afectadas por desvíos fanáticos, como las Cruzadas. Obama
solo consiguió exacerbar los ánimos, los de los cristianos y los de los
musulmanes, que fueron unánimes al tachar esa comparación de anacrónica y fuera
de lugar. La torpeza de Obama es ilustrativa de una actitud constante en
Occidente: al no comprender el islam, lo comparamos con el cristianismo.
Lo más habitual es que nos quedemos perplejos,
debido al profundo desconocimiento del islam que reina en Occidente. Hasta los
atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, seguidos de los que se
llevaron a cabo en Madrid, Londres o París, se percibía el mundo musulmán como
algo ajeno o confinado en los barrios reservados a los inmigrantes. El estudio
del islam era una disciplina marginal, exclusiva de las universidades; el Corán
y sus comentarios estaban poco o mal traducidos y la diversidad del mundo
musulmán prácticamente se desconocía. Recordarán el comentario del general
estadounidense David Petraeus cuando entró en Basora en 2003: «Éramos extraños
en un mundo extraño» (Strangers in a strange world). Los estadounidenses y sus
aliados apenas conocían la distinción entre chiíes y suníes, o creían que los
chiíes eran por fuerza iraníes, aunque los encontrasen en Pakistán o Arabia
Saudí. En Europa occidental, donde el musulmán es casi siempre un inmigrante,
árabe y musulmán eran hasta hace muy poco términos intercambiables. Pero
resulta que la guerra de Siria empuja hacia Europa a árabes cristianos y que
del África subsahariana llegan numerosos musulmanes no árabes.
El desconocimiento del islam, si tuviésemos que resumirlo en unas cuantas
categorías simplistas, se debe, en mi opinión, a tres motivos fundamentales. En
primer lugar, confundimos la religión con la cultura. Por esta razón,
atribuimos al islam comportamientos que, de hecho, son propios de la cultura
del país de origen de los musulmanes que conocemos. La sumisión femenina, un
rasgo que a menudo se atribuye al islam (pero que también se encuentra en el
catolicismo y el judaísmo ortodoxo) tiene que ver casi siempre con las
tradiciones árabes, pero los árabes solo representan el 20% de los musulmanes
de todo el mundo. En el islam aleví de Turquía o el bengalí no árabe, las
mujeres rezan junto a los hombres. ¿Y es musulmán el velo? El reformador
egipcio del siglo XIX Rifa’a al-Tahtawi, que instauró las escuelas para niñas
en Egipto, señalaba que el velo no se mencionaba en el Corán y que sin duda se
trataba de una tradición persa anterior a Mahoma. Para dar más color a este
paisaje, muchos musulmanes se declaran pertenecientes a la civilización
islámica pero no creyentes, como muchos cristianos.
La segunda fuente de desconocimiento del islam en Occidente se encuentra
en el hecho de que tenemos la tendencia espontánea a percibirlo como una
religión organizada según el modelo católico, con una jerarquía, unas normas o,
al menos, unos representantes acreditados. Esto es un error: dejando a un lado
la minoría chií sometida a la clericatura de los ayatolás, cada musulmán tiene
una relación directa con Alá por mediación del Corán, la palabra misma de Dios,
dictada a Mahoma. Los imanes no tienen más autoridad que la que una comunidad
de fieles quiera, o no, reconocerles: el islam es lo que los musulmanes hacen
de él, no lo que deciden los imanes. Esta diversidad infinita, que nos recuerda
a las iglesias evangélicas repartidas por todo el mundo, desespera a los
dirigentes occidentales que buscan interlocutores «responsables». Desde
Napoleón I, pasando por Nicolas Sarkozy, los presidentes franceses no han
dejado de intentar organizar a los musulmanes de acuerdo con el esquema de la
Iglesia. Ha sido en vano. Obama, en busca de «representantes» auténticos de los
musulmanes, también está desorientado: además, es fuerte la tentación de
seleccionar a representantes de un islam «moderado», según unos criterios más
occidentales que musulmanes.
La tercera fuente de malentendidos tiene que ver con la aparición de un
nuevo islam transnacional para uso de unos musulmanes desarraigados que se
definen por su oposición a Occidente y a los musulmanes occidentalizados. A
Osama bin Laden se le puede considerar el fundador de este yihadismo islámico.
Un yihadismo que aterroriza a los occidentales, pero que, cada día, mata a más
musulmanes que a infieles (en Nigeria, Siria, Yemen, Sudán). Creo que este
yihadismo tiene un origen político y económico, más que teológico. Los
yihadistas tergiversan el vocabulario místico para canalizar la frustración de
esos musulmanes desarraigados que no consiguen integrarse en el mundo
contemporáneo: ciudadanos de segunda categoría en Occidente o víctimas de la
tiranía en su país de origen. Como demostración inversa y dato alentador,
fijémonos en que el yihadismo casi ha desaparecido de Indonesia desde que este
gran país musulmán se ha convertido en una democracia en vías de desarrollo.
Por el contrario, avanza en Egipto desde que han regresado la dictadura y la
corrupción estatal.
Rifa’a al-Tahtawi, hace ya dos siglos (1801-1873), escribía que el islam
era compatible con la ciencia, siempre que Egipto adoptase una Constitución (la
Francia de 1830, en la que vivió, era su modelo), que la prensa fuera libre y
que las niñas estuvieran escolarizadas (y no llevaran velo). Por todo el mundo
musulmán encontramos a discípulos de Rifa’a (que se autodenominan «hijos de
Rifaa», expresión con la que se identifican): su debilidad radica en la
incapacidad para organizarse; y la nuestra, en la incapacidad para escucharlos.
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