Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Project
Syndicate | 24 de agosto de 2015.
Las
últimas proyecciones de población de las Naciones Unidas sugieren que la
cantidad de habitantes en Japón podría caer de los 127 millones actuales a 83
millones para 2100, con un 35 % de su población por encima de los 65 años de
edad. Europa y otras economías desarrolladas también están envejeciendo, debido
a sus bajas tasas de fertilidad y creciente longevidad.
Pero
quienes advierten que se avecinan enormes problemas económicos para los países
ricos que están envejeciendo, se centran en el problema equivocado. El
envejecimiento de la población en las economías avanzadas es una consecuencia
manejable de acontecimientos positivos. Por el contrario, el rápido crecimiento
poblacional en muchos países más pobres aún presenta una grave amenaza para el
bienestar humano.
En
2008, la ONU proyectó que la población mundial alcanzaría los 9,1 miles de
millones para 2050 y llegaría a su máximo, cerca de los 10 mil millones, para
2100. Ahora prevé una población de 9,7 miles de millones para 2050 y de 11,2
miles de millones –que continuará aumentando– para 2100, debido a que las tasas
de fertilidad en muchos países han caído más lentamente de lo esperado (en
algunos, entre los que destacan Egipto y Argelia, la fertilidad incluso ha
aumentado desde 2005). Mientras se estima que la población conjunta del este y
el sudeste asiático, las Américas y Europa solo aumentará el 12 % para 2050 y
luego comenzará a descender, la población del África subsahariana podría pasar
de los 960 millones actuales a 2,1 miles de millones en 2050 y a casi 4 mil
millones en 2100. La población del norte de África probablemente duplicará los
220 millones actuales.
Un
crecimiento tan rápido, superior incluso a los más veloces incrementos en los
últimos 50 años, constituye una gran barrera para el desarrollo económico.
Entre 1950 y 2050, la población de Uganda se habrá multiplicado por 20, y la de
Níger, por 30. Ni los países que en el siglo XIX se estaban industrializando ni
las exitosas economías asiáticas que buscaban emular a las desarrolladas a
fines del siglo XX experimentaron algo semejante a esas tasas de crecimiento
poblacional.
Son
tasas que tornan imposible el aumento del gasto de capital per cápita y de las
habilidades de la fuerza de trabajo con suficiente velocidad como para acortar
la brecha económica, o crear empleos con rapidez suficiente como para evitar el
subempleo crónico. El este asiático se ha visto enormemente beneficiado gracias
a las rápidas caídas en las tasas de fertilidad: en gran parte de África y
Oriente Medio eso aún no ha ocurrido.
En
algunos países, la mera densidad poblacional también impide el crecimiento. La
población de la India puede estabilizarse en 50 años; pero, con 2,5 veces la
cantidad de personas por kilómetro cuadrado de Europa Occidental y 11 veces la
de los Estados Unidos continentales, las disputas por la adquisición de tierras
para el desarrollo industrial generan graves barreras al crecimiento económico.
En gran parte de África, la densidad no es un problema, pero en Ruanda, la
competencia por el suelo –impulsada por una elevada y creciente densidad–
estuvo entre las principales causas del genocidio de 1994. Para 2100, la
densidad poblacional en Uganda podría más que duplicar el nivel actual de la
India.
Frente
a estos desafíos demográficos, los que enfrentan las economías avanzadas son
nimiedades. Una mayor longevidad no presenta ninguna amenaza el crecimiento
económico ni a la sostenibilidad del sistema de pensiones, siempre que la edad
jubilatoria promedio aumente de manera coherente con ella. La estabilización de
la población reduce la presión sobre los activos ambientales, como las campiñas
que mantienen su belleza natural, más valoradas por la gente a medida que
aumentan sus ingresos.
Ciertamente,
una rápida disminución de la población crearía dificultades. Pero, si autores
como Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee están en lo cierto cuando dicen que la
tecnología de la información generará nuevas oportunidades para automatizar los
trabajos, la reducción gradual de la población podría ayudar a contrarrestar la
caída en la demanda de mano de obra, que de otra manera generaría desempleo y
una creciente desigualdad.
Por
otra parte, una mayor automatización podría implicar una enorme barrera al
desarrollo económico para los países que aún enfrentan un rápido crecimiento
poblacional. Al posibilitar la fabricación en empresas casi sin empleados en
las economías avanzadas, la automatización podría eliminar la vía del
crecimiento basado en las exportaciones que implementaron todas las economías
exitosas del este asiático. El elevado desempleo resultante, en especial entre
los hombres jóvenes, podría fomentar la inestabilidad política. La violencia
radical de ISIS tiene su origen en muchos factores, pero la triplicación de la
población en el norte de África y Oriente Medio durante los últimos 50 años es
ciertamente uno de ellos.
El
elevado desempleo sostenido en África y Oriente Medio, y la inestabilidad
política en muchos países, pueden hacer que la proyección de la ONU sobre la
caída de la población europea –de los 730 millones actuales a 640 en 2100–
resulte poco realista. Con la probabilidad de que la población africana aumente
en más de 3 mil millones durante los próximos 85 años, la Unión Europea podría
enfrentar una oleada migratoria que haría que los debates actuales sobre la
aceptación de cientos de miles de personas en busca de asilo parezcan
irrelevantes. La ONU supone una migración neta desde África de solo 34 millones
de personas durante el siglo: esto representa solo el 1 % del crecimiento
poblacional. El número real podría ser muchas veces superior.
En
consecuencia, la población europea –a diferencia, digamos, de la del este
asiático o incluso de la americana– bien puede continuar aumentando a lo largo
el siglo. Esto, dirán algunos, ayudará a solucionar «el problema del
envejecimiento europeo». Pero, dado que el «problema» del envejecimiento ha
sido exagerado y puede ser resuelto de otras maneras, la migración masiva puede
terminar socavando la capacidad de Europa para cosechar los beneficios de una
población estable o con una leve reducción.
Tanto
la mayor longevidad como la caída de las tasas de fertilidad son eventos
enormemente positivos para el bienestar humano. Incluso en los países con mayor
fertilidad, las tasas han caído, de seis niños o más por mujer en 1960 a tres o
cuatro en la actualidad. Cuanto antes lleguen las tasas de fertilidad a dos o
menos, mejor será para la humanidad.
Lograr
esta meta no requiere la inaceptable coerción de la política china de un solo
hijo; simplemente requiere mayores niveles de educación de la mujer, la oferta
sin restricciones de anticonceptivos y la libertad para que las mujeres tomen
sus propias decisiones reproductivas, sin presiones morales de autoridades
religiosas conservadoras ni de políticos que operan bajo la ilusión de que un
rápido crecimiento poblacional impulsará el éxito económico de sus países. Cada
vez que prevalecen estas condiciones, e independientemente de supuestas
profundas diferencias culturales –en Irán y Brasil al igual que en Corea– la
fertilidad se encuentra actualmente en los niveles de reemplazo o por debajo de
ellos.
Desafortunadamente,
esto no ocurre en muchos otros lugares. Garantizar que las mujeres sean libres
y reciban educación es por lejos el desafío demográfico más importante que el
mundo enfrenta en la actualidad. Preocuparse por la reducción de la población
que se avecina en los países avanzados es una distracción carente de sentido.
Adair
Turner, a former chairman of the United Kingdom’s Financial Services Authority
and former member of the UK’s Financial Policy Committee, is Chairman of the
Institute for New Economic Thinking. His book Between Debt and the Devil will
be published by Princeton University Press in fall 2015. Traducción al español
por Leopoldo Gurman.
Las
Naciones Unidas a los setenta años
Project
Syndicate | Jeffrey D. Sachs
Las
Naciones Unidas celebrarán su 70º aniversario cuando los dirigentes mundiales
se reúnan en su sede de Nueva York en el mes próximo. Aunque habrá mucho bombo
y platillos, éstos no reflejarán suficientemente el valor de las NN.UU. no sólo
como la más importante innovación política del siglo XX, sino también como el
mejor pacto sobre el planeta, pero, para que sigan desempeñando su excepcional
y decisivo papel en el siglo XXI, habrá que perfeccionarlas de tres modos
fundamentales.
Por
fortuna, hay muchos factores para motivar a los dirigentes mundiales a fin de
que hagan lo que deben. De hecho, las NN.UU. han tenido dos triunfos recientes
y hay dos más que se producirán antes del final de año.
El
primer triunfo es el acuerdo nuclear con el Irán. Este acuerdo, a veces mal
interpretado como si lo fuera entre el Irán y los Estados Unidos, es, en
realidad, entre el Irán y las NN.UU., representadas por los cinco miembros
permanentes del Consejo de Seguridad (China, Francia, Rusia, el Reino Unido y
los EE.UU.), más Alemania. Un diplomático iraní, al explicar por qué su país
cumplirá escrupulosamente el acuerdo, lo expuso muy expresivamente: “¿De verdad
cree usted que el Irán se atrevería a engañar a los propios cinco miembros
permanentes de Consejo de Seguridad de las NN.UU. que pueden decidir el destino
de nuestro país?”
El
segundo gran triunfo es la conclusión lograda, después de quince años, de
los Objetivos de Desarrollo del Milenio,
que han sustentado la mayor, más larga y más eficaz empresa mundial de reducción
de la pobreza jamás emprendida. Dos Secretarios Generales de las NN.UU. han
supervisado los ODM: Kofi Annan, quien los introdujo en 2000, y Ban Ki-moon,
que, tras suceder a Annan al comienzo de 2007, ha dirigido vigorosa y
eficazmente su consecución.
Los
ODM han engendrado unos avances impresionantes en materia de reducción de la
pobreza, salud pública, escolarización, igualdad entre los sexos en la
educación y otros sectores. Desde 1990 (la fecha de referencia para los
objetivos), la tasa mundial de pobreza extrema se ha reducido en más de la
mitad, es decir, que se ha cumplido el objetivo número uno del programa.
En
el mes próximo, los países miembros de las NN.UU., inspirados por el éxito de
los ODM, aprobarán los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), encaminados a
acabar con la pobreza extrema en todas sus formar y en todo el mundo, reducir
las desigualdades y velar por la sostenibilidad medioambiental de aquí a 2030.
Ese tercer triunfo de las NN.UU. de 2015 podría contribuir a la consecución del
cuarto: un acuerdo mundial sobre el control del clima, con los auspicios de la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el próximo
mes de diciembre en París.
El
valor preciso de la paz, la reducción de la pobreza y la cooperación medioambiental
que han hecho posible las NN.UU. es incalculable. Sin embargo, si hubiéramos de
expresarlo en términos monetarios, podríamos calcular su valor en billones de
dólares al año: al menos un porcentaje del PIB anual de la economía mundial de
100 billones de dólares.
Sin
embargo, el gasto en todos los órganos y las actividades de las NN.UU. –desde
la Secretaría y el Consejo de Seguridad hasta las operaciones de mantenimiento
de la paz, las reacciones de emergencia ante epidemias y las operaciones humanitarias
en caso de desastres naturales, hambrunas y refugiados– ascendieron a unos
45.000 millones de dólares en 2013, unos seis dólares por persona del planeta.
No se trata sólo de una ganga, sino que, además, es una inversión muy
insuficiente. Dada la necesidad en rápido aumento de cooperación mundial, las
NN.UU. no pueden mantenerse con su presupuesto actual.
En
vista de ello, la primera reforma que yo propondría es un aumento de la
financiación, en la que los países de renta alta contribuirían al menos con 40
dólares anuales por habitante, los países de renta media alta con ocho dólares,
los países de renta media baja con dos dólares y los países de renta baja con
un dólar. Con esas contribuciones, que ascienden al 0,1 por ciento,
aproximadamente, de la renta media por habitante del grupo, las NN.UU. tendrían
unos 75.000 millones de dólares anuales con los que fortalecer la calidad y el
alcance de unos programas decisivos, comenzando por los necesarios para la
consecución de los ODS. Una vez que el mundo se interne sólidamente por la vía
para la consecución de los ODS, disminuirá la necesidad de operaciones de
mantenimiento de la paz y de socorro de emergencia, pongamos por caso, al
hacerlo también el número y magnitud de los conflictos y, en el caso de los
desastres naturales, será más fácil prevenirlos o adelantarse a ellos.
Con
ello pasamos al segundo sector en importancia de reformas: el de velar por que
las NN.UU. estén preparadas para la nueva era del desarrollo sostenible.
Concretamente, las NN.UU. deben fortalecer su pericia en sectores como, por
ejemplo, los de la salud de los océanos, los sistemas de energía renovable, la
planificación urbana, la lucha contra las enfermedades, la innovación
tecnológica, las asociaciones público-privadas y la cooperación cultural
pacífica. Se deben fusionar o suprimir algunos programas de las NN.UU.,
mientras que se deben crear otros nuevos relativos a los ODS.
La
tercera reforma en importancia y acuciante es la gobernación de las NN.UU.,
empezando por el Consejo de Seguridad, cuya composición ya no refleja las
realidades geopolíticas mundiales. De hecho, ahora al Grupo de los Estados de
Europa Occidental y otros Estados le corresponden tres de los cinco miembros
permanentes (Francia, el Reino Unido y los EE.UU.). Queda sólo un puesto
permanente para el Grupo de los Estados de Europa Oriental, uno para el Grupo
de los Estados de Asia y el Pacífico (China) y ninguno para África o
Latinoamérica.
Los
puestos rotatorios en el Consejo de Seguridad no restablecen adecuadamente el
equilibro regional. Aun con dos de los diez puestos rotatorios del Consejo de
Seguridad, la región de Asia y el Pacífico sigue gravemente subrepresentada. La
región de Asia y el Pacífico representa el 55 por ciento, aproximadamente, de
la población del mundo y el 44 por ciento de su renta anual, pero tiene tan
sólo el 20 por ciento (tres de 15) de los puestos en el Consejo de Seguridad.
La
insuficiente representación de Asia plantea una grave amenaza para la
legitimidad de las NN.UU., que no hará sino aumentar al cobrar la región más
populosa y dinámica del mundo un papel mundial cada vez más importante. Una
posible forma de resolver ese problema sería la de añadir al menos cuatro
puestos asiáticos: uno permanente para la India, uno compartido por el Japón y
Corea del Sur (tal vez con una rotación de dos años y un año, respectivamente),
uno para los países de la ASEAN (que representaría al grupo como una sola
entidad) y un cuarto rotatorio entre los demás países asiáticos.
Al
entrar las NN.UU. en su octavo decenio, siguen inspirando a la Humanidad. La
Declaración Universal de Derechos Humanos sigue siendo la carta moral del mundo
y los ODS prometen ser nuevas guías para la cooperación con miras al desarrollo
mundial. Sin embargo, la capacidad de las NN.UU. para hacer realidad sus
inmensas posibilidades en un nuevo siglo estimulante requiere que sus Estados
Miembros sigan comprometidos con el apoyo a la Organización con los recursos,
el respaldo político y las reformas que esta nueva era exige.
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