28 dic 2008

Guillermo Ramírez, el grande

Una lectura obligada/David Ibarra
Publicado en El Universal, 27 de diciembre de 2008;
Guillermo Ramírez entrega un nuevo volumen de artículos (Lecturas sobre economía y economistas, UNAM) bien e ingeniosamente seleccionados para examinar los fenómenos económicos. Con sapiencia de profesor emérito empieza explorando qué es la economía y cuál es su sentido, usando a autores tan distinguidos como John Stuart Mill, Oscar Lange, Ludwing Von Mises, Seers.
Hay aquí una doble intención: tomar del pensamiento de grandes economistas un sentido de humildad respecto a los alcances de la llamada ciencia económica y de sus pretensiones de colonizar a partir de supuestos demasiado simples al resto de las ciencias sociales. Favorecer entre estudiosos y estudiantes la formación de una cultura histórica sobre los cambiantes paradigmas económicos que mucha falta hace a maestros y doctores formados últimamente.
En cuanto a lo primero, los ensayos comienzan por explorar qué es la economía, cuál es su campo de análisis y sus linderos con otras disciplinas. Aquí, como señalan explícitamente Mill y Lange, hay una bifurcación. Según Mill, la producción depende de las leyes de la naturaleza y de las propiedades físicas de los objetos.
En cambio, la distribución de los frutos de la propia producción depende de la voluntad humana. Para Lange, la economía se ocupa de la administración de los recursos escasos en la sociedad. Y esa administración está influida por el orden de las instituciones sociales existentes. Las necesidades satisfechas con los recursos disponibles están determinadas en buena parte por el desarrollo histórico y el nivel alcanzado de civilización.
Así pues, la ciencia económica acumula piramidalmente conocimientos pero también es una ciencia contingente que se altera conforme se modifique el orden social y sus instituciones.
El comportamiento de una economía integrada por pequeños productores independientes en competencia obedece a reglas y comportamientos distintos a los de otra economía de grandes empresas con capital accionario disperso que centra el poder en sus tecnoburocracias; y diferente con respecto a una economía también de grandes empresas, pero en la que los accionistas o, mejor dicho, sus representantes, las instituciones financieras, fijan las reglas del juego.
Entonces, la economía es una ciencia social en cuanto abarca el estudio de ciertas relaciones humanas sujetas a cambios impuestos por el curso de la historia. En segundo término, la distribución de ingresos y riquezas forma parte inescapable de su meollo central por más que las doctrinas hoy dominantes hayan intentado hacerla a un lado.
En nuestro medio, la visión de la economía sufre un rezago cultural evidente, “entendido como quiere Seers” como la tendencia de actitudes y percepciones a quedar rezagadas de la realidad cambiante. México persistió en una política económica de cerrazón frente al exterior por casi dos décadas, cuando ya se implantaba el nuevo orden internacional de la globalización y cuando ya resultaba inviable procurar el desarrollo en el aislamiento. Pero una vez abrazado el credo neoliberal, nos aferramos a la creencia de que la sabiduría de los mercados resolvería mejor que el Estado cualquier problema económico o social del país.
Seguimos impermeables a la experiencia de los países exitosos dentro de la globalización que han entremezclado el intervencionismo estatal con políticas de mercado.
Permanecemos inconmovibles ante la recuperación reciente de la iniciativa desarrollista de varios gobiernos latinoamericanos, sea para aplicar políticas contracíclicas, cambiarias, de fomento exportador o de inversión pública. Poco perturba la concentración del ingreso, la pobreza, la incapacidad de las políticas públicas de ofrecer empleos a la mano de obra, dejando el campo librado al narcotráfico, al crimen organizado o a la emigración.
El sentido de la realidad de nuestros economistas ortodoxos parece embotado frente a las desigualdades sociales dentro y entre los países. Y también en torno a la crisis financiera y el receso que parece tomar ya alcances universales. No aceptan la tesis keynesiana, recordada por Schumacher y que ahora parafraseo: “La dogmática prevaleciente lleva a sobrestimar la importancia del mercado, esto es, a sacrificar otros asuntos de más grande y permanente significado”.
El paradigma dominante constituye ruptura con el resto de las ciencias sociales. En efecto, en su concepción neoclásica, agentes individuales interactúan en un mercado idealizado de competencia perfecta, definen los precios y equilibran oferta con demanda. En esta óptica, las instituciones colectivas no moldean o moldean poco a los individuos; toda conducta económica y casi toda conducta social es la resultante de la interacción de preferencias individuales expresadas en el mercado. Se pretende que la microeconomía absorba a la macroeconomía. Esto es, se quisiera suprimir toda influencia colectiva en las orientaciones económicas fundamentales de la sociedad.
Frente a esa visión está presente otra distinta. La sociedad y la economía se conciben como un sistema interactuante de instituciones: mercado, empresas, sindicatos, gobierno, bancos, familias que se desarrollan y se alteran en el tiempo. El juego económico de esas instituciones y sus normas determinan los niveles de empleo, producción e inflación en el corto plazo o el crecimiento, la productividad, la seguridad social a más largo término.
Las instituciones económicas son bastante más que mecanismos para facilitar la satisfacción de las metas de los individuos. Hay necesidades colectivas a satisfacer: el combate a la pobreza y las desigualdades extremas, el abastecimiento de bienes públicos, la regulación de mercados, la construcción de infraestructuras físicas. De hecho, las instituciones constituyen marcos estables de comportamiento que anticipan lo mejor que pueden el futuro, esto es, encarnan acuerdos sociales destinados a encauzar, prevenir o resolver problemas potenciales, así como restringir comportamientos contrarios al interés general. Todo esto, sabido y predicado muchos años atrás por los autores de las lecturas comentadas, pasa casi desapercibido en la concepción y en la instrumentación de las políticas públicas de nuestro país.
En suma, el volumen preparado por el profesor Ramírez es una enorme provocación. Casi sin quererlo, lleva a reflexionar con lente histórico, crítico, sobre los linderos definitorios de la economía y sobre la dirección de las políticas que parecen dominar, acaso para mal, la marcha económica de México. Guillermo Ramírez ejercita inquebrantable manía docente al punto de llevar a sus lectores a tomar posición frente a los modos de entender la economía y de entender la acción de los gobiernos.
Analista político

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