Escocia:
no confundir el triunfo del ‘no’ con la derrota del independentismo/
Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo.
El
Mundo | 21 de septiembre de 2014
¿Han
desaparecido nuestros problemas con la clara victoria del ‘no’ en el referéndum
de Escocia? ¿Será suficiente ese jarro de agua fría al independentismo para
congelar las pretensiones secesionistas de Artur Mas y Oriol Junqueras?
Quien
piense que la derrota de Salmond -¡qué ejemplo le ha dado a Mas con su
dimisión!- es la vacuna definitiva contra los movimientos nacionalistas que
ponen en peligro el proceso de construcción europea se equivoca.
Londres
ha ganado tiempo. La UE ha ganado tiempo. Nada más.
Lo
que ocurre en Escocia, como lo que está pasando en Cataluña, es la confluencia
de un proceso de rechazo a la globalización, a la uniformidad en busca de la identidad
propia, con el hartazgo hacia las políticas de recortes obligadas por una
durísima recesión económica. Si a ese gran reto político le añadimos una
gestión política desastrosa, caracterizada por la soberbia, el desprecio hacia
lo que piensan los jóvenes y la ignorancia sobre la trascendencia de las redes
sociales, entonces tendremos una explicación del auge del independentismo.
Una
parte importante de los votantes del sí en Escocia (1,6 millones) no ha acudido
a votar por razones históricas o culturales, lo ha hecho porque está cansada de
la supremacía de Londres, porque creía que votando sí le daba una patada a los
conservadores de Cameron, y porque creía que, separándose del Reino Unido, iba
a vivir mejor.
Con
los procesos secesionistas pasa como con las encuestas de valoración de los
líderes políticos. El rechazo une más que la simpatía. Por eso Rajoy sale tan
mal parado.
Eso
lo saben Mas y Junqueras, y por eso han diseñado un modelo en el que suman
apoyos que nunca tendrían de otra forma.
Es
un proceso trampa, en el que muchos ciudadanos -y algún partido, como el PSC-
han caído con candidez o cobardía. Los socialistas catalanes no recuperarán
nunca su crédito si actúan como lo hicieron en la votación del viernes pasado.
El
argumentario nacionalista parte de un razonamiento tan simple como engañoso: la
democracia es votar, los catalanes tienen derecho a decidir su futuro.
Esa
lógica llevaría al absurdo de que los ciudadanos del barrio de Sarrià, en
Barcelona, pudieran decidir, por ejemplo, sobre los impuestos que pagan o cómo
gastarlos.
Como
bien saben Mas y Junqueras, enfrentar la legalidad a la democracia tiene muchos
riesgos. La ahora alabada democracia británica no tuvo empacho en mandar su
ejército a Irlanda del Norte o en suspender su autonomía (decisiones llevadas a
cabo por conservadores y laboristas), sin que nadie cuestionara la legitimidad
de tales medidas.
Un
Estado que incumple las leyes acaba siendo un Estado fallido. Ese es el gran
error de Mas y Junqueras en comparación con Salmond.
El
líder del SNP ha actuado de acuerdo con la legalidad, entrando por la puerta
abierta por el primer ministro británico.
De
hecho, el referéndum no era la opción favorita de Salmond.
Esta
semana, el presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, que conoce bien al
líder nacionalista (su empresa tiene una fuerte implantación en Escocia), me
contó que, durante una cena compartida por Patxi López e Iñigo Urkullu, Salmond
confesó que su deseo era lograr un nivel de autonomía parecido al del País
Vasco.
Y,
de hecho, esa fue su oferta al Gobierno británico, que la rechazó sin
contemplaciones, como la posibilidad de incluir en el referéndum una tercera
alternativa: el aumento de las cotas de autonomía.
Cameron,
cegado por las encuestas que hace dos años daban a los unionistas una holgada
victoria, pensó que la mejor forma de no hacer concesiones era echar el órdago
del referéndum para que los nacionalistas se callaran para siempre.
Pero
Londres, con la victoria del no, lograda en los últimos días, apelando al
miedo, en esfuerzo conjunto de conservadores, laboristas y liberales, sólo ha
ganado tiempo.
Ahora
viene la gestión del posreferéndum. En primer lugar, Cameron tendrá que ceder
amplias competencias en gestión de impuestos y capacidad de gasto social, lo
que reducirá el margen de maniobra del presupuesto británico.
Ni
Gales, ni Irlanda del Norte, ni siquiera Inglaterra van a permanecer inmóviles
ante ese movimiento descentralizador. Como ocurre en España, todas querrán los
mismos niveles de autonomía, y, finalmente, Escocia querrá más que Gales,
porque en Gales los nacionalistas son una ínfima minoría, lo que, a su vez,
llevará a que el nacionalismo crezca en Gales.
La
nueva Ley de Consultas aprobada el viernes por el 78% del Parlament, junto con
el decreto aún no publicado, será recurrido por el Gobierno, y el
Constitucional suspenderá de oficio el referéndum convocado para el 9 de
noviembre.
Mas
puede hacer alguna tontería, sacando algunas urnas a la calle, o aceptar el
resultado convocando, a renglón seguido, elecciones anticipadas, opción que
parece la más probable.
Ocurra
lo que ocurra el 9-N, el Gobierno de España tendrá un problema que gestionar:
un porcentaje importante de catalanes quieren la independencia.
Como
en Escocia, en Cataluña el independentismo está hinchado por los descontentos y
los que piensan que separándose de España van a estar mejor que ahora.
La
ley es un instrumento de la política, pero no es la política.
Como
en Escocia, en Cataluña, si queremos que el independentismo no termine ganando
la partida, hay que hacer política, política de altura.
El
inmovilismo es la peor receta para solucionar un desafío como al que nos
enfrentamos.
El
cumplimiento de la ley -no hacerlo sería prevaricador- debe conjugarse con
altas dosis de pragmatismo.
Los
pasos a dar tienen que ser sólidos y gozar del mayor grado de consenso político
posible.
Por
ejemplo, afrontar una reforma constitucional, que podría ser una vía de
solución, debe hacerse sobre la base de un acuerdo con el principal partido de
la oposición, como mínimo. Hay que tener en cuenta que una clave del éxito del
no en Escocia ha sido la posición unida de los grandes partidos: conservador,
laborista y liberal.
Pero
eso no es todo. El aumento del voto independentista tiene que ver también con
las políticas de ajuste y con la marginación que sufren los más jóvenes.
Si
queremos que una mayoría de catalanes o vascos quiera seguir unida a España,
tenemos que involucrarles en el proyecto. Tenemos de dejar de ser los
aguafiestas del no para defender el sí a un futuro en el que, unidos, a todos
nos irá mejor.
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