Revista Proceso No. 2083, 2 de octubre de 2016….
De
Tlatelolco a Ayotzinapa, la misma cerrazón del Ejército/JORGE CARRASCO ARAIZAGA
Y EZEQUIEL FLORES CONTRERAS
El
Ejército actuó de manera muy parecida tras la matanza de Tlatelolco y tras la
desaparición forzada de 43 normalistas de Ayotzinapa: ocultó toda la
información que pudo, entorpeció las indagatorias y se olvidó de que estaba
para servir a los ciudadanos y no a sí mismo o a los gobiernos. Tal vez no sea
casualidad la similitud en las reacciones: tanto en 1968 como en 2014 ese
instituto armado había asumido funciones policiacas… funciones que, hasta la
fecha, sigue desempeñando.
Las
investigaciones sobre la masacre estudiantil en Tlatelolco hace 48 años, y la
desaparición forzada de normalistas de Ayotzinapa hace dos, tienen algo en
común: se toparon con los muros del Ejército. Y más aún: en ambos casos, los
militares desempeñaban funciones policiales y de seguridad pública.
La
participación del Ejército en la matanza del 2 de octubre de 1968 no ha quedado
esclarecida. Ni siquiera la fiscalía especial que se creó para investigar los
crímenes del pasado perpetrados por el Estado mexicano pudo abrir los archivos
de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).
El
actual titular de la Sedena, el general Salvador Cienfuegos Zepeda, también se
niega a esclarecer el papel de los soldados en Iguala, Guerrero, durante la
noche del 26 al 27 de septiembre de 2014, cuando ocurrió la desaparición forzada
de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa.
Sólo
pugnas internas de la cúpula militar protagonista de la matanza de la Plaza de
las Tres Culturas permitieron, muchos años después, acercarse a una versión
castrense de los hechos: que el Estado Mayor Presidencial (EMP) disparó contra
la multitud y contra las tropas desplazadas para dispersar la manifestación.
La
acusación la hizo quien era el jefe del Ejército en 1968, el general Marcelino
García Barragán. Directo, señaló al entonces jefe del EMP, el general Luis
Gutiérrez Oropeza, como el responsable de desplegar a una docena de
francotiradores en varios edificios de la Unidad Tlatelolco que daban a la
plaza de las Tres Culturas.
El
general García Barragán respondió así a las acusaciones del general Gutiérrez
Oropeza, quien atribuyó toda la responsabilidad al Ejército y en particular a
su entonces alto mando. El jefe del EMP durante el gobierno de Gustavo Díaz
Ordaz aseguró que toda la operación militar del 2 de octubre había estado bajo
el mando del secretario de la Defensa.
La
participación de Gutiérrez Oropeza en la matanza había sido documentada por el
Archivo de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA, por sus siglas en
inglés), cuando en 1977 logró la desclasificación de reportes de la
inteligencia militar estadunidense sobre lo ocurrido en Tlatelolco.
La
versión del Ejército fue confirmada en 1999 por el fundador de este semanario,
Julio Scherer García, y el cronista Carlos Monsiváis en su libro Parte de
guerra (Proceso 1182), con documentos del general García Barragán, quien había
fallecido dos décadas antes, en septiembre de 1979.
Ese
relato fue la versión con la que trabajó años después la Fiscalía Especial para
Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp), creada en 2002 por el
gobierno de Vicente Fox.
El
encargado de la fiscalía, Ignacio Carrillo Prieto, no pudo llegar a más por la
cerrazón del Ejército y la protección que ese instituto disfrutó desde la
Procuraduría General de la República (PGR), en manos entonces del general
retirado Rafael Macedo de la Concha, designado por Fox.
Cuando
esa fiscalía le pidió información a la Sedena sobre la represión del movimiento
estudiantil, el entonces titular, el general Gerardo Clemente Ricardo Vega
García, entregó lo que quiso y a cuentagotas.
El
Ejército administró la información, “quizá por la dificultad del archivo, quizá
por falta de convicción de la necesidad de hacer esta limpieza (del pasado)”,
declaró Carrillo Prieto en una entrevista con Proceso (1590) en 2007, cuando la
fiscalía ya había desaparecido. Aseguró que durante las indagatorias
ministeriales, el Ejército “fue lentísimo” al dar la información, cuando lo
hizo.
Con
información a medias, el fiscal apenas consignó a una decena de mandos tanto
del Ejército como del EMP por la masacre de Tlatelolco. Pero no llegaron a
juicio. Varios se murieron en condición de indiciados y otros fueron exonerados
por la justicia federal. La propia fiscalía les había dejado la puerta abierta
al acusarlos de genocidio, lo que fue rechazado por los tribunales federales.
El único que sufrió prisión domiciliaria bajo esa acusación fue el expresidente
Luis Echeverría.
Aunque
se hizo pública la confrontación entre los mandos de la Sedena y el EMP, los
jefes militares que alcanzaron a declarar ante la fiscalía mantuvieron el pacto
de silencio, sin esclarecer la actuación castrense en la represión.
Mucho
menos se aclaró la participación de la policía del entonces Departamento del
Distrito Federal, hoy Gobierno de la Ciudad de México, que estaba en manos de
militares. El jefe de la policía era el general Luis Cueto Ramírez, y el
subjefe, el general Raúl Mendiolea Cerecero, responsable de la operación
policial en la capital.
Los
consignados por el fiscal sólo fueron el propio general Gutiérrez Oropeza,
quien murió en 2007 cuando estaba indiciado, y el general Jesús Castañeda
Gutiérrez, entonces comandante del Primer Batallón de Infantería del Cuerpo de
Guardias Presidenciales, quien con la llegada de Echeverría a la Presidencia de
la República sucedió al general Gutiérrez Oropeza en el EMP.
Del
Ejército, declararon el general Alonso Aguirre Ramos, quien era jefe de Estado
Mayor de la Defensa Nacional en el 68; el general Ernesto Gómez Tagle, jefe del
Batallón Olimpia; el coronel de Artillería que en el 68 era el jefe de
Inteligencia del Ejército, el general Humberto Bermúdez Dávila; el teniente de
Artillería que fue uno de los mandos del Batallón Olimpia, Alberto Quintanar
López; y el coronel de Infantería Javier Vázquez Félix, que estuvo a cargo del
levantamiento de los cadáveres en Tlatelolco.
Ya
retirado como general, Vázquez Félix declaró a Proceso en 2005 (1509) que el 2
de octubre de 1968 se trasladó desde Toluca por órdenes del secretario de la
Defensa y estableció su cuartel de operaciones en el Canal Once de televisión.
De
ahí se fue a Tlatelolco: “Lo que hice fue recoger los cadáveres. Fueron los
restos de 38 civiles y cuatro soldados. Entre los civiles estaba un niño de 12
años que murió en el edificio Chihuahua. Los muertos civiles los entregué a la
Cruz Roja. Ya no supe más de ellos porque nos trasladamos a Toluca”.
En
su relato, Vázquez Félix reiteró lo que en 1992 le había escrito en una carta a
quien en 1968 era el regente del Departamento del Distrito Federal, el general
retirado Alfonso Corona del Rosal.
El
número de muertos nunca ha sido esclarecido por el Ejército. A la confusión
contribuyó también la fiscalía especial, que al consignar el expediente de la
matanza en Tlatelolco estableció que sólo hubo 21 muertos, 11 de ellos
estudiantes.
La
cifra real de los decesos difícilmente se sabrá. El Servicio Médico Forense
(Semefo) de la Ciudad de México declaró perdidos los registros de las
necropsias practicadas ese año.
Esos
archivos pasaron del Semefo al Tribunal Superior de Justicia del Distrito
Federal, del que depende el Semefo. Pero cuando el director del Semefo en 1968,
José Ramón Fernández Cáceres, declaró en 2002 ante la Femospp aseguró que los
archivos de las autopsias realizadas el 3 de octubre, un día después de la matanza,
pudieron haber sido recogidos por la desaparecida Dirección Federal de
Seguridad (DFS), el antecedente del actual Centro de Investigación y Seguridad
Nacional (Cisen).
Una
revisión que hizo este semanario en 1999 en el Registro Civil de la capital (edición
1718) encontró que por los hechos ocurridos “en la vía pública” el 2 de
octubre, estaban inscritos sólo 29 decesos, todos con características
similares: traumatismo craneoencefálico o torácico, heridas por proyectil de
arma de fuego, congestión visceral generalizada y heridas de distinta índole.
Otras 14 muertes con las mismas características quedaron registradas entre el 3
y el 5 de octubre.
A
sus propias deficiencias, la fiscalía sumó la protección oficial al Ejército.
Rafael Macedo de la Concha “bloqueó” las investigaciones, de acuerdo con el
fiscal. Luego vino el “absoluto desinterés” del sucesor de Macedo, Daniel
Cabeza de Vaca, quien después fue consejero del Consejo de la Judicatura
Federal y ahora pretende ser magistrado del Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación.
La
puntilla a la Femospp la dio Felipe Calderón, cuando necesitaba a las Fuerzas
Armadas para combatir frontalmente al narcotráfico. El encargado de cerrar esa
fiscalía, en marzo de 2007, fue el entonces titular de la PGR, Eduardo Medina
Mora, ahora ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (Proceso
1590).
Mismo
“modus operandi”
Como
entonces, ahora el Ejército también se opone a esclarecer su papel en la
desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa.
La
cerrazón y el silencio se impusieron de nuevo. El secretario de la Defensa
Nacional, el general Salvador Cienfuegos Zepeda, cerró las puertas del 27
Batallón de Infantería, con sede en Iguala, a las investigaciones sobre ese
crimen. Como en el 68, militares en activo y en retiro tenían el control de la
seguridad pública en los escenarios de la tragedia.
Aunque
Cienfuegos se empeña en deslindar a sus hombres de lo que pasó con los
estudiantes de Ayotzinapa, las evidencias demuestran el control del Ejército en
esa zona.
A
pesar de ello, y de acuerdo con estadísticas oficiales, Guerrero está en los
primeros lugares en incidencia delictiva pese a que la entidad es sede de la IX
Región Militar, con sede en Acapulco.
A
diferencia de otras regiones militares, que abarcan dos o más estados, ésta
comprende sólo Guerrero. Ahí, el Ejército tiene desplegados a 6 mil 729
efectivos, sólo por debajo de la VI Región Militar, que tiene jurisdicción
sobre Puebla, Veracruz y Tlaxcala, según datos de la Sedena.
El
comandante de la IX Región Militar es el general Alejandro Saavedra Hernández,
mientras que el secretario de Seguridad Pública (SSP) estatal es el general en
activo Alejandro Almazán Cervantes.
Pese
a estos hechos, la entidad ocupa el primer lugar nacional en producción de
amapola y también en homicidios dolosos.
Durante
los primeros 10 meses de la administración del gobernador Héctor Astudillo
Flores, quien tomó protesta el 27 de octubre pasado, se han perpetrado mil 849
homicidios dolosos, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema
Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
Desde
octubre de 2015, el general Saavedra Hernández encabeza la estrategia federal
de seguridad en Guerrero. No es ningún improvisado en la zona. En 2014, cuando
la desaparición forzada de los normalistas, era comandante de la 35 Zona
Militar, con sede en Chilpancingo y de la que depende el 27 Batallón de
Infantería.
Por
esa razón, activistas y normalistas de Ayotzinapa han pedido que se investigue
su participación en el ataque contra los 43 estudiantes de magisterio.
Pero,
de hecho, dos meses después de la agresión (el 20 de noviembre de 2014) el
presidente Enrique Peña Nieto ascendió a Saavedra Hernández a general de
División, y el 1 de diciembre siguiente fue designado máximo jefe militar de
Guerrero. Como comandante de la IX Región Militar tiene el control de las dos
zonas militares: la 35 (con sede en Chilpancingo) y la 27 (Atoyac).
El
responsable de la seguridad en el estado es el general brigadier Alejandro
Almazán Cervantes, nombrado titular de la SSP estatal en noviembre de 2014,
durante el interinato de Rogelio Ortega Martínez.
Su
gestión ha sido investigada por la Auditoría Superior de la Federación por
presuntos actos de corrupción y desvío de recursos federales destinados a
seguridad y combate de la delincuencia. Pese a ello, Almazán fue ratificado por
el actual gobernador, Héctor Astudillo Flores, quien tomó protesta el 27 de
octubre pasado.
Almazán,
junto al comandante de la IX Región Militar, mantiene el control de las áreas
estratégicas de seguridad en la entidad.
El
esquema de control
En
la mayoría de los 81 municipios del estado, los mandos policiacos son miembros
de la Policía Preventiva Estatal (PPE) y los trabajadores de los C4 (centros de
control) en las principales ciudades de la entidad fueron sustituidos por
militares durante el gobierno de Astudillo.
Destaca
el caso de Iguala. Ahí, el jefe de la policía municipal es el suboficial de la
PPE Domingo Tlatempa Vázquez, designado apenas el 22 de septiembre. Durante la
administración del alcalde priista, Esteban Albarrán, es el cuarto cambio en el
último año.
Tlatempa
Vázquez depende directamente del coordinador en la zona Norte de la PPE,
Antonio Ernesto Rojas Ruiz, gente de confianza del general Almazán.
La
PPE también mantiene el control de la policía municipal de Cocula, donde el
general Saavedra fue responsabilizado por el exalcalde César Miguel Peñaloza
Santana de la designación de los directores de la corporación, antes de la
tragedia de Iguala.
Elementos
de esa corporación, entre ellos el entonces subcomandante de la Policía
Municipal César Nava González, están bajo investigación por el ataque contra
los estudiantes.
Nava
González ha declarado que el día de la desaparición de los normalistas fue
relevado por el comandante Francisco Salgado Valladares, quien durante 10 años
perteneció al Ejército y en 1999 entró a la Policía Municipal de Iguala
(Proceso 2082).
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