EE.UU. y Europa: buenos consejos/Walter Laqueur, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington
LA VANGUARDIA, 09/10/11M
Al paso que se extiende la crisis de la deuda, europeos y estadounidenses se han dado mutuamente buenos consejos; consejos, por lo demás, no valorados en gran medida. Hace tan sólo un año el presidente Obama solía conversar por teléfono con sus homólogos europeos, a los que intentaba persuadir de la conveniencia de adoptar alguna decisión (fuera la que fuese) en relación con la amenaza de la crisis. En julio, cuando Washington hacía frente a problemas financieros acuciantes, los líderes europeos ofrecieron desinteresadamente consejo. Pero los consejos no solicitados alcanzaron la cima el mes pasado a propósito de la crisis griega. Timothy Geithner, secretario del Tesoro estadounidense, habló en una reunión con sus colegas en Wroclaw (Polonia), intervención a la que siguió otra del propio presidente. Si a Geithner le llamaron estúpido, el discurso de Obama se consideró arrogante, absurdo, ingenuo, penoso y triste, amén de otros epítetos dudosamente diplomáticos.
Se le recordó asimismo a Washington el hecho de que su endeudamiento es enorme, de casi trece billones de dólares, con una proporción endeudamiento PNB también más elevada que la de algunos países europeos. Debería advertirse, no obstante, que este cálculo es, en ocasiones, engañoso. El país con mayor endeudamiento es Japón, pero la deuda es casi toda de orden interno; quiere decirse que los japoneses deben dinero a otro japoneses, no a extranjeros. El país con menor endeudamiento es Argelia, pero Argelia no es la economía más floreciente del mundo. Sea como fuere, el mensaje de Europa a Washington fue claro, como dijo el ministro de Finanzas alemán: siempre es más fácil aconsejar a los demás.
¿Cuáles eran las diferencias de opinión sobre cómo lidiar con la crisis de la deuda? El enfoque europeo era básicamente el de tipo conservador sugerido por Hayek: recortar el gasto y ahorrar, mientras que el enfoque estadounidense era keynesiano (para invocar las dos figuras principales del pensamiento económico europeo en los años treinta): gastar y crear incentivos para hacer andar a la economía. Porque, a menos que hubiera más crecimiento económico, los países endeudados no podrían desembarazarse nunca de sus deudas. Aunque si tales fueran las políticas oficiales en Europa y EE.UU., toparían con notable oposición y tanto Obama como Merkel no tendrían las manos libres… EE.UU. está dividido, como lo está Europa. Para los republicanos en Washington, lord Keynes no era mejor que Karl Marx. A cada ocasión propicia han subrayado la necesidad de recortar gastos, tanto que en dos recientes ocasiones han amenazado con echar el cierre al Gobierno (podrían hacerlo, ya que tienen mayoría en la Cámara de Representantes).
En Europa, por otra parte, se han advertido hondas diferencias sobre cómo abordar la crisis de la deuda y se ha debatido si es justo tener que rescatar a Grecia y a otros países con problemas similares. Destacados asesores económicos han renunciado a su cargo por considerar que las instituciones y los gobiernos europeos no deberían hacerlo, porque el caso de Grecia era sólo el principio y no serían capaces de atender futuras demandas de nuevos casos. El ministro de Finanzas holandés dijo estar seguro de que Grecia iba a la bancarrota; posteriormente modificó su afirmación pero, indudablemente, muchos colegas suyos en Europa compartían su pesimismo.
Ahora bien, ¿por qué Washington debía sentirse obligado a ofrecer consejo sin pausa? Había buenas razones. Una era la considerable inversión estadounidense en Europa en los sectores de la banca, la industria en general y otras ramas de la economía. Para mencionar un solo hecho, en los últimos años EE.UU. ha estado concediendo préstamos a bancos europeos por valor de un billón de dólares aproximadamente. Si los bancos europeos cayeran, esta circunstancia tendría un inmediato impacto sobre los bancos estadounidenses. Además, Europa es un importante mercado para las exportaciones estadounidenses y una crisis europea les afectaría.
Hace unos veinte años, las economías estadounidense y europea mantenían un amplio grado de independencia recíproca. Pero esto ha cambiado, ya que ascienden y declinan al unísono y, debido a la globalización (y al nerviosismo de las bolsas), lo que suceda en Europa (que representa casi una tercera parte de la economía mundial) ejercerá un inmediato impacto sobre EE.UU. (y, de hecho, sobre el resto del mundo). Como ha dicho Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, EE.UU. hace frente a los mismos problemas que Europa; la única diferencia es que habrá de afrontarlos un poco más adelante.
George Soros, el exitoso financiero e inversor hungaroestadounidense, ha advertido que la crisis actual es más grave que la del 2008. Pero hay otras voces como la de Barry Eichengreen, profesor y autor de la mejor historia de la economía europea desde la Segunda Guerra Mundial. Ha dicho que la crisis podría solucionarse en un fin de semana. Tal vez exageraba y hablar de dos fines de semana sería más realista. Quería decir que si se diera una acción decidida por una autoridad central en Europa no existiría tal crisis. Pero unos Estados Unidos de Europa no han nacido todavía. Ese es el problema principal. El otro es que la crisis de la deuda europea no tiene precedentes y nadie tiene la seguridad sobre qué medicina es capaz de hacer efecto. Tal vez cualquier medicina, tal vez ninguna.
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