Revista Proceso No. 2083, 2 de octubre de 2016….
Cisma en el
Ejército tras la matanza del 2 de octubre/
JUAN VELEDÍAZ
Durante
casi una década el reportero Juan Veledíaz consultó diversos archivos de la
Secretaría de Gobernación y de la Sedena para conocer la actuación de los altos
mandos del Ejército implicados en la matanza estudiantil del 2 de octubre de
1968. También tuvo acceso a documentos desclasificados, y todo este material lo
incluye en su libro de título tentativo Jinetes de Tlatelolco. Marcelino
García Barragán y otros retratos del Ejército mexicano, que publicará Ediciones Proceso. La obra dibuja de
cuerpo entero al general Marcelino García Barragán, personaje clave para
conocer los entretelones del sistema político mexicano. Proceso adelanta el capítulo IX del volumen de próxima aparición.
*
Un
espacio en blanco en la hoja de servicios del general Mario Ballesteros Prieto,
donde Marcelino García Barragán escribía cada año sus observaciones sobre su
desempeño, era una rendija donde asomaba un choque al más alto nivel ocurrido
al interior de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) tras el 2 de
octubre de 1968. Una pista la recogió el Departamento de Defensa estadunidense
cuando registró parte de lo que ocurrió en las semanas posteriores a la matanza
estudiantil.
En
diciembre de ese año Ballesteros fue relevado de la jefatura del Estado Mayor
de la Defensa (EMD). García Barragán colocó en su lugar al general Félix Galván
López, su secretario particular. Era una de las explicaciones a ese hueco en su
expediente. El cambio se hizo mientras reportes de inteligencia militar de
Estados Unidos fechados en enero de 1969 apuntaban como hipótesis que la
“indisciplina de dos generales” había sido causante de la matanza de Tlatelolco.
Los
documentos datan de las semanas en que García Barragán había hecho una
investigación interna de lo ocurrido, luego de la intervención militar en el
mitin estudiantil que terminó en tragedia. El cambio más importante fue el
relevo de Ballesteros como jefe del EMD. Se lo pidió don Marcelino al
presidente. El movimiento ocurrió días después de que Gustavo Díaz Ordaz lo
ascendiera a general de brigada.
La
razón por la que Ballesteros fue relevado como jefe de EMD, decía el Pentágono,
“fue que él, junto con el general de brigada Luis Gutiérrez Oropeza, había
estado dando contraórdenes o fallando en la interpretación correcta de las
órdenes del general García Barragán. Además, ambos generales habían hecho
cambios de personal y designaciones sin la autorización del secretario de la
Defensa”.
Luis
Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial (EMP), y el general
Ballesteros tenían trayectorias completamente opuestas en el Ejército. En 1968
llevaban cuatro años de conocerse y tratarse. El primero había hecho su carrera
como ayudante de políticos en el PRI y en Gobernación; el segundo era un
oficial de caballería, calado en combate en los años treinta, reconocido tiempo
después por su preparación académica y su papel como representante del país en
negociaciones de alto nivel en materia de defensa. Además era viejo conocido de
don Marcelino; estuvo bajo su mando cuando ambos salvaron la vida durante una
emboscada en la Guerra Cristera.
El
jefe del EMP desde el inicio del sexenio de Díaz Ordaz era persona non grata
para el general García Barragán. Según los informes, él y Ballesteros Prieto
“habían caído de la gracia” del titular de la Sedena.
Con
Gutiérrez Oropeza las pruebas de su intervención en la masacre aparecerían
tiempo después; con Ballesteros lo que surgió fueron visos de la pugna que como
jefe del EMD mantuvo con el general Galván López y que hizo crisis después del
2 de octubre del 68.
Del
análisis de los documentos de la Operación Galeana, como se llamó al despliegue
militar en Tlatelolco, Carlos Montemayor señaló que el general Ballesteros no
aparecía “en ningún pasaje del parte militar del general Crisóforo Mazón Pineda
del 2 de octubre de 1968 ni en los documentos del general García Barragán”. El
dato lo compara con el informe del Pentágono, lo que “quizás constituye una
prueba más del manejo parcial de las “revelaciones” de los estadunidenses.
¿Quién
era la fuente o las fuentes de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA)
estadunidense? Diversos militares consultados durante el transcurso de los años
apuntaban como hipótesis a quien encabezó la secretaría particular de García
Barragán. Ballesteros vivió una “grilla” auspiciada en su contra por Javier
García Paniagua, hijo de don Marcelino, en mancuerna con el general Galván
López. Lo veían ajeno al grupo que tenía el control de las oficinas aledañas a
las del secretario.
Tenían
recelo porque Díaz Ordaz lo estimaba mucho, habían estudiado primaria y
secundaria juntos. Envidiaban su preparación militar, demostrada en 1965,
cuando presentó el plan de auxilio a la población civil, conocido como Plan
DN-III, de su autoría. Un oficial del Estado Mayor de aquella época recordó que
cuando el presidente visitaba el edificio de la Defensa, al momento en que se
formaba una comitiva para acompañarlo se procuraba que no estuviera el general
Ballesteros. Le hacían “burbuja”, no le avisaban.
–Ahí
salúdeme mucho al general Ballesteros –le decía Díaz Ordaz al general García
Barragán cuando se despedía de mano en la planta baja del edificio.
Ballesteros
también tuvo fuertes diferencias durante el conflicto estudiantil con el jefe
de inteligencia militar, el coronel Alonso Aguirre Ramos. Ambos habían pasado
en diferentes momentos por la agregaduría en Washington, la Junta
Interamericana de Defensa y en la sección quinta –planes– del EMD. Pese a ello,
coincidió con Galván López en su animadversión contra el general.
“El
jefe de la sección segunda, Aguirre Ramos, trabajaba para cualquiera, menos
para Ballesteros. Se odiaban. Se tendía de tapete con don Marcelino”, comentaba
el general de división retirado Enrique Pérez Casas, quien fue secretario
particular de Ballesteros.
“Los
dos (Galván López y Aguirre Ramos) querían deshacerse de Ballesteros.”
En
diciembre de 1968, Ballesteros fue nombrado comandante de la 11 Zona Militar de
Zacatecas, donde sólo estuvo un mes. En enero de 1969, fue enviado de agregado
militar a la embajada de México en Ottawa, Canadá, donde le tocaría el cambio
de sexenio.
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Aun
con los desencuentros entre García Barragán y el general Ballesteros tras el 2
de octubre, y los reportes del Pentágono sobre lo que ocurrió al interior de la
Sedena, el afecto y respeto entre ambos no desapareció.
García
Barragán tenía claro que una cosa era Gutiérrez Oropeza, y otra muy diferente
Ballesteros.
En
una carta del 25 de septiembre de 1970, don Marcelino agradecía al general
Ballesteros las observaciones y apreciaciones sobre un escrito del día 12 que
le había enviado. En tres párrafos redactados en un tono cálido, cercano, le
pedía que transmitiera sus saludos y mejores deseos de su esposa y familia a la
suya, “aunando mis respetos”. Se despedía como su “compañero y amigo”.
Ballesteros
pasó unos días muy difíciles en el verano de 1968. Su familia lo notaba tenso,
andaba muy preocupado. Se ausentó cerca de dos meses, dejó de ir a su casa, no
salía de sus oficinas.
“Dejamos
de verlo. Sólo venía a bañarse, la situación fue muy dura. Vinieron a apedrear
la casa. Fue la única vez que hemos tenido vigilancia militar. Eso lo tenía muy
tenso. No podía estar aquí; tenía que estar en la Defensa. Fueron días muy
fuertes”, recordaba un familiar.
Andaba
en un vaivén, primero dominado por el mal humor; después se animó mucho. Hubo
una invitación del general García Barragán a cenar, para despedirlo junto a
toda su familia antes de que se fuera a la agregaduría a Canadá.
“Eso
sí nunca se me va a olvidar. Ahí le rogó que se quedara en la secretaría. Y ya
no quiso.”
Don
Marcelino le dijo que no se fuera, pero la decisión estaba tomada, sobre todo
porque su familia lo había convencido. Atrás quedaba el problema entre ambos,
que no era precisamente por lo del 68.
“Fue
un enfrentamiento, un problema ahí con Barragán, después del 68, ni por el 68
ni por nada. Fue por su hijito, que se sentía iba para presidente. Javier
quería que todo militar estuviera con el PRI. Pero mi papá nunca fue político.
Ahí hubo una diferencia entre el general Barragán y mi papá, por Javier.”
–Pues
entonces te vas –le dijo don Marcelino.
–No,
no me voy. Yo pido irme –respondió Ballesteros en aquella discusión.
La
confianza y respeto entre Ballesteros y García Barragán parecía estar más allá
de lo ocurrido en Tlatelolco. El general Pérez Casas recordaba que mientras
Ballesteros estuvo al frente del EMD, llegó a tener problemas serios con don
Marcelino, pero eran derechos. “Todo lo hablaban directo. Se hablaban de
frente. Y Ballesteros lo respetaba mucho”.
Los
documentos desclasificados del Departamento de Defensa no profundizan sobre el
papel del general Gutiérrez Oropeza, quien quedaría señalado por García
Barragán como el orquestador del ataque con francotiradores del EMP apostados
en los edificios que rodean la plaza, y que dio inicio a la masacre de
Tlatelolco.
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*A
Luis Gutiérrez Oropeza lo conocían en el Ejército como El Poblano. Era un
hombre al que se le recordaba porque en las semanas posteriores al 2 de octubre
ordenó destruir documentación relacionada con la matanza. Tres décadas después,
durante una charla inédita hasta hoy, el exjefe del EMP contó por primera vez
cómo fue su relación en aquellos días con Echeverría. Habló de una purga
militar que sucedió en los primeros años del sexenio con Hermenegildo Cuenca
Díaz como secretario de la Defensa, y de los recordatorios sobre su
responsabilidad en el 68 que hizo al presidente de la República. Su testimonio
quedó recogido en una charla con familiares del general Ballesteros.
“Sacaron
un montón de militares (del país), una serie de calumnias en contra de los más
destacados generales, a quienes obligó a pedir su baja. Se les sacaba del país
bajo el pretexto de ser designados embajadores o agregados militares. En
realidad fue el proceso de descabezamiento del Ejército mexicano. Tu papá se
fue dolido, se fue amargado –decía El Poblano al hijo de Ballesteros–, y ese
sentimiento originó su muerte.
“Por
eso a mí me sacaron y me mandaron de embajador, porque yo le sé muchas cosas a
Echeverría y aquí están (dice mientras golpea un fólder que contiene sus
escritos). […] Cuenca era de la misma promoción que tu papá, pero tenía fama de
pendejo. Le decían Otocuencazo, sí. Entonces, como en esos días estaba la
cuestión de (el golpe militar contra el presidente de Chile, Salvador) Allende
[…] a sacar a todos los militares. Que yo me podía levantar en armas –decían–;
por eso me sacaron a mí también. Ahí fue donde aprovecharon para sacar a tu
papá.”
Gutiérrez
Oropeza se refería a los dimes y diretes que a principios de 1973 originaron la
salida de Ballesteros del país. Lo mandaron a Santiago de Chile de agregado
militar, donde murió en febrero de un paro cardiaco. El coronel Manuel Díaz
Escobar, el jefe de Los Halcones, fue su relevo. A él le tocó en septiembre de
aquel año el golpe militar que derrocó a Allende.
En
aquella plática Gutiérrez Oropeza sacó un manuscrito y comenzó a leer; parecían
apuntes de unas memorias. Una parte era un resumen de sus acuerdos con el
presidente Díaz Ordaz, donde mencionó la creación de un grupo paramilitar que
Echeverría hizo transexenal: Los Halcones.
“A
finales de 1969 se inauguró el Sistema de Transporte Colectivo Metro.
Inmediatamente, en forma sistemática, se empezó a detectar que los asientos de
los carros de pasajeros eran destruidos (actos de vandalismo), sintiéndose que
actos de terrorismo podrían empezar a iniciarse, máxime que estaba en puerta el
Campeonato Mundial (de Futbol México) 1970 y que se crearía una imagen de nuevo
negativa, como en octubre de 1968.
“Se
previó que los problemas a crear por el incipiente terrorismo que se
presentaría serían colocar bombas en el mecanismo de extracción de las aguas
negras del sistema profundo de desagüe, problema local; volar torres de
conducción de energía de alta tensión, problemas locales… Ya se habían
localizado, pero eran bombas de fabricación casera. [….] Colocar bombas en
embajadas de países extranjeros en la capital, problemas con otros países. Todo
lo anterior crearía nuevamente un ambiente negativo contra México semejante a
lo ocurrido en 68 y que intereses extranjeros y locales tendrían orquestado
para dañar al país.
“Prevenciones:
al hacer acto de presencia en forma plena dichos problemas, no sería
conveniente la presencia de elementos del Ejército, porque con ellos se
aumentarían los enfoques negativos contra dicha institución, por lo que el jefe
del EMP Luis Gutiérrez Oropeza propuso al presidente Gustavo Díaz Ordaz crear
un cuerpo paramilitar que respondiera a los problemas que se presentasen; que
dicho cuerpo se creara con el conocimiento del secretario de la Defensa
Nacional; del general Benjamín Reyes, jefe de la I Zona Militar, quien
proporcionaría jefes, oficiales y las clases del Ejército para capacitar al
personal.
“Recuerdo
entre ellos al entonces mayor Francisco Soto Solís, hoy en día general; el
secretario de Gobernación, por su función de política interna, representado por
el director de la DFS, Fernando Gutiérrez Barrios; el DDF, por ser dentro del
área de su administración en el campo de los problemas, representado por el
coronel Manuel Díaz Escobar, hoy en día general.
“Organización.
Lugar donde se les capacitaría: Cuchilla del Tesoro, terrenos del DDF.
Sostenimiento, nómina, transportes y medios, del DDF. Al terminar el gobierno
del presidente Díaz Ordaz y ya efectuado el campeonato (de futbol) 1970, el
nuevo presidente Luis Echeverría Álvarez pudo haber ordenado suprimir dicho
cuerpo. ¿Por qué no lo hizo?
“Todo
lo anterior era del conocimiento del entonces general comandante del I Batallón
de Guardias Presidenciales, Jesús Castañeda Gutiérrez, El Dientón, quien luego
fue jefe del EMP con el licenciado Echeverría. Pero de acuerdo a la forma
maquiavélica de actuar del presidente Echeverría, se conservó a fin de
utilizarlo en su oportunidad para eliminar al señor Alfonso Martínez Domínguez
como jefe del DDF, quien le hacía sombra en el aspecto político, porque como
había sido presidente del PRI había apadrinado cuando menos a 50% de los
gobernadores en función y a los diputados y senadores en turno.
“Además
había recorrido todo el país encabezando actos políticos de marcado oficio
político, en contraste con Echeverría, quien nunca tuvo un puesto político y se
podría decir que desconocía el país donde también lo desconocían. Este cuerpo
fue creado para resolver los problemas que se le presentaran a la nación. El
presidente Luis Echeverría lo utilizó para su beneficio personal, de claro
fondo político.
“Mira,
dicen en la vida: ‘Al enemigo, puente de plata’. En política piden: ‘Al enemigo
no lo sueltes de la corbata’. Él lo acepta, por eso le dio el Departamento del
Distrito Federal, y al presentarse la ocasión de junio (de 1971) –es decir,
Alfonso Martínez Domínguez no sabía ni de Los Halcones, para acabar, porque no
los había formado ni nada; siguieron manejándose por conducto del EMP, como yo
lo manejaba–, los agarró para darle en la madre a Alfonso. A mí no me soltó de
la corbata. Me dieron la industria militar, y nombraron a este coronel Manuel
Díaz Escobar (jefe de Los Halcones) agregado militar en Chile.
“Un
día fui a acuerdo con el presidente Echeverría. Le dije:
“–Señor,
quisiera yo tratar un asunto fuera de lo de industria militar.
“–¿Cuál
es? –preguntó.
“–Lo
del coronel Díaz Escobar. Hay que protegerlo, porque si las aguas lo rebasan,
me llegan a mí; pero si las aguas me llegan a mí, no le van a llegar a Díaz
Ordaz; le llegarán a usted, porque usted era el secretario de Gobernación. Ahí
creo que estuvo mi error, de que decía que yo ahí no lo sabía.”
Gutiérrez
Oropeza aseguró que tiempo después Echeverría le pidió un favor. “Me dijo que
lo ayudara, que me fuera del país… ‘Hay dos lugares donde usted puede servir,
que es Italia y Portugal –me dijo–. Hay cierta similitud en la forma de
hablar’… Me fui a Portugal. Vi a Díaz Ordaz antes y me dijo: ‘Si fuera usted
civil, yo le diría que no se fuera y yo lo apoyo, pero usted es militar. Tiene
que ir a cumplir. ¡Vaya! Estese un tiempo regular y luego enférmese y se
regresa’.
“Hice
eso, pero me traían cortito: el teléfono intervenido, vigilaban aquí la
entrada. Y me dijo Díaz Ordaz: ‘Usted tiene la culpa. ¿No quiere que le peguen?
Bájese del ring, pida su baja’. ¿Qué perdí?… No llegué a general de división.”
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