Irán: los riesgos de una opción/Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
Publicado en LA VANGUARDIA, 31/01/2008;
Hace apenas unas semanas, una intervención militar estadounidense contra Irán antes del final del 2008 para desmantelar su programa nuclear constituía una notable probabilidad. Teherán no quería ceder a las demandas occidentales que le exigían poner término a su programa de enriquecimiento de uranio. Según numerosos expertos, Irán estaba a punto de franquear el umbral del proceder irreprochable y dotarse del arma nuclear.
George W. Bush no querría probablemente abandonar el poder dejando en herencia de su primer mandato la guerra de Iraq y de su segundo mandato un Irán nuclear. En agosto, acusó a Irán de cerner la amenaza de un holocausto nuclear y, a finales de octubre, hacía sonar la alarma contra el peligro de una tercera guerra mundial. Frente al fiasco de su política exterior, el presidente estadounidense podría haberse visto tentado de emprender una aventura militar contra Irán, una forma de intentar una salida de la crisis mediante una escalada. Sin embargo, el informe dado a conocer a principios de diciembre por los 16 organismos de inteligencia estadounidenses modificó sensiblemente el panorama. El documento (National Intelligence Estimate) da cuenta de un consenso sobre la cuestión según el cual los organismos citados afirman que Irán suspendió su programa de armamento nuclear a finales del 2003. Juzgan igualmente que Irán no se hallará en condiciones de fabricar un arma nuclear - en caso de reanudar su programa- antes del 2015. George W. Bush, sin embargo, ha reiterado tras la publicación del informe que “Irán era, es y será peligroso” si se dota del arma nuclear.
El mensaje de los organismos de inteligencia es, pues, diáfano: no quieren cargar con la responsabilidad de una guerra contra Irán como se les cargó la relativa a Iraq. Acusados de numerosas maniobras sesgadas durante la guerra fría, la CIA y los demás organismos de inteligencia surgen ahora sorprendentemente como factores de moderación en el seno del dispositivo estratégico estadounidense. El debate incluye, de hecho, tanto a los neoconservadores que con demasiada frecuencia tienden a prescindir de los hechos en beneficio de las ideologías, como a las figuras más realistas de la Administración estadounidense a cuyos ojos el examen y análisis de los hechos y las realidades no implica automáticamente una actitud de renuncia o abandono.
El informe ha sorprendido asimismo a franceses y británicos - que suscribían la actitud de mayor firmeza con respecto a Irán- con el paso cambiado. Los servicios secretos israelíes se desmarcan, por otra parte, del informe estadounidense y consideran que Irán no ha suspendido su programa nuclear o que lo ha reanudado. En una palabra, que la opción militar no debe eliminarse en ningún caso sino que, por el contrario, debe considerarse más que nunca. Sin embargo, el asunto resulta extraordinariamente delicado para el Estado hebreo. Tras la publicación de los libros del ex presidente Jimmy Carter Paz, no apartheid y de los profesores Mearsheimer y Walt sobre el grupo de presión proisraelí y la política exterior estadounidense, se ha entreabierto al menos el debate - en otros tiempos proscrito o evitado- sobre una posible discrepancia entre los intereses nacionales estadounidenses e israelíes. Empiezan así a levantarse voces sobre la paz estratégica que Washington debe pagar por su apoyo - incluso su seguidismo- a Israel. Y en el caso del Estado hebreo no deja de ser una cuestión delicada la sensación de que quiera forzar a Washington a lanzarse a una guerra contra Irán. Si esta fuera mal, el resultado sería catastrófico y no sólo para Estados Unidos sino también para la relación entre Israel y Estados Unidos. Desde el momento en que los servicios estadounidenses desmienten la inminencia de un peligro, es mucho más difícil abogar a favor de una solución militar adoptada prácticamente con urgencia. Porque lo que dicen los organismos de inteligencia es que queda tiempo para negociar. Israel, en tal caso, correría un gran riesgo al aparecer como el responsable de una guerra en absoluto indispensable.
Es sabido que una guerra, aun de operaciones o ataques limitados, no acarrearía efectos limitados. Sería una catástrofe que afectaría no sólo a todo el Golfo sino que tendría asimismo repercusiones estratégicas catastróficas a escala mundial. El acceso de Irán al arma nuclear entrañaría, en efecto, una importante modificación del marco geopolítico. Israel dejaría de poseer el monopolio nuclear en Oriente Medio, y además los vecinos árabes de Irán se preocuparían - legítimamente- a la vista del nuevo dato en su perjuicio. Ahora bien, para evitarlo más vale elegir la opción coreana en lugar de la iraquí: no una guerra, sino una negociación con garantías fehacientes de que el objetivo no estriba en imponer desde fuera un cambio de régimen
George W. Bush no querría probablemente abandonar el poder dejando en herencia de su primer mandato la guerra de Iraq y de su segundo mandato un Irán nuclear. En agosto, acusó a Irán de cerner la amenaza de un holocausto nuclear y, a finales de octubre, hacía sonar la alarma contra el peligro de una tercera guerra mundial. Frente al fiasco de su política exterior, el presidente estadounidense podría haberse visto tentado de emprender una aventura militar contra Irán, una forma de intentar una salida de la crisis mediante una escalada. Sin embargo, el informe dado a conocer a principios de diciembre por los 16 organismos de inteligencia estadounidenses modificó sensiblemente el panorama. El documento (National Intelligence Estimate) da cuenta de un consenso sobre la cuestión según el cual los organismos citados afirman que Irán suspendió su programa de armamento nuclear a finales del 2003. Juzgan igualmente que Irán no se hallará en condiciones de fabricar un arma nuclear - en caso de reanudar su programa- antes del 2015. George W. Bush, sin embargo, ha reiterado tras la publicación del informe que “Irán era, es y será peligroso” si se dota del arma nuclear.
El mensaje de los organismos de inteligencia es, pues, diáfano: no quieren cargar con la responsabilidad de una guerra contra Irán como se les cargó la relativa a Iraq. Acusados de numerosas maniobras sesgadas durante la guerra fría, la CIA y los demás organismos de inteligencia surgen ahora sorprendentemente como factores de moderación en el seno del dispositivo estratégico estadounidense. El debate incluye, de hecho, tanto a los neoconservadores que con demasiada frecuencia tienden a prescindir de los hechos en beneficio de las ideologías, como a las figuras más realistas de la Administración estadounidense a cuyos ojos el examen y análisis de los hechos y las realidades no implica automáticamente una actitud de renuncia o abandono.
El informe ha sorprendido asimismo a franceses y británicos - que suscribían la actitud de mayor firmeza con respecto a Irán- con el paso cambiado. Los servicios secretos israelíes se desmarcan, por otra parte, del informe estadounidense y consideran que Irán no ha suspendido su programa nuclear o que lo ha reanudado. En una palabra, que la opción militar no debe eliminarse en ningún caso sino que, por el contrario, debe considerarse más que nunca. Sin embargo, el asunto resulta extraordinariamente delicado para el Estado hebreo. Tras la publicación de los libros del ex presidente Jimmy Carter Paz, no apartheid y de los profesores Mearsheimer y Walt sobre el grupo de presión proisraelí y la política exterior estadounidense, se ha entreabierto al menos el debate - en otros tiempos proscrito o evitado- sobre una posible discrepancia entre los intereses nacionales estadounidenses e israelíes. Empiezan así a levantarse voces sobre la paz estratégica que Washington debe pagar por su apoyo - incluso su seguidismo- a Israel. Y en el caso del Estado hebreo no deja de ser una cuestión delicada la sensación de que quiera forzar a Washington a lanzarse a una guerra contra Irán. Si esta fuera mal, el resultado sería catastrófico y no sólo para Estados Unidos sino también para la relación entre Israel y Estados Unidos. Desde el momento en que los servicios estadounidenses desmienten la inminencia de un peligro, es mucho más difícil abogar a favor de una solución militar adoptada prácticamente con urgencia. Porque lo que dicen los organismos de inteligencia es que queda tiempo para negociar. Israel, en tal caso, correría un gran riesgo al aparecer como el responsable de una guerra en absoluto indispensable.
Es sabido que una guerra, aun de operaciones o ataques limitados, no acarrearía efectos limitados. Sería una catástrofe que afectaría no sólo a todo el Golfo sino que tendría asimismo repercusiones estratégicas catastróficas a escala mundial. El acceso de Irán al arma nuclear entrañaría, en efecto, una importante modificación del marco geopolítico. Israel dejaría de poseer el monopolio nuclear en Oriente Medio, y además los vecinos árabes de Irán se preocuparían - legítimamente- a la vista del nuevo dato en su perjuicio. Ahora bien, para evitarlo más vale elegir la opción coreana en lugar de la iraquí: no una guerra, sino una negociación con garantías fehacientes de que el objetivo no estriba en imponer desde fuera un cambio de régimen
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