Tomas Tranströmer, Nobel de Literatura: “No capitulamos pero queremos la paz”
José Emilio PachecoRevista Proceso # 1823, 9 de octubre de 2011
De cada cien mil personas sólo una, se supone, tiene el don y el privilegio de apreciar y disfrutar la poesía. Se dice que no se vende y no interesa a nadie. Sin embargo, se sigue escribiendo y publicando –y en tales cantidades que la amenaza contra el libro impreso bien puede provenir de la explosión poetográfica más que del imperio de la electrónica.
Quizá nadie la lea pero lo cierto es que casi todo el mundo la escribe. Hay una circulación que no registran las estadísticas. Como los humanistas del Renacimiento, los poetas forman una pequeña Internacional en comunicación e intercambio que no cesan. Proliferan en todas partes los festivales de poesía y, contra los temores del principio, el ciberespacio ha resultado más que favorable para esta actividad al mismo tiempo despreciada y exaltada sin medida.
El gran poeta sueco Tomas Tranströmer es un ejemplo de todo esto. Adonis, siriolibanés que escribe en lengua francesa, lo ha difundido en el mundo árabe. Robert Bly ha sido su incansable divulgador en lengua inglesa. En español el poeta uruguayo Roberto Mascaró ha dedicado gran parte de su vida a traducir con excelencia a Tranströmer. Y sería injusto olvidar a este respecto la gran labor de Francisco Uriz y Justo Jorge Padrón.
Los mexicanos tenemos la fortuna de que en 1981 Homero Aridjis lo haya invitado al Festival de Morelia y traducido en colaboración con Pedro Zekeli una veintena de poemas que ahora reaparecerán en la antología de Tedi López Mills.
El propio Zekeli trabajó con Octavio Paz en Cuatro poetas contemporáneos de Suecia (1963) que nos dio a conocer a Harry Martinson, Artur Lundkvist, Gunar Ekelöf y Erik Lindegren. El poeta británico Philip Larkin se vanagloriaba de no haber salido nunca de su isla ni haber leído jamás poesía que no estuviera escrita en inglés. Aquí estamos en las antípodas de Larkin. Nuestra miseria es nuestra riqueza. Abundan de generación en generación las traducciones. Gracias a ellas lo ajeno se vuelve propio y un poema francés, ruso o polaco se convierte también en poesía mexicana.
Traducir es una tarea que exige mucho tiempo. Estas versiones de urgencia en ocasión del premio merecidísimo a Tranströmer son nada más un intento informativo y periodístico. Desde luego, en la ignorancia casi angelical del sueco, parten de las versiones en inglés. “Poesía”, sentenció Robert Frost, “es lo que se pierde al traducirse”.
Desde luego. Pero, como replicó John Frederick Nims, es más lo que se pierde al no traducirse.
Inseguridad nacional
La subsecretaria se inclina y traza una equis.
Sus aretes oscilan como espadas de Damocles.
Si la mariposa moteada se hace invisible contra el suelo,
el demonio se funde con el periódico abierto.
Un casco sin nadie ha tomado el poder.
La tortuga madre huye volando bajo el agua.
Allegro
Tras un mal día toco a Haydn
y siento su calidez en las manos.
Las teclas están listas. Dóciles martinetes golpean.
Verde, vehemente y lleno de silencios es el tono.
El tono dice que la libertad existe
y hay alguien que no paga impuestos al César.
Meto las manos en mis haydnbolsillos
Y actúo como un hombre que en medio de todo esto
permanece sereno.
Levanto mi haydnbandera. Quiere decir:
“No capitulamos pero queremos la paz.”
La música es una casa de cristal
que se alza en una ladera.
Las piedras vuelan, las piedras ruedan.
Ruedan las piedras por toda la casa
pero cada ventana sigue intacta.
La pareja
Apagan la luz y su sombra blanca
por un instante brilla trémula antes de disolverse
como una tableta en un vaso de tinieblas.
Y después se levantan.
Los muros del hotel se elevan hasta el cielo negro.
Los movimientos del amor se han asentado y ellos
duermen
pero sus más secretos pensamientos se unen como cuando
dos colores se juntan y fluyen uno dentro del otro
sobre el papel húmedo en que un niño ha hecho su pintura.
Todo es sombra y silencio pero esta noche la ciudad se ha
reconcentrado.
Con ventanas a oscuras las casas se acercan a sí mismas.
Se yerguen unidas en una muchedumbre que espera,
una multitud sin expresión en sus caras.
Tras una muerte
Hubo una conmoción que dejó atrás una larga, trémula
y brillante cola de cometa.
Nos da asilo. Hace borrosas las imágenes del televisor.
Se asienta en gotas frías sobre los hilos del teléfono.
Aún podemos esquiar bajo el Sol invernal
a través de la maleza donde cuelgan algunas hojas.
Se dirían páginas arrancadas de un viejo directorio
telefónico,
nombres tragados por el frío.
Aún es hermoso escuchar el latido del corazón
pero a menudo la sombra parece más real que el cuerpo.
El samurai se ve insignificante
junto a su armadura de negras escamas de dragón.
Las vías del tren
Dos de la madrugada. Claro de Luna.
El tren se ha detenido en la llanura.
A lo lejos, fríos en el horizonte,
parpadean destellos de una ciudad.
Como cuando alguien penetra tan profundamente en el
sueño
que nunca recordará haber estado allí al volver a su cuarto.
O como cuando alguien entra tan hondo en una
enfermedad
que sus días se vuelven chispas parpadeantes, un enjambre
débil y frío en el horizonte.
El tren está inmóvil por completo.
Dos de la madrugada: fuerte claro de Luna, pocas estrellas.
Bajo presión
el sonido monótono del cielo azul ensordece como la
vibración de una máquina.
Vivimos aquí en un estremecido lugar de trabajo
donde los abismos del océano pueden abrirse de repente,
las conchas y los teléfonos sisean.
Uno puede ver la belleza sólo rápidamente y al sesgo.
Densas semillas sobre el campo, muchos colores en una corriente parda.
Aquí las sombras sin sosiego se despliegan en mi cabeza.
Quieren entrar en la semilla y convertirse en oro.
Descienden las tinieblas. Me acuesto a medianoche.
La embarcación más pequeña se aparta de la mayor.
Estamos solos en el agua.
El lúgubre casco de la sociedad
flota a la deriva cada vez más lejos.
Dos haikús
Muro doliente:
van y vienen palomas
que carecen de rostro.
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