Columna Estrictamente Personal/Raymundo Riva Palacio
El síndrome de Saigón
www.ejecentral.com.mx; 12/03/2009;
Sí, contra lo que sostiene el gobierno federal, los políticos, los empresarios y un número
impresionante de analistas, México es un Estado fallido. Como el gobierno de Pakistán, el mexicano es débil al haber perdido control sobre algunos segmentos de su territorio, lo que genera ingobernabilidad y se minan los procesos de democratización, creando santuarios para el crimen organizado y perdiendo en control sobre la sustentabilidad económica. En Pakistán, el terrorismo vinculado a los servicios de inteligencia, tiene en permanente jaque al gobierno; en México, el narcotráfico vinculado a estructuras políticas y policiales, tiene en jaque permanente al gobierno. En ambos, hay segmentos de la sociedad que han optado por el lado del mal. ¿O no es esta una realidad plena?
Con palabras y discursos, o a sombrerazos y enojones, no se resuelve nada y sólo contribuye al griterío. Más aún, abona en el descrédito. El gobierno del presidente Felipe Calderón está reaccionando negativamente a una fuerza que él mismo disparó: la cruzada contra el narcotráfico. El Presidente la elevó rápidamente de lucha, como siempre lo fue, al rango de guerra, sin plantear los términos y los tiempos de esta guerra. Esta palabra era agresiva y mostraba determinación, pero tenía cimientos endebles que no fueron evaluados adecuadamente en el momento en que, espotáneamente, por instinto bravucón, el Presidente decidió que esa sería la definición de la política que en un principio le generó réditos en popularidad.
Sobre puntos porcentuales que no ganó en la elección presidencial, hizo del tema de la seguridad y la guerra contra el narcotráfico el gran eje de su discurso, que montó irresponsablemente sobre el triunfalismo, construyendo la expectativa de que la victoria sería pronta y total. Al descubrir por la vía de los hechos que la batalla sería a largo plazo, que era mucho más compleja de lo que evidentemente había avizorado, que los efectos colaterales se multiplicarían, añadió enemigos a sus flancos abiertos al justificar sus limitaciones con el argumento -por lo demás real-, de que el problema tenía raíces crecidas por lustros. La combinación de yerros semánticos y excesos retóricos socializó e internacionalizó el fenómeno. Es cierto que el Presidente tuvo un fenomenal éxito en hacer que el mundo volteara a ver lo que estaba sucediendo en México, con violencia rampante, decapitados, secuestros, corrupción masiva, ineficacias policiales y territorios perdidos. Pero eso ya no le gustó.
Logró la atención del mundo y de Estados Unidos, desde donde se recetó la definición de México y Pakistán como “estados fallidos”, ubicándolos en la máxima prioridad de la seguridad nacional. Calderón rechazó tajantemente la descripción, como sucedió con toda la clase gobernante y prácticamente la totalidad de la ilustrada, a quienes no les gustó esa categorización del país. Pero el Presidente, como la voz cantante nacional, no ha terminado de comprender que él mismo contribuye directamente a esa categoría cuando afirma que, en efecto, hay “bolsas territoriales” en poder del narcotráfico. Pero sólo son algunas, y en algunos lados, como redondeó la canciller Patricia Espinosa cuando declaró que el problema se ubica en seis estados. En la razón de sus matices y precisiones se encuentra la explicación de su imposible defensa contra el argumento del Estado fallido.
Si hay “bolsas territoriales” en poder del narco es porque el Estado no tiene control sobre de ellas. Si se aplica en rigor la definición de “guerra” de Calderón, lo que estamos viviendo es una guerra civil, por lo que esas “bolsas” serían el equivalente a “zonas liberadas” por un ejército rebelde que le ha quitado espacios al gobierno. En el caso mexicano, los funcionarios han tratado de desmontar las primeras aseveraciones de las bolsas territoriales, señalando que en todo el país hay presencia del Estado. Es cierto, pero una vez más en la lógica guerrerista de Calderón, se podría alegar a una especie de síndrome de Saigón, durante la guerra de Vietnam, donde durante el día pertenecía la ciudad a las tropas estadounidenses y de noche al Vietcong.
México y el gobierno mexicano viven más cerca del síndrome de Saigón que el de la Revolución Sandinista, donde el ejército rebelde arrebataba territorio a la dictadura somocista sin que la pudiera recuperar jamás. Aquí comparten los territorios el gobierno y el narco, pero no necesariamente las lealtades de las estructuras políticas, policiales y de la sociedad misma. En sólo dos estados, Michoacán y Tamaulipas -que no lo mencionó la canciller entre las entidades en guerra- hay más de 80 municipios donde la autoridad fue impuesta y trabaja para los cárteles de la droga. En total, son alrededor de 120 donde funcionarios admiten que se encuentran bajo el control de los narcos. El dinero del narcotráfico ha pagado campañas políticas.
En Tabasco -que tampoco mencionó la canciller-, los cárteles dominan las policías locales; en toda la frontera, policías municipales trabajan para un cártel y las estatales para el otro, en una dinámica que se ha arrastrado por años. ¿Se olvidó también que la SIEDO, la subprocuraduría encargada de combatir al narcotráfico, estaba dedicada a resolver los problemas de los diferentes cárteles para evitar que sus líderes fueran perseguidos hasta hace unos cuantos meses? Hay personas sobre quienes penden sospechas de ligas al narco, que están buscando una diputación; hay jefes policiales que abrieron las puertas a Los Zetas en el estado de México, contratadas ahora por otros estados en el norte del país. Hay muchas comunidades en depresión económica no por la crisis, sino porque el dinero del narco ya no fluye como antes -en abono de los avances en la lucha contra los cárteles-, lo que demuestra que la sustentabilidad económica no dependía del gobierno sino del narcotráfico.
La reiteración de la categoría impuesta por Estados Unidos no se va a evaporar porque así lo quiera el presidente Calderón. La realidad es que México sí tiene un problema muy serio que resolver, no sólo a nivel gobierno federal por cierto, antes de que el Estado fallido como se caracteriza ahora a este país, pase a ser un “narco Estado“, como están vislumbrando en Washington que pudiera suceder, donde las medidas políticas y militares cambiarían en ese momento de intensidad y aplicación. Hay que dejar de llorar tanto y actuar en las cosas de fondo, como proceder contra todos aquellos funcionarios, jefes policiacos y empresarios que protegen y lucran del narco. Es un buen punto de partida. Y una muestra de que las cosas si van en serio.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
El síndrome de Saigón
www.ejecentral.com.mx; 12/03/2009;
Sí, contra lo que sostiene el gobierno federal, los políticos, los empresarios y un número
impresionante de analistas, México es un Estado fallido. Como el gobierno de Pakistán, el mexicano es débil al haber perdido control sobre algunos segmentos de su territorio, lo que genera ingobernabilidad y se minan los procesos de democratización, creando santuarios para el crimen organizado y perdiendo en control sobre la sustentabilidad económica. En Pakistán, el terrorismo vinculado a los servicios de inteligencia, tiene en permanente jaque al gobierno; en México, el narcotráfico vinculado a estructuras políticas y policiales, tiene en jaque permanente al gobierno. En ambos, hay segmentos de la sociedad que han optado por el lado del mal. ¿O no es esta una realidad plena?
Con palabras y discursos, o a sombrerazos y enojones, no se resuelve nada y sólo contribuye al griterío. Más aún, abona en el descrédito. El gobierno del presidente Felipe Calderón está reaccionando negativamente a una fuerza que él mismo disparó: la cruzada contra el narcotráfico. El Presidente la elevó rápidamente de lucha, como siempre lo fue, al rango de guerra, sin plantear los términos y los tiempos de esta guerra. Esta palabra era agresiva y mostraba determinación, pero tenía cimientos endebles que no fueron evaluados adecuadamente en el momento en que, espotáneamente, por instinto bravucón, el Presidente decidió que esa sería la definición de la política que en un principio le generó réditos en popularidad.
Sobre puntos porcentuales que no ganó en la elección presidencial, hizo del tema de la seguridad y la guerra contra el narcotráfico el gran eje de su discurso, que montó irresponsablemente sobre el triunfalismo, construyendo la expectativa de que la victoria sería pronta y total. Al descubrir por la vía de los hechos que la batalla sería a largo plazo, que era mucho más compleja de lo que evidentemente había avizorado, que los efectos colaterales se multiplicarían, añadió enemigos a sus flancos abiertos al justificar sus limitaciones con el argumento -por lo demás real-, de que el problema tenía raíces crecidas por lustros. La combinación de yerros semánticos y excesos retóricos socializó e internacionalizó el fenómeno. Es cierto que el Presidente tuvo un fenomenal éxito en hacer que el mundo volteara a ver lo que estaba sucediendo en México, con violencia rampante, decapitados, secuestros, corrupción masiva, ineficacias policiales y territorios perdidos. Pero eso ya no le gustó.
Logró la atención del mundo y de Estados Unidos, desde donde se recetó la definición de México y Pakistán como “estados fallidos”, ubicándolos en la máxima prioridad de la seguridad nacional. Calderón rechazó tajantemente la descripción, como sucedió con toda la clase gobernante y prácticamente la totalidad de la ilustrada, a quienes no les gustó esa categorización del país. Pero el Presidente, como la voz cantante nacional, no ha terminado de comprender que él mismo contribuye directamente a esa categoría cuando afirma que, en efecto, hay “bolsas territoriales” en poder del narcotráfico. Pero sólo son algunas, y en algunos lados, como redondeó la canciller Patricia Espinosa cuando declaró que el problema se ubica en seis estados. En la razón de sus matices y precisiones se encuentra la explicación de su imposible defensa contra el argumento del Estado fallido.
Si hay “bolsas territoriales” en poder del narco es porque el Estado no tiene control sobre de ellas. Si se aplica en rigor la definición de “guerra” de Calderón, lo que estamos viviendo es una guerra civil, por lo que esas “bolsas” serían el equivalente a “zonas liberadas” por un ejército rebelde que le ha quitado espacios al gobierno. En el caso mexicano, los funcionarios han tratado de desmontar las primeras aseveraciones de las bolsas territoriales, señalando que en todo el país hay presencia del Estado. Es cierto, pero una vez más en la lógica guerrerista de Calderón, se podría alegar a una especie de síndrome de Saigón, durante la guerra de Vietnam, donde durante el día pertenecía la ciudad a las tropas estadounidenses y de noche al Vietcong.
México y el gobierno mexicano viven más cerca del síndrome de Saigón que el de la Revolución Sandinista, donde el ejército rebelde arrebataba territorio a la dictadura somocista sin que la pudiera recuperar jamás. Aquí comparten los territorios el gobierno y el narco, pero no necesariamente las lealtades de las estructuras políticas, policiales y de la sociedad misma. En sólo dos estados, Michoacán y Tamaulipas -que no lo mencionó la canciller entre las entidades en guerra- hay más de 80 municipios donde la autoridad fue impuesta y trabaja para los cárteles de la droga. En total, son alrededor de 120 donde funcionarios admiten que se encuentran bajo el control de los narcos. El dinero del narcotráfico ha pagado campañas políticas.
En Tabasco -que tampoco mencionó la canciller-, los cárteles dominan las policías locales; en toda la frontera, policías municipales trabajan para un cártel y las estatales para el otro, en una dinámica que se ha arrastrado por años. ¿Se olvidó también que la SIEDO, la subprocuraduría encargada de combatir al narcotráfico, estaba dedicada a resolver los problemas de los diferentes cárteles para evitar que sus líderes fueran perseguidos hasta hace unos cuantos meses? Hay personas sobre quienes penden sospechas de ligas al narco, que están buscando una diputación; hay jefes policiales que abrieron las puertas a Los Zetas en el estado de México, contratadas ahora por otros estados en el norte del país. Hay muchas comunidades en depresión económica no por la crisis, sino porque el dinero del narco ya no fluye como antes -en abono de los avances en la lucha contra los cárteles-, lo que demuestra que la sustentabilidad económica no dependía del gobierno sino del narcotráfico.
La reiteración de la categoría impuesta por Estados Unidos no se va a evaporar porque así lo quiera el presidente Calderón. La realidad es que México sí tiene un problema muy serio que resolver, no sólo a nivel gobierno federal por cierto, antes de que el Estado fallido como se caracteriza ahora a este país, pase a ser un “narco Estado“, como están vislumbrando en Washington que pudiera suceder, donde las medidas políticas y militares cambiarían en ese momento de intensidad y aplicación. Hay que dejar de llorar tanto y actuar en las cosas de fondo, como proceder contra todos aquellos funcionarios, jefes policiacos y empresarios que protegen y lucran del narco. Es un buen punto de partida. Y una muestra de que las cosas si van en serio.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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