El NY Times en Irak: una autocrítica
Escrito el 1 de junio del 2004
Un 26 de mayo de 1981 Karl Popper decía “debemos aprender que la autocrítica es la mejor crítica…, La crítica racional..., Debe ser guiada por la idea de acercarse en lo posible a la verdad objetiva.”.
Jamás imaginaría el autor de La Sociedad abierta y su enemigos, que justo trece años después, el 26 de mayo de 2004, el equipo de dirección del periódico The New York Times hizo lo que muchos debemos hacer cotidianamente, un ejercicio severo de autocrítica.
Escrito el 1 de junio del 2004
Un 26 de mayo de 1981 Karl Popper decía “debemos aprender que la autocrítica es la mejor crítica…, La crítica racional..., Debe ser guiada por la idea de acercarse en lo posible a la verdad objetiva.”.
Jamás imaginaría el autor de La Sociedad abierta y su enemigos, que justo trece años después, el 26 de mayo de 2004, el equipo de dirección del periódico The New York Times hizo lo que muchos debemos hacer cotidianamente, un ejercicio severo de autocrítica.
El poderoso diario neoyorkino publicó una reflexión sobre los errores cometidos en la cobertura del conflicto de la guerra en Irak. El diario descubrió que las historias publicadas “dependían, en buena parte, de informaciones procedentes de un círculo de iraquíes disidentes, espías o en el exilio partidarios del cambio de régimen, gente cuya credibilidad ha sido sometida a un intenso debate público en las últimas semanas”.
El diario reconoce que debían “haber sido más agresivos”, haber revisado las afirmaciones a medida que aparecían nuevas pruebas o se carecía de ellas; reconoce que los editores, que deberían haber examinado más escrupulosamente las informaciones de los reporteros y haberles exigido más escepticismo, estaban quizá demasiado ansiosos por publicar una noticia en exclusiva.
El asunto de la Mea culpa no terminó ahí. Cuatro días después, el lunes 31 de mayo, su defensor del Lector, Daniel Okrent, publicó un análisis no menos crítico. Afirmó que en las noticias relativas a las supuestas armas de destrucción masiva en Irak, los lectores encontraron algunas historias alarmistas “basadas en revelaciones sin confirmar que, en muchos casos, eran las afirmaciones encubiertas por el anonimato de mucha gente con intereses creados”.
Aunque el Defensor del Lector menciona varios casos concretos, asegura que sería injusto culpar a periodistas específicos, y considera que “el fracaso no fue individual, sino institucional”; culpó de la situación a la necesidad de contar con información “exclusiva”, al tiempo que reclamó la reparación del daño. El periódico deberá elaborar una serie de artículos de investigación que revelen “no sólo las tácticas de aquellos que promovieron las informaciones sobre las armas de destrucción masiva, sino también cómo se utilizó al Times mismo para diseminar su astuta campaña”.
Que bueno que suceden estas cosas, seguramente no será la primera ni la última vez, pero nos deja una lección. Lo que ha hecho el Times es de la mayor importancia, porque nos recuerda las normas básicas del proceso periodístico a la hora de difundir las noticias, debemos describir con exactitud loa hechos sin falsear, omitir, ni distorsionar la información.
El diario reconoce que debían “haber sido más agresivos”, haber revisado las afirmaciones a medida que aparecían nuevas pruebas o se carecía de ellas; reconoce que los editores, que deberían haber examinado más escrupulosamente las informaciones de los reporteros y haberles exigido más escepticismo, estaban quizá demasiado ansiosos por publicar una noticia en exclusiva.
El asunto de la Mea culpa no terminó ahí. Cuatro días después, el lunes 31 de mayo, su defensor del Lector, Daniel Okrent, publicó un análisis no menos crítico. Afirmó que en las noticias relativas a las supuestas armas de destrucción masiva en Irak, los lectores encontraron algunas historias alarmistas “basadas en revelaciones sin confirmar que, en muchos casos, eran las afirmaciones encubiertas por el anonimato de mucha gente con intereses creados”.
Aunque el Defensor del Lector menciona varios casos concretos, asegura que sería injusto culpar a periodistas específicos, y considera que “el fracaso no fue individual, sino institucional”; culpó de la situación a la necesidad de contar con información “exclusiva”, al tiempo que reclamó la reparación del daño. El periódico deberá elaborar una serie de artículos de investigación que revelen “no sólo las tácticas de aquellos que promovieron las informaciones sobre las armas de destrucción masiva, sino también cómo se utilizó al Times mismo para diseminar su astuta campaña”.
Que bueno que suceden estas cosas, seguramente no será la primera ni la última vez, pero nos deja una lección. Lo que ha hecho el Times es de la mayor importancia, porque nos recuerda las normas básicas del proceso periodístico a la hora de difundir las noticias, debemos describir con exactitud loa hechos sin falsear, omitir, ni distorsionar la información.
En los últimos años parece haberse abierto un debate sobre el papel de los medios de comunicación -y sobre la credibilidad que merecen sus informaciones.
Jean Daniel escribió un artículo en 1999 en El País, llamado Nuestra bella profesión: Ahí sostenía que “ninguno de nosotros, digo bien, ninguno de nosotros, ha pensado nunca que todas las verdades, sin excepción, debían ser dichas de todas ni, sobre todo, que fuera moral decirlas. Porque, con toda seguridad, en cada momento seleccionamos, diferenciamos, elegimos y dejamos de lado muchas cosas. Ésa es nuestra profesión. Queda saber qué dejamos de lado y por qué. Cuanto más exigentes somos, más tiempo pasamos diciéndonos que la decencia dicta no hurgar en la basura para ensuciar la vida privada de nadie, por muy ajeno que nos sea. Nuestra ética profesional consiste en decidir a cada momento cuál es el punto a partir del cual tenemos el deber de informar a la sociedad sobre las faltas de algunos de sus miembros. En especial, tenemos el deber de decidir si tenemos suficientes pruebas en que basarnos cuando ponemos en tela de juicio una reputación.”
¡La credibilidad es el principal valor de un periodista!
Jean Daniel escribió un artículo en 1999 en El País, llamado Nuestra bella profesión: Ahí sostenía que “ninguno de nosotros, digo bien, ninguno de nosotros, ha pensado nunca que todas las verdades, sin excepción, debían ser dichas de todas ni, sobre todo, que fuera moral decirlas. Porque, con toda seguridad, en cada momento seleccionamos, diferenciamos, elegimos y dejamos de lado muchas cosas. Ésa es nuestra profesión. Queda saber qué dejamos de lado y por qué. Cuanto más exigentes somos, más tiempo pasamos diciéndonos que la decencia dicta no hurgar en la basura para ensuciar la vida privada de nadie, por muy ajeno que nos sea. Nuestra ética profesional consiste en decidir a cada momento cuál es el punto a partir del cual tenemos el deber de informar a la sociedad sobre las faltas de algunos de sus miembros. En especial, tenemos el deber de decidir si tenemos suficientes pruebas en que basarnos cuando ponemos en tela de juicio una reputación.”
¡La credibilidad es el principal valor de un periodista!
El Trabajo periodístico conlleva una enorme responsabilidad social.
Conviene señalar que los trabajadores de los medios, somos únicamente los depositarios profesionales del ejercicio de un derecho cuyos titulares son ustedes, los ciudadanos que nos escuchan o nos leen.
Los medios de comunicación día con día han ido adquiriendo una importancia creciente en la vida de todas las sociedades, cualquiera sea esta. Podría decirse que a partir del episodio conocido como Watergate, que terminó con la destitución del presidente Richard Nixon como resultado de la investigación de dos periodistas del diario The Washington Post.
Si bien esa influencia creciente de los medios es positivo porque contribuye a que la población esté informada de lo que sucede en todas las áreas de la vida cotidiana, también desempeña el papel de contralor del honesto y buen desempeño de los funcionarios de turno, pero como sucedió en el Times, el fenómeno tiene sus riesgos, y si suceden hay que estar preparado para pagarlo.
Conviene señalar que los trabajadores de los medios, somos únicamente los depositarios profesionales del ejercicio de un derecho cuyos titulares son ustedes, los ciudadanos que nos escuchan o nos leen.
Los medios de comunicación día con día han ido adquiriendo una importancia creciente en la vida de todas las sociedades, cualquiera sea esta. Podría decirse que a partir del episodio conocido como Watergate, que terminó con la destitución del presidente Richard Nixon como resultado de la investigación de dos periodistas del diario The Washington Post.
Si bien esa influencia creciente de los medios es positivo porque contribuye a que la población esté informada de lo que sucede en todas las áreas de la vida cotidiana, también desempeña el papel de contralor del honesto y buen desempeño de los funcionarios de turno, pero como sucedió en el Times, el fenómeno tiene sus riesgos, y si suceden hay que estar preparado para pagarlo.
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