Vivir
con el acuerdo nuclear iraní/Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush’s special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan. His most recent book is Foreign Policy Begins at Home: The Case for Putting America’s House in Order.
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Syndicate | 17 de julio de 2015
Es
probable que después de 60 días de debate intenso en Washington, y posiblemente
en Teherán, el “Plan de Acción Integral Conjunto”, firmado el 14 de julio por
Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas más Alemania (el P5+1), entre en vigencia. Pero nadie debería confundir
este desenlace con una solución al problema de las ambiciones nucleares de Irán
o su aporte a la agitación actual en Oriente Medio. Por el contrario,
dependiendo de cómo se lo implemente y ejecute, el acuerdo podría empeorar las
cosas.
Esto
no quiere decir que el Plan de Acción (JCPOA por su sigla en inglés) no sirva
de nada. Pone un techo para los próximos diez años en materia de cantidad y
calidad de las centrífugas que Irán tiene permitido operar y autoriza al país a
tener solamente una cantidad pequeña de uranio de bajo enriquecimiento durante
los próximos 15 años. El acuerdo también establece, según las propias palabras
del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, un mecanismo de inspecciones
“donde sea necesario, cuando sea necesario”, que permita verificar si Irán está
cumpliendo con estos y otros compromisos.
El
resultado neto es que el acuerdo debería prolongar el período que le llevaría a
Irán producir una o más armas nucleares de algunos meses hasta un año, tornando
más factible que un esfuerzo de estas características se descubra a tiempo. La
perspectiva de que el JCPOA pueda mantener a Irán sin armas nucleares durante
15 años es su principal atractivo. Las sanciones por sí solas no podrían
haberlo logrado y, utilizar la fuerza militar habría implicado un riesgo
considerable con resultados inciertos.
Por
otro lado, (siempre hay otro lado en la diplomacia), el acuerdo le permite a
Irán mantener mucha más capacidad nuclear de la que necesitaría si estuviera
interesado exclusivamente en la investigación civil y en demostrar una
capacidad simbólica para enriquecer uranio. El acuerdo también le ofrece a Irán
un amplio alivio de las sanciones económicas, lo que le brindará más
oportunidades al régimen de respaldar a representantes peligrosos en todo
Oriente Medio, apoyar a un gobierno sectario en Bagdad y proteger al régimen
del presidente sirio, Bashar al-Assad.
Es
más, el acuerdo no descarta la investigación en el terreno nuclear y no limita
el trabajo con misiles. Las ventas de misiles balísticos y piezas de misiles a
Irán están prohibidas sólo por ocho años. Las ventas de armas convencionales a
Irán están prohibidas por no más de cinco años.
También
existe el peligro de que Irán no cumpla con partes del acuerdo y lleve a cabo
un trabajo prohibido. Dados los antecedentes de Irán, esto ha sido,
comprensiblemente, motivo de gran preocupación y objeto de críticas respecto
del pacto. Lo que importa es que la desobediencia se castigue con sanciones
renovadas y, si fuera necesario, fuerza militar.
Un
problema mayor ha recibido mucha menos atención: el riesgo de qué sucederá si
Irán efectivamente cumple con el acuerdo. Incluso sin violar el pacto, Irán
puede prepararse para evadir las limitaciones nucleares una vez que expiren las
cláusulas críticas del acuerdo. En ese momento, será poco lo que pueda frenarlo
excepto el Tratado de No Proliferación, un acuerdo voluntario que no incluye
sanciones por incumplimiento.
Es
importante que Estados Unidos (idealmente, junto con otros países) le haga
saber a Irán que cualquier acción para colocarse en posición de desplegar armas
nucleares después de 15 años, aunque no esté explícitamente descartada en el
acuerdo, no será tolerada. Deberían introducirse sanciones severas ante la
primera señal de que Irán está preparando una ruptura post-JCPOA. Esto tampoco
está impedido por el acuerdo.
De
la misma manera, debería informársele a Irán que Estados Unidos y sus aliados
emprenderían un ataque militar preventivo si pareciera que intenta presentarle
al mundo un fait accompli. El mundo se equivocó al permitirle a Corea del Norte
traspasar el umbral de las armas nucleares; no debería volver a cometer el
mismo error.
Mientras
tanto, debería lanzarse un esfuerzo importante para aliviar los temores de los
vecinos de Irán que, en varios casos, se verán tentados de resguardarse contra
una potencial ruptura de Irán luego de 15 años implementando sus propios
programas nucleares. La situación en Oriente Medio ya es bastante alarmante sin
los riesgos adicionales planteados por una cantidad de posibles potencias
nucleares. La afirmación de Obama de que el acuerdo “ha frenado la propagación
de armas nucleares en la región”, en el mejor de los casos, es prematura.
También
será esencial reconstruir una confianza estratégica entre Estados Unidos e
Israel; por cierto, esto tendrá que ser una alta prioridad para quien suceda a
Obama. Y Estados Unidos debería oponer resistencia, como está garantizado, a la
política exterior de Irán o el tratamiento de su propio pueblo.
Nada
de esto descarta una cooperación selectiva con Irán, ya sea en Afganistán,
Siria o Irak, si los intereses se superponen. Pero aquí también debería
prevalecer el realismo. Nadie debería dar por sentada la noción de que el acuerdo
nuclear llevará a Irán a moderar su radicalismo y refrenar sus ambiciones
estratégicas. De hecho, el surgimiento de un Irán con más capacidades, no de un
Irán transformado, probablemente sea uno de los principales desafíos que
enfrenta Oriente Medio, si no el mundo, en los próximos años.
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