¿Acaso el 11-M no se fijó en Bruselas?/Fernando Reinares, actualmente prepara un libro sobre el 11-M titulado Operación Trenes de la Muerte.
Publicado en EL PAÍS (www.elpais.com), 11/03/09;
En Bruselas, sí. No en el barrio de Lavapiés ni en Morata de Tajuña. Fue cuando, casi cinco meses antes de que se produjeran los atentados de 2004 en Madrid, alguien adquirió una tarjeta prepago y facilitó para ello una serie de datos falsos, entre los que figuraba como fecha de nacimiento la del 11 de marzo de 1921.
Es significativo que en la azora 21 del Corán pueda leerse: “Si los infieles conocieran el momento en que no podrán apartar el fuego de sus rostros, ni de sus espaldas…”. Además, dicha compra, y por tanto la fijación del 11-M, tuvo lugar el 19 de octubre de 2003. Al día siguiente -ni uno antes, ni uno después- de que un canal qatarí de televisión emitiese un vídeo en el que Osama Bin Laden amenazaba a varios países occidentales, mencionando de manera expresa a España. Una circunstancia asimismo muy reveladora.
Importa aclarar que la aludida tarjeta prepago estaba inserta en el terminal de telefonía móvil encontrado en el dormitorio de la vivienda en que residía -insisto, en Bruselas- Youssef Belhadj, actualmente condenado a 12 años de prisión.
Constato de manera habitual que la inmensa mayoría de los asistentes a conferencias y seminarios en los que se habla del tema desconoce tanto ésas como otras evidencias fundamentales acerca de los terroristas que intervinieron en la planificación y ejecución del 11-M. Quizá por haber estado durante largo tiempo enredados en un debate excéntrico, elucidando si ETA estaba o no implicada en esos trágicos hechos, ha pasado desapercibido lo que los atentados de Madrid indican sobre la configuración del terrorismo global tras los del 11-S en Nueva York y Washington, o sobre la evolución de la amenaza que continuamos afrontando.
Cinco años después, mi impresión es que gran parte de los españoles sigue pensando que lo sucedido aquel infame día en los trenes de cercanías que circulaban hacia la estación de Atocha fue obra de una pequeña célula, constituida de manera espontánea y formada por inmigrantes magrebíes mal adaptados a nuestra sociedad, radicalizados a sí mismos y sin conexiones internacionales de importancia. Pero las cosas no son así.
En primer lugar, entre los implicados en los atentados del 11-M hay varios individuos, como Jamal Zougam y Serhane Ben Abdelmajid Fhaket, El Tunecino, o el huido Said Berraj, que estuvieron integrados en la célula de Al Qaeda establecida en España a inicios de los noventa o mantenían estrechos vínculos con su dirigente, hoy en prisión, Abu Dahdah. Éste quedó al frente de la célula cuando el más notorio de sus fundadores, Abu Musab al Suri, dejó Madrid para trasladarse primero a Londres, donde desarrolló labores doctrinales junto a Abu Qutada, y luego a Afganistán, donde en 1996 era ya miembro del círculo inmediato de Osama Bin Laden.
Esa célula fue sustancialmente desmantelada por la policía en el otoño de 2001, al constatarse su trabazón con la de Hamburgo, la de los suicidas del 11-S, alguno de los cuales estuvo poco antes en nuestro país. Ni aquellos tres individuos ni otros cercanos a ellos encajan en el perfil propio de unos terroristas que constituyen su propia célula local e independiente de manera espontánea, una vez radicalizados a sí mismos.
Al aproximarnos a la identidad de los condenados en sumarios abiertos por los atentados de Madrid se distinguen, en segundo lugar, dos destacados miembros del Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM), formado hacia 1993 en Peshawar, Pakistán, y afiliado con Al Qaeda. En su campo de adiestramiento de Jalalabad, Afganistán, se enseñaba a utilizar móviles en explosiones simultáneas. A inicios de 2002, esa organización terrorista y otras dos norteafricanas de la misma orientación -como el Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL), alguno de cuyos notables entró en contacto con uno de los terroristas de Madrid- acordaron atentar en los países de donde procedían sus integrantes o en los que residieran.
Los atentados de Casablanca se produjeron en mayo de 2003 y los del 11-M en Madrid, diez meses después. Las redes terroristas de ambos casos se solapan parcialmente. Hassan el Haski, condenado aquí a 14 años, lo ha sido a 10 por lo ocurrido en aquella ciudad marroquí. Ningún miembro del GICM es, por definición, componente de una célula local surgida espontáneamente y carente de conexiones internacionales.
En tercer lugar, envuelto en el 11-M encontramos a un antiguo militante de la Yihad Islámica Egipcia (YIE), que en 2001, siendo su líder Ayman al Zawahiri, el actual lugarteniente de Osama Bin Laden, se fusionó con Al Qaeda. Hablo de Rabei Osman Es Sayed Ahmed, Mohamed el Egipcio, un notorio emprendedor de iniciativas a favor de Al Qaeda y el terrorismo global desde 1999 en Alemania, Francia, Italia, Bélgica y España, donde están acreditados sus ligámenes con algunos de quienes cometieron los atentados de Madrid. Por estos hechos fue condenado en Italia a ocho años de prisión.
Una investigación del Federal Bureau of Investigation (FBI) estadounidense, solicitada por las autoridades italianas, puso de manifiesto que, el 4 de febrero de 2004, es decir, cinco semanas antes del 11-M, El Egipcio activó por primera vez la dirección de correo electrónico que utilizaba normalmente, introduciendo en el formulario de registro un nombre imaginario, con domicilio ficticio y supuestamente nacido el 11 de marzo de 1970. Ocurrió en Milán. No en el barrio de Lavapiés ni en Morata de Tajuña.
Ciertamente, si repasamos el listado de cuantos han sido condenados por los atentados del 11-M o se suicidaron en Leganés el 3 de abril de 2004, hallamos unos cuantos marroquíes, originarios de ciudades como Tánger y Tetuán, inmersos en la delincuencia común y el narcotráfico, liderados por Jamal Ahmidan, El Chino.
Pero fueron expresamente movilizados para participar en los atentados y no constituyeron célula alguna de manera espontánea ni se radicalizaron solos. En cualquier caso, los rasgos comunes a estas personas son relativamente distintivos respecto al conjunto de quienes participaron en los atentados de Madrid y no debe tomarse esta parte por un todo más diverso. A la hora de explicar el amalgamiento de esos individuos caracterizados por su previa trayectoria delictiva con otros inmersos desde hacía mucho tiempo en grupos y organizaciones terroristas afines a Al Qaeda, dentro y fuera del territorio español, es preciso aludir a ligámenes afectivos de amistad, vecindad o parentesco que vinculaban entre sí a no pocos de estos terroristas.
A todo ello debe añadirse que Al Qaeda se hizo responsable de los atentados mediante un comunicado enviado el mismo día por las Brigadas de Abu Hafs al Masri al periódico en lengua árabe que es su destinatario habitual desde hace más de una década, donde fue validado.
Los escondidos en el piso de Leganés siguieron las directrices transmitidas posteriormente con esa rúbrica. Sin olvidar que, según todo indica, los terroristas del 11-M huidos recibieron ayuda no sólo del GICM, sino de Ansar al Islam y el entramado de Al Qaeda en Irak. Alguno de ellos cometió un atentado suicida en este país.
En suma, no parece que los atentados de Madrid fuesen obra de una célula local surgida espontáneamente y formada por un puñado de inmigrantes musulmanes radicalizados a sí mismos. Incluso que el 11-M ocurriese exactamente 911 días después del 9-11 -es decir, el 11-S- resultaría en exceso sofisticado para una camada así. Evidencias como las reseñadas y numerosas otras sugieren una realidad más compleja, que lo es también para una amenaza que persiste.
Es significativo que en la azora 21 del Corán pueda leerse: “Si los infieles conocieran el momento en que no podrán apartar el fuego de sus rostros, ni de sus espaldas…”. Además, dicha compra, y por tanto la fijación del 11-M, tuvo lugar el 19 de octubre de 2003. Al día siguiente -ni uno antes, ni uno después- de que un canal qatarí de televisión emitiese un vídeo en el que Osama Bin Laden amenazaba a varios países occidentales, mencionando de manera expresa a España. Una circunstancia asimismo muy reveladora.
Importa aclarar que la aludida tarjeta prepago estaba inserta en el terminal de telefonía móvil encontrado en el dormitorio de la vivienda en que residía -insisto, en Bruselas- Youssef Belhadj, actualmente condenado a 12 años de prisión.
Constato de manera habitual que la inmensa mayoría de los asistentes a conferencias y seminarios en los que se habla del tema desconoce tanto ésas como otras evidencias fundamentales acerca de los terroristas que intervinieron en la planificación y ejecución del 11-M. Quizá por haber estado durante largo tiempo enredados en un debate excéntrico, elucidando si ETA estaba o no implicada en esos trágicos hechos, ha pasado desapercibido lo que los atentados de Madrid indican sobre la configuración del terrorismo global tras los del 11-S en Nueva York y Washington, o sobre la evolución de la amenaza que continuamos afrontando.
Cinco años después, mi impresión es que gran parte de los españoles sigue pensando que lo sucedido aquel infame día en los trenes de cercanías que circulaban hacia la estación de Atocha fue obra de una pequeña célula, constituida de manera espontánea y formada por inmigrantes magrebíes mal adaptados a nuestra sociedad, radicalizados a sí mismos y sin conexiones internacionales de importancia. Pero las cosas no son así.
En primer lugar, entre los implicados en los atentados del 11-M hay varios individuos, como Jamal Zougam y Serhane Ben Abdelmajid Fhaket, El Tunecino, o el huido Said Berraj, que estuvieron integrados en la célula de Al Qaeda establecida en España a inicios de los noventa o mantenían estrechos vínculos con su dirigente, hoy en prisión, Abu Dahdah. Éste quedó al frente de la célula cuando el más notorio de sus fundadores, Abu Musab al Suri, dejó Madrid para trasladarse primero a Londres, donde desarrolló labores doctrinales junto a Abu Qutada, y luego a Afganistán, donde en 1996 era ya miembro del círculo inmediato de Osama Bin Laden.
Esa célula fue sustancialmente desmantelada por la policía en el otoño de 2001, al constatarse su trabazón con la de Hamburgo, la de los suicidas del 11-S, alguno de los cuales estuvo poco antes en nuestro país. Ni aquellos tres individuos ni otros cercanos a ellos encajan en el perfil propio de unos terroristas que constituyen su propia célula local e independiente de manera espontánea, una vez radicalizados a sí mismos.
Al aproximarnos a la identidad de los condenados en sumarios abiertos por los atentados de Madrid se distinguen, en segundo lugar, dos destacados miembros del Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM), formado hacia 1993 en Peshawar, Pakistán, y afiliado con Al Qaeda. En su campo de adiestramiento de Jalalabad, Afganistán, se enseñaba a utilizar móviles en explosiones simultáneas. A inicios de 2002, esa organización terrorista y otras dos norteafricanas de la misma orientación -como el Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL), alguno de cuyos notables entró en contacto con uno de los terroristas de Madrid- acordaron atentar en los países de donde procedían sus integrantes o en los que residieran.
Los atentados de Casablanca se produjeron en mayo de 2003 y los del 11-M en Madrid, diez meses después. Las redes terroristas de ambos casos se solapan parcialmente. Hassan el Haski, condenado aquí a 14 años, lo ha sido a 10 por lo ocurrido en aquella ciudad marroquí. Ningún miembro del GICM es, por definición, componente de una célula local surgida espontáneamente y carente de conexiones internacionales.
En tercer lugar, envuelto en el 11-M encontramos a un antiguo militante de la Yihad Islámica Egipcia (YIE), que en 2001, siendo su líder Ayman al Zawahiri, el actual lugarteniente de Osama Bin Laden, se fusionó con Al Qaeda. Hablo de Rabei Osman Es Sayed Ahmed, Mohamed el Egipcio, un notorio emprendedor de iniciativas a favor de Al Qaeda y el terrorismo global desde 1999 en Alemania, Francia, Italia, Bélgica y España, donde están acreditados sus ligámenes con algunos de quienes cometieron los atentados de Madrid. Por estos hechos fue condenado en Italia a ocho años de prisión.
Una investigación del Federal Bureau of Investigation (FBI) estadounidense, solicitada por las autoridades italianas, puso de manifiesto que, el 4 de febrero de 2004, es decir, cinco semanas antes del 11-M, El Egipcio activó por primera vez la dirección de correo electrónico que utilizaba normalmente, introduciendo en el formulario de registro un nombre imaginario, con domicilio ficticio y supuestamente nacido el 11 de marzo de 1970. Ocurrió en Milán. No en el barrio de Lavapiés ni en Morata de Tajuña.
Ciertamente, si repasamos el listado de cuantos han sido condenados por los atentados del 11-M o se suicidaron en Leganés el 3 de abril de 2004, hallamos unos cuantos marroquíes, originarios de ciudades como Tánger y Tetuán, inmersos en la delincuencia común y el narcotráfico, liderados por Jamal Ahmidan, El Chino.
Pero fueron expresamente movilizados para participar en los atentados y no constituyeron célula alguna de manera espontánea ni se radicalizaron solos. En cualquier caso, los rasgos comunes a estas personas son relativamente distintivos respecto al conjunto de quienes participaron en los atentados de Madrid y no debe tomarse esta parte por un todo más diverso. A la hora de explicar el amalgamiento de esos individuos caracterizados por su previa trayectoria delictiva con otros inmersos desde hacía mucho tiempo en grupos y organizaciones terroristas afines a Al Qaeda, dentro y fuera del territorio español, es preciso aludir a ligámenes afectivos de amistad, vecindad o parentesco que vinculaban entre sí a no pocos de estos terroristas.
A todo ello debe añadirse que Al Qaeda se hizo responsable de los atentados mediante un comunicado enviado el mismo día por las Brigadas de Abu Hafs al Masri al periódico en lengua árabe que es su destinatario habitual desde hace más de una década, donde fue validado.
Los escondidos en el piso de Leganés siguieron las directrices transmitidas posteriormente con esa rúbrica. Sin olvidar que, según todo indica, los terroristas del 11-M huidos recibieron ayuda no sólo del GICM, sino de Ansar al Islam y el entramado de Al Qaeda en Irak. Alguno de ellos cometió un atentado suicida en este país.
En suma, no parece que los atentados de Madrid fuesen obra de una célula local surgida espontáneamente y formada por un puñado de inmigrantes musulmanes radicalizados a sí mismos. Incluso que el 11-M ocurriese exactamente 911 días después del 9-11 -es decir, el 11-S- resultaría en exceso sofisticado para una camada así. Evidencias como las reseñadas y numerosas otras sugieren una realidad más compleja, que lo es también para una amenaza que persiste.
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