15 jul 2016

La solución al Brexit: seguir adelante y no pensar demasiado

La solución al Brexit: seguir adelante y no pensar demasiado/Benjamin J. Cohen, Benjamin J. Cohen is Professor of International Political Economy at the University of California, Santa Barbara, and is the author of Currency Power: Understanding Monetary Rivalry.
Traducción: Esteban Flamini
Project Syndicate, 15 de julio de 2016
Los mercados se han vuelto presa del pánico; caen los bonos y las acciones, la libra se hunde a niveles insospechados, cunde el temor a la recesión. Y todo porque una exigua mayoría de votantes en el Reino Unido decidió que el país dejara la Unión Europea.
El electorado británico habló, la suerte está echada. La nueva primera ministra del RU, Theresa May, tendrá que invocar el artículo 50 del Tratado de Lisboa, y en un plazo de dos años, Gran Bretaña estará oficialmente fuera de la Unión, le guste o no.
Pero ¿se justifica el pavor del mercado? Hay motivos para pensar que la situación es mucho menos terrible de lo que la mayoría cree. Mi consejo es respirar profundo y adoptar una visión a largo plazo, porque esta historia todavía no terminó. Cuando se aquieten las aguas, el final puede resultar sorprendentemente benigno e, irónicamente, similar a lo que hay ahora.

 Los desafíos que nos aguardan son obvios. La estrecha mayoría cosechada por el “Leave” implica que todavía hay muchos en Gran Bretaña que lamentan profundamente la idea del “Brexit”.
 Empezando por “la City”, el equivalente londinense de Wall Street, que a pesar de que el RU usa la libra en vez del euro, es desde hace mucho el centro financiero que marca el ritmo de la UE, y su puerta de acceso al resto de los mercados mundiales. La salida de Gran Bretaña hace prever que muchas empresas de la City migrarán a otros lugares en el continente. La única cuestión es saber qué ciudad reemplazará a Londres. La opción más lógica parece Frankfurt, sede del Banco Central Europeo, pero París y Ámsterdam también están en carrera.
 Otros que están descontentos son los exportadores británicos, porque la mitad de lo que venden va a países de la UE. Y no hay que olvidar a los escoceses y norirlandeses, que votaron mayoritariamente contra el Brexit y están dispuestos a defender su pertenencia al club europeo a toda costa.

Incluso algunos de los defensores del Leave más entusiastas muestran signos de arrepentimiento ahora que el precio del Brexit se hace cada vez más evidente. El caso más notorio es Boris Johnson, exalcalde de Londres, quien apenas cuatro días después del referendo, escribió un artículo en el Daily Telegraph, titulado “No puedo insistir suficiente: Gran Bretaña es parte de Europa y siempre lo será”.

¿Cómo puede Gran Bretaña respetar la voluntad democrática de sus votantes, y al mismo tiempo seguir siendo “parte de Europa”, como la City y otros quieren? La respuesta es simple: seguir adelante y no pensar demasiado. No debería ser tan difícil: hablamos del país que, como escribió el historiador John Robert Seeley, “conquistó y pobló la mitad del mundo estando distraído”.

Felizmente, la UE también puede enorgullecerse de una larga tradición de tirar para adelante los problemas a los que se enfrenta: lleva mucho tiempo poniendo parches para hacer lugar a las demandas y necesidades de sus diversos miembros. Es probable que se hubiera derrumbado en poco tiempo si no fuera por lo que The Economistdescribió como “espíritu de componendas”. Enfrentada a la dificultad de conciliar los intereses divergentes de sus partes, la UE dominó las artes de la confusión y la ambigüedad para hacer que el buey siga arando.

¿Podría un esquema similar mantener a Gran Bretaña dentro de Europa? Si me gustara apostar, yo diría que sí. Los políticos saben que aunque la redacción del referendo por el Brexit era clara, nunca fue una elección tajante entre “dentro” y “fuera”. Entre los dos extremos hay un sinfín de arreglos posibles que dejarían a Gran Bretaña como socio informal de la UE, aunque ya no sea un miembro formal.

La alternativa más probable que viene a la mente se llama “opción noruega”. Noruega es miembro del Área Económica Europea, pero tiene acceso al mercado común de la UE. A cambio de ese privilegio, el país aporta cada año al presupuesto de la UE, acepta respetar todas las reglas del bloque (incluso aunque no participe en su formulación) y permite el libre movimiento de los ciudadanos de la UE. Nada indica que Gran Bretaña sea incapaz de negociar algo similar.

La parte más fácil de negociar sería el aporte anual, que no tendría por qué ser muy diferente de lo que el RU transfiere a la UE en la actualidad. Tampoco sería difícil hallar un modo de dar a Gran Bretaña la posibilidad de exceptuarse de futuras normas que apruebe la UE, algo similar a lo que ya disfruta al estar fuera de la eurozona, bajo el epígrafe de “intereses nacionales vitales”.

La parte más difícil es la cuestión migratoria, que motivó a muchos votantes proBrexit. Pero incluso en este tema es de suponer que los diplomáticos podrán apañar alguna solución que permita llegar a un acuerdo aceptable incluso para los partidarios del Leave.

En síntesis, es muy probable que en dos o tres años, cuando se asiente la polvareda, la relación entre el RU y la UE no haya tenido grandes cambios en la práctica. Desde un punto de vista estrictamente legal, Gran Bretaña ya no será miembro de la UE, pero fuera de eso, la vida seguirá más o menos igual. Y el “espíritu de componendas” de la UE habrá triunfado una vez más.

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