19 jul 2015

Un buen periodista siempre es un buen escritor.

Vindicación del periodismo/ Javier Cercas
ABC | 19 de julio de 2015..

 Cuentan que en una ocasión el Rey Alfonso XIII concedió un premio a don Miguel de Unamuno y que, durante la ceremonia de entrega, una vez hubo recibido el galardón, el escritor le espetó al Monarca: «Gracias, Majestad, me lo merezco». Quizá más divertido que perplejo, el Rey contestó: «Caramba, don Miguel, es la primera vez que uno de los premiados me dice algo así, todos me han dicho más bien lo contrario: “Gracias, Majestad, es un honor que no merezco…”». Entonces Unamuno le interrumpió: «Y tenían razón».
La verdad es que a mí me encantaría exhibir hoy la magnífica soberbia de Unamuno, pero la lista de galardonados con el Romero Murube me lo impide; así que me veo obligado a decir la pura verdad: que para mí es un gran honor recibir este premio. Lo es, de entrada, porque se trata de un premio de periodismo, y yo ni siquiera soy un periodista, sino un simple escritor. Hay personas, entre ellas no pocos periodistas, que piensan que un periodista es un escritor de segunda categoría; no es verdad: la verdad, si me apuran, es la opuesta. Quiero decir que un buen escritor no siempre es un buen periodista, pero un buen periodista siempre es un buen escritor.


Esto es así en todas partes, pero quizá sobre todo en España, donde gran parte de la mejor prosa que se ha escrito durante los tres últimos siglos se publicó en los periódicos. Lo anterior es ya casi un cliché, un lugar común; no olviden, sin embargo, que los clichés se convierten en clichés no porque sean mentira, sino porque son verdad, o porque contienen una parte sustancial de verdad. Al menos en este caso, así es. Hay pocos prosistas españoles del siglo XVIII comparables a los autores de los discursos de El Censor, sean o no Luis García Cañuelo y Luis Pereira. Galdós o Clarín son nuestros mejores novelistas del XIX, pero ninguno de los dos escribe la prosa deslumbrante de Larra, quien dos siglos atrás realizó en los periódicos experimentos de una modernidad inaudita. ¿Y qué otra cosa sino periodistas o como mínimo escritores de periódico fueron Azorín u Ortega, quien publicó por entregas en un periódico Larebelióndelasmasas, quizás el libro de filosofía más importante de la España del siglo XX? ¿Y no fueron ante todo, también, periodistas o escritores de periódico Pla y González Ruano y Camba y Chaves Nogales, y no les debemos a ellos algunas de las mejores páginas escritas en nuestro país en el pasado siglo? La realidad es que no sólo existe en España una magnífica tradición de periodismo, sino también una tradición no menos magnífica de convivencia entre el periodismo y la literatura, y que quizás eso explique en parte un hecho singular: a diferencia de lo que ocurre en el resto de Europa y en Estados Unidos, en España los periódicos actuales están llenos de literatura, de artículos escritos por novelistas, ensayistas y poetas. El lector español se ha acostumbrado a esto, y me parece una costumbre saludable; más saludable aún me parece que los escritores procuremos aprender del periodismo tantas cosas que el periodismo puede enseñarnos –la claridad, la rapidez, la precisión– y que ese aprendizaje nos obligue a tener un pie en la calle y el oído bien atento a cuanto ocurre en ella.
Esas son algunas de las virtudes del periodismo que he intentado asimilar desde que ya bastante tarde en mi vida empecé a escribir en los periódicos. Lo cierto es que antes de hacerlo yo era un escritor de gabinete, a veces casi exclusivamente libresco, un poco encerrado en sí mismo; la escritura en los periódicos me cambió: me obligó a salir a la intemperie, a contrastar la escritura con la realidad, a observar y documentarme a fondo, a escuchar con más atención, a tratar de decir las cosas más complejas de la forma más sintética y más transparente posible; me obligó, en fin, a entender que la literatura de verdad no es lo que suena a literatura, sino lo que suena a verdad. Creo que todo esto me mejoró como escritor, y por eso estoy tan agradecido a los periódicos. Y por eso, también, me hace tanta ilusión recibir hoy este premio. Por lo demás, no hagan caso de quienes dicen que el periodismo es un género menor; la verdad es que no existen géneros mayores o menores, sino formas mayores o menores de practicar los géneros.
No quisiera acabar sin añadir una última cosa, que me importa mucho decirles aquí, en la Casa de ABC, a ustedes, que son periodistas de verdad y no, como yo, meros escritores. Desde hace ya años escuchamos hablar de la crisis del periodismo y los periódicos, del final de ambos; el pesimismo es considerable, sobre todo, me temo, entre algunos periodistas. Debo decir que no comparto ese pesimismo. Es más: me niego a compartirlo. Yo no sé cómo van a ser los periódicos del futuro, ni si serán de papel o digitales o qué soporte o formato tendrán; lo que sí sé es que necesitamos los periódicos, necesitamos a los periodistas. Necesitamos gente que vaya a los sitios y se informe y observe y hable con la gente y la escuche y reflexione y nos cuente lo que pasa y lo haga con claridad y con rigor, con la máxima honradez posible. Fíjense que no he hablado de objetividad. «Yo, como soy sujeto, soy subjetivo», escribió José Bergamín. «Si fuera objeto, sería objetivo». No: la objetividad es sólo una aspiración, pero la claridad, el rigor y la honradez son un imperativo. Porque –esto es casi otro cliché, pero también otra gran verdad– no hay sociedad libre sin prensa libre, y no existe una democracia de calidad sin un periodismo de calidad: es el periodismo libre y de calidad el que crea ciudadanos libres. Como no soy periodista me siento autorizado a decírselo: necesitamos buenos periódicos; necesitamos buenos periodistas. Les necesitamos. Sigan en la brecha, por favor: no nos abandonen.

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