Publicado en el periódico español La Vanguardia, 24 de septiembre de 2005
La prensa mexicana y el poder: "No te pago para que me pegues"/Joaquim Ibarz ( corresponsal)
Durante siete décadas la prensa mexicana no fue un contrapoder sino un instrumento más del poder, que ayudaba a su legitimación. En el sexenio de José López Portillo, políticos y periodistas, se vieron exhibidos frente al gran público ante una frase célebre "no te pago para que me pegues". Con esa sentencia, el presidente López Portillo visualizó una norma no escrita de la relación prensa-poder.
México ha dado pasos enormes en libertad de expresión; de hecho, es uno de los países en el que los medios disfrutan de mayor independencia para criticar a las autoridades sin sufrir represalias. Las empresas de medios de comunicación y muchos periodistas mantienen grandes complicidades con el poder. Esto no solo ocurre en México, en mayor o menor grado, por lo que conozco de cerca, sucede también con las empresas de comunicación de muchos países.
Después de la época oprobiosa en que los medios mexicanos estuvieron sometidos a los gobiernos autoritarios del PRI, con Jacobo Zabludovsky como abanderado de la forzada abyección, los periodistas fueron ganando márgenes de libertad con Ernesto Zedillo, que se consolidaron, creo que de manera definitiva, con el presidente Vicente Fox. Incluso Televisa, que durante mucho tiempo actuó como ministerio privado de información, dedica ahora una amplia cobertura a la oposición y a los grupos cívicos.
Sin embargo, pocos medios han sabido utilizar la libertad informativa para impulsar los cambios democráticos que el país necesita. México no es un país democrático. Aunque con Vicente Fox se ha ganado mucho en libertad de información y en transparencia de las acciones del gobierno, México sigue en el camino sin fin de la transición a la democracia. No podemos considerarlo como país democrático porque no existe Estado de derecho, no hay separación de poderes, la policía y el sistema judicial –con excepción de la Corte Suprema cuando actúa como Tribunal Constitucional- están muy corrompidos y el ministerio público, como vimos en el sainete del desaforamiento del ex alcalde capitalino Andrés Manuel López Obrador, sigue sometido a Los Pinos.
Con raras excepciones, los medios mexicanos –prensa, radio y televisión- tocan los temas de manera superficial, sin profundizar ni explicar los hechos, los por qués y sus consecuencias. El periodismo de investigación es prácticamente inexistente. El presidente Fox es muy criticado, probablemente como ningún otro jefe de Estado en América, pero los cuestionamientos no son de fondo. La mayoría se quedan en la anécdota, como las del escándalo de las toallas de Los Pinos y el costoso vestuario de la esposa del presidente Fox, Marta Sahagún.
Pongamos como ejemplo la abortada reforma fiscal, que acaparó buena parte de la agenda legislativa de este sexenio. ¿Qué medio mexicano ha explicado en qué consiste una verdadera reforma fiscal y cómo se debería llevar a término evitando la apabullante evasión de impuestos? Fox partió del equívoco de llamar reforma fiscal a la subida del IVA a alimentos y medicinas.
Aunque Fox hablaba de reforma fiscal, ningún medio le dijo con claridad que la subida del IVA no puede considerarse como una reforma, ya que tan solo se trata de un aumento de la tributación. Como en México son muy pocos los que pagan impuestos, se mantenía la ficción. En una cena personal con el ministro de Asuntos Exteriores, Jorge Castañeda, le preguntamos por qué con la subida del IVA Fox pretendía tan sólo imponer impuestos a los pobres. El ministro nos contestó que a los pobres no les afectaría porque no se grabarían los frijoles y la tortilla. Al señalarle si es que los pobres no comen carne, replicó: “Joaquim, con los años que llevas en México, ¿cuándo has visto a un pobre mexicano comer carne”. Y al insistir por qué no se ponían impuestos a los ricos, contestó: “Aquí si quieres poner impuestos a los ricos cae el gobierno”.
El relato de esta charla con Jorge Castañeda viene a colación por la complacencia que han mostrado los medios ante la falta de reforma fiscal; de igual manera, nadie ha planteado la reforma sindical con el fin de terminar con los sindicatos verticales y mafiosos que dominan el panorama laboral mexicano y que tanto contribuyen a la falta de inversiones productivas en el país. En estos días vemos el espectáculo grotesco de cómo los precandidatos presidenciales por el Partido de Acción Nacional (PAN), Santiago Creel, Felipe Calderón y probablemente el candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Andrés Manuel López Obrador, cortejan a Elba Esther Gordillo, cacique sindical e influyente dirigente del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Es obvio que la quieren atraer a sus filas porque dirige el principal sindicato de América Latina. Pero tanto Creel, como Calderón, el PAN, el PRD y todos los medios informativos pasan por alto que el poder que supuestamente tiene la señora Gordillo le viene dado por la coacción corporativista que podría ejercer sobre cientos de miles de maestros. Gordillo, como los precandidatos por el PRI, Roberto Madrazo y Arturo Montiel, representa lo peor del viejo partido de Estado. Pero este aspecto no aparece en la información que ofrecen los grandes medios. Tan solo lo recuerdan unos pocos comentaristas.
La mismo podríamos decir sobre la falta de información y análisis sobre la cada vez más preocupante situación de la energía en México. Hace tan solo tres días, el diario “El Universal” llevó a primera página una información surrealista: “Pemex y la iniciativa privada buscan colaborar para explotar gas natural fuera del país”. Y aclaraba que se analizaban las opciones de Perú, Bolivia, Australia y Qatar para comprar el gas natural que necesita el país. Digo que la información es surrealista porque mientras México no explota sus propios yacimientos alegando que carece de recursos económicos y tampoco dispone de una sola planta licuadora, compra gas en mercados lejanos. “El Universal” dio esta información como si se tratara de la cosa más natural del mundo, sin cuestionar el absurdo de adquirir en el exterior el gas que podría extraer en su propio país. Hace tan solo tres días se ha publicado la noticia de que México importa gasolina de China.
Tal solo el magnate de las telecomunicaciones Carlos Slim ha denunciado públicamente el despilfarro de los miles de millones de dólares que ingresa el país gracias al aumento del precio del crudo, que supone el doble de lo presupuestado. Hay total opacidad en el destino de se dinero. Ni se cuestiona el declive de producción que enfrenta Pemex, que podría conducir a que, por falta de inversiones, México tuviera que importar petróleo dentro de diez años. Se habla mucho de nacionalismo, pero no se pide que la bonanza en el precio del crudo se destine a aumentar las inversiones para la creación de nuevas refinerías –México gasta miles de millones de dólares importando gasolina y productos petroquímicos- y en la explotación de nuevos yacimientos de petróleo y gas natural.
En éste y en otros muchos temas se percibe como una voluntad de no ir al fondo de las cosas. Y no se trata de la hipotética censura que impone el poder, que en realidad es inexistente, sino de falta de rigor y de profesionalismo de los informadores y de las empresas periodísticas.
La complacencia o complicidad de algunos medios mexicanos con el poder, o con algunos poderes, mostró casos aberrantes a raíz de la difusión en febrero y marzo de 2004 de los videocasetes que revelaron graves escándalos de corrupción por parte de dos de los colaboradores más cercanos de López Obrador. La prensa, día tras otro, se hizo eco de las diarias ruedas de prensa del alcalde de la capital, en las que nunca condenó a los corruptos ni encabezó una operación de limpieza. Los medios se limitaron a reflejar las denuncias de un supuesto complot urdido por Salinas de Gortari. Resultó grotesco que la noche en que Bejarano iba a ingresar a prisión, Joaquín López Dóriga, conductor del principal espacio informativo de Televisa, le ofreciera su programa para que el acusado perorara durante media hora en plan exculpatorio. En ningún momento López Dóriga cuestionó a Bejarano. Permitió que el truhán dijera lo que quisiera.
El semanario “Proceso” dio un giro de 180 grados en su limpia trayectoria de criticar al poder cuando en una insólita portada apareció Bejarano como una superestrella del rock. “Proceso”, que durante los gobiernos del PRI supo resistir las presiones del poder, actuando de hecho como fiscal oficioso de México, denunciando la antidemocracia, los escándalos y la corrupción de los presidentes de turno, trató a Bejarano con guante de seda, como si fuera una víctima. El giro de “Proceso” levantó todo tipo de suspicacias sobre sus relaciones con López Obrador.
Los medios han tenido un comportamiento muy distinto al analizar la actuación de Vicente Fox y López Obrador. Si bien el presidente Fox se ha hecho merecedor a la gran mayoría de las críticas que prácticamente le han bombardeado desde el inicio de su presidencia, cabe preguntarse si algunos de los cuestionamientos que le han formulado tienen que ver con que el Gobierno cortó de raíz los subsidios y chayotes (sobornos) a la prensa. Curiosamente, ahora vemos que es el diario “La Jornada” -presuntamente de izquierda- el que sigue viviendo de los recursos públicos gracias a ejercer de plataforma de lanzamiento de la candidatura presidencial de López Obrador. Aunque Fox cortó los subsidios a la prensa, “La Jornada” es el principal receptor de fondos del gobierno del Distrito Federal (un 70 % del total). Por el contrario, los diarios críticos con López Obrador, “(LA) Crónica” y “Reforma”, no reciben ni un peso en publicidad de la alcaldía capitalina. Este hecho puede ser indicativo de la política de comunicación que seguiría López Obrador si ganara la presidencia.
López Obrador ha sido muy hábil en su relación con la prensa. A excepción de “(LA) Crónica”, ha logrado que los medios le traten en forma bastante favorable, incluso aquellos que no comulgan con su ideario populista. Pareciera como si los periodistas de la capital se sintieran deslumbrados por la construcción de obras públicas de relumbrón, que han sido muy cuestionadas sobre su utilidad, destinadas a incrementar el tránsito en el centro de la ciudad y a favorecer a un sector acomodado de la sociedad; por el contrario, apenas se ha hecho hincapié en que, paradójicamente, desde que un partido presuntamente de izquierda gobierna en el D.F. no se ha iniciado la construcción de ninguna nueva línea de metro, el transporte más rápido y barato, que beneficia directamente a la clase trabajadora y al medio ambiente.
No sería exacto afirmar que las reformas políticas fueron determinantes para la apertura democrática en la prensa. El fin del monopolio de Estado en la producción de papel periódico, la creación del IFE, el empuje de la sociedad y la profesionalización de los periodistas fueron y son elementos fundamentales en el proceso de transformación de la relación medios/poder. La glorificación de Salinas de Gortari que propició la prensa anglosajona y parte de la europea había frenado las críticas en el exterior por la falta de democracia en México. Mientras la prensa nacional seguía sometida al poder, la gran mayoría de los medios internacionales dedicaban ditirambos a un presidente que presentaban como paradigma de la modernidad.
El 1 de enero de 1994 marcó el inicio del nuevo papel de los medios en México con la aparición del Ejército Zapatista de Liberación nacional (EZLN) y de su mediático líder, el subcomandante Marcos. La prensa abrazó la guerra del EZLN como a una amante inesperada. Quisieron y consiguieron ser testigos y protagonistas de los combates en la región montañosa del estado de Chiapas. Esos diez días que estremecieron a México fueron objeto de una cobertura periodística tenaz y sin restricciones. Editores y reporteros disfrutaron de la libertad y la autonomía a las que habían renunciado. Una lección, aprendida hasta entonces sólo por unos cuantos, fue captada por casi todos: la independencia podía ser un buen negocio.
La prensa mexicana encontró caminos de libertad e influencia que ya no abandonó. A partir de ese momento, la crítica al poder político se volvió moneda común. El sistema monolítico empezó a tener fisuras por las cuales penetró la prensa que iba ganando su independencia.
Gracias a la rebelión zapatista también los periodistas extranjeros pudimos tener más margen para informar. El 7 de enero de 1994, una semana después del inicio de la insurrección zapatista, comiendo en un restaurante de San Cristóbal de las Casas con los corresponsales de “The New York Times” y “Newsweek” coincidimos en que gracias al subcomandante Marcos podíamos escribir sobre la falta de democracia en México y de otros temas nacionales. Los periodistas mexicanos también empezaran a desligarse de un poder cada vez más empequeñecido. Pero hay que recordar que la entrevista para televisión que Epigmenio Ibarra hizo al subcomandante Marcos fue editada en Los Pinos antes de su difusión. Los asesinatos de Colosio, Ruiz Massieu y la catastrófica devaluación del peso poco después de la llegada de Zedillo a Los Pinos ampliaron los márgenes de independencia de la prensa, tal como reclamaba e impulsaba la sociedad mexicana.
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