Discurso de Francisco a las autoridades de Albania'
Bergoglio dirigió un discurso al
presidente, a las demás autoridades civiles y al Cuerpo Diplomático en el
Palacio Presidencial de Albania en la capital, Tirana, en el que alentó la
convivencia pacífica de las religiones y defendió el derecho humano a la
libertad religiosa.
Señor
Presidente:
Señor
Primer Ministro
Distinguidos
Miembros del Cuerpo Diplomático
Excelencias,
Señoras y Señores
Estoy
muy contento de encontrarme con ustedes en esta noble tierra de Albania, tierra
de héroes, que sacrificaron su vida por la independencia del país, y tierra de
mártires, que dieron testimonio de su fe en los tiempos difíciles de la
persecución. Les agradezco la invitación a visitar su patria, llamada
"tierra de las águilas", y por su festiva acogida.
Ha
pasado ya casi un cuarto de siglo desde que Albania ha encontrado de nuevo el
camino arduo pero apasionante de la libertad. Gracias a ello, la sociedad
albanesa ha podido iniciar un camino de reconstrucción material y espiritual,
ha desplegado tantas energías e iniciativas, se ha abierto a la colaboración y
al intercambio con los países vecinos de los Balcanes y del Mediterráneo, de
Europa y de todo el mundo. La libertad recuperada les ha permitido mirar al
futuro con confianza y esperanza, poner en marcha proyectos y tejer nuevas
relaciones de amistad con las naciones cercanas y lejanas.
El
respeto de los derechos humanos, entre los cuales destaca la libertad religiosa
y de pensamiento, es condición previa para el mismo desarrollo social y
económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos
son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la
personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien
común.
Me
alegro de modo especial por una feliz característica de Albania, que debe ser
preservada con todo cuidado e interés: me refiero a la convivencia pacífica y a
la colaboración entre los que pertenecen a diversas religiones. El clima de
respeto y confianza recíproca entre católicos, ortodoxos y musulmanes es un
bien precioso para el país y que adquiere un relieve especial en este tiempo en
que, de parte de grupos extremistas, se desnaturaliza el auténtico sentido
religioso y en que las diferencias entre las diversas confesiones se
distorsionan e instrumentalizan, haciendo de ellas un factor peligroso de
conflicto y violencia, en vez de una ocasión de diálogo abierto y respetuoso y
de reflexión común sobre el significado de creer en Dios y seguir su ley.
Que
nadie piense que puede escudarse en Dios cuando proyecta y realiza actos de
violencia y abusos. Que nadie tome la religión como pretexto para las propias
acciones contrarias a la dignidad del hombre y sus derechos fundamentales, en
primer lugar el de la vida y el de la libertad religiosa de todos.
Lo
que sucede en Albania demuestra en cambio que la convivencia pacífica y
fructífera entre personas y comunidades que pertenecen a religiones distintas
no sólo es deseable, sino posible y realizable de modo concreto. En efecto, la
convivencia pacífica entre las diferentes comunidades religiosas es un bien
inestimable para la paz y el desarrollo armonioso de un pueblo.
Es
un valor que hay que custodiar y hacer crecer cada día, a través de la
educación en el respeto de las diferencias y de las identidades específicas
abiertas al diálogo y a la colaboración para el bien de todos, mediante el
conocimiento y la estima recíproca. Es un don que se debe pedir siempre al
Señor en la oración. Que Albania pueda continuar siempre en este camino,
sirviendo de ejemplo e inspiración para muchos países.
Señor
Presidente, tras el invierno del aislamiento y las persecuciones, ha llegado
por fin la primavera de la libertad. A través de elecciones libres y nuevas
estructuras institucionales, se ha consolidado el pluralismo democrático que ha
favorecido también la recuperación de la actividad económica. Muchos, movidos
por la búsqueda de trabajo y de mejores condiciones de vida, sobre todo al
comienzo, tomaron el camino de la emigración y contribuyen a su modo al
progreso de la sociedad albanesa. Otros muchos han descubierto las razones para
permanecer en su patria y construirla desde dentro. El trabajo y los
sacrificios de todos han contribuido a mejorar las condiciones generales.
La
Iglesia Católica, por su parte, ha podido retomar una existencia normal,
restableciendo su jerarquía y reanudando los hilos de una larga tradición. Se
han edificado o reconstruido lugares de culto, entre los que destaca el
Santuario de la Virgen del Buen Consejo en Scutari; se han fundado escuelas e
importantes centros educativos y de asistencia, para toda la ciudadanía. La
presencia de la Iglesia y su acción es percibida justamente como un servicio no
sólo para la comunidad católica sino para toda la Nación.
La
beata Madre Teresa, junto a los mártires que dieron testimonio heroico de su fe
–a ellos va nuestro reconocimiento más alto y nuestra oración– ciertamente se
alegran en el Cielo por el compromiso de los hombres y mujeres de buena
voluntad para que florezca de nuevo la sociedad y la Iglesia en Albania.
Sin
embargo, ahora aparecen nuevos desafíos a los que hay que responder. En un
mundo que tiende a la globalización económica y cultural, es necesario
esforzarse para que el crecimiento y el desarrollo estén a disposición de todos
y no sólo de una parte de la población. Además, el desarrollo no será auténtico
si no es también sostenible y ecuo, es decir, si no tiene en cuenta los
derechos de los pobres y no respeta el ambiente.
A
la globalización de los mercados es necesario que corresponda la globalización
de la solidaridad; el crecimiento económico ha de estar acompañado por un mayor
respeto de la creación; junto a los derechos individuales hay que tutelar los
de las realidades intermedias entre el individuo y el Estado, en primer lugar
la familia. Albania afronta hoy estos desafíos en un marco de libertad y
estabilidad que hay que consolidar y que representa un buen augurio para el
futuro.
Agradezco
cordialmente a cada uno por la exquisita acogida y, como hizo San Juan Pablo
II, en abril de 1993, invoco sobre Albania la protección de María, Madre del
Buen Consejo, confiándole las esperanzas de todo el pueblo albanés. Que Dios
derrame sobre Albania su gracia y su bendición.
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