Las columnas políticas hoy, Martes, 20 de Septiembre de 2016
La cruzada “Renuncia Peña”/ Raymundo Riva Palacio
Estrictamente Personal
El Financiero,
Hay muchos Méxicos en la actualidad. El del presidente Enrique Peña Nieto, que es el del futuro promisorio a lo que ha hecho su gobierno, y el de la insatisfacción con él y su gobierno de siete de cada 10 mexicanos. Está el que avanza económicamente, según el discurso oficial, aunque el crecimiento está estancado. Y el de la violencia a la baja de acuerdo con las autoridades, aunque los delitos vayan al alza. Es el México de las percepciones permeadas por los discursos y los datos, que chocan con enorme frecuencia. Es también el de la revolución de las redes sociales y la rebelión en las calles en busca de la desestabilización.
La semana pasada se vieron las frecuencias en las que se mueve este país, cuando una marcha convocada en las redes sociales para exigir la renuncia de Peña Nieto, tuvo una baja presencia en las calles, que provocó que en algunos medios afines a sus beligerantes convocantes se preguntaran por qué no hay más gente en las calles cuando están tan indignados con el Presidente. Sociólogos y sicólogos no se ponen de acuerdo, menos aún los politólogos. Pero que no haya conexión aún entre la realidad de las redes sociales con la de la calle no significa que no exista una insatisfacción generalizada, que incluye a segmentos de la sociedad que aún se mantienen apáticos y todavía no expresan sus frustraciones individuales en acciones colectivas concretas.
Existe una cruzada en las redes sociales contra Peña Nieto. De acuerdo con una investigación de José Ramírez publicada en la edición impresa del portal ejecentral, activistas, académicos y periodistas encabezan un movimiento para que renuncie el Presidente, que abrigan en el artículo 86 constitucional que dice que el cargo de Presidente “sólo es denunciable por causa grave”. Esto tendría que ser calificado por el Congreso de la Unión ante el que se debería presentar la renuncia. Pero sin definición alguna sobre qué es una “causa grave” –el artículo 108 dice que las únicas acusaciones por las que se puede acusar a un Presidente son “traición a la patria y delitos graves del orden común”–, y un Congreso donde el PRI tiene mayoría, el movimiento parece no tener futuro.
Sin embargo, no hay que minimizar la iniciativa. Ramírez explicó que las redes sociales comenzaron a tomar fuerza cuando los usuarios les encontraron una función de diálogo y discusión como en las antiguas plazas públicas. Estas nuevas herramientas pueden servir de termómetro de la conversación pública y ayudar a organizar a la población en temas de interés común que los llevarán a construir un puente de comunicación e interacción con sus gobernantes, que ha generado un “activismo profesional”, constante en las redes sociales.
El origen del movimiento #RenunciaYa, surgió de un tweet el 2 de septiembre de la cuenta de @ElenaFortes, que recuerda Ramírez, dirigió el proyecto de documentales Ambulante, junto con intelectuales y artistas como Gael García y Diego Luna. Media hora después de aparecer en Twitter, lo retomó CENCOS, la organización a la que está históricamente vinculado Emilio Álvarez Icaza, exsecretario general de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y que está integrando un expediente con juristas en Estados Unidos y Europa para llevar a juicio a Peña Nieto a una corte internacional. A partir de ahí se sumaron activistas, artistas y periodistas. Entre los más sobresalientes, el productor de narconovelas Epigmenio Ibarra, que maneja Argos Comunicación, una exitosa empresa de la que es socio Carlos Payán, director honorario de La Jornada y militante del PRD, que ha sido respaldada financieramente por el magnate Carlos Slim. Entre quienes más promovieron la convocatoria, figuraron la académica Denisse Dresser, quien coquetea con una candidatura independiente a la Presidencia, Jorge Ramos, el principal conductor de noticias de Univisión –los dos escriben en Reforma–, y Brozo –Víctor Trujillo–, que trabaja en Televisa.
La marcha sumó a unas cinco mil personas, por lo que no dudaron algunos medios en calificarla de fracaso. Es reduccionista verla de esa manera. Primero, no se debe ignorar que haya tantas personas sin miedo a que las vean, las identifiquen, las vigilen y las investiguen, lo que habla de un hastío con el gobierno. Segundo, estuvo por encima de los cálculos –cuatro veces menos estimaba el gobierno de la Ciudad de México. Tercero, es la primera en un entorno donde las condiciones son propicias para que se incremente la molestia.
Todas las encuestas de aprobación presidencial publicadas en el primer trimestre de este año muestran la tendencia a la baja de Peña Nieto, con porcentajes de rechazo que oscilan entre el 23 y el 29 por ciento. No han salido aún los estudios que miden el impacto por la visita de Donald Trump a México, pero hay un dato a consignar: durante las primeras cuatro horas de saberse que vendría, hubo cerca de un millón de tweets, la mayoría negativos. Cuando se fugó Joaquín El Chapo Guzmán el millón de mensajes en la red se dio en cuatro días.
La población a la que quieren sumar a su lucha contra Peña Nieto está muy lastimada. Faltan dos años y medio más por delante de gobierno, y probablemente no avanzará mucho más el intento de su renuncia, pero tampoco parece que recuperará el consenso para gobernar ni la iniciativa ni que logre revertir su caída simbólica, política y popular, como Presidente. Más tensión y confrontación, parece, es lo que viene.
Twitter: @rivapa
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EN PRIVADO/Joaquín López-Dóriga
Milenio
Renuncia: más redes que nueces
Es peor el miedo que el dolor. Florestán
A mediados de la semana pasada, me contaron que en alguna oficina de gobierno había cierto nerviosismo en torno a la convocatoria del 15 de septiembre de lo que llamaban megamarcha para pedir la renuncia del presidente Enrique Peña Nieto. Les preocupaba más que los riesgos, siempre inherentes a la ceremonia de El Grito, que es la aparición pública más vulnerable del Presidente de la República en turno. Por más que hablen y ejerzan controles, por más que haya puntos de revisión, por más que hablen de acarreos, es la oscuridad y es la multitud que multiplica las facilidades de cualquier intento.
Pero traían el tema de la megamarcha, percepción que multiplicaban por dos factores que, sumados, hacen rehenes: una cierta inseguridad y el sobrevalorar las redes, que dan la percepción por hecho.
Desde esa semana después de registrar convocantes, que están en todo su derecho de hacer los llamados que quieran, y de escuchar las declaraciones de Andrés Manuel López Obrador, la distancia de los partidos, de las fracciones en el Congreso, del SME y la coordinadora y de las organizaciones frecuentes en las calles, daba una primera idea de que el llamado no tendría la respuesta que aseguraban los convocantes y temían en aquel despacho.
Pero eso no lo estaban leyendo en aquella oficina donde alguna voz externa alertaba por los casos de Venezuela y Brasil, donde millones y millones marcharon, en uno, para pedir la remoción de Nicolás Maduro vía el referendo, y en el otro, más millones para pedir la salida de Dilma Rouseff, lo que al final lograron en una alianza de partidos y sus militantes, legisladores y políticos.
En esas condiciones, al mediodía del 15 de septiembre, la secretaria de Gobierno de Ciudad de México, Patricia Mercado, habló de un cálculo preliminar: no marcharían más de mil personas, lo que la echó en la fogata de las redes y sus odios.
Por la tarde, la marcha avanzó por Reforma hasta avenida Juárez donde una muralla de granaderos les impidió llegar al Zócalo.
Cuando la manifestación se disolvió pacíficamente, la Secretaría de Seguridad Pública informó: habían marchado mil 500 personas, lo que también fue rechazado por los organizadores que hablaron de 4 mil que, aceptando la cifra como buena, quedó muy lejos de la megamarcha, retrató la fuerza de las convocantes y el verdadero clima social de la renuncia presidencial.
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Milenio
Renuncia: más redes que nueces
Es peor el miedo que el dolor. Florestán
A mediados de la semana pasada, me contaron que en alguna oficina de gobierno había cierto nerviosismo en torno a la convocatoria del 15 de septiembre de lo que llamaban megamarcha para pedir la renuncia del presidente Enrique Peña Nieto. Les preocupaba más que los riesgos, siempre inherentes a la ceremonia de El Grito, que es la aparición pública más vulnerable del Presidente de la República en turno. Por más que hablen y ejerzan controles, por más que haya puntos de revisión, por más que hablen de acarreos, es la oscuridad y es la multitud que multiplica las facilidades de cualquier intento.
Pero traían el tema de la megamarcha, percepción que multiplicaban por dos factores que, sumados, hacen rehenes: una cierta inseguridad y el sobrevalorar las redes, que dan la percepción por hecho.
Desde esa semana después de registrar convocantes, que están en todo su derecho de hacer los llamados que quieran, y de escuchar las declaraciones de Andrés Manuel López Obrador, la distancia de los partidos, de las fracciones en el Congreso, del SME y la coordinadora y de las organizaciones frecuentes en las calles, daba una primera idea de que el llamado no tendría la respuesta que aseguraban los convocantes y temían en aquel despacho.
Pero eso no lo estaban leyendo en aquella oficina donde alguna voz externa alertaba por los casos de Venezuela y Brasil, donde millones y millones marcharon, en uno, para pedir la remoción de Nicolás Maduro vía el referendo, y en el otro, más millones para pedir la salida de Dilma Rouseff, lo que al final lograron en una alianza de partidos y sus militantes, legisladores y políticos.
En esas condiciones, al mediodía del 15 de septiembre, la secretaria de Gobierno de Ciudad de México, Patricia Mercado, habló de un cálculo preliminar: no marcharían más de mil personas, lo que la echó en la fogata de las redes y sus odios.
Por la tarde, la marcha avanzó por Reforma hasta avenida Juárez donde una muralla de granaderos les impidió llegar al Zócalo.
Cuando la manifestación se disolvió pacíficamente, la Secretaría de Seguridad Pública informó: habían marchado mil 500 personas, lo que también fue rechazado por los organizadores que hablaron de 4 mil que, aceptando la cifra como buena, quedó muy lejos de la megamarcha, retrató la fuerza de las convocantes y el verdadero clima social de la renuncia presidencial.
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ColumnaITINERARIO POLÍTICO/Ricardo Alemán
Milenio
¡Sí a la renuncia de Peña! ¡No a la tregua!
Suponer —y solo suponer— que los mandantes dan una tregua al mandatario resulta, por decirlo suave, una soberana estupidez.
¿Por qué?
Porque el mero supuesto ya propone la existencia de una guerra de los mandantes contra el mandatario.
Y si aún se insiste en la guerra y en la tregua —y para empezar por el principio—, obligan las preguntas.
¿Cuántos y quiénes de los millones de mandantes que entregaron el mandato al mandatario son los que hoy proponen la guerra, y cuántos los generosos que tienden la mano de la tregua?
¿Quién los facultó para iniciar la guerra contra el mandatario —a los primeros— y para ofrecer la tregua, a los segundos? ¿Tienen identidad los mandantes que pretenden tirar al mandatario? ¿A cuántos y cuáles mandantes representan?
¿Son legales y es práctica democrática la guerra y la tregua lanzadas contra el mandatario?
Lo cierto es que la supuesta guerra y la pretendida tregua no son más que un producto residual de las herramientas modernas de la política y de la lucha por el poder; las redes sociales, ese instrumento matón y vengativo que se viraliza a niveles de pandemia y que atolondra —si no es que apendeja— hasta a las mentes más lúcidas.
Y gracias a esas campañas de odio metidas a redes las 24 horas de los 365 días del año, durante cuatro años, hoy lo políticamente correcto es apoyar la renuncia de Peña Nieto. Y es traición a la patria —y traidores los que no piensan igual— no sumarse a esa corriente de pensamiento único.
Y ay de aquel que no piense como dictan las matonas redes —y que no pide la renuncia de Peña Nieto—, porque es un mal nacido, o un hijo de perra financiado por la mafia del poder.
Es decir, las demoledoras redes han hecho milagros impensables en una democracia como la mexicana; milagros como el pensamiento único, la unanimidad y, sobre todo, que opinantes y pensantes aplaudidos por su lucidez y sensatez hoy sean presa de la incapacidad para disentir, discernir y resistir las tendencias de la unanimidad en redes.
Y las pruebas del fenómeno están a la vista.
1. ¿Cuántos de quienes viven del intelecto y el periodismo de opinión pulsaron el periodismo torvo de The Guardian, en los tres casos recientes? ¿Cuántos se tragaron las mentiras sin chistar, sin indagar, sin cuestionar y se sumaron al linchamiento matón de las redes?
2. ¿Cuántos opinólogos se sumaron a la campaña golpista —porque no es más que una modalidad de golpe al Estado—, impulsada y financiada en redes, para exigir la renuncia de Peña Nieto? La marcha callejera mostró que la renuncia de Peña Nieto no es más que una moda en redes; locura que valió madre los ciudadanos, los que también rechazaron el llamado a no acudir al “Grito”.
No, frente a los errores y los horrores de todos los gobiernos, todos los partidos y de la sociedad misma, no hay lugar para la guerra y menos para la tregua. Son claras las reglas para que los mandantes empoderen y sustituyan al mandatario. Y las reglas no son la guerra, el golpe al Estado y menos la desestabilización.
Las reglas democráticas están en las urnas, en el debate, la discusión, el intercambio y diversidad de ideas; la tolerancia y el ejercicio de libertades básicas.
Las reglas no están en el pensamiento único que acunan las redes; no son parte del odio y el rencor estimulado por las redes; no en la unanimidad falsa que pregonan las golpistas redes.
Y, en efecto, Peña Nieto y su gobierno deben renunciar… pero a la pasividad y a la actitud reactiva, para dar lugar al primer golpe, a la iniciativa y la acción directa contra adversarios políticos —no contra los que guerrean—, porque buena parte del problema de la crisis de confianza y credibilidad está en las fallas y errores del propio gobierno para responder de manera contundente a las matonas redes.
En efecto, nadie puede ignorar el peso de las redes.
Pero todos deben saber que detrás de las redes están algunos de los peores enemigos de la democracia.
Al tiempo.
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Milenio
¡Sí a la renuncia de Peña! ¡No a la tregua!
Suponer —y solo suponer— que los mandantes dan una tregua al mandatario resulta, por decirlo suave, una soberana estupidez.
¿Por qué?
Porque el mero supuesto ya propone la existencia de una guerra de los mandantes contra el mandatario.
Y si aún se insiste en la guerra y en la tregua —y para empezar por el principio—, obligan las preguntas.
¿Cuántos y quiénes de los millones de mandantes que entregaron el mandato al mandatario son los que hoy proponen la guerra, y cuántos los generosos que tienden la mano de la tregua?
¿Quién los facultó para iniciar la guerra contra el mandatario —a los primeros— y para ofrecer la tregua, a los segundos? ¿Tienen identidad los mandantes que pretenden tirar al mandatario? ¿A cuántos y cuáles mandantes representan?
¿Son legales y es práctica democrática la guerra y la tregua lanzadas contra el mandatario?
Lo cierto es que la supuesta guerra y la pretendida tregua no son más que un producto residual de las herramientas modernas de la política y de la lucha por el poder; las redes sociales, ese instrumento matón y vengativo que se viraliza a niveles de pandemia y que atolondra —si no es que apendeja— hasta a las mentes más lúcidas.
Y gracias a esas campañas de odio metidas a redes las 24 horas de los 365 días del año, durante cuatro años, hoy lo políticamente correcto es apoyar la renuncia de Peña Nieto. Y es traición a la patria —y traidores los que no piensan igual— no sumarse a esa corriente de pensamiento único.
Y ay de aquel que no piense como dictan las matonas redes —y que no pide la renuncia de Peña Nieto—, porque es un mal nacido, o un hijo de perra financiado por la mafia del poder.
Es decir, las demoledoras redes han hecho milagros impensables en una democracia como la mexicana; milagros como el pensamiento único, la unanimidad y, sobre todo, que opinantes y pensantes aplaudidos por su lucidez y sensatez hoy sean presa de la incapacidad para disentir, discernir y resistir las tendencias de la unanimidad en redes.
Y las pruebas del fenómeno están a la vista.
1. ¿Cuántos de quienes viven del intelecto y el periodismo de opinión pulsaron el periodismo torvo de The Guardian, en los tres casos recientes? ¿Cuántos se tragaron las mentiras sin chistar, sin indagar, sin cuestionar y se sumaron al linchamiento matón de las redes?
2. ¿Cuántos opinólogos se sumaron a la campaña golpista —porque no es más que una modalidad de golpe al Estado—, impulsada y financiada en redes, para exigir la renuncia de Peña Nieto? La marcha callejera mostró que la renuncia de Peña Nieto no es más que una moda en redes; locura que valió madre los ciudadanos, los que también rechazaron el llamado a no acudir al “Grito”.
No, frente a los errores y los horrores de todos los gobiernos, todos los partidos y de la sociedad misma, no hay lugar para la guerra y menos para la tregua. Son claras las reglas para que los mandantes empoderen y sustituyan al mandatario. Y las reglas no son la guerra, el golpe al Estado y menos la desestabilización.
Las reglas democráticas están en las urnas, en el debate, la discusión, el intercambio y diversidad de ideas; la tolerancia y el ejercicio de libertades básicas.
Las reglas no están en el pensamiento único que acunan las redes; no son parte del odio y el rencor estimulado por las redes; no en la unanimidad falsa que pregonan las golpistas redes.
Y, en efecto, Peña Nieto y su gobierno deben renunciar… pero a la pasividad y a la actitud reactiva, para dar lugar al primer golpe, a la iniciativa y la acción directa contra adversarios políticos —no contra los que guerrean—, porque buena parte del problema de la crisis de confianza y credibilidad está en las fallas y errores del propio gobierno para responder de manera contundente a las matonas redes.
En efecto, nadie puede ignorar el peso de las redes.
Pero todos deben saber que detrás de las redes están algunos de los peores enemigos de la democracia.
Al tiempo.
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