Vindicación del
periodismo/ Javier Cercas
Esto es así en todas partes, pero quizá sobre todo en España, donde gran parte de la mejor prosa que se ha escrito durante los tres últimos siglos se publicó en los periódicos. Lo anterior es ya casi un cliché, un lugar común; no olviden, sin embargo, que los clichés se convierten en clichés no porque sean mentira, sino porque son verdad, o porque contienen una parte sustancial de verdad. Al menos en este caso, así es. Hay pocos prosistas españoles del siglo XVIII comparables a los autores de los discursos de El Censor, sean o no Luis García Cañuelo y Luis Pereira. Galdós o Clarín son nuestros mejores novelistas del XIX, pero ninguno de los dos escribe la prosa deslumbrante de Larra, quien dos siglos atrás realizó en los periódicos experimentos de una modernidad inaudita. ¿Y qué otra cosa sino periodistas o como mínimo escritores de periódico fueron Azorín u Ortega, quien publicó por entregas en un periódico Larebelióndelasmasas, quizás el libro de filosofía más importante de la España del siglo XX? ¿Y no fueron ante todo, también, periodistas o escritores de periódico Pla y González Ruano y Camba y Chaves Nogales, y no les debemos a ellos algunas de las mejores páginas escritas en nuestro país en el pasado siglo? La realidad es que no sólo existe en España una magnífica tradición de periodismo, sino también una tradición no menos magnífica de convivencia entre el periodismo y la literatura, y que quizás eso explique en parte un hecho singular: a diferencia de lo que ocurre en el resto de Europa y en Estados Unidos, en España los periódicos actuales están llenos de literatura, de artículos escritos por novelistas, ensayistas y poetas. El lector español se ha acostumbrado a esto, y me parece una costumbre saludable; más saludable aún me parece que los escritores procuremos aprender del periodismo tantas cosas que el periodismo puede enseñarnos –la claridad, la rapidez, la precisión– y que ese aprendizaje nos obligue a tener un pie en la calle y el oído bien atento a cuanto ocurre en ella.
Esas
son algunas de las virtudes del periodismo que he intentado asimilar desde que
ya bastante tarde en mi vida empecé a escribir en los periódicos. Lo cierto es
que antes de hacerlo yo era un escritor de gabinete, a veces casi
exclusivamente libresco, un poco encerrado en sí mismo; la escritura en los
periódicos me cambió: me obligó a salir a la intemperie, a contrastar la
escritura con la realidad, a observar y documentarme a fondo, a escuchar con
más atención, a tratar de decir las cosas más complejas de la forma más
sintética y más transparente posible; me obligó, en fin, a entender que la
literatura de verdad no es lo que suena a literatura, sino lo que suena a
verdad. Creo que todo esto me mejoró como escritor, y por eso estoy tan
agradecido a los periódicos. Y por eso, también, me hace tanta ilusión recibir
hoy este premio. Por lo demás, no hagan caso de quienes dicen que el periodismo
es un género menor; la verdad es que no existen géneros mayores o menores, sino
formas mayores o menores de practicar los géneros.
No
quisiera acabar sin añadir una última cosa, que me importa mucho decirles aquí,
en la Casa de ABC, a ustedes, que son periodistas de verdad y no, como yo,
meros escritores. Desde hace ya años escuchamos hablar de la crisis del
periodismo y los periódicos, del final de ambos; el pesimismo es considerable,
sobre todo, me temo, entre algunos periodistas. Debo decir que no comparto ese
pesimismo. Es más: me niego a compartirlo. Yo no sé cómo van a ser los
periódicos del futuro, ni si serán de papel o digitales o qué soporte o formato
tendrán; lo que sí sé es que necesitamos los periódicos, necesitamos a los
periodistas. Necesitamos gente que vaya a los sitios y se informe y observe y
hable con la gente y la escuche y reflexione y nos cuente lo que pasa y lo haga
con claridad y con rigor, con la máxima honradez posible. Fíjense que no he
hablado de objetividad. «Yo, como soy sujeto, soy subjetivo», escribió José
Bergamín. «Si fuera objeto, sería objetivo». No: la objetividad es sólo una
aspiración, pero la claridad, el rigor y la honradez son un imperativo. Porque
–esto es casi otro cliché, pero también otra gran verdad– no hay sociedad libre
sin prensa libre, y no existe una democracia de calidad sin un periodismo de
calidad: es el periodismo libre y de calidad el que crea ciudadanos libres.
Como no soy periodista me siento autorizado a decírselo: necesitamos buenos
periódicos; necesitamos buenos periodistas. Les necesitamos. Sigan en la
brecha, por favor: no nos abandonen.
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